HACE casi 35 años, en 1980, recién publicado, envié Junto al agua a María Zambrano. Creo que nunca respondió a aquel primer envío; no podría asegurarlo. Tal vez sí. Respondió a otros posteriores. Habría que buscar sus cartas. No la vi más que en una ocasión, en aquella medio chambre à bonne que le habían encontrado en la calle Maura a su vuelta del exilio. Hace unos meses un amigo me hizo llegar la fotocopia de tres folios autógrafos de Zambrano hablando, en realidad divagando, de aquel libro.
Aparecen ahora publicados en el VI tomo de sus obras completas (Galaxia Gutemberg), dedicado a sus escritos autobiográficos. Al ver con su letra el título de aquel libro, mi nombre y todo lo demás, siente uno... no es fácil decir lo que ha sentido.
Son anotaciones balbucientes en letra vacilante, y sin embargo no dejan de conmoverle a uno. Me digo, aquella mujer, ya anciana, le presta atención a los versos de un joven. Ha leído el libro, parece, con atención; desde luego, con aplicación, pues ha copiado muchos versos de poemas del principio, del medio, del final ("Nocturno Atlántico", "Continentales", "Caída", "Los límites del valle", "Canon"); ha encontrado también algo que ha despertado en ella emociones vivas, entre recuerdos que creía perdidos, muertos acaso. Y siente uno sorpresa y gratitud por la atención y la aplicación de alguien que tenía con lo suyo propio tarea que atender, en cualquier caso alguien que había escrito algunos libros muy firmes y a quien no importaba dedicar unos minutos de su tiempo al libro de versos balbucientes, vacilantes de un joven que quiso enviárselos como reconocimiento a cuanto había recibido de ella por entonces, aquel pensar suyo tan natural, hondo, poético, misterioso.
Hay un poema de María Zambrano que, en cierto modo, podría estar inspirado en el poema de A.T. Al menos a mí me lo parece:
RépondreSupprimerBajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas?, sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
(Si pudiera, pero hundirme... )
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. (Era tu gloria.)
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;
no llego hasta la nada.
En la azotea.
RépondreSupprimerLas estrellas derraman
sus aguas negras.