CUALQUIER persona medianamente culta tiene una idea
aproximada de qué es una greguería y quién fue su inventor, y sin embargo
ninguna de las dos cosas resulta fácil de dilucidar.
Vamos a intentarlo. La palabra greguería existía de siempre,
los lectores de Galdós, por ejemplo, y los de Azorín, se la pueden encontrar en
sus libros. El diccionario ilustrado de Calleja de 1914, cuando Gómez de la
Serna empezaba a escribirlas, dedica a greguería media línea: “Algarabía
(vocería confusa)”. En 1970 el Drae añadió: “Agudeza, imagen en prosa que presenta una visión
personal y sorprendente de algún aspecto de la realidad y que ha sido lanzada y
así denominada caprichosamente hacia 1912 por el escritor Ramón Gómez de la
Serna”. El primer acierto de Ramón, gran publicista
(“Publicidad, reina del mundo. Yo te saludo”), fue, pues, dar con esa palabra.
En cuanto a lo otro: aunque él dijera que era “la más
caudalosa y original de mis invenciones”, no es verdad. Existen greguerías
desde Homero. Cuando Heráclito dice que “el tiempo es un niño que juega a los
dados”; cuando Góngora escribe “erizo es el zurrón de la castaña” o Cervantes
“las gargantas de los pies” (tobillos) o cuando Lichtenberg se pregunta
doscientos años antes que Ramón “¿Por qué serán tan bellas las viudas jóvenes
vestidas de luto? (indagación)” o dice que “Hasta los muertos dan la vuelta al
sol una vez al año”, están greguerizando. Y aquí viene el segundo gran acierto
de Ramón: le roba la cartera a todo el mundo, haciendo bueno aquello de que en
literatura el plagio sólo está justificado si va seguido de asesinato. Antes de
él la gente no sabía qué era una greguería ni que las estuviera escribiendo,
por lo mismo que las manzanas se caían del guindo desde los tiempos del Paraíso
Terrenal, pero sólo desde Newton, conociendo al fin las leyes de la gravedad,
pudieron hacerlo más tranquilas. Y después de Ramón, cualquiera que escriba una
greguería o algo que se le parezca, habrá de pagarle royaltis a él.
Acaba de ver la luz su Total de Greguerías. Para hacernos una idea de lo
que significa esto, hay que contar algunas cosas más. Este es el penúltimo de
los tomos de unas obras completas monumentales que empezaron a editarse hace
veinte años bajo la dirección de Ioana Zlotescu, que le ha dado literalmente su
vida a este proyecto en una editorial, Galaxia Gutenberg, cuya heroicidad sólo
es comparable a la de Zlotescu. La edición, preparación y estudio de este tomo
ha estado a cargo de Pura Fernández, una de las grandes ramonistas, y su
trabajo es, en tres palabras, sobresaliente, exhaustivo, ejemplar. Porque
50.000 greguerías son palabras mayores. Bastaría resumir aquí su extenso y bien
documentado prólogo para probarlo. Aunque, la verdad, a mí lo de las 50.000
casi ni me impresiona, si es verdad lo que cuenta el propio Ramón, quien dijo
muchas veces que sólo publicó “un cuatro por ciento” (¿y por qué no un cinco?)
de las greguerías que escribió. O sea, que al final iba a tener razón Pla
cuando dijo que Ramón había escrito “tres o cuatro mil millones de
greguerías”.
Da igual, lo que tenemos en este tomo es colosal, y
fascinante. El libro se ha montado con el Total de greguerías que su autor publicó en 1962,
poco antes de su muerte, suma de los casi veinte libros de greguerías que
publicó a lo largo de cincuenta años, más o menos unas cinco mil páginas. Gómez
de la Serna se pasó la vida metiendo y sacando, “barajando”, greguerías
antiguas de esas recopilaciones, conforme a criterios personales y coyunturales
(por ejemplo, las pías fueron sustituyendo paulatinamente a las sacrílegas), al
tiempo que seguía publicando las nuevas en periódicos de España y América hasta
un año después de su muerte, no porque ganara batallas como el Cid después de
muerto, sino porque había abrumado de tal manera a los periódicos con sus
originales, que aquellos no daban abasto a quitárselos de encima. Porque en
aquel tiempo, después de la guerra y habiendo pasado ya Ramón por el palacio de
El Pardo, en visita al Caudillo, muchos periódicos y editoriales no le
publicaban, sino que se lo quitaban de encima como podían. Algo de la amargura
que le causó esto se puede ver en su Automuribundia, uno de los libros más tristes de la
literatura española.
Íbamos diciendo que este tomo se ha montado con lo que Gómez
de la Serna entendía que tenía que ser un Total de greguerías, pero a este, y después de
compulsar todas las conocidas, eliminar las repetidas, elegir entre las
parecidas y demás, Pura Fernández ha añadido otro tanto, unos mil o dos mil
millones más, sumando aquellas que su autor fue dejando fuera, las que
traspapeló, las que se le escaparon e incluso las que escribió durmiendo, y en
todas ellas (no, no las he leído todas, y si me apuran creo que Gómez de la
Serna tampoco), en todas, decía, está su sello. No todas son geniales, desde
luego, porque nadie puede ser sublime sin interrupción, pero por cualquier
parte que abra uno este libro se hallará con un relámpago, una idea genial, la
pedrea de una sonrisa, a veces el premio gordo de una carcajada. Pongamos menos
de un cuatro por ciento, digamos un uno: quinientas greguerías geniales es más
de lo que nos ha dejado Heráclito. Sí, después de Ramón, el mundo no sabemos si
es mejor o peor, pero sí más completo.
Y ahí vamos. Hace unos años, con el propósito de hacer una
antología para consumo propio, leyó uno aquel Total de greguerías de 1962, y marcó las que le
gustaron (en parte son las que se publican aquí). Otros han hecho también sus
antologías personales, y en todas descubrimos greguerías que no supimos ver con
nuestros propios ojos. Quiero decir que a cada lector le están esperando sus
propias greguerías. Como en el Rastro, los tesoros están hechos a nuestra
medida. Por eso diría que no sobra ni una de los tres o cuatro mil millones de
las que escribió y dibujó. Eso sí, conviene leerlas en pequeñas dosis, como las
yemas de San Leandro. Y no porque empachen, sino porque juntas se acaban
anulando unas a otras y perdiendo sus propiedades.
Y llegados a este punto tal vez sea el momento de
preguntarnos qué es, de verdad, una greguería. “¿Explicarla? Amo la greguería
inexplicable”, dijo el propio Ramón (por lo demás se pasó tratando de
explicarla y explicársela toda la vida en prólogos y artículos). Tiene que ver
con el aforismo, con el haikú, con la poesía, con las metáforas, con los
tropos. Suelen ser, al menos las mejores, una “misteriosa analogía”. Algo que
no era, y que después existirá para siempre. La greguería sólo es posible tras
una mirada promiscua. Cuando Ramón escribe “soda: agua con hipo”, decimos:
normal. Pero cuando en otro lugar señala que “el pie dormido sabe a sifón”, ha
dado un paso más, ha pasado del mundo sensorial al de la memoria, a la manera
de Proust. El propio Ramón sabía que no era fácil definirla. Las hay de muchas
clases, y él las distinguió de los “trampantojos, miradas, momentos,
observaciones, mentiras, intermedios, incongruencias, gollerías, variaciones…”,
invenciones también suyas, porque cuando eres Edison no te conformas con haber
patentado sólo la bombilla o el fonógrafo. Y tenía una idea de que la
greguería, como la vida, aunque termina mal, empieza casi siempre en un juego.
En la cubierta de una de las primeras
antologías (1927) se ve en un dibujo al propio Ramón entre frascos y una
probeta. Se da a entender con ello que hay quizá una fórmula magistral, como la
de los boticarios, para escribirlas. Y eso que vale para muchas, mecánicas, de
serie, a las que se les ve el truco, como a los magos sin pulso, no sirve para
las mejores. En el estudio de Luis López-Medina, también incluido en este
volumen, se compendia su origen, la inmensa popularidad que proporcionaron a su
autor y su consagración en Europa, la fortuna que hizo el género (¿quién no ha
escrito alguna vez una greguería? A Ferlosio, por ejemplo, le debemos una memorable:
“(A la manera de Ramón). Tan sólo el rótulo de la estación dice de veras el
nombre de la ciudad: lo demás son citas, más o menos fieles, de ese único texto
original”) y, por último, su clasificación. Esta, es, claro, ilusoria. Cada
greguería es una huella digital de Ramón (incluso las que no son suyas), todas
se parecen mucho y todas son distintas. Sólo sabemos que son frágiles, tanto
las que están aquí, como las que no han aparecido o se han ido (Ramón temía que
las que se le iban por no anotarlas a tiempo “se van a la desmemoria y no
volverán ya nunca”). Yo las dividiría, con permiso de los profesores, que no
han reparado en esta taxonomía, en dos grandes grupos: las cortas y las largas.
A uno las largas, como decía Azúa también de las cortas, suelen parecerle muy
largas, dando pases y pases, sin entrar a matar. Es en las cortas sin embargo
donde acaso está la medida de su talento, más allá de lo real (“Los negros
tienen voz de túnel”); del calambur: (“Se le pone otra hache a Sánchez y es
Shakespeare”), o incluso de lo poético (“El ciprés es un pozo que se ha hecho
árbol”). Es cuando llega más lejos: “Si ha caído el rayo, el aviso del trueno
sobra”. Se diría que aquel hombre, que se retrató a sí mismo en otra greguería
(“El genio es toda la paciencia y toda la impaciencia reunidas”) y que a veces
daba la impresión de no estar a la altura de su propio genio, jamás olvidó que
“lo que hay que lograr al escribir es pillar a la muerte y a la vida
abrazándose”. Así sucedió en su vida, y así sucede en este libro que le
representa tal vez mejor que ningún otro de los suyos: la vida y la muerte, dos
pasos del mismo baile, un “agarrao” distinguido.
[Publicado en El País (Babelia) el 12 de mayo de 2014]
RGdelaS, Las 636 mejores greguerías. París, 1927. Viñeta de Bon |
Excelentes e ilustradoras reflexiones sobre la obra de Ramón. Gracias.
RépondreSupprimerEl hombre pasa de gaseosa a sifón. El impotente es un sifonero. Sinforosa es la mujer del Sifonero.
RépondreSupprimerYa lo leí el sábado en Babelia y me gustó mucho. A mí la greguería que más me gusta es "Cuando espantamos las palomas, nieva al revés".
RépondreSupprimerAunque, como se dice en el artículo, ya desde Homero se hacían aforismos, fue Ramón el que realmente creo la "gregería" como la conocemos. Un libro como el publicado por GG, es en verdad, un libro interminable, se puede leer por cualquier parte y nunca tendrá fin. Un libro fragmentario que puede llegar a ser infinito.
RépondreSupprimerDespués de Ramón el mundo es más completo. Es imposible decirlo mejor. Es, también, el halago más alto que puede dedicársele a un poeta.
RépondreSupprimerJuan Bonilla
Lo que más valoro del gran Ramon es su sentido del humor , aparte de virtudes artísticas y demás . La gregueria también es una viñeta literaria que critica males varios , creo es el escritor de ideología surrealista más importante de España . Fue una pena que Buñuel no pudiera llevar a termino el guión que escribió Ramón para él . El libro de fotos de Chema Madoz con greguerías de Ramon es súper recomendable .
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