SE presentó ayer en La residencia de Estudiantes el libro Arquitectura española del exilio (Ed. Lampreave, 2014), que coordinaron Juan José Martín Frechilla y Carlos Sanbricio, de quien es el prólogo y uno de los capítulos más novelescos del libro, Por darle ese adjetivo demasiado noble para la Urss: el dedicado al arquitecto Lacasa, exiliado allí.
Lo que dijo uno ayer en esa presentación, a propósito del exilio, lo ha contado uno en otras partes y no será cosa de repetirlo aquí. Quede resumido en una frase de Onetti, que recoge y glosa Sambricio: "Cuando natura no da, exilio no presta. Y lo que natura da, el exilio no quita".
Por lo demás, en 2007 se hizo una exposición sobre este mismo asunto, y esto fue lo que escribió uno en el Magazine correspondiente, con el título de "Cerrilismo español".
Y algo extraño: en el libro presentado, que es el mejor sobre ese asunto de los publicado hasta hoy, no aparece ni rastro de Jordi Tell, del que habla uno. Se ve que tiene uno ojos más de poeta y novelista que de académico. Seguramente Tell como arquitecto era irrelevante. Como persona, toda una novela.
* * *
.El jefe de la oposición se ha opuesto muchas veces y de diversas maneras a la ley de memoria histórica, pero ninguna acaso más triste que cuando reiteró su desdén a las víctimas: “Todo el mundo va a querer desenterrar sus muertos”, dijo. Y, sí, en efecto, sobre todos los que los tienen en una cuneta o en la fosa común. Pero no querría uno hablar ahora de esas exhumaciones dolorosas, sino de otras bien diferentes.
Hace unos meses tuvo lugar en las metafísicas galerías de los Nuevos Ministerios de Madrid una rara y excelente exposición sobre los arquitectos españoles exiliados como consecuencia de la guerra civil, que sus responsables titularon con elegancia “arquitecturas desplazadas”. La vimos de una manera no menos metafísica, literalmente solos, un sábado por la mañana, quizá, porque a diferencia de otras disciplinas, la arquitectura en fotos y maquetas es poco vistosa política y culturalmente. Algunos de aquellos arquitectos, como Sert o Lacasa (y qué apellido este tan galdosiano para un arquitecto), fueron lo mejor que dio la arquitectura de este siglo, pero el exilio descabaló la vida y la obra de la mayoría de ellos, que a trancas y barrancas las rehicieron como pudieron y donde les dejaron: Orgaz, Rafael Bergamín o Esteban Marco y hasta un total de cuarenta y nueve fueron algo más que desplazados. La exposición les ha llegado cuando todos, excepto uno, han muerto ya, y va a ser difícil emplazarles de nuevo en el que fue su país de origen.
Todas sus biografías, leídas con atención, nos parecen desgarradoras y novelescas, pero ninguna como la del desconocido catalán Jordi Tell, que nació en Barcelona ahora hace cien años. El 34 viajó a Alemania como diplomático, aunque sin abandonar su profesión. Al estallar la guerra civil los alemanes le detuvieron. A los diez días lo pusieron en libertad. Trató de escapar de Alemania, pero la Gestapo lo confinó en un barco y acabó entregándolo a los fascistas, que lo tuvieron preso quince meses en una cárcel de La Coruña, de donde salió únicamente para ser soldado forzoso de Franco. Logró no obstante fugarse de una manera rocambolesca en un barco hasta Brest, regresó a la España republicana y el gobierno lo reexpidió como encargado de negocios a Noruega en 1938. Al ocuparla los nazis tuvo que huir de nuevo, y lo hizo a Japón, desde donde viajó a Méjico. Allí dirigió una fábrica de muebles y luego otra de ropa hasta 1946. Volvió a ejercer alguna misión diplomática a favor del gobierno republicano en el exilio, pero a partir de 1948, desengañado, abandonó toda actividad política y volvió a Hvaler, al sur de Noruega, un pequeño islote en el que vivió apartado de todo, en una cabaña sin luz eléctrica, al margen de la civilización y llevando vida de naturista. Unos años después acabó de arquitecto municipal en una ciudad de provincias noruega (donde se construyó la maravillosa casa donde vivió él y su familia) y en Noruega murió en 1991.
Estuvo muy bien la presentación de ayer en La Residencia. Particularmente usted, en su línea orwelliana y valiente, tomándose la libertad de decir a algunos lo no quieren oír. Me atrevo a arriesgar aquí que bastantes de los no muchos que éramos hubieran preferido no tener que oír gran parte de lo que se les dijo. Presiento que hubieran preferido que se les siguiese contando alguna milonga al uso, parte del mantra y la letanía "progresistas". El fondo del asunto sobre el que allí se debatía era la prioridad epistemológica y moral de la verdad, de su búsqueda, frente a las mentiras y las fantasías. Tienes esto que ver con los preciosos y sentidos versos de Kipling a la muerte en batalla de su hijo que, en 1986, resucitó Jon Juaristi, al hilo oportuno de los crímenes terroristas de ETA: «¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,/ por qué hemos matado tan estúpidamente?/ Nuestros padres mintieron: eso es todo». Pero quisiera puntualizar algo, pues creo que al efecto la historia ha acabado por evidenciar que son más peligrosas las fantasías que las imposturas. Es mucho más peligroso mentirSE a uno mismo que hacerlo deliberadamente a los demás. Ese es, ciertamente, el terreno minado de las ideologías, esa es la que se ha revelado como el arma más mortífera y fatal: creerse uno mismo lo que no es verdad.
RépondreSupprimerY para acabar, adjunto una cita de André Malraux que, dado que no se restringe a la emigración, sino que se extiende a la naturaleza humana, es más universal y, a mi juicio, mejora si cabe la de Onetti: "En todas las artes, la relación entre teoría y obra pertenece al reino irónico de la comedia del espíritu. El artista justifica teóricamente lo que desea crear, pero crea únicamente lo que corresponde a su habilidad y su talento”.
Buena tarde.
Cerca, pero que muy cerca de donde vivo, se encuentra la casa Cervigón. La proyectó Jordi Tell allá por 1937, según unos, o 1938, según otros. Es decir, poco antes de haber estado preso al otro lado de la ría en La Coruña (fatal casualidad), o poco después (razonable probabilidad), si no mientras estuvo en la cárcel (un sin sentido).
RépondreSupprimerSert, Sánchez Arcas, Luis Lacasa. Renuncio a hablar de arquitectura y defenestraciones salvajes y prefiero comentar la curiosidad de que a este último le dedicó Lorca un poema de su Poeta en Nueva York. También oí que en su quehacer como miembro de la Oficina Técnica de la Ciudad Universitaria se había basado Muñoz Molina para crear el personaje de Ignacio Abel, protagonista de "La noche de los tiempos". Romántica la profesión de arquitecto, sobre todo si se recuerda a Gary Cooper.
RépondreSupprimer