ANTES de cerrar por vacaciones este almanaque hasta el primero de septiembre (aunque se seguirán trayendo aquí cada lunes los artículos publicados en el Magazine de La Vanguardia la víspera), antes de ello, decía, no querría uno despedirse sin haber dicho al menos tres palabras de cada uno estos tres libros. Los tres son de autores del Sur, que es de donde debería ser todo el mundo o adonde debería viajar todo el mundo, de creer a Eliot, al menos una vez en la vida, como a la Meca. Se publica hoy el primero, mañana el segundo y el martes próximo el tercero, después del cual este servidor de ustedes se despide hasta septiembre.
1. Juan Bonilla. Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral, 2013). Una novela, que como todas las buenas novelas acaba teniendo un poco de todo, comedia y tragedia, miseria y compañía. Claro que no siempre las cosas en ella son lo que parecen, porque tiene de novela tanto como de biografía de Mayacosqui (por escribirlo de la manera más futurista que se me ocurre) y de crónica de la época (una de las más siniestras del siglo XX, aquella en la que se identificó vanguardia artística con vanguardia política, las dos caras del mismo monstruo, el totalitarismo. El totalitarismo político en Europa fue más o menos derrotado el día que cayó el muro de Berlín; el totalitarismo artístico campea aún en todos los comités centrales de los museos y medios de comunicación del mundo). Bonilla ha querido contárnoslo todo con el lenguaje más adecuado. Ha pensado, "si ellos pintaron bigotes a la Monalisa e iban por el mundo reventándolo todo y sacudiendo la badana a los que se les ponían por delante, ¿por qué no le voy a tocar yo un poco los güevos a Mayacosqui, a Marinetti, a Lenin y a su puta madre?". Las comillas no son de Bonilla, pero el tono y habla del libro son esos, y no podría ser de otro modo. Es uno de sus mayores aciertos, junto al propiamente narrativo: la novela no se puede dejar. Bonilla les ha salido más futurista que ninguno. Mayacosqui, Marinetti, Lenin y su puta madre pensarán en sus tumbas (el único sitio donde acaso piensen, porque aquí pensaron poco y mal): "Cría cuervos". Yo no he leído en ninguna otra parte una crónica de aquella época más divertida, sagaz e inteligente que la de Bonilla. Pero vivimos en un país que no se ha enterado aún de dos cosas, nos recuerda Bonilla, por si lo habíamos olvidado: que todo ese cuento de la revolución rusa y las vanguardias es uno de los más tenebrosos que se le ha ocurrido al ser humano, y que hay que ir pensando en ir dándole a las cosas un nombre más apropiado: camelo (el futurismo), asesino (Lenin), soplón, delator y poeta de quinta fila (Mayacosqui). Todo eso sin acritú, como la leche que corta el café, haciendo su dibujo. Quiero decir que Bonilla aquí y allá trasluce una vaga nostalgia de todo ello, la nostalgia que sentimos de mayores por los cuentos de la lechera que nos contamos y comamos a otros siendo jóvenes. La joven Europa acabo quitándose la máscara un día: una calavera. Esa es la primera cosa: qué suerte hemos tenido con no haber vivido aquella época ni conocido a aquellos sovietarios peligrosos. La segunda: que si este libro, sin cambiar una tilde, hubiese aparecido en España como traducción de un autor, por ejemplo, sajón, cartaginés o galo, estaríamos hablando de un libro de culto, aplaudido en todas partes. Bonilla ha hecho lo que tenía que hacer. Que esta época haga lo que hacen las épocas, o sea, estorbar, y a nosotros que nos quiten lo leído.
Sanlúcar de Barrameda, 19 de junio de 2013 |
"... la nostalgia que sentimos de mayores por los cuentos de la lechera que nos contamos y comamos a otros siendo jóvenes."
RépondreSupprimer“Contamos y contamos”, parece. A comer llevó la errata. Contemos, pues, que en la pizarra del Bar Pries, frente al Cementerio Inglés de Málaga, por primera vez en nuestra vida hemos visto una humilde metáfora (continuada, la calificaría quizá algún profesor): “HAY RABO DE TORO CON BARRERA DE PATATAS”.