CUÁNTO le habría divertido a Álvaro Cunqueiro, autor de Las crónicas del sochantre, la del robo del códice Calixtino de la catedral de Santiago. Qué finísimas coñas galaicas habría hilado él. Empecemos diciendo que admite el humor, porque es de los sucesos de final feliz: el códice se recuperó en perfecto estado, no ha habido muertos ni hechos sanguinolentos, y tampoco destrozos. Todo ha quedado reducido al procesamiento del ladrón y sus seres queridos, mujer e hijo. Los tres han comparecido ante la justicia y a los tres les hemos visto gordos, lucidos. Qué estampa, qué poema sus caras, cómo clavaban al unísono la barbilla en el pecho el día que los sentaron en el banquillo. Y con ser bien triste, cuánto de cómico tenía esa escena de cine mudo. Más que la familia de un electricista parecía la del sacristán. Daban ganas de decirles aquello de don Quijote a los duques: “Ea, ánimo, ánimo, que todo es nada”.
Y en nada acabará quedando todo: lo condenarán, el hombre perderá los casi dos millones de euros que había robado durante treinta años ordeñando los cepos de la catedral y será para los restos no ya “el ladrón del códice”, sino uno de los más porros y ceporros de la historia, pues si no hubiese robado el códice, a lo que le movieron únicamente las ansias de venganza contra su amigo el deán de la catedral, jamás se habría descubierto lo de los cepos y cepillos y seguiría disfrutando píamente de su rapiña. Sólo una duda sigue aún sin resolverse: ¿la condena se parecerá más a la que pide para él el ministerio público (el fiscal), quince años, o la acusación particular (la iglesia), treinta?
Y aquí queríamos llegar. Por los mismos días en que los curas gallegos se mostraban más justicieros y partidarios del César que de Dios, el Papa Bergoglio decía aquella frase que dio la vuelta al mundo. No justificaba con ella los asesinatos de Charlie Hedbo pero parecía comprender a los asesinos: “si el doctor Gasbarri dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!”. Quédese a un lado lo que tiene de desconcertante el hecho de que la Iglesia, que se fundó sobre la doctrina de la otra mejilla, parezca añorar la ley del Talión. Porque, sí, la venganza es humana, pero ¡no normal! De hecho la Ilustración fue posible cuando el hombre empezó a cambiar las normas humanas, divinas, irracionales. Y empezó justamente por la Inquisición, la yihad cristiana de occidente, que fue durante siglos, como sabemos, de lo más normal.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 15 de febrero de 2015]
A propósito de lo que escribe Andrés Trapiello me parece pertinente recomendar la Historia criminal del cristianismo en 11 tomos del gran Karlheinz Deschner, un monumento de erudición y crítica. La editorial Martínez Roca tradujo y publicó 9 de los 11 tomos pero al ser comprada por Planeta el proyecto se esfumó, tal vez en el amplio vuelo de la sotana del deán de Santiago que como todo el mundo sabe es nigromante al menos desde los tiempos del infante don Juan Manuel.
RépondreSupprimerDos párrafos del prólogo a esa "Historia..."
Supprimer<< Indudablemente, la historia en su globalidad es también acción humana única e irrepetible. Sin duda, la dimensión antropológica subrayada por el historicismo, la categoría de la individualidad, tiene sus derechos en esto como en todo: la importancia de la idiosincrasia de una persona determinada, la relevancia del carácter único de los fenómenos. Pero también está lo general, lo común, lo constante, mil veces demostrado empíricamente, sin que por eso sea necesario creer como Hobbes, pongamos por caso, o como Gobineau y como Burke, en la posibilidad de cultivar la historia con la perfección y la precisión de las ciencias naturales; esa historia de la que el mismo Edmund Burke escribió, en 1790 (en sus "Reflections on the Revolution in France"), que estaba hecha en su mayor parte “de la miseria que impera en el mundo por causa de la vanidad, la ambición, la codicia, la venganza, la lujuria, la insumisión, la hipocresía, y todas las demás pasiones desatadas. [...] Estos vicios son la causa de aquellas tormentas. La religión, la moral, las leyes, las prerrogativas, los privilegios, no son más que pretextos”. Y el mismo Kant decía no poder encontrar ninguna intención racional y propia en los hombres y en sus juegos, refiriéndose a “la marcha absurda de los negocios humanos” y afirmando no poder evitar “un cierto enojo cuando uno contempla lo que sucede, por acción y por omisión, en el gran teatro del mundo, y que pese a ocasionales asomos de prudencia, al fin se mezclan en todo la necedad, la infantil vanidad, y también no menos infantiles actos de malicia y afán destructivo; de manera que, en conclusión, no sabe uno qué opinar de esta especie nuestra, tan pagada de sus supuestas prendas”.
Muchos sucesos abonan estas opiniones de Burke y de Kant, sobre todo después de los dos siglos transcurridos. Parece como si la humanidad careciese de capacidad para elevarse y redimirse de la miseria moral. En efecto, lo histórico es el infierno, y la historia la resurrección de lo que no debería volver nunca; un espectáculo ruin, en el que los pueblos (perros encadenados que sueñan con la libertad) mueren más pronto bajo las consignas que éstas bajo los pueblos. De esta manera, gobernar, por lo general, no significa sino impedir la justicia, hacer lo menos posible para muchos y lo máximo para muy pocos; y el derecho tampoco es la precondición de la justicia, sino que sirve únicamente para evitarla y prevenirla. "Summa sumarum": que no se puede hablar de ética a los que sólo creen en la “política de las realidades”. Como dicen los chinos, háblale de ideas a un chacinero y creerá que estás hablando de cerdos. Las ideas no son sino las bambalinas del escenario del mundo; en la escena, mientras unos mueren otros ríen entre bastidores. El militarismo es la mística del homicidio, la historia apenas otra cosa sino negocios, la riqueza pocas veces otra cosa sino el residuo de los crímenes, y mientras los unos se desmayan de hambre los otros están hartos antes de sentarse a la mesa. El hecho de que, cuando salgamos de este mundo, como lamentaba Voltaire, hayamos de dejarlo tan necio y mísero como lo encontramos al nacer, parece todavía una idea soportable ante la sospecha de que dentro de dos mil años aún será tan necio y mísero como lo era dos mil años antes de nosotros. >>
Lo vio fácil y se volvió un acaparador compulsivo, chatarra y papel, además presume de que usó billetes para dar créditos a personas que no consiguen ayuda de los bancos, habría que ver que no puso intereses leoninos ni presionó de mala manera a los que no podían pagar el favor´
RépondreSupprimerEste señor podría ser técnicamente un descuidero, ya que no usó la fuerza de las cosas para robar, teniendo en cuenta que protegió el código y ha devuelto el dinero, tampoco ha pecado de opulencia , una condena de 2 años me parece lo justo.
El fanatismo es un mal, una especie de enfermedad, y el principal problema es la dificultad, casi imposibilidad, de curarla. O sea, de "desfanatizar" a un fanático.
RépondreSupprimerSolemos juzgarlos muy duramente (y se entiende que sea así), pero el fanático es también una víctima de su propio integrismo.
A muchos les fue inculcado de niños, en esa etapa infantil en que se cree a pie juntillas lo les dicen padres, maestros, guías espirituales. Ese ideario fanático se ha instalado en el fondo de su personalidad y ahora les resulta imposible vivir sin él. Sólo así se explica que estén dispuestos a dar su vida, a inmolarse llegado el caso por esa convicción.
Así que fanatizar es fácil, pero desfanatizar es casi imposible. Yo sólo conozco una forma de desfanatizar y es que el fanático descubra por sí otros valores, otros principios, otros puntos de vista, y pueda replantearse así sus creencias.
No se puede desfanatizar a nadie por la fuerza, la única forma es favorecer su acceso a otras ideas, opiniones y estilos de vida. Pero quienes mandan en territorios fanatizados se cuidan de no permitir el contacto con otras ideas, creencias u opiniones, poniendo todo tipo de trabas a la instrucción cultural (sobre todo para las mujeres), al contraste ideológico y a la libertad de comunicación (TV, Internet...).
Así que el problema irresuelto es ¿cómo se desfanatiza a un fanático?
SANDRA SUÁREZ
Hasta para escribir en las frívolas páginas dominicales es conveniente practicar la equidistancia moral.
RépondreSupprimer(1 y 2). 12 periodistas franceses fueron asesinados por el fanatismo islámico y media Europa reaccionó con encendidas muestras de conmoción.
Le damos la vuelta a los números. (2 y 1) y 21 miserables emigrantes egipcios acaban de ser degollados salvajemente por la misma chusma y no despierten apenas interés por tratarse de unos malditos cristianos, en vez de unos defensores de la libertad de expresión. ¿Muertos de primera y de segunda?. Desde luego que sí, para muchos. Cochino politiqueo y demagogia que nos obnubila hasta para medir las vidas con diferente rasero.
Creo que tiene mucha razón.
SupprimerDa bastante vergüenza que lo "políticamente correcto" llegue a discriminar con tanta desfachatez entre seres humanos "interesantes" y pobres almas. Y lo triste, lo lamentable, es que unos nos encadenen a su retórica y la mayoría aceptemos su dictado para mayor gloria de la democracia de salón. ¿Veremos por las calles a algún ingenuo portando la pancarta de "Yo soy cristiano", o solo mola "Je suis Charlie"?
SupprimerNo se confundan.
SupprimerEn Europa los diarios casi no hablan de otra cosa.
Guardian, Independent, Daily Mail, The Times, traen artículos, fotos, comentarios y editoriales en abundancia, también las revistas de opinión y pensamiento.
Que Ud vive en una sociedad muerta, la española, carente de Intelligentsia, de pensamiento, de sensibilidad, de moral cívica, y separada del mundo civilizado por una lengua minoritaria, una especie de Tibet, eso es otra cosa.
http://www.armandobronca.com/una-polemica-sobre-la-contribucion-de-espana-la-cultura-europea-y-universal_16809/
La izquierda surge como espontánea respuesta a la injusta derecha y luego practica la misma inhumanidad. Nos hemos rendido al poder mediático, que es quien dicta sobre nuestra opinión y, lo que es peor, sobre los sentimientos. De haber sido esos 21 desgraciados periodistas americanos, ingleses y canadienses, arderían de ira los diarios y canales de televisión de todo el mundo y no se hablaría de otra cosa, horrorizada la gente de bien ante semejante barbarie. Pero eran ciudadanos de tercera y los demócratas estamos atentos a asuntos más importantes.
RépondreSupprimerEl cristianismo domina el mundo porqué es la religión de los blancos, cuando el ejercito terrorista islámico mató a los coptos hace días la respuesta egipcia fue bombardear, si Mursi y los hermanos musulmanes no hubieran masacrado coptos, seguirían en el poder pero ahora irán al patíbulo.
RépondreSupprimerSobre lo que dice Koldo, muy interesante, veo que Karl Heinz fue un paracaidista nazi convencido, y la Iglesia se adaptó a la maldad de la gente, como todos, y hay una palabra que define la actitud de Roma: aggiornamento, que hay que tener en cuenta.
Con la segura victoria de Jeb Bush el cristianismo será más influyente y exigirá contundencia contra Rusia y el Islam y contra quien sea, España es poco más o menos California, el imperio siempre contraataca, que nadie se sobrevalore y piense ser merecedor de gloria alguna . Cierto es que lo países que van contra los cristianos no tienen acceso a los fármacos, en Egipto el Sovaldi es casi gratis y en Europa y America vale un potosí.
Dos párrafos del historiador Karlheinz Deschner (Bamberg, 23 de mayo de 1924 − Haßfurt, 8 de abril de 2014) en el prólogo a los muchos tomos de su Historia Criminal del Cristianismo.
RépondreSupprimer<< Indudablemente, la historia en su globalidad es también acción humana única e irrepetible. Sin duda, la dimensión antropológica subrayada por el historicismo, la categoría de la individualidad, tiene sus derechos en esto como en todo: la importancia de la idiosincrasia de una persona determinada, la relevancia del carácter único de los fenómenos. Pero también está lo general, lo común, lo constante, mil veces demostrado empíricamente, sin que por eso sea necesario creer como Hobbes, pongamos por caso, o como Gobineau y como Burke, en la posibilidad de cultivar la historia con la perfección y la precisión de las ciencias naturales; esa historia de la que el mismo Edmund Burke escribió, en 1790 (en sus Reflections on the Revolution in France), que estaba hecha en su mayor parte “de la miseria que impera en el mundo por causa de la vanidad, la ambición, la codicia, la venganza, la lujuria, la insumisión, la hipocresía, y todas las demás pasiones desatadas. [...] Estos vicios son la causa de aquellas tormentas. La religión, la moral, las leyes, las prerrogativas, los privilegios, no son más que pretextos”. Y el mismo Kant decía no poder encontrar ninguna intención racional y propia en los hombres y en sus juegos, refiriéndose a “la marcha absurda de los negocios humanos” y afirmando no poder evitar “un cierto enojo cuando uno contempla lo que sucede, por acción y por omisión, en el gran teatro del mundo, y que pese a ocasionales asomos de prudencia, al fin se mezclan en todo la necedad, la infantil vanidad, y también no menos infantiles actos de malicia y afán destructivo; de manera que, en conclusión, no sabe uno qué opinar de esta especie nuestra, tan pagada de sus supuestas prendas”.
Muchos sucesos abonan estas opiniones de Burke y de Kant, sobre todo después de los dos siglos transcurridos. Parece como si la humanidad careciese de capacidad para elevarse y redimirse de la miseria moral. En efecto, lo histórico es el infierno, y la historia la resurrección de lo que no debería volver nunca; un espectáculo ruin, en el que los pueblos (perros encadenados que sueñan con la libertad) mueren más pronto bajo las consignas que éstas bajo los pueblos. De esta manera, gobernar, por lo general, no significa sino impedir la justicia, hacer lo menos posible para muchos y lo máximo para muy pocos; y el derecho tampoco es la precondición de la justicia, sino que sirve únicamente para evitarla y prevenirla. Summa sumarum: que no se puede hablar de ética a los que sólo creen en la “política de las realidades”. Como dicen los chinos, háblale de ideas a un chacinero y creerá que estás hablando de cerdos. Las ideas no son sino las bambalinas del escenario del mundo; en la escena, mientras unos mueren otros ríen entre bastidores. El militarismo es la mística del homicidio, la historia apenas otra cosa sino negocios, la riqueza pocas veces otra cosa sino el residuo de los crímenes, y mientras los unos se desmayan de hambre los otros están hartos antes de sentarse a la mesa. El hecho de que, cuando salgamos de este mundo, como lamentaba Voltaire, hayamos de dejarlo tan necio y mísero como lo encontramos al nacer, parece todavía una idea soportable ante la sospecha de que dentro de dos mil años aún será tan necio y mísero como lo era dos mil años antes de nosotros. >>
VALE
Sinceramente, Andrés, el artículo de hoy me parece bastante flojo. Se sea o no papista, hay que reconocer que ha descontextualizado las palabras de Bergoglio sacándolas de quicio, interpretándolas de forma ramplona, como el personaje llano y prosaico de la calle que usted no es. Siempre critico que ese grandísimo escritor que es Marías en su página del domingo en El País empiece hablando de las flores o del vudú o de Lennon, y cuando tras una constante digresión entre manoletinas y verónicas descubre que le quedan diez renglones para terminar, se precipita velozmente para lanzar el ataque al PP, objetivo, según parece, por el que cobra. En los domingos flan con nata de postre está bien para los muchos golosos, pero no de Dhul.
RépondreSupprimerTambién pienso que esas palabras del papa se han sacado de contexto. Lo importante lo resumió en dos ideas: ninguna religion puede decidir sobre la vida de nadie. Y al mismo tiempo nadie debería reírse de las creencias ajenas. Sencillo y suficiente. Anteponer el comentario de la bofetada es quedarse con la paja y tirar el necesario grano.
RépondreSupprimerIgual que las distancias interplanetarias se miden en años luz, los avances de la humanidad es mejor medir por generaciones que por años, por eso las ideas de Kant o de los filósofos griegos son actuales si sabes interpretarlas. Del fuego a la agricultura se necesitaron posiblemente miles de generaciones y el cristianismo lleva solo 80
RépondreSupprimerla vida es lo mismo que el sueño, o da lo mismo(la vida o el sueño) no pelarsela tanto que es lujuria.
RépondreSupprimersoyunrobo
RépondreSupprimer“Ea, ánimo, ánimo, que todo es nada”
RépondreSupprimer"¿Has perdido el imperio del mundo?
No te aflijas; no es nada.
¿Has conquistado el imperio del mundo?
No te regocijes; no es nada.
Pasa el dolor, pasa el placer.
Apártate del mundo; no es nada.
(Anwari Soheili)
"No justificaba con ella los asesinatos de Charlie Hedbo pero parecía comprender a los asesinos", escribe Andrés Trapiello refiriéndose al papa Bergoglio. Y creo que desvirtúa y corrompe el significado de "comprender", identificándolo de hecho con "justificar" (última acepción), y entrando así en contradicción con el comienzo de la frase. Por supuesto que Bergoglio COMPRENDE. Es obligación casi biológica de todo ser dotado de inteligencia el tratar de penetrar y comprender. Bergoglio considera el conjunto de circunstancias, de causas y efectos que confluyen en los asesinos y determinan un curso de acción. Es lo que debería hacer todo ser dotado de razón. ENTENDER, aprehended y captar.
RépondreSupprimerSe diría que el Sr Trapiello es rehén de la barahúnda judicial española, en la que si sostienes que "no se entiende o no se explica ETA sin el precedente del franquismo", enseguida aparece un inquisidor que te señala afirmando: "Ajá, te pillé, eres etarra o del entorno", y no digamos nada si has enviado un queso a un hermano preso, o si "militas" en un grupo de danzas vascas. Una vez instaurado el aberrante concepto jurídico del "entorno", todo es igual a todo y todo equivale a todo. Así, "comprender" es igual que justificar; lo cual equivale a apoyar y, ya puestos, a participar. Así le luce el pelo al sistema judicial español: marginal, anómalo, aberrante y "tumbado" con reiteración por instancias europeas superiores que aún conservan la cordura.