15 octobre 2017

La vida buena

“A lo que usted dice con razón que «cada cual debe dar a su propia vida una importancia infinita» llamamos los viejos krausistas «el deber que cada cual tiene de hacer de su propia vida una obra de arte»”.  Se lo escribe don Manuel Bartolomé Cossío a Gregorio Marañón en una carta. Cuando lo escribió todo el mundo tenía una idea más o menos aproximada de lo que era una obra de arte, pero hoy día, tal y como se han puesto las cosas, no estoy seguro de que pudiéramos suscribirlo. De hecho el noventainueve por ciento de las que pasan por obras de arte, son churros de dos perras. Pero sabemos a qué se refería Cossío: la suma de verdad y belleza da como resultado la bondad. ¿Y en qué se traducía esto, cómo modificaba la vida corriente? En el cultivo de un puñado de virtudes personales, civiles, políticas: el aseo personal, el cuidado y guarda de los bienes comunes, y el respeto a las ideas y sentimientos de los demás así como la defensa cerrada de los principios de la ilustración: nadie es más que nadie.

Por esa razón Cossío y Giner, su maestro, fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, pusieron el mayor empeño en la instrucción de lo más chicos e indefensos, a quienes enseñaban, en primer lugar, la diferencia entre la vida buena y la buena vida, entre ir a más o ir a menos, entre lo importante y lo superfluo. Frente al adoctrinamiento, la persuasión y el discernir perpetuo. Fueron los primeros pedagogos modernos. Curas y frailes, hasta entonces monopolistas de la enseñanza, los combatieron con todo, incluido, cuando pudieron, un golpe de Estado. 

En Las armas y las letras se reproducen algunas fotos tenebrosas de niños de corta edad desfilando con el puño levantado o saludando brazo en alto en los años más tristes de la historia de España. Durante el franquismo, antes de entrar en clase, se hacía formar a los alumnos de los colegios públicos y cantar el Cara al sol y dar, al final, los “una, grande y libre” de rigor. Creía uno que aquellos tiempos siniestros no volverían. Han vuelto. Los periódicos han reproducido algunas fotos de niños en labores de agitprop. Sus padres y maestros les han prometido una buena vida, de diseño, acaso porque están ellos muy lejos de conseguir para sí mismos una vida buena, una verdadera obra de arte. 

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 15 de octubre de 2017]

3 commentaires:

  1. Arriba figura la que, a mi juicio, es la palabra clave: Agitprop. El único capital de los sediciosos es la formación de masas fundamentada en la mentira que viene ejerciendo desde décadas; porque en la naturaleza política del nacionalismo está la mentira y el engaño ideológico. Los sediciosos y quienes les acompañan solo buscan que su ideología sustituya a los hechos.

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  2. Ahora, como siempre: coraje, generosidad y prudencia. De no ser para tapar la cobardía (y para mí, como para bastante gente y en contra también de bastante gente, en este caso, no lo es), la prudencia es una forma de coraje que lo fortalece, pues la paciencia que sabe esperar es prueba suprema de fuerza virtuosa:
    “Yo, como casi todo el mundo, tengo unos principios, y luego me las arreglo como puedo… Y a veces hago cosas que van en contra de mis principios, como todos los seres humanos. Pero creo, en fin, que hay cosas que sí son fundamentales. Por decirlo de una manera sucinta: hay que tener coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir. Esas son las tres virtudes fundamentales.” (F. S.)

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  3. El nacionalismo todo lo corroe, todo lo corrompe, todo lo ensucia. El nacionalismo nos degrada, nos hace peores personas. Qué vergüenza y qué asco.

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