Nos esperan en los pliegues revelaciones que no hallamos en campo abierto, meridiano. Ha ocurrido en uno de los pliegues de este libro, Los confinados, que a su vez lo fue en quién sabe qué librería de viejo, de qué ciudad, de qué tiempo, de un para mí desconocido Juan Antonio Pérez Mateos (Plaza&Janés, 1976). Tiene uno la sensación de que lo poco que ha llegado a saber de esto o de lo otro le ha venido de la misma forma azarosa, al doblar una esquina, al desdoblar un papel, al plegar una tarde antes de guardarla en el sobre de la noche a la que iba dirigida. Se habla en este de muchos confinados, desde Unamuno y Soriano a Peces-Barba, Morodo o Elías Díaz, a los que Franco embarcó en confinamientos de veta berlanguesca, pasando por el doctor Albiñana, Hedilla, Ridruejo y tantos otros. Al hacerlo de Unamuno, el autor reproduce una carta suya a uno de los amigos de la isla, don Ramón Castañeyra Schamann. La carta es de fecha muy posterior a su confinamiento en Fuerteventura, en realidad sólo tres meses antes de que estallara la guerra civil, ocho antes de su propia muerte, del 22 de abril de 1936. Nuestra cabeza está también llena de pliegues, se diría, en la que se entierran, como semillas, ideas de otros, caídas allí quién sabe cómo, cuándo, de la mano de qué sembrador, con secreta antelación. Yo no conocía esta carta y sin embargo, cuántas veces ha repetido uno algo parecido sin poder citar la fuente: “Veo esto muy mal. Lo que toma aquí fuerza es algo que no se da ya en la Europa civilizada (???), y es el socialismo, en el fondo anarquista, de la CNT, y de otro lado crece el fascismo. Y uno y otro en una forma peor que de barbarie, de estupidez. La degeneración mental es espantosa. Están arrastrando a los mayores unos chiquillos corporalmente de 17 a 23 años, pero que mentalmente no llegan a los cinco años”. La República bajó de 25 a 23 la edad para poder votar, por tanto la guerra acabaron haciéndola quienes ni siquiera habían pasado por las urnas, convencidos de que no era preciso pasar por ellas para traer a España una revolución o una contrarrevolución. Nada más. Queden aquí esas líneas proféticas como un pliegue nuevo de Las armas y las letras que parecen llamadas a plegarse y desplegarse hasta el infinito, como toda búsqueda de una verdad difícil, que tampoco hallaremos nunca en campo abierto.
Todo es cíclico y burlón en nuestra historia. Y de la misma manera que un día abundan -porque así lo vemos o así lo consentimos- las calles, las personas desalmadas; al siguiente, no mucho más tarde, vuelve a amanecer con otro tono.
RépondreSupprimerLa historia no es la que se hace. Es la que cada instante vamos forjando cada uno de nosotros.
Un saludo.