Llegó esta mañana Mairena a clase mucho más locuaz de lo acostumbrado, debido quizá al resultado obtenido ayer por su equipo (Mairena, viviendo en Madrid y no siendo especialmente aficionado al fútbol, tenía la fantasía de decirse del Barça por lo mismo que, no siendo confesional, se habría declarado anglicano en Roma y católico en Londres):
–Dígame, García, qué relación ve usted entre la República Barataria y el Reino de España.
–La que media entre Cervantes y Felipe IV, entre Puerto Lápice y Cartagena de Indias, adonde no tuvo el rey el santo cuajo de dejar marchar a nuestro Príncipe de las Letras, cuando se lo pidió.
–No está mal, pero adivino en usted un fondo de guasa y de resentimiento y ello me obliga a darle un aprobado raspado. ¿Está usted conforme?
–Según.
–García, no me tiente; aún estoy a tiempo de atizarle la matrícula de honor.
–¿Como hace el Rey de España cada año con los premios Cervantes, después de lo que le hizo su bisabuelo a nuestro querido manco?
–Es usted incorregible, y siempre cojea del mismo pie.
–Conforme.
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