ENTRAMOS en un año, 2015, de elecciones en la nación, en las autonomías, municipios y concejos, en fin, el pequeño empacho. Viviremos una vez más la reedición del cuento de la lechera, también conocido como el reino de las encuestas. Nos abrumarán cada quince días con decimales contradictorios y cortará todo el mundo pelos en tres. La viral irrupción de Podemos (y cómo entiendo a quienes se niegan a pronunciar una primera persona del plural que nos pone a todos junto a quienes hicieron los escraches a las víctimas de Eta: Rosa Díez), ha contagiado todas las encuestas de un gracioso baile de San Vito y las ha dejado temblando. Qué agitación, qué corea, qué oscilaciones, al alza, a la baja, a la contra, a favor...
La gente, no obstante, se perece por esa clase de números, casi siempre falsos. Acaba de saberse por los periódicos: la sátrapa del Ivam durante los últimos ciento diez años, Consuelo Císcar, no dudó en maquillar las cifras de visitantes a ese museo, y donde eran ochenta mil al año ordenó poner más de un millón, sin que haya pasado nada. ¿Por vanidad? También, supongo; pero esas cosas se hacen sobre todo por dinero: a más visitantes, más presupuestos, más empleados, más prebendas, mejores sueldos, más invitaciones a dar conferencias para explicar el éxito de visitantes, más entrevistas, mejores cachés, en fin, ya saben, el bello mundo de las bellas artes. De las listas de libros, discos, coches, preservativos, vinos, pintalabios, perfumes más vendidos, qué decir: no es tanto que salgan en las listas porque se venden, sino que se venden porque salen en las listas; ya saben cómo va esto.
Las encuestas no son una excepción a esos tejemanejes: administrar presupuestos y fondos públicos dicen que es una de las cosas que más erotizan a los políticos, lo que dice poco y mal de su erotismo. Así que se emplean, a menudo tirando de dinero público abierta o solapadamente (y eso en todas partes), cantidades fabulosas en la estadística, una ciencia que tiene de riguroso lo que la lecanomancia o arte de adivinar el futuro por el ruido que hacen las piedras preciosas al caer en una zafa. Casi ternura produce ver a los políticos mirar las encuestas como mira la pitonisa su bola de cristal. Ellos, que más que nadie, deberían hacer con los presupuestos públicos como hacemos todos en nuestras casas, es decir, las cuentas de la vieja, se lanzan alegres cuando tienen elecciones al cuento de la lechera.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 11 de enero de 2015]
Creo que nunca antes se había dado este fenómeno tanto como ahora. Me refiero a que muchísima gente no sabe qué va a votar. Y no lo sabrá hasta que acuda al colegio electoral y se enfrente a las papeletas expuestas en un banco. Incluso habrá muchos que, tras haber metido una papeleta (la del corazón) en el sobre, darán marcha atrás, la sacarán y meterán otra (la de la cabeza). Bien, es la impresión que tengo. De hecho yo tampoco sé qué voy a votar. El día de las elecciones -pero sólo cuando ya haya votado- lo sabré.
RépondreSupprimer(Sandra Suárez)
Acabó de ver la lista en Babelia y no me lo puedo creer, entiendo se prime a colaboradores, grandes editoriales y correligionarios, pero poner en la lista en quinto lugar JRJ y sexta a Wislawa Szymborska me parece infame, es. estrafalario que Cercas, Marias y otros no se les caiga la cara de vergüenza al ver un apaño bizarro.
RépondreSupprimerA la hora de votar lo mejor es echarlo a suerte y a quien Dios se la de: que San Pedro se la bendiga
Si fuéramos un país civilizado y menos visceral (o sea, más inteligente) se impondría la lógica del voto en blanco, pues de forma inequívoca significa una solemne patada en el culo a los aspirantes, no una inhibición manipulable como es la abstención. Pero nos decimos: "A alguien habrá que votar" o "votar en blanco no sirve para nada", ignorando que a medio plazo (el corto no tiene solución) ese castigo es de una eficacia considerable y obliga a los políticos a tomarnos en serio. En tierras de pobres guiris, como Austria o los países nórdicos, se practica con envidiable naturalidad. En cualquier caso Podemos no ganará porque al final el folklore produce demasiada incertidumbre y algo de sensatez aún nos queda. Y yendo más allá, apostaría incluso porque repetirá el PP, como corresponde a la inercia de la desmotivada ciudadanía que aceptará una leve mejoría económica, antes de embarcarse en la aventura de Zapatero II o en la de vendedores de fuegos artificiales.
RépondreSupprimerHay rumores, Cancio, de que el "menos malo" PP no se va a presentar a las próximas Generales, porque, al parecer no tienen alicientes de peso: apenas si queda nada que robar para la próxima legislatura.
SupprimerDe modo, don Pepe, que a no embarcarse en votos en blanco ni en mariconadas de esas: a votar todos a PODEMOS, que como se van a encontrar con los cajones con telarañas, no van a poder hacer nada y se desacreditarán solos.
Además, les estará al pelo, por populistas, demagogos y bolivarianos, que el español cuando roba es que roba de verdad y a ninguno nos interesan partidos que vendan frivolidad..., como esa de que la gente tiene que ser honrada por cohone.
SÍ que hay milagros: zafo salió del juego, libre y sin daño.
RépondreSupprimer¡Qué poco espíritu de electores muestran el autor y los comentaristas de este blog! Deberían de alegrarse, una vez que Alfonso Guerra pase por el quirófano para que le sea extirpado el escaño y que el filósofo Floriano Belfo se confirme como el artífice de la campaña del gang de Génova. ¡Qué momentos nos esperan! Por lo pronto Arcadi Espada, en la disyuntiva entre seguridad y libertad, se confiesa absolutamente partidario de la primera en detrimento de la segunda como su amo Carlos Herrera. Con ese subFraga que es Jorge Fernández Díaz y con Lenin se preguntan: libertad ¿para qué? Y castizos, ellos mismos se responden: libertad para ná, que sois unos listillos. Antes se conspiraba contra el orden establecido; hoy, conspirar a favor de él se ha convertido en un nuevo oficio de gran futuro. Ni Andrés Trapiello, ni Arcadi Espada ni los eurobolivarianos de Podemos son ajenos a esta radiante novedad.
RépondreSupprimer“(…) yo, siendo Emperador, con enojo mando mal, y mis offiçiales por interesse lo hazen peor; y puestos en nuestros viçios, aviçiados tómannos cada hora en muchas miserias; estamos notados de grandes poquedades, por cuya occasión los iustos dioses por nuestras iniustas obras, dando iusta sentençia, mandan que vivamos con sospecha, muramos con infamia y nos sepulten con olvido muy olvidado.” (Fray Antonio de Guevara, LIBRO ÁUREO DE MARCO AURELIO, cap. XXV).
RépondreSupprimerUn “olvido muy olvidado” de las Españas, las Europas, las Américas, los Orientes… Olvidar hasta el olvido: lo que suele reclamar todo poeta en su exilio.
Un libro de cabecera de los estadísticos se titula ( mal traducido del ingles): mentiras, putas mentiras y estadísticas. Las estadísticas pueden decir todo y no decir nada y es todo un arte el manejarlas, bien, se entiende.
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