11 septembre 2012

Tenía que haberle dicho

SE publicó anteayer en EPS una entrevista con Aaron Sorkin, el guionista de la memorable serie televisiva El ala oeste de la Casa Blanca. Habla en ella de muchas cosas interesantes, la mayor parte relacionadas con la realidad y la ficción. 
Como no podía ser de otro modo en quien confiesa que su libro de cabecera es el Quijote, ha comprendido que el principal problema del hombre contemporáneo no es no distinguir entre algo real y algo ficticio, sino entre la verdad y la mentira, por no referirnos a todos aquellos que tratan de presentarnos, por razones espúreas casi siempre, la ficción como la única verdad. Sorkin es un maestro de los diálogos, a menudo ingeniosos e inteligentes (esto no siempre es un oxímoron), y por ellos le pregunta la entrevistadora, Rocío Ayuso. Sorkin le responde: "Mis diálogos no pretenden ser reales. Lo son. Es como hablaría la gente si tuviera el tiempo suficiente para pensar lo que quiere decir, si les dieras media hora para responder". 
Eso es exactamente la literatura, lo que la hace en cierto modo superior a la realidad al convertirse en el lugar en el que todos acabamos encontrando tarde o temprano las palabras adecuadas. El lugar donde se nos acoge hospitalariamente a aquellos que nos pasamos media vida llegando a nuestra casa abatidos o furiosos, mascullando después de habernos encontrado con este o con aquel: "tenía que haberle dicho..." sólo porque no se nos ocurrió decírselo a tiempo. O sea, el único y mágico lugar donde todo sucede a tiempo, la conjunción en la que el autor, el lector y los personajes, la ficción y la realidad, se ponen en fila como los planetas.


El Rastro, 9 de septiembre de 2012

13 commentaires:

  1. Manuel Cañedo Gago11 septembre 2012 à 00:35

    La literatura no es sólo una reducción del mundo representada en letras; es la hospitalidad infinita.

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  2. No me extraña leer "razones espúreas" porque yo siempre utilicé ese calificativo para denominar a lo falso, lo bastardo, lo adulterado. Hasta que un día descubrí que la RAE lo ignora y, en cambio, incorpora espuria como el término adecuado.
    Ahora tengo la oportunidad de que alguna docta voz me aclare esta perplejidad (o supina ignorancia mía)

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  3. Bella entrada. Te sigo leyendo. Un abrazo y gracias por tus palabras.

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  4. ayer en ABC, Sorkin:
    —Los diálogos son inteligentes y agudos. ¿Se rodea siempre de gente tan inteligente?

    —Sí. Esa es la única forma de hacer un guión. Me obligo a rodearme de gente que es más inteligente que yo. Crecí con gente que era más inteligente que yo y realmente disfruto con el sonido de la inteligencia. Yo no la poseo, pero tengo la habilidad de imitarla fonéticamente.

    Me quedé con la copla: "imitarla fonéticamente".

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  5. La verdad, la de cada uno, asoma al cerrar la puerta de la calle y quedar el individuo a solas con los propios pensamientos: uno encuentra entonces lo que hay. Ni más ni menos. Verdad o mentira. Realidad o ficción. Allá cada quien.
    Me parece que nada importante depende de una frase concreta, pronunciada, escrita o callada. La trayectoria de años habla por sí sola del grado de libertad con que se vive y se deja vivir.


    Un abrazo. Y hasta siempre
    .

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  6. Las relaciones entre realidad y ficción son complejas. Para empezar, la realidad se desarrolla en el tiempo de manera narrativa, o sea, que es como una novela, sólo que es real. En cierto modo es la única novela absolutamente a-ficticia.

    Por otro lado, la ficción tiene que parecer real, o sea, ha de ser verosímil. La realidad, en cambio, puede permitirse el lujo de ser increíble (lo que aprovecha a menudo).

    De otra parte, la realidad suele superar a la ficción en inventiva, pues tiene una imaginación desbordante. Lo que le falta frecuentemente es sentido del ritmo y del estilo.

    Las historias reales superan generalmente en calidad a la ficción. Uno de los libros que más me han gustado está publicado por Paul Auster y en español se tituló "Creía que mi padre era Dios". Es una recopilación de historias reales enviadas por la gente a una radio de Estados Unidos, contando el suceso más impactante o desgarrador de sus vidas. Auster se limitó a recopilar las historias. Y ya digo, es mucho mejor que cualquier ficción literaria.

    (Hoy en zUmO dE pOeSíA publicamos un poema de Charles Bukowski.)

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    1. CREÍA QUE MI PADRE ERA DIOS

      LO QUE VOY A CONTAR sucedió en Oakland, California, al final de la Segunda Guerra Mundial. Yo tenía seis años. No sabía entonces lo que era la guerra pero sí era consciente de alguna de sus consecuencias. El racionamiento, por ejemplo, ya que yo tenía una libreta de racionamiento con mi nombre. Mi madre la guardaba junto con las libretas de mis hermanos. Recuerdo los apagones, las alarmas antiaéreas y los aviones de combate volando sobre mí. Mi padre era patrón de un remolcador y recuerdo que hablaba de buques de transporte de tropas, de submarinos y de destructores.

      También recuerdo que mi abuela llevaba tocino a la carnicería para ser reciclado y acudir al edificio federal que estaba en el centro de la ciudad para arrojar los restos de papel de aluminio por las ventanas que habían acondicionado para tal fin en la fachada que daba a la calle.

      Pero lo que mejor recuerdo es al señor Bernhauser. Era nuestro vecino de atrás y era especialmente malvado y antipático con los niños, además de ser grosero con los mayores. Tenía un ciruelo italiano cuyas ramas colgaban por encima de la valla trasera de nuestro jardín. Si las ciruelas colgaban de nuestro lado, podíamos cogerlas, pero Dios nos librara de traspasar esa valla. Se desataban truenos y centellas. Nos gritaba e insultaba hasta que alguno de mis padres acudía a ver qué era todo aquel alboroto. Normalmente venía mi madre, pero aquella vez lo hizo mi padre. El señor Bernhauser no le caía bien a nadie, pero mi padre le tenía una manía especial porque nunca nos devolvía los juguetes y las pelotas que caían en su jardín. Así que allí estaba el señor Bernhauser gritándonos que nos fuéramos al infierno y dejáramos su árbol en paz, cuando mi padre le preguntó qué era lo que pasaba. El señor Bernhauser tomó aliento y lanzó una diatriba contra los niños ladrones, los transgresores de la ley que robaban fruta y contra los monstruos en general. Creo que a mi padre se le colmó la paciencia, porque lo que hizo a continuación fue gritarle al señor Bernhauser que se muriera. El señor Bernhauser dejó de gritar, miró a mi padre, se puso colorado, después morado, se llevó la mano al pecho, se puso gris, se fue doblando lentamente y cayó al suelo. Que mi padre le gritase a un viejo miserable ordenándole que se muriera era algo que escapaba a mi comprensión. Creía que mi padre era Dios.

      Recuerdo que Ray Hink vivía al otro lado de la calle. Estábamos en el mismo curso y su abuela vivía en el piso de arriba. Era una ancianita pequeña que siempre llevaba un vestido de cuello alto. Se sentaba al lado de la ventana con unos prismáticos de ópera y vigilaba el vecindario. Si nos portábamos bien, nos dejaba mirar por los prismáticos y oler los pétalos de rosa que guardaba en un jarrón de alabastro encima de una mesa. Decía que los pétalos de rosa venían de Alemania y que el jarrón era de Grecia. Una tarde me dejó sus valiosos prismáticos y me puse a mirar la calle. Llegó un taxi y un joven alto y delgado, vestido de marinero, descendió del coche. Estrechó la mano del taxista, que acababa de sacar su petate del maletero, y supe inmediatamente que se trataba de mi tío Bill que volvía de la guerra. Mi abuela bajó la escalinata del portal y le abrazó. Estaba llorando. Recuerdo las estrellas que colgaban en las ventanas de las casas de nuestros vecinos. Mi abuela me dijo que era porque habían perdido a un hijo en la guerra. Yo estaba contento de que no hubiese ninguna estrella en nuestra ventana. Aquella noche celebramos una gran fiesta en honor del tío Bill. Me fui a dormir feliz porque mi tío había vuelto a casa sano y salvo. Nunca volví a pensar en el señor Bernhauser. ROBERT WINNIE, Bonners Ferry, Idaho.

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  7. Desconozco a qué llamamos realidad. Salvo que lo hayamos visto con nuestros propios ojos, todo lo que ocurre, su verdad o su mentira, se asienta fundamentalmente en un acto de fe hacia quien nos lo relata. Creemos o desconfiamos de una versión según nuestros intereses, que siempre son el color del cristal con que vemos las cosas.
    La verdad tiene una breve vida. Apenas cinco minutos después de suceder cualquier hecho y ya lo esencial ha desaparecido, embellecido, enmascarado o desfigurado por la fantasía o los intereses. El pudor, el miedo, la generosidad o la malevolencia, las buenas o malas pasiones, se arrojan sobre el hecho y lo hacen pedazos.
    La literatura supera a la vida en verdad porque intenta dar cuenta de las pasiones y los intereses que giran alrededor de los hechos, cosa que le es posible desde el distanciamiento con respecto a uno mismo. Ese producto decantado es la esencia de la verdad, aunque se presente en un relato ficticio y siempre que el escritor sea honesto.

    Y sobre ficciones disparatadas, que en nada intentan parecerse a la realidad, literatura sobre la literatura, ya que Zumo cita a Bukowski, nada mejor que leer Pulp, una especie de parodia surrealista y disparatada sobre las novelas negras. Refrescante lectura que, aún en su buscado delirio, nos deja entrever algo sobre la fundamental realidad de la condición humana

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  8. sí, la literatura permite lo que hacían las televisiones antiguas: dar el partido en diferido. Dar la vida en diferido, es decir, ponerle el tapón al desagüe del fregadero q es la Vida, elevar así un rato ese flujo, a costa de detener un momento el turbio remolino.
    saludos

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  9. Me parece un comentario muy interesante que en pocas palabras incide en la esencia. Enhorabuena.

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  10. Cada uno tiene su verdad y creemos en nuestras mentiras, nuestro estado de consciencia nos viene dado y puede cambiar incluso por motivos cosmológicos . La literatura y el cine son las grandes artes , ayudan a ver las intenciones ajenas y sobrevivir .
    Chao

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  11. Mi respuesta iba dirigida al amigo del Pozo. O yo o la informática han distorsionado el asunto.

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  12. Señor Trapiello: Agarre usted ese espejo de una vez, unos cuantos paseos más por las aceras ¡y a su mechinal! Bien presente en la entrada de hoy, supere ya del todo su carácter secundario (que dicen los psicólogos) y en un par de años ¡tendremos la gran novela del Rastro! Best seller, además. Baroja y algunos más estamos con usted.

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