HABRÍA deseado otras circunstancias para este artículo, escrito y enviado hace ya semanas, cuando nada hacía presagiar todo cuanto estamos viviendo. Hoy cualquier despedida parece llena de unos ecos sombríos que no tenía la mía cuando lo escribí, ni mucho menos. Amigas, amigos, ánimo, «deseando veros presto» en la misma vida.
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Después de 25 años me despido. Este Magazine se reforma y hay que decir «adiós a todo eso», adiós a uno de los trabajos más gratos que ha tenido uno como escritor. Y esto es importante: trajo a mi vida estabilidad y un salario puntual y generoso, del que hubiera prescindido gentilmente de haber sido un hombre rico. En 25 años han pasado muchas cosas: ha visto uno crecer a sus hijos, morir a sus padres y a algunos amigos, acontecimientos felices y desdichas, hechos colosales y nimios, cambios de gobiernos, atentados, todo lo del procés... En estos años no ha fallado uno nunca a esta cita dominical, y esa formalidad pasmosa, la verdad, no la hubiera creído de mí. Estoy agradecido a mis patronos y a veces he pensado que demasiada paciencia han tenido, escribiendo uno lo que ha escrito para un público mayormente catalán, parte del cual anda con el mismo defecto que yo, seguro: el no tener aspecto catalán como no lo tengo yo de leonés. Echando la vista atrás puedo decir que 25 años no son nada, menos que un tango.
En este tiempo ha escrito uno de todo, de actualidad, de Madrid, de política, de libros, de memoria histórica, de la guerra civil, del campo, del Rastro, de viajes, de una película, unas veces con humor honesto y vago (por decirlo con palabras de Pla, que era de los que tampoco, me parece a mí, tenía un gran aspecto) y otras sin humor, más melancólico o más exaltado... Si tuviera que recordar uno solo de los 1300 artículos publicados, me quedaría con la crónica que hice de la manifestación de Barcelona del 8 de octubre de 2017, después del discurso del Rey que devolvió la esperanza a tantos millones de españoles, muchos catalanes incluidos. Seguro también que los que piensan otra cosa de aquel día, aceptarán mi franqueza, privilegio de las despedidas. Gracias, pues, a todos, a los que me leían y a los que pasaban la página sin hacerlo, a los colegas y a los desconocidos, a los rojos, a los azules y a los amarillos. Cada año se ha llamado esta sección de una manera. El epígrafe actual, El arte de la fuga, puede parecer premonitorio. No se crea. Entre líneas, como hay que leer en estos tiempos, lo que se dice es otra cosa. La verdad es que casi nunca “siempre” es para siempre, y a uno no le gusta tampoco decir adiós a casi nada. Uno, hombre de rutinas, es más de los que aguardan esperanzados el momento de volver a empezar con un «decíamos ayer». Eso es la literatura.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 15 de marzo de 2020
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 15 de marzo de 2020
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