CUANDO usted lea estas palabras habrán terminado las olimpíadas, pero cuando yo las escribo apenas hace unos días que acaban de empezar. ¿Las recordaremos por algo especial? Aquellos a quienes los deportes interesan poco, probablemente no, serán unas olimpiadas como tantas, gente corriendo, saltando, compitiendo por tierra, mar y aire a veces en deportes de lo más extravagantes, en fin, lo de todos los años bisiestos. Y ojalá sea así. Es mi caso, y sin embargo, creo que no olvidará uno nunca estas olimpiadas y no por nada relacionado con justas y torneos, sino por algo admirable que sucedió durante la ceremonia de apertura.
Es cierto que esas ceremonias son cada vez más aparatosas y colosales y nos remiten, más que a Grecia, a Roma, y más que a uno de esos sobrios y majestuosos estadios del Peloponeso, a los circos romanos, abigarrados, ruidosos y cosmopolitas, es decir, a la diferencia que existe entre una nación pequeña como la Hélade y un imperio como el romano que abarcaba desde Persia a Britania.
¿Y los Juegos de Londres? Nos mostraron a los británicos, desde luego, tal como son, dueños de una historia fascinante y portentosa que justifica su excentricidad, su jactancia y la indiferencia que sienten en el fondo por todo aquello que no sea inglés (con excepción, claro, de todo lo francés, por lo que se perecen). Sabedores de que no se puede ir así por el mundo, se lo han hecho perdonar todo con una de las más finas aportaciones a la civilización: ese humor que les permite reírse de sí mismos antes que lo haga nadie.
Y aquí queríamos llegar. A ese momento de la ceremonia en que apareció en las macropantallas del estadio olímpico un personaje de ficción, el agente secreto Bond, James Bond, encarnado en el actor Daniel Craig, entrando en Buckingham Palace para recoger a la Reina de Inglaterra. Lo que sucedió a partir de entonces resulta subyugante. Un doble de la reina y un doble de Craig subieron a un helicóptero para lanzarse desde él sobre el estadio olímpico. A los pocos minutos, los que se supone que tarda una reina en caer desde dos mil metros en paracaídas y en arreglarse un poco la permanente y los pololos, la auténtica Reina, de nuevo en carne mortal, hizo su aparición ante los rugidos de ochenta mil espectadores que agradecieron hasta el delirio la irrupción de la ficción y de la realeza en la pobre realidad de sus vidas grises, que son también las nuestras, haciéndonos a todos parte de esa ficción. El deportista Sebastian Coe aludió a continuación, en su discurso, al hecho de que cada vez que Londres organizó unos Juegos, el mundo atravesaba tiempos difíciles de los que salió. ¿Cuándo no son difíciles los tiempos, de cuáles no se sale? La muchedumbre secundó, no obstante, esa obviedad por lo mismo: ¿quién no necesita consuelo, quién no quiere ver un final feliz? Por eso la ilusión de que Bond se hacía real y la Reina irreal nos enardeció tanto, al menos a los ilusos, que en ese momento hubiéramos estado dispuestos no a inmolarnos por la Reina (la verdad, a tanto no llega uno), pero sí a saltar del sueño a la vida, adonde hemos vuelto, quiero decir, adonde nos han vuelto a tirar, sólo que sin paracaídas.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 19 de agosto de 2012]
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 19 de agosto de 2012]
Un doble de la Reina de Inglaterra salta en paracaídas sobre el estado Olímpico de Londres la noche de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2012. |
Resultó estrafalario . Fue una decepción que el Principe Harry , avezado piloto de helicópteros Apache y héroe de la guerra de Irak no tuviera el protagonismo debido . Eso sí nos hartamos de ver a Beckham y sus retoños , Coe tiene una marca muy sospechosa pero es amigo del poder .
RépondreSupprimerEl Craig no deja de ser un actor de cuarta y el Benny Hill resulta repelente . En lineas generales si quitas a Bolt y la selección USA de Basquet hubieran sido los peores de la historia .
En fin, muy hortera .
Chao
la Reina irreal quizás nos maravilló tanto porque con esa autoironía tan british consiguió que muchos olvidaran el annus horribilis suyo, cuando el hermano de lady Di hizo aquel cromwelliano discurso a lo Shakespeare, y la monarquía plutócrata tembló, y saltar hasta este annus olímpicus de la Middleton, tan guapa y tal, y que viva la reina de Inglaterra, claro.
RépondreSupprimer“Quiero que me aplaudan por ganar. Lo prefiero a que me aplaudan por que vean que necesito apoyo pese a que me hizo feliz”. Palabras que los medios atribuyeron a Samia Yusuf Omar tras su experiencia en Pekín; la atleta somalí ahogada entre Libia e Italia en este año también olímpico, según ahora los mismos medios.
RépondreSupprimerSí. Enhorabuena a los ingleses por representarnos a todos riéndose de ellos mismos en la gran ceremonia de la competencia, ya casi sólo competitividad o competitititividad. Apenas supe latín, pero competencia o “competere” a veces me hacía pensar, oh dioses del Olimpo, en 'pedir conjuntamente algo'. Que en Río de Janeiro el doble del rey Sebastián cuelgue de su paracaídas completamente desnudo. Y que todos ustedes lo vean.
"COMPETERE". De "competo", 3 intr.: coincidir ("aestati", con el verano; "in aliquem diem c.", ocurrir un cierto día) || concordar, corresponder || ser propio de, estar en armonía con. (Viejo Diccionario de la Editorial Spes).
SupprimerEn el amo de todo esto de Lars von Trier dicen " la expresión más clara del teatro es expresar lo que no se expresa"
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