La caza empezó en tiempos inmemoriales siendo
privilegio de reyes, señores y caballeros. Lo que separaba a los ricos de los
pobres, a los poderosos de los humildes. Símbolo de poder. Cervantes hace que
Don Quijote conozca a los personajes más antipáticos de su libro, los duques,
estando estos cazando con halcones. Las armas de fuego introdujeron en la
guerra, en opinión de Cervantes, y en la caza, algo que envilecía. Las
circunstancias y sus protagonistas, Franco y su corte, convirtieron esta
cacería en un ejercicio de villanos, con su toque.
Hay infinitas maneras de contar una
historia, pero para esta sólo se le ocurren a uno dos y media: empezando por el
principio, empezando por el final y, la media, empezando por la mitad.La primera arranca una fría mañana de octubre de 1959, y la otra, una fría mañana en el Rastro madrileño, de hace unas semanas; la media, de hace cuatro o cinco años, empezaría con una portada del periódico El Mundo.
Seguramente lo más natural en este caso sea la de empezar por el final.
Va uno al Rastro buscando aquello que Walter Benjamin definió como las rebabas de la Historia, hechos y deshechos, objetos, obras, papeles que quedaron a trasmano, rotos o abandonados, y que acaso por ello, por haberse mantenido a salvo de la sobreexposición, muestran más claramente que otros la verdadera naturaleza de lo sucedido. Si como decía Benjamin la cultura está constituida por documentos de barbarie, no hay nada, por pequeño que parezca, que no sea la prueba de un crimen.
Estas fotos aparecieron en noviembre pasado en un montón, entre otras cien o doscientas de escaso interés, procedente cada una quién sabe de dónde. En todo caso, salvadas de casualidad.
En el Rastro todo es azaroso y se dirime en segundos. La gente ve algo, y sabe, sobre todo a primera hora, cuando aquello está lleno de anticuarios, coleccionistas, ganguistas, friquis, revendedores, que ha de decidir muy rápido. Son verdaderos instantes decisivos, en los que quien vende y quien compra, vende y compra a menudo a ciegas, por instinto, sin conocer el valor exacto de las cosas. Es falso que los que venden en el Rastro sepan latín, pero también es falso que lo sepan quienes compran. El instinto, no obstante, tiene su lengua propia y habla por impulsos y en voz baja. Es lo que se conoce como “corazonada”. Una corazonada le dijo a uno que aquellas fotos eran “algo”.
Al llegar a casa, internet hizo su trabajo: “Cacerías. Franco”. Una de las primeras entradas llevaba a “El día que Franco mató 4601 perdices”, un artículo que firmó Jaime Peñafiel en 2010. Apoyaba a cinco columnas en la portada de El Mundo la gran exclusiva: una foto “inédita” en la que se ve a Franco orondo y rodeado de perdices y del tamaño él mismo de una perdiz. Tiempo después Periodista Digital echaba por tierra la exclusiva: la foto se había publicado doce años antes en el libro, ya agotado, que la Diputación de Ciudad Real había dedicado a su autor, el fotógrafo Eduardo Matos.
Matos,1904-1995. Le retrató el gran Bagaría, perdió un ojo antes de la guerra, lo que no le impidió ser fotógrafo, y de haberse quedado en Barcelona el 18 de julio de 1936, hubiera perdido la vida: a su padre lo asesinaron un día después. Buscó una ciudad donde no le conociera nadie. No están claras las razones de su elección, Ciudad Real, ni cómo él, un hombre conservador y muy religioso, logró sobrevivir allí durante la guerra y sortear después las depuraciones. Pero lo cierto es que ya en la posguerra acabó haciéndose una reputación y contó con el respeto de las fuerzas vivas.
Los autores del libro, José González Ortiz y José López de la Franca, cuentan la historia de las cuatro fotos que reproducen en él, entre las que no están muchas de las del Rastro. Tampoco la más importante, que se publica ahora: “18 de octubre de 1959. Una mañana temprano, Matos recibió la llamada de teléfono del Gobernador Civil Utrera Molina: «Señor Matos, dentro de una hora y media pasará a recogerlo un coche oficial del Parque Móvil y le llevará a un lugar para que usted haga unas fotos de su Excelencia el Jefe del Estado. Vaya preparado y guarde discreción absoluta». Una hora y media más tarde, un vehículo lo recoge de su casa y lo conduce hasta el término municipal de Santa Cruz de Mudela, en la Encomienda de Mudela (Ciudad Real), donde Franco estaba llevando a cabo una de la mayores cacerías de su vida y deseaba tener recuerdo gráfico de las 4.608 perdices (al parecer todo un récord) que habían abatido. Matos fue ayudado a subir a una escalera desde donde dominar toda la escena, el Caudillo al verlo bromeó con él, diciendo: «¡Como se caiga el fotógrafo y se mate, lo tendremos que poner entre las perdices!». Matos, que declinó la posibilidad de saludar a Franco, regresó a Ciudad Real en el coche del Gobernador, acompañado de dos policías y dos motoristas. En el laboratorio de su casa positivó el trabajo en presencia de los citados policías; de los positivos que le requisaron, hizo dos copias, una para la Casa Civil de Franco y otra para él, siendo advertido que sus fotografías no podían salir del país ni publicarse en ningún medio. Aquellos negativos fueron posteriormente recuperados por Matos en 1983, en el Ministerio del Interior, donde se conservaban”.
La versión que cuenta Peñafiel es sustancialmente la misma (aunque sin el comentario de Franco y añadiendo que Matos recuperó las fotos a través de Tierno Galván, en 1986, y alguna consideración sobre la patología venatoria de Franco), con la lista de los que se hallaron presentes en aquella cacería. Cita al teniente general Francisco Franco Salgado Araujo, jefe de su Casa Militar: “La parte más débil de Franco resultó ser su desmedida afición a la caza. Se le adulaba por esto y se le facilitaba satisfacer su afición”. La escopeta nacional de Berlanga da cuenta del rito: tráfico de influencias, informaciones privilegiadas, negocios, negociazos y chanchullos... Los santos inocentes de Delibes, lo hace del fondo miserable del señorito cazador. Y la lista de Santa Cruz de Mudela: José Utrera Molina, Aurelio Segovia Mora-Figueroa, José Ramón Mora Figueroa, José María Sanchiz Sancho, Fernando Final marqués de las Almenas, Dolores Sáinz Aguirre, Sra. de Aznar, Cristóbal Martínez Bordiú y Carmen Franco, marqueses de Villaverde, Carmen Polo, Franco, Mateo Sánchez, Conde de Caralt, Fernando Terry, Cirino Cánovas, ministro de Agricultura, y Sra. de Cánovas, Conde de Teba, Fernando Fuertes de Villavicencio y Vicente Gil, médico de Franco.
En esta lista aparecen diecinueve y en la foto figuran veintiocho. Se imponía, pues, una visita a Jaime Peñafiel.
Jaime Peñafiel (1932), redactor jefe de Hola de 1966 a 1988. Es un hombre avezado en el periodismo visceral. Fue él quien compró y publicó, a moro muerto, las fotos de la agonía de Franco, repulsivas incluso para quienes esperábamos entonces, y cuánto, el final de un hombre cuyas últimas palabras (a su médico: “no me deje”, menos heroicas que las apócrifas que circularon sus secuaces: “qué duro es morir”) fueron tanto una súplica como una orden.
Una vieja doncella pulcramente uniformada le deja a uno solo cinco o seis minutos en un grandísimo salón, con tiempo para mirar cuadros, vistas, muebles. El recuerdo de la frase “no es casa, que es mansión”, me hace sonreír. Aparece su dueño. Viene con su amabilidad en la sonrisa, acaso un poco reticente. A nadie le resulta agradable que le recuerden una “brutta figura”. Mira Peñafiel las fotos. “¿Las había visto antes?”. “No, nunca; sólo la que yo publiqué”. “¿Le vendieron sólo esa?”. “Sólo esa, sí”. “¿Quién se la pasó?”. “Un sinvergüenza; no, no te puedo decir su nombre”. “¿La pagó cara?”. “Ya no recuerdo”. “¿Cuánto de cara?”. “Muy cara”. “¿Cuánto?”. “No te lo puedo decir”. “¿Cómo supo el nombre de los que acudieron a esa cacería, si no tenía la foto donde salen todos? ¿Se los sopló el que se la vendió?” “Tengo mis fuentes, pero no te las voy a decir”. Vuelve uno a leer el artículo de Peñafiel: “Este documento excepcional ve por primera vez la luz gracias al historiador José López de la Franca, gran amigo del que fue ilustre fotógrafo y que lo conserva en sus archivos de Ciudad Real”. ¿Serán el “miserable” y de la Franca la misma persona? ¿Cómo de la Franca no le advirtió a Peñafiel que la foto no era inédita? ¿Se pusieron de acuerdo para vendérsela a El Mundo, si es que se la vendieron? Al final uno se decide siempre por las preguntas fáciles: “¿Me ayudaría a identificarlos?”. De los veintiocho reconoce a ocho; él no estaba en aquella, que tuvo lugar el 16, 17 y 18 de octubre de 1959, pero sí en otras muchas cacerías. “A menudo solos yo, con mi máquina de fotos, y Franco, con su secretario. Juntos en el ojeo. Cinco o seis horas. Apenas hablaba. Frases sueltas. Se hacía eterno. En temporada de caza, Franco podía llegar a cazar veinte días al mes.” Duraban dos, tres, cuatro días. Tras la caza, cenas de etiqueta en el cortijo, veladas, sobremesas, cartas. “Fui durante años el único periodista autorizado a asistir a ellas”. Se levanta Peñafiel y vuelve con su libro El general y su tropa (1992), donde, asegura, lo cuenta todo. Todo, en esa clase de libros, suele ser menos de la mitad, y no siempre lo más interesante. Durante nuestra entrevista y desde sus marquitos de plata, de caoba, de fantasía, nos miran atentamente dos o tres docenas de retratos de Peñafiel en compañía de Julio Iglesias, del Sha de Persia, de Farah Diba, de Hussein de Jordania, de la reina Sofía, de la reina Rania, del rey Juan Carlos, todos ya con ese color anémico, exangüe, que se les pone a las fotos en color de hace treinta o cuarenta años. Tiene uno ahora delante el número de Hola de la muerte de Franco. Aquí, en cambio, el color está como el primer día: "La vida del caudillo y del príncipe de España en imágenes. Doña Carmen Polo de Franco: retrato de una dama", se lee en la portada. Busco con la mirada entre las de los marquitos por si en alguna está él con Franco o con la dama. No, no veo ninguna. Peñafiel, que me ha mostrado a los otros, no me señala ninguna de ellos dos. La misma amabilidad del principio preside la despedida. Se va uno con las perdices a otra parte y muchos personajes aún por identificar.
La visita a José Utrera Molina es ya inexcusable.
José Utrera Molina (1926), Gobernador Civil de Ciudad Real, de Burgos, de Sevilla, Ministro de la Vivienda, Ministro Secretario General del Movimiento en 1974. Es la prueba de que cualquiera de nosotros está sólo a tres pasos de conocer a cualquiera, por inaccesible que parezca: uno conoce a alguien, y ese alguien conoce a uno que conoce al que queremos conocer. Alguien conocía a alguien que conocía a uno de los ocho hijos de Utrera Molina. Tres pasos.
Resultó un encuentro muy profesional, cincuenta minutos de reloj, en el despacho de su casa. La presencia en él de una enorme bandera de España, en su astil, del suelo al techo, con un águila negra de tamaño natural; la de Falange, no menos suntuaria, bordada a mano; las cabezas de Franco y José Antonio en bronce y gran tamaño; su propio retrato al óleo con el uniforme de Falange, camisa azul y guerrera blanca cuajada de condecoraciones, y la foto de Hedilla, sobre su escritorio, dicen mucho de un hombre y un despacho que parecen estar proclamando el célebre “Ni me arrepiento ni me olvido”. Su memoria es buena. Por supuesto recuerda aquella cacería en la Encomienda de Mudela, unos cotos propiedad del Instituto de Colonización, o sea, del Estado. “Yo iba por la mañana, cuando empezaba la cacería, estaba un rato y me volvía al Gobierno Civil. Siempre he detestado la caza. Me parecía y me parece cosa de señoritos, una cosa feudal”. Intimidado por las banderas, los bustos y demás no se atreve uno a peguntarle si eso se lo dijo entonces a, no sé, por ejemplo a Franco; o qué le parecía que Franco se hubiese hecho retratar él sólo con las perdices que mataron veinte escopetas, para hacerse la ilusión acaso un día de que se debió sólo a la suya. Decididamente, no vale uno para periodista. Si Giménez Caballero llamó a la estilográfica de Franco “el falo del fascismo español”, qué no hubiera dicho de su escopeta. “Utrera, ¿le parece que veamos las fotos?”. “Sí, las fotos. Desde luego, no se publicaron, pero tanto como estar secuestradas…” Él mismo cree tener una en alguna parte. No sabe dónde. “No, la mayoría no las conocía”.
Le muestro las identificaciones de Peñafiel. “No me hable de ese señor. No voy a decir lo que me parece”. Mira detenidamente con una lupa las que le llevo, y va desgranando algunos nombres nuevos: Benjumea, arquitecto sevillano; Eduardo Aznar Coste, marqués de Lamiaco; el coronel Bahamonde… A veces no recuerda el nombre, pero sí lo que fueron para él: “este dejó mucho que desear”, “este era un adulador profesional”, “Lolita, la más mona”… Al cabo de un rato desiste y se da por vencido: han pasado sesenta años. “De esas fotos creo que sólo quedamos vivos Carmencita [Franco] y yo…”, reconoce sin efusiones.
Sale a despedirme al vestíbulo, frente al reproducidísimo retrato de José Antonio, pintado por del Pino, que perteneció a Raimundo Fernández Cuesta, con el Ausente en mangas de camisa haciendo el saludo fascista. Mirando al retrato José Utrera Molina hace una última confidencia: “Yo desde luego no soy de izquierdas, pero mucho menos aún de derechas”.
Ya en la calle, advierte uno que Utrera y dos de sus hijos, presentes en la entrevista, discretos y respetuosos, han evitado decir una palabra de las fotos. Lo que son en tanto que documentos de barbarie. Lo que cualquiera puede ver. Tal vez la crónica más descarnada de un Régimen que dirigió con mano de hierro el dictador que sembró España de perdices y muertos, sin llegar a distinguir nunca unas de otros. Y 4.601 o 4.608 perdices en un país hundido en la miseria moral y material, el de “La gota de leche” y las cartillas de racionamiento. Es el Régimen posando para la Historia como en ningún otro retrato conocido. La corte franquista. Lo acababa de decir Utrera: “Un gobernador civil entonces era como un virrey”. Y un retrato de familia.
Apareció en el Rastro, entre la mugre, los deshechos y los trastos viejos e inservibles, allí donde Benjamin dice que esperan esas iluminaciones que, como un relámpago, llenan la noche del pasado con una luz no por espectral menos reveladora.
[Publicado en El País Semanal el 15 de febrero de 2015]
¿Una foto, que tampoco aparece en EPS, de Franco posando, él solo, al lado de las cuatro mil y pico perdices muertas? El “perdicidio” lo debió exigir. Qué horror, en cualquier caso, tanta perdiz muerta en perfecta alineación militar; también como surcos de tierra tan dispuestos a tragarse, sin excepción, hasta el último “apuntador”. (¿Muy buen periodista usted quizá por no serlo?).
RépondreSupprimerDó están las plumas de aquellas perdices...
SupprimerMagnífica investigación. El relato y las personas son escenas para una película o un buen documental. Siempre recuerdo cuando leo estas historias cuando vi Los Santos Inocentes, luego leí la novela de Delibes, la publicaron después. La película la vi con mi padre en la Cinemateca de La Habana y al final le pregunté: pero y esto existe, es posible? Parecía increíble, él, que había viajado por España la última vez en 1953, situó la posibilidad entre los sesenta y los setenta pero nos aseguró que era posible que todavía (en los 80) en muchos lugares existieran todavía ese tipo de relaciones. Y en ese mismo pueblo que conozco porque viví allí, Santa Cruz de Mudela, en medio de las dehesas preciosas, los olivos y cipreses, en medio de muchos terrenos de señoritos, le disparaban con perdigones a los pobres que sin tener para comer trataban de cazar algún conejo en la época en que Franco cazaba sus miles de perdices. Estos cuentos los escuché muchas veces. Un pueblo pequeño pero que vivió una posguerra dura y donde los nietos saben quién o qué familia maltrató o denunció a sus parientes. Quizás todavía es pronto en España. Muchos que vivieron la guerra civil y la posguerra mantienen una especie de pudor y una voluntad de silencio, de olvido. El dique de contención que instauró la democracia no cabe dudas que fue la única posibilidad, pero lo que resulta incomprensible es que los restos de los fusilados continúen en las cunetas. Francia recupera los restos de los soldados de la Gran Guerra que comenzó hace cien años. Proyecta monumentos, encuentras viajando por el norte los cementerios alemanes, italianos, ingleses y norteamericanos, con los jardines cuidados y siempre alguna información sobre la batalla o las circunstancias. Por qué no es posible en España recuperar, enterrar, analizar lo que sucedió, crear archivos, centros de documentación. Un museo que sirva para guardar la memoria, los testimonios de la guerra.
RépondreSupprimerY fueron felices porque comieron perdices o, gracias a la cocina ancestral española, las escabecharon. Si solo hubiera sido un cuento...
RépondreSupprimerEl archivo Matos esta el CECLM-UCLM, alguna de las fotos esta en línea: http://biblioteca2.uclm.es/biblioteca/ceclm/websCECLM/matos/index.htm
RépondreSupprimerInteresante sería ver la actividad de los 5 aerodrómos privados con que cuenta la provincia para los cazadores. Los oligarcas europeos cazan aquí, pero Matos no está para hacer la foto. J.M. Barreda publicó su tesis "Caciques y electores" ¿Para cuando la actualización? Banqueros, rusos, principes, famosos, pero ricos de veras.
El próximo martes, sin ir más lejos, Crítica publica "40 años con Franco", un recordatorio didáctico de aquel tenebroso acontecer expresado desde diferentes ámbitos.
RépondreSupprimerNo menos que el pasado quizá nos debiera preocupar no llegar a reproducirlo jugando al futuro con una bola de cristal, tan viscerales los habitantes de este país que ni con el agua al cuello nos queremos poner de acuerdo para achicar.
¿Con Franco o sin Franco?
SupprimerAndrés aunque casi siempre me encanta lo que escribe, como lo relata y su amor por la naturaleza, he de reconocer que no estoy nada de acuerdo con su forma de ver y analizar la caza.
RépondreSupprimerSin conocerle, me da la sensación de que es por desconocimiento, ya que por lo que yo he leído de su obra si la conociese, en su forma tradicional, con los ritos y con el amor al campo que subyace dentro sería un gran apasionado de aquello. Lo que plantea usted es una visión llena de tópicos, completamente urbanita y sesgada. Ojala algún día pueda sentarse con verdaderos cazadores, seguro que también a dos personas de distancia, para que pueda por lo menos tener una visión menos parcial de este asunto.
Y lo de mezclar poder con caza es algo completamente trasnochado, la caza la practican miles de personas desde los mas ricos a los mas pobres. Es como si a alguien no le gusta la vela y crítica a los supermillonarios por la sus veleros. El mar no es de ricos ni de pobres, igual que la caza.
PD: Por cierto consulte los libros de Medem que se llaman 100 años de perdiz en ojeo si quiere reconocer a los de la foto. Y relea tanto 20 años de caza mayor de Yebes como El Solitario de Foxá. Dos libros de coleccionista.
Resulta extremadamente fácil, a la par que injusto arremeter contra Franco cuarenta años después de muerto por razón de una simple fotografía de caza. Espero con fruición la próxima crónica de la fotografía en la que aparecen el prevaricador Baltasar Garzón, junto al Ministro socialista de justicia Fernández Bermejo delante de los cadáveres de una veintena de venados. Al peso, algo más que las de la foto del Caudillo. Un "acto de barbarie" y un ejercicio de villanos, ¿no?. http://blogs.periodistadigital.com/24por7.php/2008/05/16/bermejo-monteria-caza-ministro-justicia-897
RépondreSupprimerEn fin. A moro muerto, gran lanzada. En este caso, a cuenta de una leyenda que no es tal y por una fotografía que podría encontrar parangón en los 40 años de régimen constitucional, por rojos, azules y blancos.
Seamos un poco más serios y menos sectarios. Porque si no, dejamos de ser creíbles.
Cordiales saludos
Por cierto, D. Andrés,para completar la crónica de aquél día, una anécdota narrada por José Utrera Molina que, en justicia, también debería conocerse, ya que se hace escarnio del jocoso comentario de Franco sobre el fotógrafo:
RépondreSupprimerPodía contar infinidad de anécdotas y hay una que no me resisto a ocultar. No es trascendente pero sí muy significativa. Estábamos en la Encomienda de Mudela, donde Franco se había trasladado con motivo de la celebración de una cacería de perdices. Me correspondía como gobernador –recientemente nombrado- estar de servicio compartiendo en conversaciones dispersas las distintas opiniones que sobre diferentes asuntos manifestaban muchos asistentes a la cacería. Uno de los cazadores que parecía tener cierta relación de confianza con el Jefe del Estado me llamó aparte y me preguntó si yo era aficionado a la caza. Le contesté que no. “Entonces –me dijo- aquí se va a aburrir mucho”. A continuación, en un tono jocoso se dirigió a Franco y le dijo: “me dice el joven gobernador que no ha cazado en su vida y le he dicho que se va a morir de aburrimiento en Ciudad Real”. Franco le dirigió una mirada tan severa que su interlocutor se excusó. “Solo era una broma” –le dijo- pero Franco no se conformó y le contestó malhumorado: “Una broma no, acaba Vd. de decir una impertinencia. El gobernador no está aquí para asistir a ninguna clase de frívola ocupación sino a servir causas más ilustres. En Ciudad Real está todo por hacer y no tendrá tiempo de aburrirse”.
Según creo, quien firma LFU es, precisamente, hijo de José Utrera Molina, exministro de Franco a quien hace amplia referencia el artículo. Pulsando sobre sus iniciales puede accederse, por ejemplo, a un blog suyo titulado "Arriba", y que se abre con una frase de José Antonio. Desde estos datos, quizá se entienda algo mejor la postura que aquí manifiesta. Y el valor que pueda tener su petición de que seamos (todos, supongo) "menos sectarios".
SupprimerEn efecto, Anónimo. Es muy fácil conocer mi identidad, que no la suya. Soy alérgico a los sectarismos de toda clase y la frase a la que alude la podría suscribir cualquier persona de bien, "Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". Por lo demás, el autor de este blog, a quien conozco, cuenta con mi respeto, al margen de eventuales discrepancias.ideológicas que seguramente sólo sirvan para enriquecernos y no para separarnos. Así que su comentario, "Anónimo" es un ejemplo de sectarismo y de prejuicios.
SupprimerDónde puedan estar el "sectarismo" y los "prejuicios" que LFU me atribuye, júzguelo el amable lector. Como se verá, yo me limito a dar datos, que él mismo confirma, y a decir que pueden arrojar alguna luz sobre sus opiniones. No califico de ningún modo ni a unas ni a otros. Aquí tiene, hablando de José Antonio, otro dato, que no hay que ir a buscar nada lejos; está en este mismo blog. En el enlace que copio, podrá ver una fotografía tomada, como allí se explica, con ocasión del traslado de sus restos desde Alicante hasta El Escorial, en 1941 (el Valle de los Caídos, donde luego se depositaron, no existía aún). Como verá en la foto, la entrada por donde han de pasar dichos restos está engalanada con banderas nazis. Como antes hice, me limito a proporcionar el dato y la prueba; los juicios, o prejuicios, los dejo a quien lea y vea. El enlace: http://hemeroflexia.blogspot.com.es/2012/04/entre-miedo-y-asco.html
SupprimerLos cazadores. que cacen con arco y flechas, el caso es todos están subyugados por el Rifle. Esos rifles deberían estar en armeros especiales y no en manos de gente a la que no le importa la vida de los demás seres y les tiene en sus casas.
RépondreSupprimerEn balada triste de trompeta retratan muy bien lo de la caza de franco, fiel reflejo de una decadencia política extrema
No me gusta la balada triste de escopeta
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