ACABA de publicarse en la revista Ínsula (nº 809; mayo 2014) esta larga entrevista, que Ana Nadal sintetizó de una larga conversación. Junto a ella aparecen un escrito de Jordi Gracia, sobre el SPP, otro de Jordi Amat, sobre Ayer no más, otro del hispanista Sebastiaan Faber, sobre Las armas y las letras, y, en fin, otro mío, solicitado por la directora de la revista, Arantxa Gómez Sancho, y a sugerencia de JGracia: "Ante un «paseo» de Sebastiaan Faber por Las armas y las letras".
En las páginas de la entrevista figuran también dos poemas inéditos. Sólo se han subido a internet esta entrevista y los poemas.
1. La postura, la máscara…
Decía Nietzsche que “Todo lo verdadero ama a la máscara”. La máscara nos protege, no solamente del exterior, sino de nosotros mismos. Nosotros necesitamos, a veces, sin querer, componer la figura. No siempre por hipocresía, a menudo para sobrevivir. La vida de toda persona es aprender a convivir con la máscara, pero también sin ella. Llega un momento en que ya no sabes bien qué es una cosa o la otra y tienes que hacer verdaderas las dos. Es decir, la máscara y la no máscara, y eso solo se consigue acaso con cierta naturalidad. La virtud suprema. Todos admiramos de los demás sobre todo que no haya impostura, mentira, fingimiento. A eso aspiramos la mayoría, a aprender a ser naturales. La naturalidad es lo más difícil de aprender, porque sobrevivir siendo natural no es fácil, y has de aprender a protegerte sin temor, pero también sin afectación. “Toda afectación es mala”, dice Cervantes, el maestro de la naturalidad y el as de los infortunados. Mi vida es una vida sin demasiada promiscuidad, sin demasiados “roces” con el exterior. No obedezco a un jefe, tengo una razonable pero creciente y saludable fobia social, no soy un profesor universitario, etc. Paso la mayor parte de mi vida solo. Si estás solo, lo normal es que no vivas pendiente de las normas sociales que a otras personas acaso les limitan, gentes que no pueden quitarse la máscara tan a menudo como quisieran. Llega un momento en que ya eres mayor y te da un poco igual. Lo más importante es poder llegar a saber quién eres. Creo que ese camino es más corto si estás solo. Cuando lo sabes, da igual con o sin máscara. Hay una frase de un amigo de Gaya que me gusta mucho: se puede llevar una corbata fea, pero sabiéndolo. Es decir, se puede llevar una máscara, pero debes saber que es una máscara. Sólo así podrás quitártela si quieres.
Decía Nietzsche que “Todo lo verdadero ama a la máscara”. La máscara nos protege, no solamente del exterior, sino de nosotros mismos. Nosotros necesitamos, a veces, sin querer, componer la figura. No siempre por hipocresía, a menudo para sobrevivir. La vida de toda persona es aprender a convivir con la máscara, pero también sin ella. Llega un momento en que ya no sabes bien qué es una cosa o la otra y tienes que hacer verdaderas las dos. Es decir, la máscara y la no máscara, y eso solo se consigue acaso con cierta naturalidad. La virtud suprema. Todos admiramos de los demás sobre todo que no haya impostura, mentira, fingimiento. A eso aspiramos la mayoría, a aprender a ser naturales. La naturalidad es lo más difícil de aprender, porque sobrevivir siendo natural no es fácil, y has de aprender a protegerte sin temor, pero también sin afectación. “Toda afectación es mala”, dice Cervantes, el maestro de la naturalidad y el as de los infortunados. Mi vida es una vida sin demasiada promiscuidad, sin demasiados “roces” con el exterior. No obedezco a un jefe, tengo una razonable pero creciente y saludable fobia social, no soy un profesor universitario, etc. Paso la mayor parte de mi vida solo. Si estás solo, lo normal es que no vivas pendiente de las normas sociales que a otras personas acaso les limitan, gentes que no pueden quitarse la máscara tan a menudo como quisieran. Llega un momento en que ya eres mayor y te da un poco igual. Lo más importante es poder llegar a saber quién eres. Creo que ese camino es más corto si estás solo. Cuando lo sabes, da igual con o sin máscara. Hay una frase de un amigo de Gaya que me gusta mucho: se puede llevar una corbata fea, pero sabiéndolo. Es decir, se puede llevar una máscara, pero debes saber que es una máscara. Sólo así podrás quitártela si quieres.
2. El tiempo, literatura y familia…
Nadie debería sacrificar la familia por su
obra. Ni la vida. La obra y la vida son la misma cosa. Y tiene uno que aprender
a escribir y a vivir sin renunciar a nada. Se puede hablar por teléfono y
mascar chicle al mismo tiempo. Un escritor puede llevar si quiere un rancho y
escribir novelas, hacer vino y escribir cuentos, incluso tener un esclavo
(Horacio) y escribir poemas. No hay recetas para
escribir. Cada época arrastra sus servidumbres, sus amos y sus esclavos. Las combinaciones son múltiples porque la vida es múltiple.
Todos buscamos la felicidad. La felicidad está en la obra bien hecha, pero
también en el querer hacerla bien, aunque no se logre. La obra lograda es la
lograda y la que quiso serlo honestamente. Y eso vale para todo, para la obra y
nuestra vida. La familia, la vida en pareja no debería ser un asunto voluntarista ni una convención o una costumbre,
sino un sentimiento nacido que hay que cuidar,
alimentar, cultivar. Yo no he elegido la obra por encima de la familia.
Ni la familia por encima de la obra. Hacerlo todo lo mejor que pueda y sepa. ¿Me
habría gustado que me hubieran becado desde pequeño o haber tenido rentas
suficientes para no tener que ocuparme de otras cosas? ¿Habría sido mejor por
ello? Puede. O peor. La fantasía que te ayuda a pensar lo futuro es buena, la
que nos hace reescribir el pasado, puede acabar envenenándote un poco. Algunos
de los libros que más conforme me han dejado son libros de encargo. Si no
hubiera tenido esos encargos, no hubiera hecho esos libros; Las Armas y las
Letras, por ejemplo. Por
supuesto, yo he aceptado los encargos. Trabajos alimenticios. Es bonito comer
todos los días, si se puede. Y hacer de necesidad virtud, porque aceptado el
encargo, he acabado sintiendo la necesidad intelectual y vital de escribir esos
libros. Lo mejor que he podido, nunca para salir del paso. Cada cuartilla ha de
ser como si fuese la última que vayas a escribir. Con la familia ocurre
exactamente lo mismo. Hemos de hacer de cada minuto algo que pudiéramos volver
a vivir, igual, dentro de mil años. Quisimos formar una familia. Los libros y
los hijos crecieron juntos. Y unos y otros son un poco de nosotros cuatro, de
mi mujer, de mis hijos, míos. Recuerdo que un día me quejaba a Carlos Pujol:
mis hijos no me dejaban escribir. Y entonces él, que con cuatro hijos estaba
escribiendo unos libros maravillosos, me dijo: “Tienes que escribir en
cualquier parte, en cualquier circunstancia, favorable o adversa. Si no puedes,
déjalo, porque no vas a poder encontrar nunca las circunstancias óptimas; no
existen”. Normalmente uno acaba escribiendo en una mesa contra una pared, en un
cuarto más o menos angosto, con ruidos en todas partes y apremiado por el
tiempo. Tenía razón Carlos Pujol. He procurado no quejarme mucho, por aquello
de que la queja trae descrédito, también porque no me ha cansado trabajar, y
porque me gustan los niños, de todas las maneras. Si Verlaine ha escrito toda
su obra, que es asombrosa y silenciosa, en los cafés modernistas de París,
ruidosos, con gente que entra y sale, con ruidos de tazas y demás, ¿no va a
poder uno escribir en su casa con dos niños riéndose de sus cosas?
3. El tema, la vida…
3. El tema, la vida…
Los escritores hablan de sí mismos porque
realmente están urgidos por preguntas que no saben responder. En los que me
gustan encuentro también agradecimiento y celebración
de la vida como tal, con la conciencia de su brevedad, de querer apresarla,
retener la fragilidad de algunos instantes preciosos y también la necesidad de
aprender y comprender su diversidad, sus limitaciones, los errores, la
enfermedad… Escribir es una manera de meditar sobre uno mismo, sobre los otros
y sobre lo que nos resulta extraño y desconocido. Unas veces es una voz lírica
la que narra y otras la gravedad de un vacío sin héroes. Pero quizá en nuestra época
el sentido del humor es el mejor modo de sacar los demonios que todos llevamos
dentro. El escritor habla en nombre
propio y en el de muchos. Las respuestas que nos vamos dando, a medida que
vamos creciendo, siempre nos dejan insatisfechos. Y por eso, tratamos de
responderlas desde muy diferentes sitios con la esperanza de que en alguno de
estos sitios la respuesta sea más clara, más honda, nos apacigüe, nos consuele
y nos enseñe un poco más de lo que en realidad sabemos, que es poco. Yo veo que
he escrito para revivir los momentos felices y para conjurar aquellos que temo.
La mayor parte de la gente tiende a escribir sobre sí misma; unos
indirectamente y otros a través de personajes de novela. En el caso del Salón
de Pasos Perdidos salgo yo,
claro, pero como un personaje del que en realidad se sabe poco. Y casi nunca soy yo. Hablo más de la intimidad de
mis hijos y de mi mujer que de la mía propia. O de la intimidad de una ciudad,
de una rosa, de un día en el Rastro. Claro que la de todos ellos es la mía. De
mí procuro no contar mucho. Eso sí, el modo, el tamiz, el color de las cosas
está hecho a través de mí. Escribir para que el punto
de vista del escritor sea verosímil. Soy
el que mira, pero realmente de lo que me gusta hablar es de los otros. Hace
muchísimos años, cuando se presentaba el segundo tomo del Salón, me dijo uno que era editor, con esa desvergüenza
y esa malaleche tan española, “¿Y tú por qué has escrito el segundo tomo, si a
ti no te pasa nunca nada?”. Ni siquiera era amigo mío, Yo le dije: “Pues
exactamente por eso. Como no me pasa nada, cuento la vida de gente como tú, y
la gente se descojona de risa”. Yo no soy el tema de mis libros, lo he dicho
otras veces. Al contrario que en Montaigne, el tema de mi libro es, por suerte
para todos, cualquier otro menos yo.
4. El estilo, naturalismo …
4. El estilo, naturalismo …
Todo el mundo quiere escribir de forma
natural, salvo los estilistas. Esos van por otro lado. España es un país
barroco. El barroco, decía Gaya, es lo que sobra. Tiene
algo de cartonpiedra. El estilo cervantino en España es una excepción.
Aquí ha gustado mucho el estilo quevedesco, el vallinclanesco, el celano, el
benetino, los toros, las castañuelas y la Virgen, que decía Giménez Caballero.
Para la naturalidad no hay recetas, pero sí dos sabios consejos. Uno de
Cervantes, en El amante liberal: “lo que se sabe sentir se sabe decir”. Esto
no se aprende en un manual para escritores ni en escuelas de letras. Lo que se siente tiene que
ver con lo que está vivo, con el mundo de lo orgánico, con lo que tiene fuerza propia
en oposición al mundo de lo mecánico, de lo “perfecto”. Lo perfecto, en arte y
en la vida, está muerto. Lo completo es lo perfecto y lo imperfecto juntos.
Cito a JR. Puedes aprender la mecánica de las cosas, su técnica, pero nadie te
enseña a sentirlas ni a percibirlas con intensidad. Puedes aprender a hacer el amor y mejorar el
Kamasutra. Pero nadie te enseñará a enamorarte. Hay escuelas de letras, pero no hay escuelas de
enamoramiento. Eso son cosas que va viviendo uno como puede, casi siempre a
oscuras, o a ciegas. El escritor lleva en su mano un candil, como Diógenes. Al
escritor, en realidad al poeta que todo escritor ha de llevar dentro de sí, le
interesa poner un poco de luz en eso, mirar ahí. En el modo de contarlo hay,
supongo, un margen mayor para el aprendizaje. Y ahí viene el consejo de
Juan Ramón con esa intuición suya
que no ha tenido nadie. Él decía: “Quien escribe como se habla irá más lejos y
será más hablado, en lo porvenir, que quien escribe como se escribe”. Eso tenía
que ver con sus planteamientos nada elitistas. Tendemos
al escribir, tal vez porque eso lo arrastramos desde la escuela, a escribir
como creen los profesores, académicos, críticos y secretarios de ayuntamiento
que se ha de escribir, y no como se habla. Pero en el habla es donde
acostumbramos a quitarle la famosa máscara a los sentimientos. ¿Qué pensaríamos
de una persona que se acercase a nosotros y empezara a hablarnos como Zutano o
Mengano: “Empero, ayer vi a Fulano en la alameda, el cual me dijo”?
A veces se encuentra uno ante una frase
complicada. Bien, se dice uno: ¿cómo “la contaría” cualquiera? ¿Cómo la hablaría
yo? ¿Cómo se lo diría incluso a alguien que no lee libros? Tú me preguntas: ¿cuántas
veces escribes una frase hasta que parezca natural? Te puedo decir cuántas
veces escribo cualquiera de los tomos del Spp. Lo corrijo entre 6 y 8 veces; a veces han sido
tomos de 800 páginas, solamente con leerlo 4 veces son 3.200 páginas. Bueno,
pero eso da igual. Lo importante en todo caso es que las 800 se le hagan cortas
a alguien, con sus tropiezos, repeticiones y demás… El tono. Casi todo está en
el tono, me parece. Con el tono adecuado puede alguien contarnos lo que quiera.
Ni demasiado alto, que te ponga de los nervios, ni demasiado bajo, que te
duerma.
5. El lector, el dialogo platónico…
5. El lector, el dialogo platónico…
Soy muy mal respondedor de esta pregunta, no
tengo mucho contacto con los lectores, por lo tanto no sé muy bien cómo es mi lector. Ni si hay uno específico. A veces se
acerca alguien que te dice con la
mejor voluntad: “Mis escritores
preferidos eres tú y Javier Marías”, por ejemplo, y te quedas preocupado. En
fin, sí, conozco a algunos que leen mis libros, los encuentro un poco como yo, gentes un poco escépticas que no renuncian a comprender
las cosas más extrañas y de buscar lugares en los que respirar algo de aire
libre. Los lectores se parecen un poco al escritor que leen: los
lectores de Baroja que he conocido se parecían bastante a Baroja, el primer
barojiano era Baroja; los de Azorín, lo mismo, azorinianos, los de Juan Ramón,
juanramonianos, y así con casi todos. Por eso me sorprende siempre lo de los
cervantistas. Por lo general, no se habrán visto gentes menos cervantinas que
ellos. Es una cosa rara. En el mejor de los casos, se parecen algo a don
Quijote, por la locura esa que llevan con los libros y papelotes. La mayor
parte se han vuelto locos con el Quijote, como don Quijote se volvió loco con los libros de
caballería. Sigamos. Creo que el lector es el que completa de algún modo
aquello que tú has escrito. Pero tú no vas a poder tener nunca un lector si no
le hablas como te hablarías a ti mismo. Uno trata de
hablarse sin autoengaño, sin engolar la voz. Hay un aforismo de Pascal “le Moi est haïssable” (El yo es odioso), que tiene
que ver con una advertencia evangélica: Quien ama su vida la perderá. Si tú estás
demasiado ocupado en ti mismo, llega un momento en que te vas a perder porque lo más significativo no
está propiamente en ti, está en el otro. Paradójicamente
el “conócete a ti mismo” délfico se cumple con los otros. El escritor o es otro, o está perdido. En ese lector
que tú desdoblas. Sospecho cómo pueden ser los lectores de lo que yo escribo, y
les hablo a ellos como me gustaría que me hablaran a mí. Sin levantar la voz ni
apagarla del todo. Siempre me ha parecido que las verdades que se gritan por
una megafonía pierden ya la mitad de la verdad. Lo que se grita, lo altisonante, pierde
mucha verdad en el camino. La verdad es siempre sentida. La poesía de veras es
la vivida. En ese sentido, yo creo que la literatura, cuanto más íntima sea,
menos gritada será. Por eso no voy al teatro. No voy porque entre otras cosas
no acabo de captar el
principio de verosimilitud. Cuando uno va a una obra
con actores de la vieja escuela que se pasan la función gritando, y tú
estás en una buena fila, cerca del escenario, porque suelo ir invitado, siempre
me entran ganas de levantarme y decirles: “¿por qué gritan? Yo les oigo
perfectamente”. En la escena hay un sofá y en el sofá dos actores, uno al lado
del otro. Entonces, uno grita: “¿CÓMO ESTÁS?”. Parece que dijera: ¡HOMBRE AL
AGUA! Y el otro le responde también a voces: “MUY BIEN”. Eso es lo que tiene
que evitar la literatura. La mala literatura, está llena de este tipo de
frases. Hay muchos lectores partidarios de la literatura mala, como muchos partidarios del teatro malo. Claro que eso es
porque también hay lectores a los que si no se les grita no te escuchan.
Yo veo a muchos lectores malos a los que les gusta que se les hable en ese
tono, un poco retórico, declamatorio, torneado, porque piensan que es así cómo
se tiene que hacer literatura. En cambio desdeñan el tono natural de lo hablado
porque piensan que está al alcance de cualquiera y que la literatura tiene que
ser eso que no está al alcance más que de los grandes hombres, de los hombres
de letras. Y claro, el saber apreciar el tono
apropiado no tiene nada que ver con el elitismo. La literatura nació con
el diálogo, en los coloquios de Platón. Están vivísimos aún. La literatura podrá
estar en crisis, lo está cada veinte años, pero mientras la gente hable, habrá
literatura, porque con todo, es paradójico pero hay cosas que sólo salen de nosotros por escrito. De
hecho, yo no sé lo que puedo valer escribiendo, pero sé que hablando, sobre todo si es de mí mismo, me aburro soberanamente y por
eso no me gustan nada las entrevistas. Temo
que esto se note ahora en esta. Me gusta mucho lo que decía Stendhal: “Cuando
miento me aburro”. ¿Pero cómo vamos a decir la verdad en una entrevista? Pero ¿para
qué hacerla, si vamos a mentir? Y así.
6. La poesía …
Me siento poeta, dicho con la mayor modestia,
un poeta que escribe además otras
cosas. Creo en la poesía. La poesía es aquello que nos ayuda a conocer el mundo
de una manera íntima. La esencia del mundo, dando por hecho que sabemos qué es
eso, es la intimidad. La poesía viene a ser una revelación, algo que te permite
conocer de golpe las cosas. Hay una inmediatez.
La imagen clásica: un relámpago. Durante uno o dos segundos tienes una visión
clara, entre dos negras nadas. La poesía está en presente porque es justamente
lo que retorna, lo que
no se termina nunca. Como un relámpago perpetuo. Aquello que no tiene
poesía, está condenado a envejecer mal; se acartona y se fosiliza pronto. La
poesía tiene algo siempre irrigado por sí mismo que nos emociona. Poetas del
pasado, por ejemplo, no son pasados, son presentes. El poeta no necesita
sentirse actual, el poeta ya es actual. La poesía de la experiencia, del silencio, románticos,
clasicistas… son trajes; hay trajes que tapan más la naturaleza del poeta y no
nos permiten ver. A veces son disfraces demasiado arriesgados, vistosos, de época...
Pero el poeta puro trata de desnudarse cuanto puede. Incluso fingiendo, se
desnuda. El poeta es de todos los tiempos. Lo decía Machado: palabra en el
tiempo. Habla para cada persona. Y no importa su lengua, su traje, su época.
Leopardi es modernísimo, pero sus estrofas, sus rimas, sus hipérbaton, su modo
de escribir son los de un poeta casi latino con una retórica neoclásica. Hay
otros poetas que de pronto intentan ser modernísimos, pero dentro de 20 o 30 años
los encontraremos fosilizados. Mucha poesía vanguardista del s. XX no se puede
leer como ya no leemos a Quintana. Y no han pasado ni 100 años. ¿Por qué unos son poetas y otros no lo son? Bueno,
eso es un misterio, no es algo que se conquista ni se
logra por ser uno más listo que los demás. Realmente,
como poeta, siempre tienes la sensación de que lo valioso en ti te lo han
prestado, que hay alguien o algo en ti que te lleva a eso casi de la mano. De
ahí, esa sensación extraña que tengo ante determinados poemas que he escrito:
si los encuentro bien, me parecen de otro; en cambio, en los errores, en los
fracasos y en las obras fallidas me reconozco inmediatamente. Es decir, lo
bueno me parece de otros y de todos. En cambio, lo fallido solamente me parece
mío. Eso es justamente porque la poesía es algo que se nos da. Lo más absurdo del mundo es
un poeta vanidoso. Ser vanidoso por algo que te han prestado es muy triste. Lo
maravilloso de la poesía es que siempre “se” te da. Te lo da la gente, te lo da
la propia poesía, y lo que tiene uno que hacer es estar en una especie de
atención extrema, enormemente tensado. Atento y aplicado. Como un niño. Ese es
el poeta. Un niño bueno, aunque sea un maldito. Que es lo que casi siempre
acaba siendo, un maldito, precisamente porque no ha
dejado de ser un niño.
7. La libertad…
7. La libertad…
Uno de los escritores que más admiro es
Tolstoi. Es admirable todas las cosas que hizo: novelas monumentales, hijos,
revoluciones, religiones, guerras, panfletos, jugaba al tenis, escribía miles
de páginas de diarios paralelos... Desde Homero, hay unos cuantos; y uno de
ellos, para mí, sin duda, es Tolstoi. Le admiro mucho además porque, a pesar de
su celebridad, pudo hacer la obra que hizo. Tolstoi era enormemente célebre
para su tiempo. Iban a verle desde todos los rincones del mundo, lo requerían,
le importunaban, tenía muchísimos hijos, era conde, tenía siervos trabajando en
sus campos... Tenía muchas cosas y, a pesar de todo, pudo hacer una obra
gigantesca… y silenciosa. En Tolstoi todo va por dentro, esas monumentales
escenas, esa magnificencia, todo eso, si te das cuenta parece que tiene el
sonido apagado, sólo lo oyes si tú mismo estás en silencio, en ti. Uno ni tiene
el talento de Tolstoi ni su vigor, y a pesar de eso, a pesar de haber hecho mil
cosas menos y mil veces peor, se siente uno abrumado como él. Por tanto, lo
mejor es adecuar los medios que tenemos para hacer la obra que podemos hacer.
Buscar la libertad para hacer lo que se quiere hacer. A mí me gustaría tener
mayor grado de libertad: no tener que escribir tanto en los periódicos, o el
oficio de charlista, y tener que hacer lecturas y presentaciones en público. Para mí cada
vez es un suplicio mayor tener que hablar en público. No soy asocial, me
considero una persona cordial, incluso simpática
(o eso creo), pero lo de hablar a mucha gente cada vez me resulta más arduo. Me gustaría ser libre para no tener que subir
a una palestra. Yo soy un escritor escrito, no hablado. Tengo que ir a algunos
sitios, vivo de esto, pero me gustaría tener alguna soltura económica para no
tener que hacerlo. Pero también me digo: “en medio de todo eres más libre que
otros”. Empecé escribiendo en periódicos, en revistas, publicando mis libros,
un poco más o menos como ahora. Es verdad que no siempre ha sido fácil. Nos
dijeron: “Los escritores buenos son estos; hay escritores buenos y malos; en
España hay dos Españas, la izquierda es lo mejor y la derecha lo peor; si no
eres de la ortodoxia de izquierdas, no puedes ser un escritor como Dios manda…” Y, bueno,
entonces dices: Habrá que replantearse algunas cosas
y no repetir estereotipos. Vamos a
revisar todo eso. Y veremos. Y en eso deberíamos estar siempre, reformulando, revisando,
corrigiendo, empezando por uno mismo.
8. Las Armas y las Letras, el ensayo…
8. Las Armas y las Letras, el ensayo…
Un ensayo es el terreno de los matices, y
tenemos la obligación de estudiar las sombras del relato, a menudo tan elocuentes como las luces.
Hay que estudiar las sombras una por una, porque son sombras confusas.
El ensayo ayuda a
indagar, a investigar y a preguntarnos qué ha ocurrido, qué posición
tenemos frente a esos hechos que a veces nos llegan
tergiversados y en el momento de intentar responder a estas cuestiones el tono
es muy importante. Debe ser un tono próximo, con una disposición para el diálogo.
Yo no pretendo estar en posesión de la verdad. La
verdad la hacemos entre todos. Ese es el ensayo que a mí siempre me ha gustado;
porque es el ensayo que piensa y te hace pensar, está
abierto, no está cerrado.
Las Armas y las Letras es un libro que he seguido escribiendo desde hace 20 años. Y sigue siendo un work-in-progress. He matizado cosas, algunas las he podido corregir y otras las he podido ampliar. No es fácil pensar desde un ángulo diferente y salir del paradigma de la dicotomía. Lo nuevo en literatura siempre llama la atención. Da la impresión de que las obras que tienen más éxito son las que están hechas con patrones viejos, porque a la gente esa música le suena más. Al público menos cultivado, como a los niños, no le gusta que le cambien el relato del cuento. En el ensayo, en las ideas y en la literatura en general, el lector más convencional tiene una cierta inercia a seguir escuchando lo que ha estado oyendo tiempo atrás. Hay escritores que son muy cucos que dan a los lectores aquello que quieren oír. Pero cuando les cuentas algo, que no solo no quieren oír, sino que no están preparados para oír, la primera reacción es: “¡Eso que usted me va a contar es mentira!”, como le decía en una discusión a uno Valle-Inclán. Inmediatamente, tú les respondes: “A ver, serénate y vamos a leerlo. Cuando yo te digo que Sánchez Mazas, por ejemplo, es un buen escritor es porque me he leído su obra. No es deleznable como tú me has intentado decir porque fue falangista. ¿Que no es Proust? De acuerdo. ¿Y? O Azorín. Tú no lo has leído, lo que te pido es que lo leas y cuando se te pase un poco el ataque de nervios, volvemos a hablar..."
Las Armas y las Letras más que atacado, fue dejado de lado; no por todos, claro, hubo gentes que lo leyeron entonces; pero la mayoría, sobre todo en la universidad, seguía en otra cosa, con cierta pereza intelectual; ahora la gente ha empezado a leerlo, también porque leer de aquella guerra duele menos. Las Armas y las Letras, a mi modo de ver, se lee ahora con otro talante que hace veinte años. Probablemente porque el ambiente ha cambiado y se acepta que los escritores que ganaron la Guerra Civil perdieron los manuales de literatura y, al revés: que a los que habían perdido la Guerra, por el hecho de perderla, se les dio como regalo los manuales de literatura. Excepto escritores como Chaves Nogales que perdieron la guerra y también los manuales de literatura. Por otro lado, había otra ficción –en parte vigente–: la idea de que los mejores intelectuales, poetas y escritores, estaban con la República. Esto, que era un dogma de fe, ya no lo es. En la última edición de Las Armas y las Letras me tomé la molestia de hacer algo que no tuve el valor de hacer en la primera edición; una lista de los que se supone eran los escritores de derechas y de izquierdas. Y ahí vemos que, en efecto, Lorca es un grandísimo escritor pero es que, ¿Ortega o Azorín son menos que Lorca? Antonio Machado sin duda es un gran poeta, pero ¿Baroja no es un gran novelista? Manuel Machado puede ser un poeta menor, pero como menor, ¿es menor que Alberti? La tercera cuestión –algo que costaba aceptar– es que la izquierda en masa no tenía ninguna responsabilidad en la Guerra, que por el hecho de haberla perdido quedaban eximidos de toda culpa de lo que podía haber ocurrido. Eso es enormemente injusto para aquellos que la perdieron, porque no todos fueron ejemplares, y en efecto Serrano Poncela no es lo mismo que Juan Ramón Jiménez (“Yo no me he exilado para darle la mano a un asesino”, dijo cuando le pidieron que saludase precisamente a Serrano Poncela). Las Armas y las Letras hace 20 años molestó más a cierta izquierda, que a la derecha, me parece; la derecha había metabolizado el estigma de su victoria, el recuerdo de sus crímenes era algo indiscutible. En cambio la izquierda, o buena parte de ella, creyó que no había cometido ningún crimen porque ya nadie parecía interesado en hablar de ellos, y acaso porque pensaban que ya habían sido purgados por una posguerra eterna y criminal. Creo que hay que distinguir dos cosas. Guerra y posguerra. En la posguerra hubo miles de crímenes atroces, y sus responsables que no deberían haber disfrutado de impunidad. Pero esos crímenes atroces de la posguerra no pueden hacernos olvidar el horror de la guerra como tal y sus crímenes. Mi novela Ayer no más trata de eso, del mal, de la venganza y de la justicia, y de la complejidad de nociones como “memoria histórica”, del recordar y del olvidar, y de que no hay víctimas de primera ni de segunda, por lo mismo que todos los verdugos son iguales en su condición de asesinos. Estuvieran en el Tabor de Regulares o en la Brigada Lincoln.
Las Armas y las Letras es un libro que he seguido escribiendo desde hace 20 años. Y sigue siendo un work-in-progress. He matizado cosas, algunas las he podido corregir y otras las he podido ampliar. No es fácil pensar desde un ángulo diferente y salir del paradigma de la dicotomía. Lo nuevo en literatura siempre llama la atención. Da la impresión de que las obras que tienen más éxito son las que están hechas con patrones viejos, porque a la gente esa música le suena más. Al público menos cultivado, como a los niños, no le gusta que le cambien el relato del cuento. En el ensayo, en las ideas y en la literatura en general, el lector más convencional tiene una cierta inercia a seguir escuchando lo que ha estado oyendo tiempo atrás. Hay escritores que son muy cucos que dan a los lectores aquello que quieren oír. Pero cuando les cuentas algo, que no solo no quieren oír, sino que no están preparados para oír, la primera reacción es: “¡Eso que usted me va a contar es mentira!”, como le decía en una discusión a uno Valle-Inclán. Inmediatamente, tú les respondes: “A ver, serénate y vamos a leerlo. Cuando yo te digo que Sánchez Mazas, por ejemplo, es un buen escritor es porque me he leído su obra. No es deleznable como tú me has intentado decir porque fue falangista. ¿Que no es Proust? De acuerdo. ¿Y? O Azorín. Tú no lo has leído, lo que te pido es que lo leas y cuando se te pase un poco el ataque de nervios, volvemos a hablar..."
Las Armas y las Letras más que atacado, fue dejado de lado; no por todos, claro, hubo gentes que lo leyeron entonces; pero la mayoría, sobre todo en la universidad, seguía en otra cosa, con cierta pereza intelectual; ahora la gente ha empezado a leerlo, también porque leer de aquella guerra duele menos. Las Armas y las Letras, a mi modo de ver, se lee ahora con otro talante que hace veinte años. Probablemente porque el ambiente ha cambiado y se acepta que los escritores que ganaron la Guerra Civil perdieron los manuales de literatura y, al revés: que a los que habían perdido la Guerra, por el hecho de perderla, se les dio como regalo los manuales de literatura. Excepto escritores como Chaves Nogales que perdieron la guerra y también los manuales de literatura. Por otro lado, había otra ficción –en parte vigente–: la idea de que los mejores intelectuales, poetas y escritores, estaban con la República. Esto, que era un dogma de fe, ya no lo es. En la última edición de Las Armas y las Letras me tomé la molestia de hacer algo que no tuve el valor de hacer en la primera edición; una lista de los que se supone eran los escritores de derechas y de izquierdas. Y ahí vemos que, en efecto, Lorca es un grandísimo escritor pero es que, ¿Ortega o Azorín son menos que Lorca? Antonio Machado sin duda es un gran poeta, pero ¿Baroja no es un gran novelista? Manuel Machado puede ser un poeta menor, pero como menor, ¿es menor que Alberti? La tercera cuestión –algo que costaba aceptar– es que la izquierda en masa no tenía ninguna responsabilidad en la Guerra, que por el hecho de haberla perdido quedaban eximidos de toda culpa de lo que podía haber ocurrido. Eso es enormemente injusto para aquellos que la perdieron, porque no todos fueron ejemplares, y en efecto Serrano Poncela no es lo mismo que Juan Ramón Jiménez (“Yo no me he exilado para darle la mano a un asesino”, dijo cuando le pidieron que saludase precisamente a Serrano Poncela). Las Armas y las Letras hace 20 años molestó más a cierta izquierda, que a la derecha, me parece; la derecha había metabolizado el estigma de su victoria, el recuerdo de sus crímenes era algo indiscutible. En cambio la izquierda, o buena parte de ella, creyó que no había cometido ningún crimen porque ya nadie parecía interesado en hablar de ellos, y acaso porque pensaban que ya habían sido purgados por una posguerra eterna y criminal. Creo que hay que distinguir dos cosas. Guerra y posguerra. En la posguerra hubo miles de crímenes atroces, y sus responsables que no deberían haber disfrutado de impunidad. Pero esos crímenes atroces de la posguerra no pueden hacernos olvidar el horror de la guerra como tal y sus crímenes. Mi novela Ayer no más trata de eso, del mal, de la venganza y de la justicia, y de la complejidad de nociones como “memoria histórica”, del recordar y del olvidar, y de que no hay víctimas de primera ni de segunda, por lo mismo que todos los verdugos son iguales en su condición de asesinos. Estuvieran en el Tabor de Regulares o en la Brigada Lincoln.
9. Clásicos del traje gris, Los vagamundos, JRJ,…
Durante una época todo lo que tenía que ver
con lo español se tenía por castizo y casposo. Se tendía a
creer que todos los escritores “españoles” por el hecho de ser españoles, eran
nacionales y por ser “nacionales” franquistas, salvo los que habían muerto en
el exilio, o tipos extravagantes y divertidos y muy
barrocos, como Valle Inclán.
Ayer Miriam me pasaba una frase de Kant, sobre la palabra sucesión, que es exactamente la idea de continuar aquello ejemplar en el sentido de recibir un legado. Te la copio, por si la quieres usar: “Sucesión, referida a un precedente, que no imitación, es la expresión exacta para todo influjo que los productos de un creador ejemplar pueden tener sobre otros, lo cual vale tanto como decir: beber en la misma fuente en que aquel mismo bebió y aprender de su predecesor sólo el modo de comportarse en ello.” Nosotros tenemos la obligación de conocer, conservar y cultivar los logros que hemos heredado. Tenemos la obligación de mirar hacia el pasado, mirar lo excepcional del pasado. Yo me eduqué en un colegio donde nos hacían leer a Unamuno, tenía a un profesor de literatura que lo había conocido personalmente, nos contaba cosas de él… y toda esa literatura que yo conocí de niño, era la literatura que me gustaba. Y Juan Ramón, que era un poeta que yo adoraba desde muy joven, bueno no tan joven: 25 años recién cumplidos. Yo venía de Bécquer y Machado, y JR fue EL descubrimiento. Quería escribir como él los libros puros que él escribió, editar como él, vivir con la rectitud que él vivía. Fue la encarnación no sólo del poeta, sino la encarnación de la “persona” lo que me fascinó entonces y aún me fascina. Y, claro, el modo en que él encarno la poesía en la vida y en su vida.
Y eso es lo que he tratado siempre de defender, al hablar de otros escritores, esos clásicos de traje gris, esos vagamundos, a veces gentes en absoluto transitadas o errantes: gratitud hacia ellos y circular su ejemplo.
Ayer Miriam me pasaba una frase de Kant, sobre la palabra sucesión, que es exactamente la idea de continuar aquello ejemplar en el sentido de recibir un legado. Te la copio, por si la quieres usar: “Sucesión, referida a un precedente, que no imitación, es la expresión exacta para todo influjo que los productos de un creador ejemplar pueden tener sobre otros, lo cual vale tanto como decir: beber en la misma fuente en que aquel mismo bebió y aprender de su predecesor sólo el modo de comportarse en ello.” Nosotros tenemos la obligación de conocer, conservar y cultivar los logros que hemos heredado. Tenemos la obligación de mirar hacia el pasado, mirar lo excepcional del pasado. Yo me eduqué en un colegio donde nos hacían leer a Unamuno, tenía a un profesor de literatura que lo había conocido personalmente, nos contaba cosas de él… y toda esa literatura que yo conocí de niño, era la literatura que me gustaba. Y Juan Ramón, que era un poeta que yo adoraba desde muy joven, bueno no tan joven: 25 años recién cumplidos. Yo venía de Bécquer y Machado, y JR fue EL descubrimiento. Quería escribir como él los libros puros que él escribió, editar como él, vivir con la rectitud que él vivía. Fue la encarnación no sólo del poeta, sino la encarnación de la “persona” lo que me fascinó entonces y aún me fascina. Y, claro, el modo en que él encarno la poesía en la vida y en su vida.
Y eso es lo que he tratado siempre de defender, al hablar de otros escritores, esos clásicos de traje gris, esos vagamundos, a veces gentes en absoluto transitadas o errantes: gratitud hacia ellos y circular su ejemplo.
10. La Novela en Marcha: El Salón de
Pasos Perdidos…
“CADA vez que despertamos a alguien por la mañana
a la hora convenida la víspera con él, se diría que lo devolvemos a la
infancia, pues se nos pone voz de padre o de madre, lo mismo que a quien ha de
levantarse se le reincorpora en ese instante no a la mañana, si no a la pereza
del niño que fue, cuando había de acudir al colegio semidormido”. Apenas Sensitivo (págs. 159-160).
Tú lees ese fragmento, que obviamente yo no
recordaba, y lo mejor que me puede suceder es decir: “esto que está dicho por
no sé quién está bastante bien dicho, y es algo que también me atañe a mí”. El
primer compromiso con la literatura es con quien lo escribe, el autor. El autor
debería reconocerse en lo que escribe, porque es el primer concernido por la
literatura.
La literatura tiene que
devolverle a la realidad algo que debería tener y no tiene, algo que le falta. Salvar
la realidad quiere decir completarla porque la realidad es insuficiente y
precisamente por eso no se puede caer en la idolatría de la realidad que es lo
que hace el fascismo. Y desdoblar la vida. Cuando ocurre esto la experiencia de
la lectura tiene una temporalidad más extensa y duradera. Los escritores
tratamos de hacer presente vivo a cada instante. Escrito a cada instante, de Leopoldo Panero, me gusta
mucho como título por eso,
porque nos dice también: vivido a cada instante.
Es verdad que el Diario es el género donde me siento más cómodo, allí
cabe todo, el relato, el poema, el aforismo, la crónica, el desahogo
sentimental, el fraseo, ¿el sintema, el contema dices? No he oído hablar de
esto en la vida, pero si tú lo dices será así; y la ficción, ese diario por
supuesto es una ficción… Y además, no es necesario poner días. A mí me parece
–si yo lo puedo decir– que lo más ocurrente del Salón es que es un libro que, efectivamente, se
escribe como un diario y finalmente se publica como novela, no me preguntes cómo
se ha cambiado el asunto. Los personajes, esas X que al principio ponían tan
nerviosos a los comisarios de los géneros, le dan esa dimensión novelística.
Conozco bastante diarios y quizá me impacienta de ellos el exceso de yo. Acabo
hasta incómodo. Quizás aquí le ocurra al lector lo que a mí me gustaría que
ocurriera: que no hay abuso del yo, y en cambio sí hay un
personaje. Y eso es porque tiene que ver más con una novela. Tenía razón
aquel editor cuando decía que a mí no me pasaba nada, por eso intento que les
sucedan muchas cosas a los personajes. Creo que el protagonista
del diario es el lector. Ya he dicho que lo que menos me gusta de hablar en público,
es porque acaba uno diciendo cosas banales, y de hablar en privado, tener que
hablar de mí mismo, como ahora… No tengo ni
idea si estos libros van a pasar o no a la historia de la literatura. Ni tiene
el menor sentido perder un minuto pensándolo. Vete a saber. Lo que es muy
estimulante para seguir escribiendo es que exista un puñado de lectores que los
esperan y los agradecen. Hoy. En alguna parte.
11. Galdós: Fortunata y Jacinta…
11. Galdós: Fortunata y Jacinta…
Toda obra que nos concierne de una forma muy
directa tiene algo de clásica, de romántica, de neoclásica, de moderna. Esos
trajes de los que hablaba antes, no dejan de ser eso, trajes. Hay romanticismo,
por ejemplo, antes del romanticismo. Lees algunas Novelas ejemplares de Cervantes y son románticas y aun así
faltan todavía 200 años para llegar al Romanticismo. Las obras como Fortunata
y Jacinta son todo lo que
han sido en el pasado y prefiguran lo que vaya a suceder dentro de 200 años. Si
dentro de 200 años, pongamos por caso, hay un movimiento importantísimo al que
vamos a llamar “Fusionismo”, que no sabemos ni lo que es, encontrarán “Fusionismo”
en Galdós. Y encontrarán también una especie de prefiguración de “Fusionismo”
en Cervantes.
Fortunata y Jacinta está al lado de las mejores novelas del XIX.
Fortunata no es superior al Quijote, pero tampoco es inferior. Y eso siendo tan
diferentes. Galdós tiene ese don inigualable de crear ese tipo de personajes
que sentimos vivos. Eso sí que es muy difícil. Que en dos brochazos nos cree al
señorito Santa Cruz, a Fortunata, o a los 200 personajes que salen realmente,
es un prodigio. No solamente están vivos, sino que repiten un modelo que se va
a dar, que ya existía. “Fortunatas” conocemos todos muchísimas. Él sabe ver ese
continuum de la vida, que son estereotipos y que él sintetiza y
prefigura otra vez. Y lo más importante de todo, la vida está llena de
Fortunatas, de carne y hueso, cucando un huevo duro en la escalera de cualquier
casa, ahora, ahora mismo… Para ellas escribimos también, para comprenderlas y dar testimonio de su autenticidad.
Los poemas son delicados, profundos y realmente preciosos en mi modesta opinion.
RépondreSupprimerLa entrevista sera para otro rato, no conocia la revisrta.
salud
Enhorabuena a Insula por este especial. La deuda era ya antigua. La entrevista lo dice todo muy claro y la transcripción está muy bien.
RépondreSupprimerTenía tiempo y he disfrutado la entrevista y los poemas como un regalo inesperado. Han vuelto a mí memoria todos los SPP leídos a lo largo de los años. Gracias. Victoria
RépondreSupprimerPara los lectores de AT, y me considero uno de ellos, esta entrevista no tiene precio. Gracias a "Ínsula" volvemos a disfrutar con y para la literatura.
RépondreSupprimerAhora entiendo mejor lo de secretario de ayuntamiento, en su afirmación de días anteriores, sobre la prosa de Ayala. Es una entrevista muy reveladora. Donde se vacía usted por completo. Sigo sin compartir la consideración sobre Ayala, pero al menos entiendo su concepción estética mejor. Siempre defendí lo que estaba bien escrito, a los autores con una poderosa voz propia y un estilo, uf palabra que a veces es como una lanza para algunos, personal. A veces es denso, como en JRJ; a veces barroco y cargado, como Valle; a veces sencillo y directo, como en Baroja. Pero a todos los admiro, sin programas previos. Tras su lectura, que eso sí que es una verdadera lección en su entrevista. Hay tantos críticos de escritores no leídos...
RépondreSupprimerLos admiradores de la obra de Andrés Trapiello, nos sentimos felices de leer una entrevista tan reveladora en ideas y tan natural en su manera de contarlas....
RépondreSupprimerLa literatura es el tema que más aristas tiene respecto a la opinión , es importantísimo se hable de ella , es el tema más difícil . Lo de menos es que las opiniones sean acertadas o no ya que se opina sobre algo subjetivo , no creo en lo que leo ( salvo excepciones ) . Cuando opinas de literatura según lees un post de Hemeroflexia , opinas al azar y es imposible saber de los temas que sepa el escritor , por eso veo bien que se pueda inventar argumento y se caiga en lo tangencial y un cierto surrealismo ( hablo por mi ) , eso sí no me parece bien criticar a quien no has leído o criticar por criticar , pero tampoco me
RépondreSupprimersorprende . El post es un ensayo certero, y difícilmente se le puede poner un pero , en internet leemos Hemeroflexia todos los días y no nos aburre , nadie lee todos los días un mismo autor en papel , y esto no lo digo por halagar , es una ocurrencia basada en la verdad .
“entre dos negras nadas” (A.T.)
RépondreSupprimer"La vida de los hombres en la tierra, ¡oh rey!, si la comparamos con los vastos espacios de tiempo de los que nada sabemos, se parece, en mi opinión, al vuelo de un pájaro que se introduce por el hueco de una ventana dentro de una espaciosa estancia en la que arde un buen fuego en el centro, que calienta el ambiente, y en donde tú estás comiendo junto a tus consejeros y ligios mientras afuera azotan las nieves y lluvias del invierno. Y el pájaro cruza rápidamente la gran sala y sale por el lado opuesto: regresa al invierno y se pierde de tu vista. Así ocurre con la efímera vida de los hombres, pues ignoramos lo que la precede y lo que vendrá detrás..." (M.Y.)
Me pregunto si cuando uno contesta con esta espontaneidad y luego relee con calma sus respuestas se encuentra plenamente identificado con lo dicho o le surgen dudas o asombros o incluso reacciones adversas, casi de arrepentimiento.
RépondreSupprimerLo digo porque resulta excepcional tanta frescura y tanta intimidad desnudada. Y quien se desnuda y luego se mira en el espejo puede que le apetezca taparse.
"¡Llegó la madurez...!
RépondreSupprimer¡No lo desnudo,
lo pleno, lo cumplido, lo logrado!
Sino este verse en fin del otro lado
y sin finalizar: posible y crudo.
Tan vivo como muerto, casi mudo
como cuando inicié mi inacabado
cantar de duelo y luz...
¡Llegó lo ansiado...!
Y sólo soy un hombre que ando y dudo.
Un hombre, una canción, un calmo empeño
capaz de continuar pese a saberse
umbría de un destino apenas hecho...
Limpio, correcto, auténtico y pequeño
cual marzo suficiente que a perderse
naciera condenado por su lecho."
Enrique Azcoaga. "Del otro lado". Colección Mairena. Madrid 1968.
Qué hermoso, Trapiello ¿no lo crees?
http://bit.ly/1ir2IbX