EL universo de las pensiones madrileñas es inabarcable, con sus nombres, a fuerza de modestos, descomunales, con su vida plegada en los rincones insospechados, con sus dobles vidas. Nos intrigan las vidas de los huéspedes, pero ¿y la de sus dueños? La de aquellos tendrá sus misterios, no cabe duda, pero la de los dueños... ¡Cuánto no habrán visto!
Pasear por Madrid con la cabeza alta nos las mostrará en los lugares más insospechados, a menudo reliquias de épocas mejores. Hay algo en todas estas pensiones único y genuino, y en todas parece haberse fosilizado el espíritu de los supervivientes, hecho de la misma sustancia con la que está formado el espíritu de los derrotados.
En este mundo cosmopolita, parecen orgullosas de su provincianismo. Si la estética moderna elevó a los hoteles, hotelitos y moteles de neones singulares a la región de la mitología, necesitaríamos una literatura humanísima para ubicar a estas pensiones en el lugar moderno por antonomasia. ¿Hay algo más moderno que la soledad, concebimos mayor solitario que al huésped de una pensión, viajero o estable, que se despierta en su cama sin saber si se ha despertado por la mañana o por la tarde o por la noche?
Desde hace más de treinta años hemos visto a diario el letrero luminoso de la Pensión Gloria, colgado frente a nosotros, apagado no sabemos si porque se ha fundido o porque la pensión ya no existe y nadie se tomó la molestia de quitarlo.
Cuántas veces ha pensado uno escribir una novela que se titulara así, Pensión Gloria. Relataría en ella la vida de una docena de personajes actuales, sin casticismo, sin madrileñismos, vidas desarboladas y modestas de gentes que seguramente no van a conocer otra gloria que esa del rótulo de letras dolorosas.
Podría empezarla mañana, cruzando la calle, llamando a su puerta, pasando en ella una temporada con mi modesto secreto de novelista sin tema, de poeta sin épica.
En mi barrio barcelonés hay una colchonería "La Gloria" y, agárrate, un comercio de mecánica llamado "Bombas ETA".
RépondreSupprimerMe ha gustado descubrir que alguien exprese con tanta sensibilidad las infinitas sorpresas vitales que se esconden intramuros, delante de nuestros siempre ajetreados ojos.
RépondreSupprimerCuantas veces, paseando por el Madrid de los Austrias o por las históricas Hortaleza y Fuencarral, me he preguntado también yo cómo serían las existencias de los habitantes de esos hostales y pensiones, dejando que mi imaginación jugara a su antojo para ofrecerme aventuras miserables, dramas de todo tipo, el humillante espectáculo de la venta de cuerpos.
Todo lo insospechado seguro que ocurre ahí dentro, de forma tan anónima que es como si realmente no ocurriera.
Sí, y también yo estoy madurando un viejo proyecto que me llevaría cada fin de semana a uno de esos lugares para fisgar o, al menos, interpretar, las emociones que allí esconde una especie de seres humanos tal vez poco convencional, como en épocas de Galdós.
Y recopilando a mi manera, después,esas superficiales experiencias, encontrar el motivo humano para iniciar una novela.
Debajo de la casa de uno hubo durante años una pensión en la que se daba como en ningún otro sitio la mejor muestra de la tradicional picaresca española. En ella confluían gentes de los más diversos estratos sociales. Entre ellos, indigentes del cercano albergue de San Isidro, que cuando reunían algo de dinero alquilaban una habitación para poder dormir más horas de las que les eran permitidas en el centro de acogida. De cuando en cuando, la patrona tenía que espabilarlos. Por uno de los patios de luces llegaban sus voces: ¡Arriba, que en mi casa no quiero camastrones! También pernoctaban estudiantes de la Ciudad Universitaria. Y los más pícaros: los soldados de reemplazo del cuartel Inmemorial del Rey, que se alojaban los fines de semana. Aparte de por dormir, tenían que abonar un suplemento por macuto, por lo que en ocasiones escondían los petates en el portal, bien apretados en un hueco de los contadores de agua. Como habitualmente llegaban de madrugada y se iban para estar en el cuartel a toque de diana, los vecinos tardamos años en darnos cuenta.
RépondreSupprimerQué foto más chula. Parece que los huéspedes del último balcón han subido la persiana alicantina para aprovechar la luz. ¿Es la primera o la última del día?.
RépondreSupprimerEn cualquier caso pienso el encuadre a la inversa, desde la pensión hacia su casa. Y en ella, la soledad de un sastrecillo hilvanando su novela sin tema, que es el mejor tema. El de la vida misma.
Cruzar la calle, llamar a la puerta y subir a la Gloria, eso tiene que resultar divino de la vida.
RépondreSupprimerSería hermoso, singular y gratificante poder tener en las manos un libro titulado "Pensión Gloria" cuya portada fuera la foto de la entrada.
RépondreSupprimerRespecto al comercio barcelonés "Bombas ETA" no me resisto a contar el chiste: la guardia civil detiene a a un gitano con un gran saco a la espalda: ¿qué lleva usted ahí?. Agua, contesta el gitano. El guardia le vacía la bolsa: ¿Agua? Esto es una bomba de agua.Y el gitano: Es que si digo "bomba" no me da tiempo a decir "de agua".
RépondreSupprimeraquí paz y después... después a la Pensión Gloria, que sic transit este loco mundo
RépondreSupprimerPor otro lado Andrés que pena la decadencia a la que abocan las pensiones a los edificios, parte de la decadencia del centro de Madrid se debe a esas pensiones que están en los mejores edificios y que impiden que la gente quiera comprar y rehabilitar. No a todo el mundo le gusta compartir con ellos.
RépondreSupprimerAunque evidentemente la historia de Madrid se esconde en esos portales.
Pensión de mala muerte . Ficción , escritor , asesino en serie , hostal truculento , todo en Barton Fink.
RépondreSupprimerChao
Los anglosajones sitúan algunos de sus personajes viviendo en hoteles elegantes o sanatorios, con un buen servicio y una vida de lujo y ociosa. Chejov prefería los balnearios y la aguas termales. Los ibéricos parece que nos decantamos por las pensiones olvidadas pero con nombre de esperanza.
RépondreSupprimerMagnifica entrada.
saludos
txema
Alguna que otra vez he dormido en pensiones como ésta. En una ocasión, cuando salí a la calle después de haber pasado la noche en una de ellas, noté algo raro en el sobaco. Era una garrapata. Es hermoso, por lo visto, evocar con imágenes más o menos literarias este tipo de entrañables establecimientos, pero otra cosa es, no ya dormir, sino pasar la noche en ellos.
RépondreSupprimer