El dibujo, una hoja de 24x20 centímetros, representa
este mismo paisaje del Metropolitan, y que es el mismo lo atestigua la torre de
la catedral a la izquierda del Alcázar, tal y como la pintó el Greco. Este la
puso ahí, porque de haberla representado en su emplazamiento real, desviada y a
la derecha, no habría cabido en el cuadro. Por otro lado el conjunto de
edificios que aparecen en el cuadro en el margen izquierdo y que no responden a
ningún edificio conocido de la época, tampoco figuran en el dibujo, y al igual
que hiciera el Greco, en el dibujo están exageradas la altura del Alcázar y la
pendiente que conduce a él, y desviado el curso del río. Lo demás es todo
igual, aunque esbozado de una manera postcézanniana, si puede decirse así. De
no estar dibujado en un papel de hilo, con su verjura, y con una tinta que se
ha oxidado y desvaído hasta parecer vinagre, podría haber pasado por el
esquicio de un Vázquez Díaz, de un Moreno Villa o de un Maroto, pintores que yo
creo han imitado en sus paisajes, entre otros artistas modernos, el estilo de
este paisaje del Greco.
¿Es bonito el dibujo? Como tantas otras cosas. Si el
dibujo fuese de “alguien”, desde luego; siendo de “nadie”, quiero decir, de un
anónimo, menos. Así que hice lo que suele hacerse en estos casos con las obras
de autores desconocidos: buscarle una paternidad. Llamé a Alfonso Pérez
Sánchez, el antiguo director del Prado y uno de los especialistas más
reconocidos en pintura española del siglo XVII.
Desde que Pérez Sánchez y yo habíamos intentado una
combinación como jurados de los premios Príncipe de Asturias en 1996 para
intentar darle el de las Artes a nuestro amigo Gaya (con ninguna fortuna,
conviene recordar), nos habíamos visto en algún sitio, por ahí, conferencias,
presentaciones, pero no en su casa.
Estaba bastante repuesto del ictus que lo había
dejado en una silla de ruedas, pero llevaba en aquel momento una vida normal,
aunque sin salir a la calle, dedicado a sus estudios.
Pérez Sánchez, aparte de ser un especialista en
pintura del XVII, era aún más si cabe, un experto y coleccionista de dibujos de
esa época, y también un gran aficionado al dibujo y la pintura española
contemporánea (la suerte le había sonreído también a él, llevándole a un lote
de dibujos y obras de Moreno Villa, que compró en el Rastro en los sesenta a un
viejo que había sido bedel de CSIC, organismo al que se había incorporado
después de la guerra el Centro de Estudios Históricos en el que había trabajado
Moreno Villa en cuyo despacho quedaron, cuando este abandonó Madrid en
noviembre de 1936, parte de su biblioteca y algunos de sus cuadros y dibujos: a
esto me refería antes con lo del cesto de cerezas).
Se quedó intrigadísimo con el dibujo que le llevé.
Me preguntó, como es natural, la procedencia. El lugar en el que las cosas se
manifiestan o revelan son
determinantes a menudo para conocer su naturaleza. Como cualquiera puede
comprender, no era lo mismo haber encontrado ese dibujo en la testamentaría del
Greco que haberlo comprado a unos gitanos del Rastro. A la semana siguiente,
por cierto, le pregunté al gitano de dónde procedía el lote, y su respuesta
evasiva tampoco nos sacó de dudas.
“El papel es bueno”, corroboró Pérez Sánchez, “y el
precio también”. Quería decir que nadie falsifica un dibujo del siglo XVII para
venderlo por diez euros. Pero del dibujo le resultaba imposible concluir nada:
demasiado esquemático. Según él lo mismo podía ser del pintor, que de su hijo o
de un secretario, de la condesa de Añover, por ejemplo, que hubiera querido
adjuntarlo en el inventario, como a veces sucede. El hecho de que incluyera la
torre de la catedral en el emplazamiento ficticio que le dio el Greco, pero no
las casas de la izquierda, le parecía un hecho relevante, pero del que no
podrían derivarse deducciones fiables. El estudio comparativo con otros dibujos
tampoco podía ser concluyente, porque apenas se conservan dibujos del Greco.
Algunos trazos eran sumamente habilidosos y sueltos, y otros en cambio muy
torpes. Pérez Sánchez me recordó lo que decía Palomino del Greco: “Lo que hizo
bien, ninguno lo hizo mejor, y lo que hizo mal ninguno lo hizo peor”.
El dibujo está en nuestra casa, enmarcado por Divina
Ulecia en un marco original del XVII que nos costó treinta veces más que el
dibujo, y aunque resulta abusivo asegurar que sea del Greco, lo cierto es que
cuando lo presentamos a alguna visita a quien llama la atención, y entre
nosotros mismos, nos referimos a él como “el dibujo del Greco”.
El “Retrato de Toledo” es una pintura extraña que
sólo se entiende desde la modernidad del siglo XX, concretamente desde el
expresionismo, pero no a la manera en que se entenderían las vistas de la Villa
Médicis de Velázquez como un claro antecedente del impresionismo. Todo lo que
en estas es naturalidad y serenidad, es originalidad y perturbación en aquél.
Cielo y suelo en él son bien extraños. Hay algo inquietante en esa luna velada
por nubes fantasmagóricas y apocalípticas, y algo más inquietante aún en esos
verdes color hiel y “crueles tonos”, “distintos y desunidos” a los que se
refirió con suficiencia el tratadista Francisco Pacheco, contemporáneo del
Greco, o “la desazón de los colores”, a la que se refirió el Padre Sánchez. El
conjunto nos sobrecoge, desde luego, aunque a mi modo de ver más por la
personalidad del pintor que se trasluce en el cuadro, que por este, una especie
de aquelarre toledano. Claro que esta opinión podrá verse descatalogada dentro
de otros trescientos años, y aun muchos menos, porque en esto del arte las
leyendas viajan en todas las direcciones a una gran velocidad.
Para terminar sólo dos cosas más. La primera:
Pacheco saliendo al paso a los que creían que esos “tonos crueles” y los
“colores distintos y desunidos” habían sido una “valentía” del Greco, algo
deliberado suyo y sostenido contra viento y marea, como una genialidad, dice
que no lo creía en absoluto, porque precisamente esa manera de pintar le había
hecho fracasar. “A esto le llamo yo trabajar para ser pobre”, sentenció Pacheco
con desdén y sarcasmo. Creo que en el origen de la admiración de Cossío y los
del 98 por la pintura del Greco estaba precisamente eso, el modo en que este
mantuvo firme su visión del mundo, sin importarle trabajar para ser pobre.
Aunque esto fuese también una leyenda, porque el Greco, a despecho de lo que
dijo Pacheco, se hizo relativamente rico con su trabajo y llevó una vida
espléndida y refinada: “Ganó muchos ducados, más los gastaba en demasiada
ostentación de su casa, hasta tener músicos asalariados, para cuando comía
gozar de toda delicia”, nos dirá de él Jusepe Martínez, poniendo en entredicho
esa idea de un Greco ascético y partidario del flagelo.
Y la última: la gente a la que solemos mostrarles
este dibujo, copia, esbozo o lo que sea, suele poner cara de incredulidad o
escepticismo, sin duda porque nuestra casa no debe de parecerles a tono o a la
altura de una obra original del Greco. Y llevan razón. Aunque nadie podrá
negarnos jamás que el Rastro es generoso con quienes lo frecuentan,
regalándonos sus historias, por ejemplo esta que acabo de contar, con la que
acaso el “Retrato de Toledo” esté más emparentado de lo que jamás llegue a
averiguarse.
Por solo 20 € (desde 50), esta misma madrugada un gitano del Rastro me ha vendido la lista de las letras que cantando se cruzaron los duques una larga noche de juerga en Marivent. No hace mucho, según él.
RépondreSupprimerMía tú si soy güen gitano
Que t’ entrego cuatro riales
E cuatro y medio que gano.
Soy más gitana qu’ er gayo;
Náide me lo contradiga;
Er gachó que me camele
Ha de pasá faitiguillas.
Ben acá, mala gitana,
T’ has güerto como er dinero;
Que anda e duana en duana
jasta que l’ echan er seyo.
Gitaniya como yo
No la tienes de encontrar,
Aunque se buerba gitana
Toíta la cristiandá.
Por interés der dinero,
Te fuistes de la cabesa;
Dijistes qu’ eras gitana,
Te gorbistes montañesa.
[¿O “mu duquesa”?]
La noche del aguasero
Me tapastes con tu capa
En la esquina er mataero.
Ben acá, mala gitana,
¿Qu’es lo que quieres de mí,
Si ando pidiendo limosna
Pa que no te farte a ti?
La noche de los granisos
Me tapastes con tu capa
En la esquina er Paraíso.
¡Pícaros gitanos,
Caras de carnero,
Que al Niño Jesús
Lo han dejado encueros!
―Gitano, ¿por qué vas preso?
―Señor, por cosa ninguna:
Porque he cogío un ramá
Y etrás se vino la mula.
Caminito de Antequera
Preso llevan á un gitano,
Porque se encontró una capa,
Antes de perderla el amo.
Esta gitana está loca,
Loca que la ban a atar;
Que lo que sueña de noche
Quiere que sea verdad.
Fue mi mare una gitana
Y mi pare un cabayero…
D’esos que pescan cabayas
Entre la niebe y er yelo.
Mi moreno me ayudó
A subir las escaleras;
[¿A bajar aquella cuesta?]
Vale más mi morenito
Que toda la España entera.
Qué bueno comprobar cómo, al igual que en tiempos dieciochescos o decimonónicos y goyescos, los miembros de la monarquía española bajan de sus altezas a gustar de lo plebeyo codeándose con el pueblo más pueblo de todos: el gitano. Con ello, sin duda, la República española tendrá que seguir esperando muchos años.
SupprimerRodríguez Marín recoge más de cien cantos carcelarios. Copio siete. Que la juerga prosiga en la cárcel.
SupprimerSi acaso te preguntaren
Nunca niegues la mentira:
La verdá por las espardas,
Y el escribano, qu’ escriba.
Caena que m’ aprisionas,
Calaboso, aquí me tienes:
Pague mi cuerpo er delito
Y no paescan mis bienes.
Er pajarito en la jaula
Se dibierte en el alambre,
Y yo m’ estoy dibirtiendo
Con las rejas de mi cárse.
Ya me sacan de la cárse
A cajitas estemplás;
Me ponen a sacar piedras
De las oriyas der má.
Corrersioná e Seuta,
Mar fin tenga é:
Que ya me duelen – tós mis güesecitos
E roá por é.
Si el rey de España supiera
Lo que a los presos les pasa,
De cárcel en cárcel fuera,
Echándolos a sus casas.
A mí me ban a matá;
Dime, prima, qué te debo,
Que te lo boy a pagá.
"La Sagrada Familia con Santa Ana" es un cuadro precioso. El rostro de la Virgen es muy bonito y lleno de vida. Si este pintor hubiera nacido en Francia, estaríamos ante uno de los más grandes...
RépondreSupprimerBueno en Francia a su mejor pintor que dicen fue Cezanne le pasó un poco como a El Greco , ambos son de los más grandes y lo importante es que sus cuadros no cambien de ubicación .
RépondreSupprimerEstupenda novela por entregas y bellamente ilustrada.
RépondreSupprimerLos personajes muy bien retratados, incluído Pérez Sánchez.
Gracias. Victoria
Qué cosa más fascinante y que bien contada. Siempre es un placer leerle.
RépondreSupprimerMagistral relato , me ha recordado a Chaves en Belmonte . Hay que escribir para compartir como hace usted , los textos adquieren más fuerza y eso se palpa , por otro lado me gustan las referencias porqué el aprendizaje colateral es clave ( me ha gustado mucho Vazquez Diaz ) y usted al fin y al cabo es un maestro del arte de escribir . Se tiene que dar cuenta que está escribiendo a un nivel que le pone muy arriba . Me da un poco pudor decir esto pero nobleza obliga y puede resultar interesante para los lectores
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