CONMUEVE tanto como admira el entusiasmo de los melómanos. No lo ha visto uno tan sostenido en ningún otro aficionado (acaso, sí, en ciertos taurinos, principalmente cuando hablan del pasado, del suyo propio o de tiempos que encuentran legendarios, que la memoria tiende a magnificar hasta proporciones colosales).
Javier Almuzara ha escrito un libro de melómano, Catálogo de asombros (Editorial Impronta, Gijón, 2012). Nos ha recordado uno de otro gran melómano, Adolfo Salazar, Hazlitt el egoísta, de lectura igualmente deliciosa, por aquello de que deleita enseñando y enseña deleitando, incluso en sus pasajes más espirituosos y malabares (los melómanos, por lo demás, son aquellos seres en los que la erudición es inofensiva, y coleccionan versiones con la misma felicidad que los niños sus bolas de cristal): "Prefiero a los franceses cuando son alemanes, como Gluck; a los alemanes cuando son italianos, como Mozart; y a los italianos cuando no son otra cosa, como Vivaldi. Pero siempre habrá quien elija a los franceses cuando son italianos, como Cherubini; a los italianos cuando son alemanes, como Puccini; y a los alemanes cuando no son otra cosa, como Wagner".
El título del libro además está muy bien puesto, porque el autor nos suma a sus asombros, y a pesar de ponernos en guardia, raramente dejamos de asombrarnos. Pues, ¿qué es un melómano? Sin duda aquel que no pierde jamás la capacidad de asombrarse a veces ante obras que conoce de memoria, como aquel al que no aburre nunca el canto de un ruiseñor o una puesta de sol. Más aún, no es concebible un melómano que no funde su goce en la repetición, como esos niños que esperan cada noche, antes de dormirse, el mismo cuento, que ellos saben hallar, cada noche, igual y diferente sólo porque varían aquí y allá la intensidad o el orden de unas palabras, en el caso del niño, o el tono o la cadencia de unas notas, en el del melómano.
Precioso retrato del melómano por parte del Sr. Trapiello y original definición del Sr. Almuzara de lo que podría ser la tradicional rivalidad entre "verdianos" y "wagnerianos". Sobre el goce del melómano, como habitual frecuentador de tertulias musicales, añadiría otro tipo que además suele estar casi siempre en porfía con el descrito, se trata del amante de lo nuevo, aquel que prefiere la última extravagancia de un compositor reciente a volver a Bach o a Beethoven. También es de gran enjundia el enfrentamiento entre tradicionalistas, los que prefieren a Mozart, Beethoven, Schuber o Brahms frente a los progresistas, aquellos que defienden la línea Beethoven (este está en todas) Liszt, Mahler, Shostakovich.
RépondreSupprimerMe ha venido a la cabeza Kafka doliéndose de no ser melómano. Demasiado laborioso sería buscarlo en los libros: Kafka y música al azar del buscador… Unos párrafos de Stefano Russomanno (“Metamorfosis musicales de Kafka”) facilitados por “Alguien (Málaga). Lector, observador y callado”:
RépondreSupprimer“En el país de Kafka, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que su canto: su silencio. En el país de Kafka, la musicalidad es un don más próximo a los animales que a los hombres. Lo posee la ratona Josefina, y lo posee en sumo grado la especie canina. Es una música que, desde la perspectiva humana, roza el chillido o bordea, una vez más, el silencio: «No hablaban, no cantaban, se puede decir que permanecían en silencio con cierta obstinación, pero hacían surgir su música del vacío como por encantamiento» (“Investigaciones de un perro”). Lo que impulsa a Gregor Samsa, el protagonista de “La metamorfosis” convertido en cucaracha, a salir de su habitación es el sonido del violín tocado por su hermana.
A diferencia de su fraterno amigo Max Brod, Kafka no fue un gran conocedor de música. Ésta aparece en sus escritos de refilón, evocada en términos genéricos y percibida como una hipotética vía de acceso a lo desconocido y, tal vez, a la felicidad. La música termina así asociándose con la imposibilidad y la frustración, pues para Kafka «hay una meta, pero ningún camino». También la prosa del escritor checo suena como una música rota, en su intento para seguir el hilo tortuoso de una realidad hermética y a menudo aterradora, de la que sólo pueden desenmarañarse fragmentos inconexos.
Un torbellino de miedos. No sorprende, entonces, que la relación de los músicos con la obra de Kafka haya sido episódica. (…)
Ernst Krenek fue uno de los primeros en recurrir a Kafka en sus 5 Lieder op. 82 (1938), compuestos al comienzo de su exilio americano. (…) Cristóbal Halffter (Odradek, 1996) y Heiner Goebbels (Surrogates Cities, 1994; I went to the house but did not enter, 2008).
Por su parte, György Kurtág es autor de una de las más extensas obras inspiradas en Kafka. Sus (...) Kafka Fragments se presenta[n] como un viaje en cuarenta estaciones, ora desoladas, ora apasionadas, ora rabiosas, ora tiernas, todas caracterizadas por una máxima concentración expresiva. La poco habitual plantilla, soprano y violín, constituye acaso un guiño hacia el repertorio yiddish tan querido por el escritor checo”. (…)
https://algundiaenalgunaparte.wordpress.com/tag/kafka-y-musica/
Delicado retrato que nos procura la fuerza que encontramos en toda su Obra para seguir creciendo desde el limo primordial de nuestra ignorancia y saurios al fin, pisar la tierra de los poetas.
RépondreSupprimerPara muchos la música justifica nuestra irrenunciable ilusión de vivir. Sin más necesidad que un cerebro disponible la melodía circula por sus avenidas y callejas libremente.
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