RASTRO, 3 de abril, 2011. Esta mañana, a la vista de todos, para su liquidación, compareció el trabajo de un hombre, cuanto fue su vida. Era fácil imaginar, imaginarlo, sesenta, setenta años, sentado en su banqueta, detrás de su mesa, doblado por el peso de la luz, como una de esas figuras de Rembrandt, Spinoza, quizá. Se saldaba su taller de relojero, las cajas como Cornells ya ultimados, sus herramientas, martillos, calibres, berbiquíes, limas… Ante todo aquello, sólo una certeza: alguien ha muerto. De otro modo, ¿se habría desprendido de lo que fue su sueño? ¿Pensó que su vida acabaría aquí, dispersada por un golpe de azar? En cada cajita el universo, en realidad, los engranajes, volantes, resortes, ejes, ruedas, rubíes que precisa un universo para moverse majestuoso, grave y silente dentro de otro. Cuánto orden aún en el desorden de la venta. Apenas duraron estos misteriosos objetos en la batea sobre borriquetas que el almonedista sacó a la calle. Unos se llevaron unas cosas, otros otras, cada cual las suyas, en unos minutos, sin porfías ni regateos, sin hablar, minucioso laborar de un hormiguero. Se habría asegurado que el tiempo para el que fueron creadas, el tiempo futuro que no llegaron a medir nunca, se deshacía como ceniza, en tanto que el pasado de donde procedían, se volvía indestructible, hecho piedra, como un fósil. Aquí, ahora, contigo, cada pequeña pieza de acero, minúsculas algunas como semilla de amapola, las flores de esta primavera lluviosa. Crecen al margen, del mismo modo que el nuestro es un tiempo en la cuneta. Y sientes que has de hacer con tanta viruta tu propia casa.
Qué extraña sensación de tristeza surge al encontrar pecios como los del relojero. Imagina uno a su dueño destripando mecanismos y ajustando tic-tacs totalmente abstraído del mundo, encorvado sobre su torno. Es la misma melancolía que nos invade al encontrar una foto descolorida perdida entre las hojas de un libro viejo rescatado de una librería de lance.
RépondreSupprimerQuizá sea el desconsuelo dever que hasta los objetos más humildes nos sobreviven.
El tiempo es diferente para cada cual, precisamente, porque cada cual es diferente respecto a él. ¡Enhorabuena por partida doble!
RépondreSupprimerImpresionante, emocionante, tremendamente realista. Un placer leerte, Andrés.
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