SE inauguró ayer en la Galería Guillermo de Osma una magnífica exposición que lleva por título "Retratos. De Toulouse Lautrec a Eduardo Arroyo". Figuran en ella obras, además de las de los dos citados, de Vázquez Díaz, Man Ray, Picasso, Solana, Gaya, Ricardo Baroja, Bores, Torres García, Alberto García Alix, Dis Berlín o Carlos García-Alix, entre otros muchos. Abre el catálogo este escrito.
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De todos los pintores acaso sea Velázquez el
retratista por antonomasia. Nadie parece haber llegado tan lejos. Ortega y
Gasset, en el estudio que le dedica, sostiene que la pintura es esencialmente
arte de retratar y este, “la primera gran revolución (…) que hace que la
pintura toda fuese retrato”. Se alude con ello quizá a la capacidad del arte
del retrato para traer a un mismo plano lo real y lo que está más allá de lo
real, ya que en todo verdadero retrato hay siempre algo metafísico; dicho de
otro modo: un retrato hace visible lo invisible.
Aunque la historia nos hable de épocas en las que
las gentes parecieron sentir predilección por otros predicados de la pintura
(las naturalezas muertas en los siglos XVI y XVII, la mitología en el siglo
XVIII, los paisajes en el XIX o los enredos estéticos en el XX), no ha habido
ninguna en la que no se haya considerado el arte de retratar como el más
excelso, sofisticado y valioso de cuantos instrumentos tiene el hombre a su
alcance para conocer y recordar, es decir, para ahondar en el secreto que trae
consigo a este mundo el ser humano y para perpetuar su memoria en aquellos
otros que habrán de sucederle.
Siguiendo la idea orteguiana, Ramón Gaya, que tantas
páginas memorables nos ha dejado sobre el pintar, recuerda que “se ha pensado –en ese vivir por fuera
que se acostumbra– que el “retrato” es un... género, como se ha pensado que lo
es también el “paisaje” y eso otro que suelen llamar “naturaleza muerta”; pero
el retrato no es un género, un género especial dentro de la pintura, un
apartado suyo, ni siquiera un tema suyo; el retrato es tan sólo un
fragmento de esa totalidad que viene a ser la naturaleza real viva; una naturaleza que no
podemos abarcar de una vez y afrontaremos por lo tanto poco a poco, trozo a
trozo, sin que por esto ella deje de ser única, sola, indivisible”.
La contemplación del mar o del fuego o la de tal o
cual paisaje sublime o la de ese misterioso rincón de nuestra existencia
cotidiana nos llena a menudo el alma de admiración y gratitud inefables. Puede
incluso exaltarla hasta extremos desconocidos. Pero ninguna contemplación tan
misteriosa y perturbadora, sin embargo, como la de un rostro humano. La intriga
y la fascinación que nos produce y su fragilidad ha llevado a los artistas a
tratar de fijarlo de una manera categórica, ejemplar, y para ello tan
importante es que la apariencia del retrato se aproxime razonablemente a la del
retratado, como que el fondo del retrato se nos dé en toda su complejidad. A
poca verdad que haya en él, todo en nosotros despierta. Nos preguntamos: ¿quién
es?, ¿qué quiere de nosotros?, ¿qué podemos hacer nosotros por él? Y todas
ellas son preguntas que no acabarán jamás de responderse de una manera
perentoria. Quiero decir que si el retrato responde a su propósito de darse por
entero mediante el parecido (el retratado es también un autorretratado que se
mira en el espejo del artista) y la revelación (dándonos lo que estando a la
vista no era visible), seguirá eternamente vivo, y como vivo, con su misterio a
cuestas, perfecto e imperfecto, que decía Juan Ramón Jiménez, completándose
eternamente.
Pero sucede que no siempre nuestra vida, acelerada y
distraída, “por fuera”, nos permite detenernos con todos y cada uno de esos
rostros vivos que pasan a nuestro lado, como tampoco los demás podrían
detenerse ante el nuestro. De ahí la importancia de los retratos de los
artistas, tanto los que hacen ellos a otras gentes como los que se hacen a sí
mismos. Viene a suceder con ellos algo extraño y feliz: detienen el tiempo y
muestran toda la minuciosa urdimbre no sólo de esa vida que representan, sino
la nuestra misma. Si “El niño de Vallecas”, la desvalida criatura velazqueña,
subyuga a tantos es no sólo por descubrir nosotros en ella su expresión
angélica en un cuerpo inhábil y una mente devastada, sino por mostrarnos lo
cerca que se encuentran la pureza y la dicha de la animalidad, de lo
irracional, y, por tanto, por recordar que nada hay tan humano como aquello que
está a punto de perder su naturaleza humana, perpetuamente amenazada.
Cuando un pintor o un fotógrafo en su expresión más
alta y noble nos dan testimonio de un rostro, están sacando, pues, a la luz no
sólo lo que de personal y genuino tiene ese ser, haciendo visible lo invisible
de él, sino todo aquello invisible nuestro, aquello que nos hermana a ese ser
extraño, como si, finalmente, todos y cada uno de los rostros fueran el mismo
rostro. Así lo percibimos en el caso excepcional del aludido niño de Vallecas:
él representa a toda la Humanidad, y por tanto, está hablando en nombre de
ella.
Por eso, viendo un gran retrato de alguien, no
importa el estilo o el siglo en que fue realizado, sentimos en lo más hondo que
todos somos esx, y que esx es todos, tanto si hablamos de Inocencio X o de
Gertrude Stein, del Baudelaire de Nadar o de la mujer que Dorothea Lange vio
durante la Gran Depresión americana. En todos los casos también ellxs nos están
interpelando: ¿quién eres?, ¿qué quieres de nosotros?, ¿qué podemos hacer por
ti?. Andrés Trapiello.
Ricardo Baroja, Autorretrato. Acuarela. |
La exposición es preciosa. Habrá que verla en la galería. Mientras tanto para el que esté interesado dejo este enlace con el catálogo en pdf de la misma.
RépondreSupprimerhttp://guillermodeosma.com/PDFS/retratos.pdf
Andrés, hablando de retratos, creo que esto le va a encantar:
RépondreSupprimerA.L.: "¿Quién ha pintado una Familia Real? Es como escribir 'Guerra y paz'"
Abrazos
David Fdez.
En efecto, me encanta. Sólo que Tolstoi escribió Guerra y paz en cinco años, y eso porque hubo de escribirla setenta después de los hechos que narra. De haberlos tenido delante, como ha tenido ese pintor a sus modelos, supongo que habría tardado un par de meses a lo sumo. Saludos.
SupprimerUn retrato nunca va a ser capaz de aflorar lo que está oculto en el fondo de la psiquis del retratado... Entre otras razones porque lo estaría igualmente para el retratista pero, sobre todo, porque el lenguaje pictórico (pigmentos, colores, destreza manual) tiene sus límites expresivos, del mismo modo que la música, por sublime que sea, no puede informar del pensamiento del autor. Un escritor -o un poeta- sí dispone de instrumentos más afinados para dar cuenta de lo que pudiéramos llamar su alma.
RépondreSupprimerEs muy común aproximarse a la obra de arte en actitud reverencial y un poco papanatas. Por lo general, el pintor (por centrarnos en un tipo de artista plástico) no se platea esos fines de prospección psicológica, no trata de vestir al modelo con atributos suyos, no pinta criptogramas..., sino que despliega un oficio (que tiene mucho de artesanal) que le gratifica y en el que se divierte hallando resultados que no preveía, y que van surgiendo en el soporte según avanza la obra. En ese perpetuo descubrir, en la insatisfacción por lo hecho, está la entraña de lo que es pintar, aquí y ahora.
Porque, muchas veces, quienes hacen la crítica pictórica, los llamados impuestos en arte..., casi nunca han pintado y no saben lo que pasa por la cabeza de un pintor convencional (que puede ser excelente): se nota cuando sí lo han hecho, porque huyen de interpretaciones gaseosas y metafísicas, para centrarse en los valores intrínsecamente plásticos.
Además, hay que tener en cuenta la enorme -y a veces esplendorosa- contribución de las corrientes abstractas e informalistas, que han llegado a dejar patente dos cosas: que la pintura es en SÍ un valor autónomo, sin tener que condicionarlo al parecido (mímesis), ni a interpretaciones literarias, ni a instancias que trasciendan al mundo de lo visual. TODO lo demás, lo pone el espectador, y eso es cosa suya.
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RépondreSupprimerCon su permiso, me parece un malabarismo muy frívolo despojar a la pintura y a la música de los poderes "profundos" que solo tiene la literatura. Jamás había oído una conclusión tan precipitada ni conocía la superficialidad del pintor, cuyos pinceles, por lo visto, los utilizan las manos de unos cerebros de sensibilidad limitada. Por otra parte, papanatas genuflexos, como bien dice, están igual de repartidos entre todas las artes. ¿O es que A la recherche, el Ulysses, o Rayuela, por poner solo algunos ejemplos, los han leído todos los que juran haberlo hecho? Yo creo, Germ, que no le interesa demasiado la pintura y de esa forma inconsciente le atribuye "intelectualidad" exclusivamente al escritor, como si la plasmación en el óleo de la realidad, bien de forma mimética o a través de la libre interpretación, fueran el fruto de un proceso creativo de segunda categoría.
RépondreSupprimerAmigo Cancio, yo no digo que la pintura no tenga "poderes profundos", sino que tiene aquellos que le son propios y no los de la música ni la literatura. Y que un pintor no tiene por qué ser un intelectual. En años de arduo aprendizaje, una de las premisas que recuerdo como más recurrente de parte de mis maestros era la de que "la pintura NO es la literatura", queriendo decir con ello que cierta "moralina", ciertas connotaciones problemáticas, la interpretación "psicológica" de lo pintado no es más que empeño SUBJETIVO y no unívoco.
SupprimerSe me olvidó decirle, Cancio, que conozco a una persona (nada especial como quiera que se la mire) que dice que "Rayuela" es una novela que le hace disfrutar como pocas: lee en el orden aleatorio que recomienda Cortázar y jura que lo pasa pipa. Ahí (y en las otras obras que cita) le doy la razón, amigo: no he podido meterles diente sin sufrimiento... Y si se sufre, pues a cambiar de lectura, que nos vamos a ir para el otro barrió sin haber abierto muchísimos libros prodigiosos.
SupprimerSaludo cordial. José Cancio.
Hay magníficos escritores que no tienen nada de intelectuales: son simples artesanos de la palabra más o menos sofisticados en la comunicación de su pensamiento, tampoco siempre trascendente.
SupprimerYo también le saludo.
« LA VIRGEN DE LA MOSCA
RépondreSupprimerFue buscando unos datos que me pidió un amigo cuando cogí un libro que tiene mi padre, “Tesoros artísticos de España”, y descubrí en una de sus páginas una pintura (...).
Iba a pasar la hoja cuando creí ver una pequeña mancha en el dibujo. Instintivamente le di con la uña, suavemente, pensando que pudiera ser algo que se hubiera pegado. Pero no. Por más que raspé, aquello seguía allí.
Pensé que tal vez al autor se le había ido la mano... Entonces se me ocurrió pensar que a lo mejor el fallo estaba en la editorial que había impreso el libro.
Ea, ya me había quedado más o menos tranquila con mi deducción cuando bajé un poco la mirada y tropecé con el título del cuadro: “La Virgen de la Mosca”.
Al principio me quedé un poco perpleja pensando en vaya nombre curioso que le habían puesto a la Virgen. No lo había oído en mi vida. Seguí leyendo (...).
Volví a subir la vista y me fijé más detenidamente en la pintura. No había duda. La manchita que me había llamado la atención se encontraba precisamente en el manto de la Virgen. Así que no era un error de imprenta, ¡sino una mosca! Qué cosas.
Y pensar en todo lo que se puede aprender por una mosca...
(...) Además de la Virgen (y de la mosca), aparece un Niño Jesús (...) y una señora que contempla el juego entre Madre e Hijo. A su izquierda hay un clérigo (creo que será clérigo, no lo sé). (...) A los pies de la Virgen, en primer plano, una chica joven aparece señalando unos renglones del libro que está leyendo. El cuadro es una maravilla... En conjunto no es nada triste... Pudiera representar a la reina Isabel la Católica. La cosa no deja de ser interesante, porque la verdad es que se le parece muchísimo. »
(“Piti”, una chica de instituto. Málaga, 1981-82)
En el comentario de "Piti", ni una palabra que trate de PINTURA; es como esos malos guías que sufrimos cuando visitamos algún museo de Iglesia: se despacha con un alud de datos que nada informan de la calidad de la pintura; la misma descripción pudiera darse ante un adefesio de la "escuela de Borja". Es como si leyendo la sinopsis de una película nos bastara para hacer un juicio de calidad.
SupprimerEntiéndase que no critico -todo lo contrario- a Piti, que a sus años bastante hace con interesarse por el arte. No puedo ser tan indulgente con los adultos que argumentan como ella.
Para entender de pintura y arte en general se necesita tener inteligencia visual , por eso aplaudo la respuesta de José . No podemos comulgar con ruedas de molino , escribir solo bonito no vale , lo importante es generar credibilidad .
RépondreSupprimerSin lugar a dudas, me quedo con el mundo de Dis Berlin.
RépondreSupprimerSí, pero esa inteligencia visual se adquiere tras años de inmersión en el mundo del arte, cuyas excelencias son menos evidentes de lo que parece. Para mí, tiene mucha importancia haberse ejercitado en aquel; entonces estará uno dotado para el análisis técnico. Casi siempre, ante la obra de otro, surge la pregunta de : "¿Como ha ha resuelto este detalle?"; cosas que pasan desapercibidas al espectador común no se le escapan al artista, de modo que son dos miradas distintas y una sola obra a disfrutar. Por eso es tan necesaria una enseñanza secundaria que dé la importancia que merece al arte, en todas sus manifestaciones.
RépondreSupprimerTampoco vale solamente "lo bonito" (término inexistente entre los que saben de pintura): en lo "feo" se condensa buen parte de los valores pictóricos.