14 octobre 2018

Del 3 al 8

POR los mismos días en que España asistía entre abochornada e incrédula al asunto de la tesis doctoral del presidente del gobierno, acusado de plagiario, y de la dimisión de su ministra de medicina, que gritaba su inocencia con un “!no todos somos iguales! ¡No todos somos iguales!” horas antes de ser descubierto su embuste, los periódicos publicaban esta noticia: “Los títulos académicos cada vez importan menos para encontrar empleo en Silicon Valley”. Vuelta del revés lo que se entiende en esta frase es esto: los títulos estorban en Sillicon Valley. Más aún, en ciencia, el saber a veces es un hándicap.

Hace años un amigo, físico de partículas, nos decía que la mayor parte de los grandes descubrimientos en su campo, desde Einstein hasta nuestros días, lo hacían físicos muy o relativamente jóvenes. Estos, a diferencia de colegas con más años, saber y experiencia, se adentraban por caminos inexplorados que la expriencia, el conocimiento y la edad desaconsejarían a cualquiera, y su audacia o temeridad era premiada a veces con el prodigioso eureka.

No obstante, hay que relativizarlo todo: la mayor parte de nosotros ponemos nuestra salud en manos de los médicos titulados y nuestros puentes en las de los ingenieros, y a pesar de todo muchos no logran curarse y algunos puentes se caen, desconfiamos de los curanderos. En letras, incluso en ciencias sociales  todo es diferente. De las dos personas más inteligentes que hemos tratado, una dejó la escuela a los diez años (el pintor Ramón Gaya) y otra ni siquiera creo que llegara a la universidad (Sánchez Ferlosio). 

Porque lo que nos revelan quienes amañan sus currrículos académicos para trepar en la vida no es su marrullería, que también, sino la desperación profunda de saberse íntimamente mediocres (y qué cómico fue que La Moncloa, o sea, el presidente, pasara su propia tesis por el softward de plagios como ese que se ha entrenado para engañar al detector de mentiras: ¿tenía él alguna duda de haber plagiado?), impotentes para ganar en buena lid a otros más capacitados. El único problema de convertir un tres en un ocho en la papeleta de las calificaciones escolares es que acaban desacreditando todos los ocho legítimos y bajan la media de la vida a tres. 

      [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 14 de octubre de 2018]

4 commentaires:

  1. De todas formas, nos estamos poniendo demasiado estupendos. Tanto rubor que nos atosiga por los escándalos de másteres y tesis suena al que sufrirían los ciudadanos de un país nórdico, orgullosos tradicionalmente de sus actitudes civilizadas.
    No creo que exista más de un veinte por ciento de estudiantes españoles que no haya copiado en un examen o se haya valido de artimañas o recomendaciones para aprobar. Y de repente nos asombramos, nos rasgamos las vestiduras. Tampoco creo que haya más de un veinte por ciento de ciudadanos (y esto sí que es gravísimo porque nos perjudica a todos) que haya pagado año a año a Hacienda lo que legalmente le corresponde. Se me dirá que a un ministro no se le pueden perdonar ciertas prácticas, pero ¿por qué no?, si los que vivimos la transición y el inicio de la democracia no recordamos que desde ningún estamento se haya procurado que los pícaros españoles invocáramos la ética con mayúscula. Apenas nadie se puede decir que haya sido ejemplar en este país, y en nuestra cultura se ha admirado y se sigue admirando más al pìllo que al honrado. Los forajidos que han saqueado las arcas del estado durante estos últimos años no se han podido convertir en referentes porque la justicia y los delatores les han salido al paso.
    Con la Cifuentes se ha destapado la caja de los truenos y me muero de ganas por ver quien o quienes encuentran un modo de cerrarla que no sea en falso.

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  2. Hay mucha miga aquí…

    La “titulitis” en España funciona en una dirección doble (mente) irónica. Por un lado, se idealiza el título académico como si fuera aristocrático. Exactamente así. Por ejemplo, se le llama “doctor” a un médico por inercia y con cierta devoción lacaya, se haya doctorado él (o ella) de verdad o no. Y, no obstante, si resultase (es un decir) que el médico mismo decidiese presumir de ser doctor sin serlo y lo pusiese en su currículum, siendo él “simplemente” (entre comillas, pues son estudios duros) un licenciado en medicina, se le masacraría entonces a degüello, aunque sí fuese médico igualmente. Como si él se hubiese dejado las tenazas por descuido dentro de un paciente en el quirófano, causándole una infección mortal. En vez de haberse limitado a exagerar un pedigrí académico que, por otro lado, no se deja de idealizar popularmente cuando de veras se posee (y quizá de ahí la mentira).

    Así de extremo e incoherente todo. Más que un complejo estrictamente personal, como el señor Trapiello dice, es un complejo colectivo el que tienta al infractor como un contagio, creo yo.

    Se ha criticado siempre en España en demasía a los presidentes de Gobierno por no saber inglés (otra nueva aristocracia, los idiomas), cuando no se les exige el español (no menos importante) a los próceres estadounidenses, australianos o británicos, ni en su propia casa ni fuera. Ni tendría sentido hacerlo tampoco.

    El “English” de este presidente nuevo sí que es “good”, y no el de Zapatero, que lo chapurreaba de esa forma. No obstante, lo que de verdad se está olvidando, es que si Sánchez (tesis doctoral aparte) fuese, no ya un licenciado, sino un simple bachiller (en este caso sin comillas lo de simple, siendo honestos), no le valdría para nada ser políglota, tampoco. Ni le serviría su pulcra facha de figurín de grandes almacenes, para quitarse el sambenito de “iletrado” que le caería en España como un baldón desde el primer momento, y ello únicamente por no tener “una carrera”.

    En ciertas latitudes anglosajonas no son tan elitistas con eso. Entre otras cosas, porque (sensatamente) llaman carrera al desarrollo profesional mismo, y no al previo título enmarcado.
    Y ello aunque no haya un título siquiera. Aunque en otras áreas allende los mares (de raíz hispana estas, y se nota) es aún peor el asunto, y se subraya siempre el “licenciado” (ni siquiera doctor) unido al nombre propio, como si fuese un aura santa casi.

    Volviendo a España y para terminar, ni siquiera el bachiller Sansón Carrasco “brilla” en el Quijote (como Caballero de los Espejos, justamente) hasta que logra licenciarse y tener su gran momento… envuelto en un disfraz. Supongo que es endémico, como dice José Cancio.

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  3. Tuve un desliz. El "gran momento" de "brillo" de Carrasco (cuando vence a Don Quijote) es como Caballero de la Blanca Luna, no de los Espejos, eso es previo. Pero bueno, la luna también brilla...

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  4. Solo unas palabras para opinar muy positivamente sobre "El Rastro". Lo he encontrado tan interesante como ameno, con el gracejo y sintaxis que al asunto le debe corresponder.

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