ESTO no es sólo literatura. Como acaso sepa el lector de esta página, lleva uno publicados dieciocho tomos de una obra que para muchos son diarios, para el autor una novela en marcha y para algunos otros una diarivela, ya saben, como la bacía de aquel barbero que don Quijote y Sancho acordaron llamar baciyelmo para tener la fiesta en paz. También sabrá ese lector que no es uno dado a confidencias sentimentales aquí ni a hablar de sus propios libros, ni de esos que algunos especialistas etiquetan como “literatura del yo”, ni de ningún otro suyo. No sería extraño tampoco que ese lector haya enviado alguna vez una carta al Magazine preguntando por qué uno habla de sí mismo como “uno” y no como “yo”. Quizá me entienda si digo que me gusta ese “uno” porque es la mínima expresión del yo, en realidad algo a medio camino entre el tú y el yo, para no cansarme a mí de yo, ni a ti de mí.
El yo es un mal invento, acaso uno de los más peligrosos del romanticismo, como la dinamita, y su mal uso nos mete de lleno en egolatrías y egoísmos devastadores. Principalmente cuando el romanticismo se embarca en la construcción de un yo identitario, colectivo, llamado pueblo, en cuyo nombre no dudará en hacer saltar por los aires la convivencia y la solidaridad. Es entonces, para justificar sus voladuras, cuando el romanticismo echa mano de la Historia, proyectada hacia el Futuro en base a pasados idílicos tan fiables como nuestros recuerdos de la paradisíaca estancia en el útero materno.
Del yo, el menos. Decía Antonio Machado que lo esencial en la poesía no era tanto el yo como el tú, un tú que él llamó precisamente “esencial”, suma de todas las personas del verbo. En el poema estamos todos igualmente representados, el poeta y el lector, pero también cuantos no leen poesía por ignorancia, por falta de medios, por desprecio. Y al igual que sucede en la poesía, debía constituirse todo en este mundo, individuos, comunidades de vecinos, ciudades, naciones, alrededor del tú, no del ombligo. La distancia que media entre el tú y el yo es la que hay entre “todo es de todos” y “¿qué hay de lo mío?”. Lo más chistoso (es un decir) es que los partidarios del “¿qué hay de lo mío?” suelen serlo también de “lo mío, mío, y lo tuyo, a medias”. En muchos casos, claro, agitando la bandera del “nosotros, el pueblo”, y poniendo su yo a buen recaudo en una caja fuerte. ¿No lo crees así? Ya somos dos.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de septiembre de 2014]
Al final es siempre una cuestión de dinero: no quieren compartir su mayor riqueza (puesta de manifiesto porque, al tener en Cataluña los ciudadanos más ingresos que en el resto de España, la aportación por IRPF de los catalanes es superior al promedio de los españoles).
RépondreSupprimerClaro que eso pasa también a los demás niveles, y es posible que los ciudadanos de Barcelona aporten más tributación que los de Lleida, etc. E igual a nivel municipal: los barrios céntricos aportan más tributos municipales que los periféricos.
Pero precisamente la progresividad fiscal es un instrumento esencial de redistribución socioeconómica, que debería ser defendido por cualquier persona de izquierdas.
Así las cosas, una puede entender que la derecha (CiU) apoye el referéndum fragmentador, pero lo inconcebible es que un partido que dice ser de izquierdas, como ERC, fomente el egoísmo antisocial.
La izquierda y el nacionalismo son conceptos autoexcluyentes, que se repelen entre sí al resultar incompatibles y antitéticos. Nadie puede ser nacionalista de izquierdas, al igual que el agua no puede ser seca ni el fuego puede estar congelado.
Así pues, todos sabemos que ERC, de "esquerra", sólo tiene el nombre.
Tres.
RépondreSupprimer¡Ay, los nombres!, más o menos nominados.
RépondreSupprimerMEJOR es ver su rostro que oír su nombre. (Proverbio Zen)
Me gusta ese "uno", que por otro lado emplea también Ruano en su diario íntimo, aunque no deje de ser, en cierto modo, una manera elegante de evitar ese yoísmo cansino, impopular y ególatra. Con el "uno" encubrimos al "yo" (al que enviamos como a dar una vuelta), pero además es una manera de hacer partícipe de nuestro sentir al lector, pues el "uno" también suele ser manera de marcar la impersonalidad ("Aquí uno vive bien" = "Aquí se vive bien"). Digo yo (o uno).
RépondreSupprimerLos unos, los otros, los mismos
RépondreSupprimerEsto me recuerda el chiste:
RépondreSupprimerAquí todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío...