Pero, ¿y en el caso de una paisaje como este, que se
caracteriza precisamente por la ausencia de personajes? ¿Deduciríamos de él el
“espíritu nacional”? Ni siquiera estamos seguros de que esa ciudad sea Toledo,
tal y como entendemos que ha de ser el cuadro de una ciudad.
Jonatham Brown dio en parte con la clave de este
paisaje insólito (porque insólito es). El Greco pintó tres cuadros de Toledo, y
todo hace suponer que en el origen de estas pinturas estuvo la decisión de
Felipe II de descartar a Toledo como capital del reino, cosa que llevaría a la
nobleza local, dolida por esa decisión, a encargárselos al pintor tanto por
amor a su ciudad como por despecho. A uno de esos cuadros, el “nuestro”, le dio
incluso un tratamiento especial, como de criatura viva, tal y como hizo tantas veces
con sus personajes. O sea, que tal vez no fuese exacto lo que acabamos de
afirmar, ya que acaso el personaje del cuadro sea la propia ciudad. De hecho en
el inventario de la condesa de Añover no se le describe como una “vista” o
“paisaje” o “país”, tal y como era habitual en las pinturas de una ciudad, sino
como… “Retrato de Toledo”.
Cossío cuenta en su libro cómo lo descubrió y cómo,
tras ponerlo en valor, pasó a manos del señor Havemeyer, y aunque defendió la
promulgación de leyes que prohibieran el expolio del patrimonio nacional,
comprendía que era preferible que salieran de España unas obras que acaso sólo
así garantizaban su supervivencia,
evitando ser atropelladas con restauraciones criminosas o el abandono, tal y
como venía sucediendo hasta entonces. Para cuando este paisaje dejó
definitivamente el territorio español, Cossío ya había tomado sus notas, que
pasarían luego al libro, describiéndonos la impresión que recibió de él. Vale
la pena transcribirlas, porque guardan estrecha relación con lo que contaré más
adelante.
“El Paisaje es pura labor artística, donde un mínimo
trozo de la ciudad, casi en silueta, alterada arbitrariamente y sin
contemplaciones, a fin de extremar su carácter, sirve de pretexto o
salvoconducto para entregarse a la representación de aquél, entre suave y
abrupto, pedazo de tierra, que se ve desde la huerta de Safont, mirando hacia
el puente de Alcántara, con este en el centro, los cerros de la Sisla y de la
Degollada en el fondo, y circunscrito, a Oriente, por el Castillo de San
Servando, y a Poniente, por el Alcázar.
(…) En el Paisaje, campo, ciudad y cielo
–pues que figuras no existen o, para mayor exactitud, sólo se adivinan, después
de mucho esfuerzo, en unas tenues, casi imperceptibles líneas que hay al lado
de una barca, en primer término, y en el camino que conduce al Puente– todo se
halla ejecutado con el mismo interés y detenimiento. La Vista, de entonación
clara, reproduce fielmente el acentuado frío. (…) El Paisaje es sombrío. El
oscuro verdor del agua, de los árboles y del suelo trasforma la huerta del
Tajo, que, si no es risueña, es plácida y clara, en tenebrosa. Los monumentos
son plomizos, con luces violentas en los ángulos; la silueta, cortante; la hoz
del río, más honda y estrecha que natural; los cerros, más agrios; el
horizonte, negro; el cielo, tormentoso. Todo lo contrario al huerto primaveral
de Fray Luis de León, y al “secreto seguro deleitoso” en que se refugiaba. El
Greco, sin embargo, no miente ni falsea, exalta, conforme a su
habitual temperamento, excitado en sus últimos días, el tan frecuente y
característico aspecto, hosco y ceñudo, de la naturaleza castellana”.
Pasemos por alto el que Cossío no mencione que se trata de un paisaje pintado a la luz de la luna, de un verdadero claro de luna, y quedémonos de momento con este “alterada arbitrariamente y sin contemplaciones”, referido al hecho de que El Greco modificara a su antojo la fisionomía de la ciudad desplazando unos monumentos, eliminando otros e inventando, se supone, algunos más. ¿Qué le llevó a proceder así y a presentar de ese modo la pintura a unos contemporáneos que iban a advertir de inmediato esas alteraciones? ¿Lo hizo por originalidad? Salta a la vista que El Greco es ante todo originalidad, desde luego, tal y como lo vio Ramón Gaya en cierto escrito sobre Toledo.
Según Gaya, El Greco, oriundo de Creta y vecino un tiempo de Venecia, se quedaría a vivir en Toledo, ciudad que tiene algo también de islote, como un apátrida. “Nunca se comprendió que la extremosa originalidad del Greco no era una originalidad… natural, suya verdadera, sino fruto, precisamente, de su pérdida de origen. Un alma que ha perdido su origen no tiene más remedio que caer en la originalidad”, dirá Gaya, para concluir que El Greco “no tiene suelo, ni tampoco (como creyó el viejo Cossío) tiene cielo”.
Creo que, en efecto, esa ausencia de suelo y cielo es lo que da a sus pinturas el aire sonámbulo que tienen, ese carácter alucinatorio que se desprende de la mayor parte de ellas, como si no fuesen de este mundo o estuviesen transportados de él en un sostenido y levitatorio arrebato religioso, incluido este “retrato de Toledo”. Y esto sin duda fue lo que entusiasmó a unas vanguardias que irrumpían buscando lo mismo, el lado romántico, oscuro y metafísico de la existencia, la visión, pues que de visión se trata, de todo aquello que no puede verse a simple vista.
Y con esto llegamos a lo que quería contar.
Pasemos por alto el que Cossío no mencione que se trata de un paisaje pintado a la luz de la luna, de un verdadero claro de luna, y quedémonos de momento con este “alterada arbitrariamente y sin contemplaciones”, referido al hecho de que El Greco modificara a su antojo la fisionomía de la ciudad desplazando unos monumentos, eliminando otros e inventando, se supone, algunos más. ¿Qué le llevó a proceder así y a presentar de ese modo la pintura a unos contemporáneos que iban a advertir de inmediato esas alteraciones? ¿Lo hizo por originalidad? Salta a la vista que El Greco es ante todo originalidad, desde luego, tal y como lo vio Ramón Gaya en cierto escrito sobre Toledo.
Según Gaya, El Greco, oriundo de Creta y vecino un tiempo de Venecia, se quedaría a vivir en Toledo, ciudad que tiene algo también de islote, como un apátrida. “Nunca se comprendió que la extremosa originalidad del Greco no era una originalidad… natural, suya verdadera, sino fruto, precisamente, de su pérdida de origen. Un alma que ha perdido su origen no tiene más remedio que caer en la originalidad”, dirá Gaya, para concluir que El Greco “no tiene suelo, ni tampoco (como creyó el viejo Cossío) tiene cielo”.
Creo que, en efecto, esa ausencia de suelo y cielo es lo que da a sus pinturas el aire sonámbulo que tienen, ese carácter alucinatorio que se desprende de la mayor parte de ellas, como si no fuesen de este mundo o estuviesen transportados de él en un sostenido y levitatorio arrebato religioso, incluido este “retrato de Toledo”. Y esto sin duda fue lo que entusiasmó a unas vanguardias que irrumpían buscando lo mismo, el lado romántico, oscuro y metafísico de la existencia, la visión, pues que de visión se trata, de todo aquello que no puede verse a simple vista.
Y con esto llegamos a lo que quería contar.
Venid, adoradores, y adoremos el busto redentor (Nochebuena toledana en el Rastro, Graecus et Graeca in vigiliis).
RépondreSupprimerΛύχνου ἀρθέντος, γυνὴ πᾶσα ἡ αὐτή ἐστι. LUCERNA SUBLATA, OMNIS MULIER EADEM EST. Lámparas escondidas, todas las mujeres son iguales.
SupprimerHasta en latín y griego lo podemos decir ya, macho.
SupprimerLa Grande Chapelle ha recuperado dos motetes del maestro de capilla de la catedral Toledo , Francisco Guerrero , en homenaje al Greco.
RépondreSupprimerhttp://www.google.com/culturalinstitute/asset-viewer/view-of-toledo/LQEbD5GpU4Q65Q?hl=es&projectId=art-project
RépondreSupprimerPara verlo de cerca, casi "metropolitanamente". Solo así pueden apreciarse las diminutas figuras humanas: un puntito blanco la cabeza. Seis o siete por el camino que sube al puente. Otras cuatro en la explanada del edificio de la izquierda, debajo del castillo. Algo más abajo y a la derecha, lo que parecen mujeres, una de ellas tal vez lavando ropa en un ramal del río. Y a la misma altura, en el centro del cuadro, hombres pescando ¿con lanzas? ¿Varando otros una barquichuela? Y un último ¡a caballo vadeando el río hasta un pequeño islote! Qué vértigos.