HACE un año se me dio a leer la reseña de Sebastiaan Faber, que le había encargado la revista Ínsula, y que aparece en el número de mayo. No puedo reproducirla aquí, como me gustaría, porque no está colgada en internet. Es verdad que podría copiarla yo, pero para eso se requeriría un entusiasmo que no siento. A quien le interese, no le resultará difícil encontrarla, porque Ínsula es una revista que circula, sobre todo en los medios universitarios, aunque por mi réplica se puede deducir por dónde iban los tiros.
Mi primer impulso fue pasar de réplicas y dejar libre el campo al señor Faber al frente de su Brigada Lincoln y de su pelotón de fusilamiento, pero acabé aceptando la invitación que me hicieron Jordi Gracia y la directora de Ínsula Arantxa Gómez Sancho. A ella especialmente quiero agradecer la dedicación y cuidado que ha puesto en la edición de ese dossier y la comprensión que han convertido la ilusión de no haber colaborado nunca en su revista, en deseo de seguir haciéndolo. Aunque, la verdad, aquello otro también fue bonito mientras duró.
Mi primer impulso fue pasar de réplicas y dejar libre el campo al señor Faber al frente de su Brigada Lincoln y de su pelotón de fusilamiento, pero acabé aceptando la invitación que me hicieron Jordi Gracia y la directora de Ínsula Arantxa Gómez Sancho. A ella especialmente quiero agradecer la dedicación y cuidado que ha puesto en la edición de ese dossier y la comprensión que han convertido la ilusión de no haber colaborado nunca en su revista, en deseo de seguir haciéndolo. Aunque, la verdad, aquello otro también fue bonito mientras duró.
* * *
AGRADEZCO al profesor Jordi Gracia y a Atanxa Gómez Sancho la invitación a replicar al
profesor Sebastiaan Faber, que publica aquí una reseña de Las armas y las
letras.
Es, creo, una de las reseñas más tendenciosas y difamatorias de las
muchas que he leído sobre este libro, a lo que sin duda contribuyen los
resabios del reseñista, por una parte, y su falta de probidad intelectual, por
otra, contaminado todo ello de un pathos impropio de una publicación académica y
especializada como Ínsula,
en la que ya no podré decir, como ha sido mi ilusión hasta hoy, que no he colaborado nunca, y en la que
se da por sentado que las opiniones aquí recogidas lo están por haber alcanzado
esa autoridad que se expresa con un “nosotros”. Se diría que Faber ha
pretendido en su crítica más que un ejercicio de comprensión y evaluación, el
más acorde con él de levantar sospechas o el de la delación sin fundamento.
Habla Faber de cinco puntos: estilo, tono, propósito, descripción y
valoración del libro.
Pasaré por alto sus observaciones sobre el estilo, a saber, el uso y
abuso recurrente y “perezoso”,
según él, del etc. (una búsqueda automática en el documento nos da, para un libro en
cuarto de más de seiscientas páginas,… ¡trece etc.!, lo que no parece excesivo;
y lo mismo le digo de las erratas: seguro, seguro, que ni son tantas ni tan
importantes: que las diga); en cuanto a sus observaciones sobre el empleo del
“uno”, sabría, si hubiese leído alguno de mis libros, que no “borra” ninguna
división antagónica: es sólo una cortesía en un mundo donde, basta leer a
Faber, hay demasiados yos innecesarios.
Y que afirme que uno de los mayores “encantos” del libro es su “tono
ligero” y “hasta juguetón”, no pasa de ser una de esas insidias que no por
circularse con una sonrisa son menos venenosas, y también la paso por alto.
Vamos, pues, con lo que el cree propósito de mi libro. El hecho de que
haya hecho tantas menciones a su prólogo, me hace sospechar que es lo único que
ha leído de él, y como el uso del entrecomillado de Faber es de una clamorosa
falta de eticidad, pongo aquí lo que se dice allí, no lo que Faber dice que
dice: “Entre los defectos que se le han achacado a esta obra, muchos de ellos
seguramente incontestables, hay uno injusto: el de creer que su autor ha
tratado de mantenerse en esa equidistancia que ha ido ganando terreno
últimamente: la de pensar que en la guerra todos fueron iguales, y que tanto un
bando y otro, hermanados por las tropelías, venían a ser poco más o menos lo
mismo. Dejemos zanjada esta cuestión: los crímenes, de una zona y otra, fueron,
ciertamente, equiparables. Pero, por suerte para España y para nosotros, no
todos los que vivieron aquella guerra fueron asesinos ni representan lo mismo:
los irrenunciables principios de la Ilustración sólo estaban representados en
la República; la lucha del otro bando fue por la civilización cristiana de
Occidente y los privilegios seculares bendecidos por ella, mediante una cruzada
que trataba precisamente de conculcar tales principios, sabiendo, desde luego,
y como se repite hasta la saciedad en este libro, que ni todos los que
combatieron con la República fueron demócratas o ilustrados ni todos los que
arroparon a los fascistas fueron fascistas ni dejaron de ser ilustrados, si
acaso lo eran antes”. Que Faber diga que “a Trapiello le da igual que le llamen
casi de todo, menos apólogo del franquismo” no pasa de ser la insinuación de lo
contrario, una simpática delación de chequista.
El propósito de mi libro, pues, no es como afirma esa reseña, excluir
a unos para incluir a los contrarios mediante sentencias sumarias, sino
demostrar que, como dice Machado, la retórica bélica fue similar para los dos
bandos. En este sentido la actitud
inquisitiva y tendenciosa de Faber, presidente del archivo de la Brigada
Abraham Lincoln, me impresiona lo mismo que si fuera la del gaitero mayor de la
Legión Condor.
Al contrario que Faber, nunca me he arrogado la posición
tribunalesca del “nosotros” para dictaminar sentencias sumarísimas. Más bien al
contrario. En otras palabras: nunca he pretendido ser historiador y menos, historiador de la literatura. Me he
limitado en este libro, en tanto que escritor, a hacer una investigación exhaustiva
en torno a un asunto que me concierne y que me inquieta. En este sentido he
tratado de preguntarme cuál es la función social del intelectual después de las
matanzas del siglo XX y especialmente en España, un país que ha tenido tantas
guerras civiles y que ha padecido la violencia hasta hace bien poco.
¿Por qué la respuesta a esa pregunta ha surgido a menudo fuera de la
ortodoxia académica? O bien: ¿Por qué un libro como Las Armas y las letras no se escribió en el ámbito académico,
como sin duda tendría que haberse escrito, y por qué tardó tanto en escribirse,
medio siglo después de terminada la guerra?
Sin duda porque el concepto de historia que tutela, o tutelaba hasta
1994, muchos estudios académicos, salvo honrosas excepciones, funcionaba como
un mecanismo de exclusión de lo más eficaz. La prueba de ello está expresada en
la máxima según la cual los escritores que habían ganado la guerra habían
perdido los manuales de literatura, por lo mismo que a muchos se les regalaron
dichos manuales (tesis, ensayos, congresos, etc., etc., etc., etc., etc.) sólo
por haberla perdido, la prueba de ello, decía, es, también, Faber. Un profesor,
sobre todo mediocre, podía hacer carrera universitaria con cualquier escritor o
escritorzuelo de izquierdas, pero sólo alguien inteligente (pienso en Mainer)
se atrevía a transitar otros caminos. Por eso me parece especialmente grave
minimizar la importancia y el contexto en el que han aparecido figuras como
Chaves Nogales, Clara Campoamor, Morla Lynch o Castillejo, según Faber
“(re)descubrimientos” sólo para “el gran público”. No: esos han sido
(des)cubrimientos a secas, sobre todo para el pequeño mundo académico, que
había vivido cincuenta años mirándose el ombligo. Y su importancia consistió en
que, por primera vez, se ponía en entredicho el relato que habían hecho de la
guerra unos y otros, hunos
y hotros, demostrando
la afinidad entre la retórica y la barbarie de todos ellos. Sí, se ponía en
entredicho the big picture,
que ha resultado ser no una picture en cinemascope, como sigue creyendo Faber, sino
una copia de copia de copia en super 8, y en pésimo estado, por cierto. Lo
pusieron en entredicho esos escritores que acabo de citar y lo puse yo. Sólo
los Faber, que ya daban por cerrado el relato de la guerra, se han revuelto
rabiosos contra la pregunta y contra la respuesta. Pues desde mi punto de
vista, el concepto de historia que debería haber presidido las investigaciones
es el concepto benjaminiano de historia abierta, que no da como cerrado el
pasado, sino que toma como referencia otras coordenadas descartadas o desconocidas
anteriormente y que hacen posible la recuperación de obras y autores
ensombrecidos por la sanción oficial del éxito. Una noción de historia que da
visibilidad, y por lo tanto amplía y enriquece el arco interpretativo al
aportar nuevos enfoques, pero que requiere la paciencia y el esfuerzo
suplementario de rastrear las pistas de unas fuentes para las que no hay un
fácil acceso, ya que no están disponibles, sino más bien a trasmano,
escondidas, cuando no arrumbadas y lejos de los circuitos de la industria
cultural y de la escolástica ortodoxa universitaria, a la que Faber pertenece.
Sospecha Faber que no mira uno con simpatías a los escritores o
artistas comunistas. Tiene razón. ¿Y? ¿Cuál es el problema? La mayoría de ellos
eran estalinistas, algunos participaron o propiciaron las matanzas de
anarquistas y poumistas, otros fueron más lejos y alentaron en sus revistas los
asesinatos indiscriminados y genocidas de las checas o miraron hacia otro
lado.¿Qué tiene de admirable todo eso? ¿Acaso no digo lo mismo de las
retaguardias fascistas? Me acusa Faber de decir de Renau que era “fanático”,
“estalinista” y “ortodoxo” y a Gaya de señalar que los carteles de Renau se
parecen como dos gotas de agua a la estética nazi. ¿Algo de todo esto no fue
así? ¿Dónde está el moralismo? Más grave es la acusación de que mi posición es
más tolerante con los fascistas y otros que simpatizaron con los sublevados,
que con los comunistas. ¿Tolerante con Giménez Caballero, con Torrente, con Laín y Tovar, con Rosales, con d’Ors,
con Ortega, Pérez Ayala o Marañón? ¿Qué libro ha leído Faber? O mejor dicho,
¿qué libro quiere hacer creer Faber que es este?
Los vencidos en las guerras son principalmente las víctimas de la
violencia en la retaguardia, sean del bando que sean. Y esto es la parte
compleja de la historia. La parte que queda en la sombra, como es el caso de la
tercera España, la que no era violenta, la que fue suprimida de los textos, de
la escritura. De modo que cuando hablamos del compromiso de los escritores,
deberíamos preguntarnos si éste no pasa ante todo por hacer una profunda
reflexión sobre la violencia. Ese camino que ya fue indicado por Walter
Benjamin en un texto difícil y oscuro:
Hacia una crítica de la violencia.
Me parece
poco serio reducir a simple moralismo lo que es una constatación política o un
juicio estético enunciado desde una posición ética, como ha sido mi propósito a
lo largo de todo el libro. Y se equivoca Faber cuando implícitamente me
atribuye simpatías hacia el “arte por el arte”, como si “un humanismo
tradicional y conservador” me impidiera apreciar la calidad literaria de una
obra confesional. No es mi intención descalificar el compromiso cívico en sí de
las letras, sino el sometimiento del texto a un programa y la reducción de la
obra literaria a mera proclama política. Entiendo que la creación abre caminos
y posibilidades diferentes de vida, pero no creo lícito marcar direcciones de
circulación obligatoria. La literatura, en mi opinión, debe formar el sentido
crítico y no ser sólo un medio de adoctrinamiento, precisamente porque
presupone una mayoría de edad del lector al que le deja un amplio margen de
libertad para elegir y reflexionar. Claro que los poetas pueden tomar partido,
pero en esto me sumo a la opinión de Juan Ramón Jiménez, quien considera que el
activismo político en literatura exige una forma de expresión que tiene más que
ver con el arte de convencer y de seducir, con la persuasión y la imposición de
una retórica que se aleja del lenguaje de la poesía.
“Las Armas y las letras es un proyecto de inclusión, hasta la salvación”,
dice Faber. ¿Que se quiere insinuar con ello? ¿Que se hayan recuperado las
obras de Campoamor, Morla, Castillejo o Chaves (a quien sin duda Faber
“paseará” cuando dentro de veinte años se entere de lo que este pensaba, con o
sin matiz, de sus admiradas brigadas internacionales: “receptáculo de todos los
criminales aventureros y desesperados de Europa”)? ¿Que lo hayan dicho testigos
oculares de izquierda, republicanos y demócratas, y no fascistas? ¿Que frente a
los estalinistas de ayer prefiramos, como escritores y como personas, a Juan
Ramón, Cernuda, Gaya, Dieste y tantos? ¿Que se haya pedido una mirada al fin
desprejuiciada sobre la obra literaria de Panero (Leopoldo, Faber, no Juan,
Leopoldo: hay que estar más atentos en clase), Cunqueiro, Unamuno, Pla, Azorín,
Gómez de la Serna, d’Ors, Ortega, Sánchez Mazas, Foxá o muchos buenos
escritores que apoyaron la sublevación? ¿Que se repitan las palabras de Baroja,
que decía que los escritores del 98 no habían estado a la altura de las
circunstancias? ¿Que se busque la ecuanimidad a la hora de enjuiciar sus
libros? Tampoco. A lo que no parece dispuesto Faber es a que una historia de la
guerra civil y de la literatura que estaba ya escrita por aquellos que se apropiaron
del relato de los perdedores, se pueda escribir de otra manera sin formar parte
de los vencedores; y que alguien venga a cuestionar una dialéctica de
vencedores y perdedores. Y por supuesto, no le preocupa lo más mínimo la
inclusión, sino lo que él juzga como la exclusión del paraíso académico de
algunos escritores canonizados de los que tenía en exclusiva la franquicia de
explotación, y que profesores como él, que vivían en sus Crimeas
universitarias, no puedan seguir disfrutando como hasta hoy de la derrota de la
guerra civil. Si para ello ha de mentir, no lo duda: ¿Dónde he descalificado ni
literaria ni políticamente a Hernández, Herrera Petere o Vallejo, comunistas, y
tantos otros? (Y echando de menos a Willi Münzenberg, en un libro en el que
aparecen cuatrocientos escritores e intelectuales, resulta tan ridículo como
aquel otro crítico-filólogo que me afeó en un reseña de Abc la ausencia del
también para él “central” don Koldo Michelena).
Dice Faber que me perezco por “los chismes malintencionados”, verdadera
columna vertebral de mi libro. ¿A qué llama chismes? Cuando Morla dice (y yo lo
recojo) que encuentra a Alberti al final de la guerra en un magnífico
apartamento (requisado), lleno de comodidades y gordo y lustroso, puede ser un
chisme, ciertamente, pero no cuando una gran parte de la población pasa hambre,
vive en la miseria y está depauperada; si JRJ dice (yo lo recojo) que León
Felipe pasea por la retaguardia un abrigo de pieles de un marqués, fruto de la
rapiña, puede ser un chisme, pero no (lo dice JRJ), si los milicianos están
pasando frío en el frente; si Rosales no se ha quitado la camisa azul (lo
cuento yo), puede ser un chisme, pero no si sigue llevándola después del
asesinato de Lorca, que era (lo dice Rosales) su amigo del alma. Así que sólo
puedo llegar a la conclusión de que el único que se conduce con ánimo chismoso,
sacando de contexto las cosas para meterlas en “sus” comillas (ay, las tres
famosas “p” del Madrid chequista: porteras, policías, periodistas) es Faber.
Reconoce Faber, por último, que mis conocimientos son “enciclopédicos”
y mi obra “clara y coherente”, “un trabajo monumental, una hazaña de
investigación y condensación”, y que “no hay nadie que sepa más del tema y en
más detalle” que yo, pero también que mi obra es “limitada y reductiva”. Bah, palabrería. No me impresionan
nada esas opiniones suyas y todas las de su reseña, ni para mí tienen el menor
valor, pues se ve que son de una gran incoherencia, propias de alguien que no
se aclara mucho y que, como profesor, vive aturdido y nervioso el fin de un
relato, de una ficción, que ya no da más de sí.
Yo le animaría a Faber, no obstante, a seguir mostrando su entusiasmo
y su empeño por nuestra literatura y nuestra historia y a seguir dando
lecciones de estilo literario a los aborígenes. Donde no contaba sino con
cuarenta o cincuenta, puede disfrutar ahora de doscient*s escritor*s más que
habían sido orillados, entre otras instancias, por la Universidad. Eso sí, hay
que leerlos, y no desesperarse por llegar tan tarde a ellos. Como ocurre en
otras disciplinas, hoy disponemos ya de aceptables cursos acelerados de
readaptación y puesta al día, por ejemplo Las armas y las letras.
Carlos García-Alix, boceto para Las armas y las letras, 2010 |
Chapeau!
RépondreSupprimerBuena contestación. Aunque me hubiera gustado leer la crítica original para contrastar, y no tendré acceso :(
RépondreSupprimerHe leído exactamente cinco veces "Las armas..." y si algo destacaría (difícil clasificar sus virtudes) de su imponente aventura es el esfuerzo de su autor por haber sabido mantener un tono de impecable ecuanimidad de principio a final, siendo como es un confeso simpatizante de la izquierda. Creo que resolver de ese modo un ensayo tan comprometido tiene un gran merito. Pero en este país (la pinza que le comenté a Fusi y que replicó de forma paupérrima: "somos 2.500 historiadores y todos honestos") la disidencia hacia esa abstracción de viscosa tendenciosidad denominada "lo políticamente correcto" supone ser insultado (fascista, asesino y términos parecidos). Es como si el estalinismo feroz quisiera inmortalizar sus purgas y fuera especialmente implacable con sus primos lejanos. Y lo advierte uno con frecuencia, obligándolo a rebelarse por sistema contra las versiones oficiales, en general especialmente edulcoradas si proceden de la zurda.
RépondreSupprimerSupongo que si Faber lee "Idealistas bajo las balas" de Preston y conoce en detalle el comportamiento lamentable y ridículo del gran Hem en el Madrid del 37 le organizará un auto de fe en pleno Callao, frente a aquel precioso Hotel Florida, tristemente demolido, donde don Ernest se montaba cada noche sus buenas bacanales de vodka y caviar suministrados a granel por la embajada rusa mientras "los compañeros y compañeras" estarían helados y hambrientos en las trincheras. Farsantes ha habido muchos, pero rechinan los que han enarbolado banderas que no les corresponden, como bien se nos hace saber en "Las armas..", por ejemplo, del pérfido Alberti y otros títeres de igual calaña.
En el mundo universitario reseñar negativamente el libro de otro profesor puede estar plagado de riesgos (perro no come perro). Con alguien de fuera, hay veda abierta y se puede tirar a la barriga. Ahora bien, desde la primera edición de ‘Las Armas y las letras’ estamos a la espera de que en la universidad, la española o la de los hispanistas, surja un libro que la mejore.
RépondreSupprimerSupongo que el libro que mejorará a "Las armas..." será una nueva edición revisada, ampliada y corregida, como ya sucedió con la de mayo de 2010.
Supprimer"¿En qué crees? En esto: que hay que establecer de una forma nueva el peso de todo". (Nietzsche)
RépondreSupprimerLos perdedores fueron represaliados no solo física sino civilmente hablando , algunos profesores universitarios del franquismo eran colaboradores de la represión , muchas veces de forma delictiva y en contra de los derechos humanos .
RépondreSupprimerPor otro lado la obra que hizo Juan Ramon , Cernuda , Buñuel y otros muchos en el exilio no da lugar a que podamos hablar que hicieron literatura o cine español , mentiríamos . Lo correcto seria decir que la obra que Juan Ramón hizo en America es Literatura americana hecha por un español ( a mi me gusta más que la que hizo aquí ), mucho del cine de Buñuel es cine mejicano hecho por un español , decir que " los olvidados " es cine español seria una herejía , igual que el cine que hizo Lang en America es americano , . En España ni JRJ ni Buñuel ( por citar a los más grandes ) habrían llegado tan alto , había una castración intelectual creo que indiscriminada ( culpable por saber leer ). La obra es de donde se
hace y donde nace , independiente de la mano ejecutora .
No he leído las armas y las letras , pero su escrito de respuesta me parece franco y muy bien elaborado , es una diputa en la que usted tiene razón ; otra cosa es que el señor Faber piense que el dice la verdad , aunque no sea ; uno de los grandes puntos de desunión entre los humanos es sin duda la diferente percepción de la verdad ( por eso siempre hubo guerras y terrorismo ) .
Disculpe, pero Faber sólo le dice la verdad: no sabe de historia, no sabe de crítica literaria, no sabe sobre qué se publica o se escribe en las universidades, su libro son sus juicios libres sin someterlos a método crítico alguno (cosas que, entiendo, le llenan de orgullo por cómo habla del mundo universitario). Por ejemplo, sobre Max Aub usted sólo transmite sus prejuicios, porque su desconocimiento sobre su obra es evidente (por cierto, lee aconsejaría leer mi biografía: "Max Aub o la democracia inquebrantable", es de acceso libre en mi perfil académico). Por lo tanto, si le reseña el libro un experto en el trabajo de Max Aub, yo diría que incluso ha sido cortés, porque podría herirle mostrando cómo sus juicios no son más que prejuicios sobre libros o autores que, me temo, en muchas ocasiones no se ha molestado en leer. De igual modo, alguien que asume como cierta la afirmación que Renau copiaba el estilo del cartelismo nazi, es evidente que no sabe nada del tema, porque Renau era discípulo del cartelismo del KPD, como él mismo reconocía. El cartelismo nazi era bastante volkisch y no tenía nada que ver con el de Renau. Sinceramente, considero que Faber ha sido moderado en la reseña de su libro y, si quiere, también puede acusarme de comunista, aunque mi crimen es ser historiador y sentirme orgulloso de mi disciplina por el rigor de su método.
RépondreSupprimerAtentamente,
Carles Sirera
"Las armas y las letras" arroja la luz necesaria para entender y reflexionar sobre la guerra "incivil" de España.Difícil mejorar el trabajo de A.Trapiello."Limitada y reductiva" ha sido la visión de Faber sobre algunos aspectos de las Brigadas Internacionales.Victoria M.
RépondreSupprimerArma, letra: algo suena a metralleta.
RépondreSupprimerhttp://buscapalabras.com.ar/buscarpalabras.php
A R M A L E T R A : agitadas las nueve letras en agua de plata, el buen aire destila “ALARMARTE”, “MALTRAERÁ”, y “REMATARLA”, sí.
―Pero también “AMARTELAR” ―dijo el aplicado robot crucificando elles y jotas argentina, juanramonianamente―. Contra la mala leche de armas o letras, ¡jipilollismo y no jilipollismo!
He leido sólo el comienzo de su réplica. ¡Buen comienzo si señor! anima a seguir leyendo. Al llegar a los comentarios se ve el pelo de la dehesa relucir, de esas que crían coloraos como los Carriquiri. Aún más prometedora la cosa. Porque, claro, cuando se les discute la propiedad del genio ¡del que están horros la mayoría de sus "consagraos"! y cuando se les desdora la superioridad moral ¡superioridad en crímenes, en robos, en latrocinios! pues es normal que trinquen los coces.
RépondreSupprimerSólo le saludo, por falta de tiempo, pero leeré su réplica completa y ya, si eso -como dicen ahora- pues le comento.
¡Bravo! ¡Saludos Sr. Trapiello!
I) Recuerdo exactamente donde leí "Las Armas y las Letras". Aquello fue frente, de cara casi a la llamada "curva de la muerte" en la Casa de Campo que se ofrecía a la vista desde la 10ª planta de mi casa de entonces y con la posición de "Firmes especiales" al alcance de la mano, como quien dice. Fue luz alumbrando una buena parte del genio de España que otros, los que la odian y sueñan verla desaparecer, mantenían -y prentenden seguir manteniendo- oculta, vilipendiada si acaso alguien la sacara a relucir y difamada para así ocultar la propia miseria, la miseria del vendepatrias, la miseria del traidor. En fin, sería un fatuo si yo quisiera completar su acertada -y educada, por otra parte, para lo que se merecen- réplica. Pero no me resisto, ante la sabionda presunción de saber historia -ya serán cantamañadas- que pretende refregarle ese de ahí arriba, a traer aquí, si Vd. lo tiene a bien, un lance del frente con los llamados "brigadistas" -esa sentina- en los primeros papeles. Más que nada, porque no se diga que los españoles que nos precedieron no sabían tratar a tan "distinguidos" turistas.Y ya ve que curioso, eran de la Brigada Thaelman, es decir, del KPD que tanto parece gustar al académico que echa de menos a un sujeto como Münzemberg, genial, sobre todo para la patraña y tan millonario como protector y alentador de crímenes y criminales; con el que, eso sí, los suyos propios hicieron justicia dándole a probar de su propia medicina.
RépondreSupprimerEl "Genio de España"? Es usted muy gracioso señoritín hidalgo con toda su retórica trasnochada (No me extraña que publiquen sus opiniones aquí; es la prueba que necesitaba saber).Baja Gecé que viene Mo-tín.
SupprimerNo se puede hacer Vd. idea de lo que me satisface el no tener absolutamente nada en común con Vd., don nadie, como no sea el idioma en el que reconocerle como enemigo.
SupprimerC S :Yo mismo he mostrado mi admiración por Max y nadie ha dicho nada contra el , no me parece bien que quieras imponer tus argumentos como si fueras su " heredero " y encima digas que leyendo tu libro conoceremos a Max . Por otro lado a mi eso de perdona pero eres tal y cual me parece de traca y hortera , ¿ De que vas ?
RépondreSupprimerAl lector : si queréis conocer a Max leer Buñuel , la novela , junto al libro viene un Mp3 con una entrevista de Max a Luis que no tiene precio . Lo de la biografía de CS me parece una broma habiendo esta opción infinitamente mejor , sí entiendo que quiera vendernos su libro . Asumir un papel de víctima para luego alardear de forma rimbombante es una banalidad , ademas que no aportas nada que no sepamos , está claro que cualquiera escribe un panfleto y lo llama libro y quiere pasar por escritor ¡ Que mal está el arte !
II) "La Bandera se desparramaba por toda la posición...acabando con los últimos defensores a culatazos y bayonetazos...Al presentarme a Cancela, mi capitán estaba interrogando a un prisionero. Egon actuaba de intérprete. Cuando hubo terminado, Cancela miró a los legionarios que le rodeaban e hizo una seña hacia el prisionero.
RépondreSupprimer-A fusilarle -dijo.
Al día siguiente le hablé.
-Mire...comprendo que Vd. hable de leyes internacionales y derechos de los prisioneros. Vd. no es español ni ha visto su país devastado, y a sus parientes y amigos asesinados en una guerra civil que hubiera terminado hace año y medio, de no haber sido por la intervención de esos extranjeros...¿Qué nos importan los ideales de esas gentes? Lo sepan ellos o no, son simples instrumentos de los comunistas y han venido a España para destruir nuestro país. ¿Qué se les da a ellos los destrozos que aquí causen? Necesitaremos muchos años para remediar el mal que han hecho a España...creo que todos los españoles, incluso los que nos combaten, desearíamos que esta guerra hubiese sido solucionada entre nosotros mismos...¿qué cree que le sucedería si cayera Vd. en manos de los rojos? Podría darse por muy satisfecho si se limitaran a fusilarle.
La tranquila voz de Torres habló entonces.
-En cuanto a eso ¿qué sería del legionario que cayera en manos del enemigo, especialmente de los hombres de las Brigadas Internacionales? Sabemos muy bien lo que les hiciron a los prisioneros en Brunete y Teruel.
...(Yo sabía que aquella no era la política del Alto Mando que tenía internados a varios miles de prisioneros de las BB.II. en Miranda de Ebro. Y que los prisioneros españoles eran generalmente bien tratados en aquella fase de la guerra, salvo los oficiales profesionales de las fuerzas combatientes que eran considerados traidores)...Aparte de la difícil pregunta de si el Derecho Internacional puede ser aplicado en una guerra civil, creo que sus leyes no conceden protección a los voluntarios de paises no beligerantes. No esperaba cuartel para mí, en caso de caer prisionero."
La adhesión al dogma académico trae múltiples beneficios. Creo que entre sus fieles existe mucha más codicia que mera imbecilidad. Magnífica respuesta.
RépondreSupprimerS. Clavero
Dejemos de lado las rencillas, siempre un poco mezquinas y de mal gusto, entre Creadores y Eruditos. Es habitual que el portavoz de la Academia acuse al Creador de falta de rigor y que éste, envuelto en la gloriosa certidumbre de su genio, señale a aquél como poco más que un aburrido burócrata de la verdad. El artista es un Emprendedor del Verbo y el segundo un mero Funcionario del Conocimiento, y ya sabemos, porque es uno de los pilares ideológicos de nuestro mundo, que la libertad y el bien solo encuentran acomodo cierto a lomos del Héroe Privado, del Príncipe de la Iniciativa. Hay en juego, por tanto, en esta batalla entre académicos y poetas, algo más que la habitual escaramuza de codazos entre intelectuales, puesto que ambos pertenecen esencialmente a universos carcomidos en igual medida por el Ego, en los que a la postre la cualidad de lo dicho depende más del desprecio con el que se administre que de su contenido real. Digo que están en cuestión asuntos mucho más graves porque lo que se vislumbra al fondo de la rencilla es no más que otro episodio de ese choque antiguo entre la supuesta agilidad victoriosa del individuo frente a la somnolienta pastosidad de lo colegiado. Pero insisto: dejemos de lado estas rencillas.
RépondreSupprimerLo esencial es algo que D. Andrés señala: es urgente que hagamos una crítica de la violencia. La posibilidad de esa crítica haría necesario que pudiera efectivamente hablarse de y discutir sobre la violencia, cosa que está muy lejos de suceder. Para hacer una crítica efectiva sobre la violencia habría de poderse poner entre paréntesis, al menos en la fase de instrucción previa, el gran Discurso Paralizante de la Víctima: no llegaremos al fondo de lo que la violencia es mientras nos contentemos con reunir pruebas para determinar quiénes son los auténticos damnificados de su acción. Eso no nos llevará a esclarecer el funcionamiento y sentido de la acción violenta.
Lo que ha sucedido siempre a lo largo de la historia es que la violencia se ha vuelto problemática sólo cuando la han usado quienes se suponía que no deberían poder ejercerla. Cuando han sido las cunetas de la historia las que han clamado violencia, la cosa se ha puesto un poco turbia. Esa es la misma razón por la que ahora se insiste tanto en esta insensata condena acrítica de la violencia: porque tenemos demasiadas cunetas y da pavor pensar en lo que podría suceder si despiertan. Pero condenar la violencia es impedir que la historia como historia de las cunetas se detenga, no hacer que la violencia desaparezca. Es aquí donde la mención a Walter Benjamin resulta especialmente acertada, aunque no por las razones que a D. Andrés le gustaría.
El Benjamin de "Para una crítica de la violencia" está muy lejos de ser el coleccionista burgués en el que lo hemos querido convertir al calor del furor editorial de los últimos años. El texto es oscuro y misterioso, sólo en la medida en la que quisiéramos pasar de puntillas sobre el exabrupto lanzado por el alumno al que hemos encumbrado al primer puesto de nuestra escuela intelectual. Convendría atender bien a lo que allí se dice: se habla de una violencia divina que quiebre la historia como historia del crimen: se habla de una catástrofe paralizante del tiempo como única solución para nuestro mundo corrompido: se habla de un tiempo para el que su mismo progresar es una forma de asesinato. Es un texto escrito fundamentalmente contra el compromiso y el consenso, contra las componendas socialdemócratas y la inacción contemporizadora en el momento el que el Monstruo se asoma al otro lado del calendario.
Ay, señor Trapiello, no hace falta que se ponga tan a la defensiva.
RépondreSupprimerEn primer lugar, la reseña de Faber guarda la cortesía mínima que se espera en todo debate intelectual. En segundo lugar, su legitimidad para opinar sobre su libro no proviene de ser sólo presidente del archivo de la Brigada Lincoln (cargo que usted, sutilmente, equipara al de gaitero de la Legión Cóndor) sino del respeto que merece en buena parte de la comunidad académica internacional como hispanista y como profesor de un college que goza de elevada reputación en el campo de las liberal arts.
Relájese y concédale el beneficio de la duda: cuando Faber considera su libro como "un proyecto de salvación, hasta de inclusión" está intentando ser ecuánime y alabar una de la smuchas virtudes que "Las armas y las letras" sin duda tiene. Pero usted no parece querer verlo y prefiere atrincherarse (nunca mejor dicho...) en el victimismo.
Hombre, ya que mienta Vd. aquí a la Legión Cóndor y a su gaitero, pues allá va el himno. Y que conste, que entre ser presidente del archivo de unos que, sujetos del collar por los gerifaltes de la peor secta de asesinos que ha conocido la humanidad, vinieron a matar españoles (para salir trasquilados) y ser gaitero de la L.C., en punto a dignidad, no hay comparación posible -a favor naturalmente del gaitero- por muchos colleges y muchas liberal arts con su reputa...ción y todo que se empeñe Vd. en ponerle. Y observe lo de Freiheit und Ehre que, mira tú que curioso, fue a la postre realidad.
SupprimerWir flogen jenseits der Grenzen
mit Bomben gegen den Feind,
hoch über der spanischen Erde
mit den Fliegern Italiens vereint.
Wir sind deutsche Legionäre
die Bombenflieger der Legion
im Kampf um Freiheit und um Ehre
Soldaten der Nation.
Vorwärts Legionäre,
Vorwärts im Kampf
sind wir nicht allein
und die Freiheit muß
Ziel unseres Kampfes sein.
Vorwärts Legionäre.
Die Roten, die wurden geschlagen
im Angriff bei Tag und bei Nacht,
die Fahne zum Siege getragen
und dem Volke der Frieden gebracht.
--
ps.- no sabía que habían cedido Vds, el monopolio del victimismo que hasta ahora detentaban en exclusiva . ¿Ha salido barata la cesión?