Un día de primavera del
año 2005 compré a los gitanos de la calle Mira el río baja que tienen su puesto
a un paso del Campillo, un dibujo antiguo y dos grabados, los tres en bastante
mal estado. Estos a sabiendas de que no tenían el menor interés y aquél porque
creía que podía tenerlo. ¿Y por qué los tres? Es así como conviene proceder,
sobre todo entre quienes, aunque no tengan conocimientos específicos de lo que
venden, están dotados de un instinto infalible para saber lo que puede o no ser
bueno, como un olfato especial. “Envolver” un dibujo bueno en otros mediocres,
o libros o cualquier otra cosa, es
una práctica habitual en el Rastro, que usan tanto los vendedores como los
compradores. Por ejemplo, en aquella ocasión el gitano no vendía los papeles
sueltos, sino un lote de ellos de más de cuarenta. Antes que yo vieron la
carpeta unos cuantos asiduos, anticuarios, almonedistas y profesionales. Había
en ella toda clase de obras, litografías de políticos y militares del XIX,
alguna estampa piadosa del XVIII, alguna acuarela medio naïf, cromos abominales
y copias bastante torpes hechas por algún aficionado. El estado de los papeles
era en general deplorable, doblados muchos de mala manera, rotos a veces, con
manchas de grasa… Cuando el gitano vio que no vendería el lote completo, como
pretendía, se avino al minoreo. El hecho de que los profesionales se lo
hubiesen desdeñado bajaba considerablemente el precio que había empezado
pidiendo. Yo pesquisé la carpeta papel por papel y desde el primer momento me
fijé en el dibujo, pero supe que no debía de dárselo solo, así que escogí al
tuntún otros dos grabados, para hacer bulto, tratando también de formar con
ellos un lote, es decir, buscando un precio por los tres para tratar de
distraer su atención del que me interesaba a mí. Los grabados eran religiosos,
arrancados de un libro del XIX, bastante corrientes. Cogió los tres papeles.
Hay veces que ni siquiera se toman esa molestia y los tasan a ojo de buen
cubero, sin tocarlos. Como perro viejo habituado a todas las tretas, no prestó
la menor atención a los grabados, pero hubo algo en el dibujo que también le
despertó la curiosidad a él, y se puso a examinarlo detenidamente. ¿No lo había
visto antes? La vida va tan deprisa para los gitanos que a menudo no tienen
tiempo de examinar el género sino en el momento en que lo van a vender. Me
dije, malo. Cada segundo que se demora un gitano en el examen de algo, el
precio va subiendo, como un taxímetro. “Es un dibujo muy antiguo”, dictaminó.
Pensé: está preparándome el camino para una gran estocada. Comprendí que la
palabra antiguo venía estofada en panes de oro. “Quizá, no lo sé”, le respondí.
En el Rastro lo mejor es no mostrarse jamás seguro de nada, porque si algo
puede molestarle a un gitano es que traten de engañarlo. La máxima de Mairena
es exactísima: “Se mienten pero no se engañan” “¿Tú crees que es tan antiguo?”,
pregunté por preguntar. “Sí, el papel es del XVII”, respondió sin titubeos. Una
cosa es mostrar una disposición humilde y otra pasar por crédulo, de modo que
también conviene poner alguna cota a eso, si no quiere uno acabar avasallado:
“No sé”. Quería decirle de un modo delicado que si él tenía convicciones
firmes, las mías también lo eran. Esto le hizo dudar, porque tampoco quería
engañarme sabiendo que llevo comprándole desde hace treinta años. “No sé, yo
diría que es del XVII”. Fue la primera fisura en su amurallada argumentación.
Al tiempo que duraba este coloquio yo pensaba que el trato no iba mal
encaminado: mientras hablemos del papel el precio será para el papel, no para
el dibujo, me dije. Por eso el gitano dio un hábil giro a la conversación,
llevándola a terreno propicio. “El dibujo es muy bonito”. “Sí”, concedí, “pero
es raro”. “Sí, es raro, pero es bonito”, dijo él. Yo pensé: estamos
acercándonos. Los gitanos del Rastro agradecen, como todo el mundo, un poco de
sinceridad, y sin peros no hay Rastro, ni para el que vende ni para el que
compra. “Lo más seguro es que sea una copia, como todo lo demás”, dejé caer.
Contra eso no tenía mucho que argumentar, y sin ganas de porfiar más, zanjó
vencido: “Venga, deme cincuenta euros por los tres”. La cosa quedó en algo
menos, como no podía ser de otro modo, y yo me fui deseando llegar cuanto antes
a casa para hacer una consulta.
(Continuará y acabará mañana)
(Continuará y acabará mañana)
Nunca he visto un gitano trabajando en un banco a pesar de tener un pico de oro y ser maestros en expresión corporal .
RépondreSupprimerPor algo será.
SupprimerUn lobito muy zorro
RépondreSupprimerJunto a un cortijo
S’ ha encontrado una niña
Y así le dijo:
―Mi niña,
Bente conmigo á mi biña
Y te daré ubas y castañas.―
Y respondió la niña:
―Nó, que m’ engañas.
Por la calle que llaman
De San Francisco
Se aparece una zorra
Vendiendo cisco.
Diciendo:
―Yo me vengo muriendo;
Que traigo
Un dolor que me caigo;
Si hallara
Quien conmigo bailara,
Este dolor que traigo
Me se quitara.―
Veinticinco gitanos
Han acudido
Á bailar con la zorra
’ Jopo tendido.
Bailaron,
Pero no la cansaron;
Porqu’ ella
Parece una centella,
Y corre,
S’ ha subido a la torre
D’un vuelo;
Pero en dando un saltito,
Ya ’stá ’n el suelo.
RODRÍGUEZ MARÍN, Tomo I, Cantos 177 y 178.
Ojo que hay gitanos que son irreconocibles tanto por el físico como por el habla ; la única forma de reconocerlos es por el sonido gutural propio de su raza que emplean para cantar y hablar entre ellos y que solo reconocerás por su risa o porqué se haya tomado unas copas ) . Si un gitano trabajara en un banco otro gitano pensaría que se trata de un payo , de lo contrario no habría logrado ese trabajo ; tienen ese gen de " vender la burra " que les hace ser artistas destacados en todo que se le propongan .
RépondreSupprimerMe ha encandado la descripción de la compra de los dibujos. Es pura vida.
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