26 avril 2014

Cabo de Gata

TIENE de bueno este desorden de Las Viñas, que se encuentra uno en él con libros que había olvidado tener, incluso algunos en los que había mediolvidado que había escrito. Ha ocurrido con este del fotógrafo Pérez Siquier, Al fin y al cabo, en el que colaboraban también un gran número de poetas y para el que le pidieron a uno el prólogo. Es el que va a continuación, con algunas de las fotografías de Pérez Siquier, que prueban tantas veces aquello de que la realidad imita al arte, sobre todo al llamado abstracto.
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CABO DE GATA
Uno de los lugares más misteriosos de este mundo. Extraño lo que en él sucede. Casi nunca nada. Todo. Lleno y vacío. El sol y la luna, codo con codo, haciendo guardia. Lo solar, lo lunar, un doble envés, la misma mano. En el mar. En las lomas peladas, desérticas. Aquello que eternamente parte y regresa, y lo que trabaja con fe para ser ruina. Las olas, castillos en el agua. Los molinos, aire que piensa. Cuánta ruina en el mar, y cuánta en tierra firme. Cada piedra, cada canto rodado tiene allí forma de un sueño, y cae en lo más hondo, como se enciende en la inmensidad de la noche una sola bombilla, valiente y solitaria, de eremita o de barco. Acaso las dos cosas al mismo tiempo, una ermita flotante, un barco anclado sobre un monte. Cuántas cosas contrarias se barajan. El azul y su ausencia. La sal y el agua dulce. Frente al mar, la tierra dura y yerma. Y en la erosionada superficie donde los huesos de animales errantes se blanquean a la intemperie, huesos de hombre y de bestias ya mezclados, las más pequeñas flores vivas, puntadas de un tapiz, letras de un salmo. Lugar remoto que se queda dentro, más cerca que un latido. Pocos parajes tan solitarios habrán dado a un alma tanta compañía. Aquel extremo de un llegar que es origen, principio, y es origen, principio, de un llegar extremo, de un misterio. Y como en todo misterio, la puerta que se abre, cierra otra estancia. 

En muchos de los poemas que se recogen en estas páginas, en muchas de estas fotografías, hay algo de todo esto. Se diría que los poetas convocados aquí, incluido entre ellos el fotógrafo, otro poeta, tratan de dilucidar el misterio de ese lugar, el Cabo de Gata, tan fascinante. No conoce uno a nadie que habiendo estado en él, no haya quedado impresionado para siempre, convencido de haber llegado a un confín que va por delante, como el horizonte, inalcanzable y a la mano.

Leamos las páginas en las que el Cautivo cuenta en el Quijote su vuelta a España. Habla el Cautivo. Habla, como sabemos, Cervantes de sí mismo de ese modo elegante de no hablar de sí mismo. Los dos llegaron a playas levantinas. Los dos llegaron, quiero pensar ahora, al Cabo de Gata, ya que de haber desembarcado donde ellos lo hicieron, no lo reconocerían. Probablemente, viendo en qué hemos convertido aquellos parajes, profanados y de qué modo, habrían dado media vuelta, a su naufragio. Sólo en lugares como este Cabo de Gata, cada vez menos frecuentes, sentimos que ha sido conservado lo primigenio. La palabra del Cautivo. Lo sagrado. La metafísica, lo que está más allá de lo conocido. El metafísico Cabo de Gata tiene aún la rotunda cadencia de un hexámetro griego, el temblor que experimentaron tantos volviendo de los baños de Argel, desde la muerte. Y sentimos en él lo que acaso sintieran los cautivos: que aquellas desiertas playas eran el Occidente del Levante del que venían, el levante de unos recuerdos que ya nunca podrán olvidar. Para quien viene de África, esto es Europa; para quien llega de Europa, esto ya es África. Y de ese modo los faros marítimos parecen confundirse aquí, y sólo aquí, con las antiguas torres de los vigías, lo que lanza al mar un haz de luz y lo que mete en tierra la voz de alarma. La hospitalaria luz, la inhóspita voz. La luz que guía a los cautivos, la voz que previene del corso a los que acaso no valorarán su libertad hasta que la pierdan.

Esa es, creo, la razón por la que tantos poetas, desde hace ya tantos años, llegan atraídos a este lugar, reclamados por ese abismo al que ellos prestan oídos, el abismo del reconocimiento de cuanto somos, el abismo del extrañamiento de cuanto fuimos, un abismo profundo, hacia lo hondo, y un abismo en altura y luminoso. El traje en que se presenta a nosotros, tan singular, tan único, el árido paisaje, el mar inmóvil, las playas de piedras negras, los parduzcos yerbajos azotados por el viento, las tristes alquerías, el bostezo entre las lomas de una casa encalada, la risa incontenible de un árbol verde desafiando él sólo al desierto que avanza, no son sino un modo humano de hacer visible lo que parece estar destinado a otra parte, a otro tiempo, a otra vida.

Por tal razón puede llamarse a este lugar Lugar de la inminencia, del acontecimiento, lo que nunca deja de suceder, habiendo sucedido; lo que no dejará de suceder porque esté sucediendo.




Fotos de Pérez Siquier, del libro Al fin y al cabo (VV.AA. Prólogo AT. CentroAndaluz de Fotografía, 2008)


3 commentaires:

  1. El cabo de Gata siempre me retrotrae a Pepe da Rosa , " del cabo de Gata hasta Finisterre , hay que ver la gente como está con Jotaerre " , de ahí a Dallas y a JFK . Nunca estuve en el parque de Gata pero seguro está en estado de SOS. , bonitas fotos .

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  2. Más disfrutable en primavera u otoño que en verano. Del pueblo de Rodalquilar (cercano al más turístico San José) salen senderos que llevan a la antigua mina de oro y a parajes muy bonitos, entre ellos el Cortijo del Fraile, donde ocurrió el hecho en que se basó Lorca para "Bodas de sangre". También en Rodalquilar, espléndido jardín botánico con cactus y otras plantas de clima casi desértico.

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  3. Lo del macro complejo el Algarrobico en Gata es de traca . Espero que los andaluces no callen y apoyen a Greenpeace y otros movimientos éticos .

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