LA literatura le ha traído a uno algunos buenos amigos. Uno de los más singulares es, y esto desde hace casi veinte años, Luis de Luis. Tras una tenaz investigación, según confesó luego, se había hecho con mi teléfono, y acaso para que no lo tomara por loco, se presentó como marido de Aurora Bautista, la actriz recientemente desaparecida. Le oía hablar apenas con un hilo de voz, pausadamente y con un marcado acento cubano. Acababa de leer Las vidas de Miguel de Cervantes y quería hacerme un regalo como agradecimiento, confesó, por su lectura. El desarrollo informático por entonces no estaba en pañales, cierto, pero tampoco tan pulido como ahora, y poseer una copia digital del Quijote podía ser considerado un bien precioso. De hecho, no existían en el mercado ni en ninguna parte copias de ese ni de ningún otro libro, y Luis de Luis, por devoción a esa novela, se había tomado la molestia de ir copiándola poco a poco en su ordenador, como un discreto Pierre Menard, mientras su mujer, "la voz más bonita del mundo" recuerda aún, se lo dictaba a veces. Me hizo llegar, pues, aquella copia del Quijote en diez o doce pequeños disquetes que conservo como recuerdo, aunque hace ya años me deshiciera del equipo que podía leerlos.
Anteayer volvimos a vernos. Lo hacemos de vez en cuando. Su vida es una de las más azarosas que conozco y daría para una novela, aunque él la tiene por corriente y nunca le ha oído uno presumir de avatares. Algunos de esos lances lo sacaron de su isla natal, Cuba, en tiempos de la revolución ("Fidel y yo tenemos los mismos años") y lo trajeron a Europa después de haber vivido en los Estados Unidos, en los que desempeñó uno de los negocios más raros y lucrativos que pueda imaginarse: el de la cordelería. Pero quédese la vida de Luis de Luis, el hombre afable y tranquilo, amante de Cervantes y de Galdós (cuando acabó de componer el Quijote, procedió con parecido tesón con Fortunata y Jacinta, que me regaló igualmente) para otro momento.
Ayer mirando los libros de su biblioteca, se cayó de uno de ellos esta curiosa fotografía, que me regaló. En el dorso se lee: "Marín fotógrafo. San Sebastián" y no sé qué momento recoge. Quizá algún lector lo sepa y quiera aclarárnoslo. Sólo decir que me gustó como metáfora de la vida la de ese hombre que atraviesa, a pie, con una bicicleta en la mano, una calle señorial alfombrada de escombros y cascotes.
Si se me admite un segundo de humor diría que sobre la foto el titular de El Pais podría ser:
RépondreSupprimer"Las calles de San Sebastían sembradas de recortes, tras el paso del tifón Rajoy".
San Sebastián, año Cero, con Ladrón de Bicicletas incluido, tras un atentado bárbaro de la ETA contra algún representante elegido... por el Pueblo, q unos cuantos asesinaron, sí.
RépondreSupprimersaludos
Es la firma del mar embravecido con los puntos de las íes convertidos en ripios. Paseo de la playa de Zurriola. Solo el hombre de la bicicleta quiso perderse entre la rúbrica.
RépondreSupprimerLo que yo no sé es de donde sale tanto cascote y escombro, habida cuenta de que los edificios no parecen dañados. ¿No será un simple arreglo del pavimento?
RépondreSupprimerAcierta Dª Sindi yerra D. José Antonio.
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