27 août 2017

Furia

SI alguna vez la vio, desde luego que la recuerda. Un forastero, de paso por una pequeña ciudad, es acusado de un crimen execrable. Lo encarcelan y el pueblo, ah, el pueblo, hace justicia, metiéndole fuego al calabozo donde lo custodia el chérif. Sólo que el forastero era inocente, un buen hombre, trabajador y honrado (Spencer Tracy). En la segunda parte, los jueces sientan en el banquillo a veintidós acusados de linchamiento, y cuando estos cobardes están a punto de burlar la justicia una vez más, defendidos en esa ocasión por el perjurio de parientes, amigos y vecinos, Fritz Lang, que tituló esta película Furia, da un vuelco inesperado a la historia, prerrogativa de los genios.

Acaba de suceder algo parecido, con simetría inversa. La gente, la buena gente, no ha dudado un segundo en ponerse del lado de Juana Rivas, que, desacatando la ley, se ha negado a entregar sus hijos a su exmarido (un forastero, un italiano, condenado por malos tratos hace años), y se ha fugado con ellos. Al escribir esto seguía en paradero desconocido, y su pueblo, Maracena (Granada), amaneció sembrado de carteles: “Juana está en mi casa”, brindis fuenteovejuno del “Juana somos todos”. 

Muchos (desde una exministra socialista hasta... ¡el presidente del Gobierno!) han corrido a hacerse un selfi ya que no con Juana Rivas (declarada en rebeldía), junto a su caso, dando a entender que la justicia puede esperar sentada si, como ahora, resulta tan impopular. Lo extraño en todo este suceso es que nadie parece haberse tomado la molestia no ya de acatar una resolución judicial, sino de leer esa sentencia y sus fundamentos. Todos hemos imaginado alguna vez lo que podría sucedernos si, acusados de un delito que no hemos cometido, no pudiéramos probar nuestra inocencia. Otra gran película, Falso culpable, trata de este asunto de las pesadillas kafkianas. No se juzga hoy si ese hombre es o no culpable de malos tratos (que él negó siempre), sino el propio fuero: qué nos obliga a acatar una sentencia (del Tribunal Constitucional, por ejemplo), si damos por bueno que se desobedezcan aquellas otras que no nos gustan. La furia condenó a Spencer Tracy y la furia quiere absolver a Juana Rivas. Claro que siempre habrá quien crea que una mancha blanca es menos mancha que otra negra.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de agosto de 2017]

3 commentaires:

  1. Fermín Cebreiro30 août 2017 à 21:08

    Pues a mí la señá Rivas nunca me cayó simpática, mire por donde, con su truculencia, sus aspavientos, su histriónica histeria, su habla destartalada, descuidada y basta (no por andaluza, cuidado, hay acentos sevillanos y malagueños cautivadores). Pero es verdad que muchos no van más allá de la primera apariencia.

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  2. Fuenteovejuana, podría titularse este culebrón que acapara noticiarios y realitys horteras. Seguimos muy necesitados de la caspa, como si no hubiera asuntos verdaderamente preocupantes.

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  3. No sé muy bien cómo ni cuándo, quizá la cosa comenzó con el desquicie de las vanguardias; pero lo cierto es que en muchos aspectos hemos conseguido trastocar el sentido común. El imperio de la ley democratica tiene muy mala prensa, pero la gente se pirria por la formación ideológica, cargada de buenismo y de otras sensiblerías fantásticas tras las que, claro, nunca faltan los muchos que sacan partido material de un u otro tipo.

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