25 décembre 2012

Maravillado silencio

LLEGARON las voces acordadas a nuestro balcón en medio de la noche:

Niño Dios de amor herido, 
tan presto os enamoráis, 
que apenas habéis nacido, 
cuando de amores lloráis,


y se alejaron hilando:

Due pupille amabili m’han piegato il core
E se pietà non chiedo a quelle luci belle
Per quelle, si per quelle io morirò d’amore,


para llevarse tras de sí todo lo que no fuese maravillado silencio.


Rastro, 23 de diciembre de 2012. Abajo: Iglesia de Palenzuela. Foto de nuestra amiga Mar en la felicitación de navidad  enviada por ella y Avelino Fierro desde León.




10 commentaires:

  1. Feliz Navidad para usted y para los seguidores de Hemeroflexia, con mis mejores deseos.

    RépondreSupprimer
  2. También para usted también y para todos los amigos conocidos o desconocidos que se asoman por estos pliegues.

    RépondreSupprimer
  3. EL MENDIGO

    Era la noche del 24 de Diciembre. En las casas las familias se reunían como en años anteriores.

    ―Parece que hace un siglo que no nos vemos.

    Después de los saludos, comienzan a comer. Eso es en las casas, pero en la calle, un mendigo vaga tristemente, bajo la tenue luz de la luna. Para él es una noche más.

    Arrastrándose por la calle, llega a una casa, tiene una gran cristalera de ventana, una puerta de madera de roble tallada y un tirador de oro fino. El mendigo se acerca a la puerta con la intención de pegar. Ya con el brazo alzado y en movimiento, se da cuenta de que las personas, mientras más dinero tienen, más desprecian a los pobres. Entonces se retiró, y se acercó a aquella enorme ventana, miró a través de ella y la transparente cortina, y se dijo:

    ―¡Jamás he visto en mi vida semejante glotonería! (En realidad lo decía, para no darles la razón, de que no iba a probar bocado en esa noche tan especial).

    Cogió entonces, y se fue a la orilla del río, se tumbó; miraba atentamente las estrellas. Vio entonces una estrella fugaz, cerró los ojos y pidió un deseo. Entonces quedó dormido para nunca despertar.

    Su deseo se había cumplido.

    FIN.

    FRANCISCO, 11 años.


    Y DIEZ HAIKUS DE NIÑOS DE 11 AÑOS:

    Diez haikus hago
    para estas navidades
    y me entretengo.

    Nació el Mesías.
    Todo el mundo se alegra,
    es veinticuatro.

    Es Nochebuena.
    Como carne, turrón;
    bebo champán.

    En el campo estoy.
    Injertando acebuche,
    quemando leña.

    Es treinta y uno,
    termina el "99",
    comienza el "00".

    También comemos
    carne, turrón y uvas.
    Tiran cohetes.

    Con sus regalos,
    ya van llegando a España
    los Reyes Magos.

    Uno de Enero.
    Con el efecto 2000,
    ¿qué habrá pasado?

    No ha sido nada,
    todo funciona bien,
    en todo el mundo.

    Comienza el "cole,"
    el segundo trimestre.
    -Fin vacaciones.

    NAVIDAD 1999-2000. Recuerdos navideños del pasado docente, bien dickensiano el primero.







    RépondreSupprimer
  4. Recién duchado y dando un largo trago al café hago gustoso un bis para desear a este entrañable grupo conducido por AT unos felices días de Navidad.

    RépondreSupprimer
  5. Que bonito es Palenzuela , lástima que su gráfico demográfico tiende a cero y pronto será un pueblo fantasma .
    ¡ Felices Fiestas ¡ y regale libros .
    Saludos

    RépondreSupprimer
  6. MARCHA ATRÁS, DISONANCIA 1ª

    Afloración de instintos
    AINHOA PEÑAFLORIDA
    EL PAÍS - 29-12-2004

    Ante la perspectiva de pasar las fiestas navideñas con mi familia extensa, he optado por pasarlas en la intimidad con mi madre y su ya inseparable Alzheimer. A la vista de los resultados creo que podría considerarse una buena elección.

    Mi primo Ramón optó por la gran familia. Me comentaba luego que en Navidad no sólo se vuelve al calor y al amor de la infancia. También se recuperan los agravios ocultos, las envidias y rencores reprimidos. Con los años nos volvemos más sentimentales y la añoranza del tiempo ausente nos invita a invocar a nuestros recuerdos. Pero, en esta época, quien suele acudir a la llamada es la realidad afanosamente ocultada. Con la fiesta y el alcohol circulando con generosidad afloran junto a la ternura otros instintos no tan amorosos.

    Las fiestas compartidas con mi madre han sido bien distintas. Aquí no es que salga a la luz nada de lo que permanece habitualmente en la sombra. No hay sorpresas. Las emociones se muestran y se captan en el acto, sin que sea Navidad. Y lo que no sale, es porque ya no existe tras la última devastación del cortex cerebral. Los pocos recuerdos que quedan, vuelven y vuelven y vuelven a asomar como peces en el río "por ver a Dios nacío".

    Estuvo contenta. Y yo con ella, al comprobar que no aparecía ni atisbo de la angustia, tan temible en esa enfermedad. Comió y bebió disfrutando una y otra vez al oír que era Navidad. Y me decía: "Qué bien estamos; es como si nos conociéramos de toda la vida". Le di sus regalos al menos cuatro veces y cada vez me preguntaba: "Pero esto ¿es para mí?". Pasadas las doce de la noche, decidió que después de tan buena comida habría que echar la siesta.

    He aquí, por primera vez, unas Navidades sin mancha. Quién se lo iba a decir hace unos años a esta descreída. Pero es que no hay edad en la que no se pueda aprender algo.

    Así que mis navidades han transcurrido viendo el tiempo pasar en círculos a través de los ojos de una anciana que no sabe siquiera que soy su hija, y sin embargo recuerda que me quiere. Mientras tanto mi primo llenaba las suyas pasando de adultos y dedicándose a un sobrino que intentaba trepar a un sofá a dentelladas. Cuando intercambiamos nuestras experiencias descubrimos que no habían sido tan distantes. Compartimos mantel con el tiempo levemente recobrado y con el tiempo apenas atisbado. Ambos tratamos de encontrar algún sentido y, de vez en cuando, creímos haber capturado un retazo del tiempo o de la ilusión. Como mi madre cuando logra aferrar un recuerdo o el sobrino de Ramón al contemplar por primera vez el mundo desde lo alto del sofá.

    RépondreSupprimer
  7. MARCHA ATRÁS, DISONANCIA 2ª

    Scrooge
    EDUARDO MENDOZA
    EL PAÍS - Última - 02-01-2006

    Cada año, por estas fechas, releo el Cuento de Navidad de Charles Dickens en una hermosa edición que me regaló Javier Marías. Como todos los relatos que admiten e incluso propician una versión infantil aligerada, poca gente conoce el cuento en su totalidad. Sí lo sustancial del argumento: Ebenezer Scrooge, un viejo avaro y exigente, por negarse a adoptar una actitud dadivosa y alborozada en estas fiestas, a las que él que califica de patrañas o, según otra traducción, de paparruchas, es visitado por una serie de fantasmas que le infligen un surtido de imágenes navideñas hasta que acaba reconociendo su error y prometiendo enmendarse.

    Tal vez la conducta de mister Scrooge sea execrable, pero cada vez que leo este admirable cuento pienso que la expiación es excesiva. Al fin y al cabo, el pobre hombre sólo pretendía verse dispensado de la glotonería, el despilfarro y la ruidosa jovialidad tribal que se exige de cualquier ciudadano decente en estos días. No quería prohibir a los demás que celebraran las fiestas a su antojo, sólo pedía que le dejaran en paz. Vano empeño. Incapaz de vencer su resistencia con villancicos y ñoñerías, la sociedad apela a los espectros, y el infeliz, que quería saltarse la Navidad, tiene que asistir a tres navidades seguidas y, para colmo, despertar de su sueño a tiempo para celebrar la Navidad real como Dios manda. Nada le es perdonado. Ni los recuerdos infantiles cargados de nostálgicas falsedades, ni las decisiones juveniles a las que más tarde, cuando no hay remedio, se pueden achacar todos los sinsabores y desasosiegos, ni las flaquezas, ni los arrebatos, ni la conspiración despiadada de las circunstancias, ni, por último, la visión de la inevitable losa, bajo la cual, según se desprende del cuento, se siguen celebrando las navidades todos los años; o con más frecuencia si el muerto ha sido malo.

    Al final Scrooge acaba como el mercader de Venecia, a quien se parece un poco: escarnecido, arruinado y converso.

    Aprendamos, pues, la moraleja de esta bella historia: no seamos insolentes, comamos, bebamos, hagamos y recibamos regalos con resignación, y empecemos con buen pie el año nuevo, que deseo muy feliz, tanto a mis fieles lectores como a quienes prefieren ignorar mis paparruchas.

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. Tras suscribir estas " Disonancias", dentro de los límites que nuestra fragilidad impone, diremos a modo de felicitación:

      " Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad"

      Supprimer
  8. "Ni encanto ni desencanto, canto".

    Suena fatal pero ahí va:

    MÁS MARCHA ATRÁS; ni consonancia, ni disonancia, “SONANCIA”:

    « "ALGÚN periódico recuerda que hoy, hace sesenta años, murió Unamuno. Toda España ha amanecido nevada. Incluso la nacional V, que ayer recorrimos nosotros, está cortada al tráfico en alguno tramos o se hace imprescindible en ellos el uso de las cadenas.

    Piensa uno en lo que sería la Salamanca de hace sesenta años. Unamuno en la salita de su casa, sentado en silencio en la mesa camilla, acompañado por un falangista del que no se sabía a ciencia cierta si estaba allí para vigilarle o porque le admiraba. Viudo, con hijos en las trincheras de los dos bandos, sin saber en qué iba a parar todo aquello. Y el olor a goma quemada de la suela de su zapatilla, cuando ya se había muerto. Aunque fue sentado, fue ese suyo un morir en pie. (...)

    Esta mañana cuando estábamos en la cama, sin movernos, como liebres en el útero nevado, pensaba en que ya era hora de hacer algo sólido, firme, perdurable, algo que antes de morirse uno pueda ver en el mismo lugar en el que lo levantó, uno de esos puentes de piedra que dejaron en esta tierra los romanos, con dos o tres arcos y sus desafiantes tajamares partiendo la corriente y el tiempo en mitades iguales.

    Quién sabe. Dejar algo. Una sonata, una novela, el articulito de un periódico deberían parecerse en algo a un puente. En medio de la corriente, pero sin ceder un centímetro, lo mismo en los meses de sequía que cuando el río llega desbordado y con amenazas. En realidad, una obra de creación, tomada en sí misma, es algo pobre, pero no lo es tanto si lo vemos por el lado de las orillas. La sonata, la novela, el articulito acaban llevando de una parte a otra a la gente, y hace que ésta no se sienta sola.

    Al levantar ahora los ojos del cuaderno, se observa que el cielo se está abriendo por mil sitios. Lo que se ve entre las nubes es un azul muy intenso, pero lleno de ingenuidad, acaso por el contraste con las nubes moradas. Unamuno se murió hace sesenta años. Quizá debiera uno pensar en España. Qué grandes los tiempos en los que se podía pensar en cosas grandes. Ahora España, en el mejor de los casos, está reducida a la medida de un hombre solo, el que sea capaz, por su cuenta, de sentirla. Entonces también, me digo de inmediato: A Unamuno España y el mundo no le parecían mejor de lo que nos parecen a nosotros. No ha cambiado nada. No hay muchas razones para el optimismo.

    Si yo me muriera ahora junto a esta chimenea, se quedaría todo a medio conseguir, todo a medio hacer. (...)

    Me subí al olivar. En el primer momento estaba yo solo. Aprovechaba un momento de calma, en el que dejó de caer la lluvia. Pensé que quizá no pudiera volver a salir en días. Cuando estaba allí sentado sobre una piedra, para no mojarme el pantalón, apareció la perra. Subía como cansada. Nos parecíamos mucho la perra y yo. Estuvo un rato a mi lado sin decir nada, ni de palabra, como en las fábulas, ni con los ojos, como en las elegías. Luego se fue y apareció por el paraje G., que quería estrenar sus prismáticos. (...)

    Le producía un gran contento traer los paisajes tan cerca de los ojos y con tanto detalle, los milanos que cernían el cielo, los tejados del pueblo lejano de Madroñera y los que trabajaban en su viña, el campanario de la iglesia. Le gusta tener para sí tantos reinos, y se le transfiguraba el rostro con una expresión de felicidad completa: tan lejos y en la mano.

    Y de pronto se nubló de nuevo el día y la tarde volvió a ser de invierno, y mucho antes de que se hiciera de noche, ya lo era". [Fin del libro]».

    Saber de cual no le será difícil a más de uno.

    RépondreSupprimer
  9. Con tan sólo dos palabras defines bien cuál es la otra e inseparable cara de la música.
    Gracias

    RépondreSupprimer