PODRÁ uno no compartir el procedimiento delator de los autores del informe Ruano, pero comprende su indignación. Pensarían: haber hecho una guerra, ganarla y dejarle la victoria a quien se la pasó en Capri... Reírse de Ricardo León y Ramiro de Maeztu les pareció que merecía otra.
En la misma página del Heraldo de Madrid en la que aparece publicada la crónica de Ruano dando cuenta de la quema del colegio de Maravillas, que ardió con otros en Madrid esos días, figura la cuestación nacional para el monumento a los héroes Galán y García Hernández, fusilados por la dictadura militar poco antes por haberse sublevado contra ella. De Galán iba a publicar por entonces el periodista un folleto, uno de esos escritos que los autores del "Informe Ruano" denunciaban y a los que el propio Ruano hace referencia en la nota bibliografía que incluye precisamente en la bibliografía que abrocha sus Siluetas de escritores contemporáneos: "Se han excluido de esta lista veinte títulos de libros que correspondiendo a la gracia efímera o necesidad del momento, el autor no considera, aun sin renegar de ellos, dentro de su estricta obra literaria en marcha".
El 11 de mayo del 31 quemaron el colegio Maravillas, en Bravo Murillo, y hasta allí fue el reportero Ruano urgido por la necesidad del momento. El carné de periodista le franquea la entrada al edificio que defiende de la curiosidad y el saqueo un cordón policial. Encuentra Ruano por todas partes escombro y chamusquina, y se apresta, sin más, a contarnos las cosas con su efímera gracia. Tras sugerir que han sido los mismos frailes quienes destruyeron el archivo del colegio, dice: "He aquí un capítulo importante: la destrucción que los mismos religiosos han hecho de sus conventos". Habla, pues, no sólo del de Maravillas, sino de todos los que están ardiendo en Madrid. "En muchos, y en este, el incendio fue extrañamente ayudado desde dentro antes o simultáneamente a que entraran las turbas". A medida que transcurre, la crónica de Ruano se hace solanesca: "Las bodegas, cerca de los sótanos donde estaban los billares. Un río de vino mezclado con el aceite. Grandes barriles. Y un verdadero cementerio de latas de conserva abiertas unas, retorcidas por las llamas otras, las más, intactas. El pueblo ha comido, ha bebido por una vez como ellos [ los frailes] comieron toda su vida. Se necesita ser muy miserable para llamar a esto pillaje y no llamárselo a lo otro. El recuerdo de la leyenda de los curas y frailes dieciochescos glotones y entregados a la sensualidad acude, sin quererlo, a la imaginación". Y al poco rato, descubre Ruano en el suelo un escapulario con el "Detente, el Corazón de Jesús está conmigo". Se espera mucho de Ruano en ese paso, y Ruano, carga la suerte en su toreo de salón, mirando al tendido: "[El Corazón de Jesús] no estaba con ellos, no. Cada día ven y vemos los creyentes que si Jesús volviera no estaría con ellos, con quienes han hecho de la religión una simple fuerza política, una continua intriga". Que Ruano tuviese o no razón es, en este caso, menos importante que el hecho de verlo trabajar de mercenario.
En la misma página del Heraldo de Madrid en la que aparece publicada la crónica de Ruano dando cuenta de la quema del colegio de Maravillas, que ardió con otros en Madrid esos días, figura la cuestación nacional para el monumento a los héroes Galán y García Hernández, fusilados por la dictadura militar poco antes por haberse sublevado contra ella. De Galán iba a publicar por entonces el periodista un folleto, uno de esos escritos que los autores del "Informe Ruano" denunciaban y a los que el propio Ruano hace referencia en la nota bibliografía que incluye precisamente en la bibliografía que abrocha sus Siluetas de escritores contemporáneos: "Se han excluido de esta lista veinte títulos de libros que correspondiendo a la gracia efímera o necesidad del momento, el autor no considera, aun sin renegar de ellos, dentro de su estricta obra literaria en marcha".
El 11 de mayo del 31 quemaron el colegio Maravillas, en Bravo Murillo, y hasta allí fue el reportero Ruano urgido por la necesidad del momento. El carné de periodista le franquea la entrada al edificio que defiende de la curiosidad y el saqueo un cordón policial. Encuentra Ruano por todas partes escombro y chamusquina, y se apresta, sin más, a contarnos las cosas con su efímera gracia. Tras sugerir que han sido los mismos frailes quienes destruyeron el archivo del colegio, dice: "He aquí un capítulo importante: la destrucción que los mismos religiosos han hecho de sus conventos". Habla, pues, no sólo del de Maravillas, sino de todos los que están ardiendo en Madrid. "En muchos, y en este, el incendio fue extrañamente ayudado desde dentro antes o simultáneamente a que entraran las turbas". A medida que transcurre, la crónica de Ruano se hace solanesca: "Las bodegas, cerca de los sótanos donde estaban los billares. Un río de vino mezclado con el aceite. Grandes barriles. Y un verdadero cementerio de latas de conserva abiertas unas, retorcidas por las llamas otras, las más, intactas. El pueblo ha comido, ha bebido por una vez como ellos [ los frailes] comieron toda su vida. Se necesita ser muy miserable para llamar a esto pillaje y no llamárselo a lo otro. El recuerdo de la leyenda de los curas y frailes dieciochescos glotones y entregados a la sensualidad acude, sin quererlo, a la imaginación". Y al poco rato, descubre Ruano en el suelo un escapulario con el "Detente, el Corazón de Jesús está conmigo". Se espera mucho de Ruano en ese paso, y Ruano, carga la suerte en su toreo de salón, mirando al tendido: "[El Corazón de Jesús] no estaba con ellos, no. Cada día ven y vemos los creyentes que si Jesús volviera no estaría con ellos, con quienes han hecho de la religión una simple fuerza política, una continua intriga". Que Ruano tuviese o no razón es, en este caso, menos importante que el hecho de verlo trabajar de mercenario.
La visita al colegio de Maravillas ha terminado, y Ruano, futuro marqués ful de Cagigal, exclama, con el convento humeante a sus espaldas: "Serenidad ahora. ¡Que la generosidad y la paz de la República esté con todos!".
Podemos, sí, comprender la indignación de los informantes, pero decididamente todo en su informe acaba repugnando. Setenta años después nos vuelve incluso más simpático a ese pícaro que tuvo la efímera gracia de no tomarse en serio a Ramiro de Maeztu y a don Ricardo León, el novelista predilecto del Caudillo. Lo dijo además por escrito sin temor a los inquisidores, con los cuales, por cierto, coincidía en aquellos cócteles de los que en Madrid había media docena cada tarde.
Podemos, sí, comprender la indignación de los informantes, pero decididamente todo en su informe acaba repugnando. Setenta años después nos vuelve incluso más simpático a ese pícaro que tuvo la efímera gracia de no tomarse en serio a Ramiro de Maeztu y a don Ricardo León, el novelista predilecto del Caudillo. Lo dijo además por escrito sin temor a los inquisidores, con los cuales, por cierto, coincidía en aquellos cócteles de los que en Madrid había media docena cada tarde.
(Mañana último capítulo)
Si los americanos tuviesen un personaje así, ya le habrían dedicado veinte películas. Estoy vislumbrando en el papel a George Clooney. Saludos
RépondreSupprimerNada de Clooney, no se parecía a él Ruano en nada. Éste era un tipo relamido y estiradillo que le daba un aire a Alfonso XIII. Y no está bien en modo alguno que le pegaran, pero él era insolente, clasista y egocéntrico y hacía méritos de sobra con su actitud chulesca para que en aquellos tiempos tan tremendos se le fuera a alguien la mano. Y menos mál que sólo fue una paliza y las cosas no llegaron a más. Quizá porque había también capitostes del régimen que lo protegían. Como sabéis, había allí muchos bandos y familias.
RépondreSupprimerPor eso. Clooney se parece a quien quiere. Se dedica a ello.
RépondreSupprimerRuano y Alejandro Mac- Kinlay me caen bien, no digo que no tengan un punto de extravagancia capotiano y les diera por ser monárquicos ¿ Y qué ?. Que bebían ? Y tal y tal, moralinas pueriles, lo de los frailes me lo creo, no creo que Ruano fuera un mentiroso.
RépondreSupprimerSer el escritor favorito de Frasco, pues lagarto, lagarto. para que quiero yo un lagarto si para cazar ratones ya tengo un gato.
Si me llama la atención que Alejandro fue de los primeros poetas no japoneses es escribir Haikis, Clooney es un gran remilgado, un actor para neófitos, en aquellos tiempos solo los fascistas daban palizas ¿ Hacia méritos ?, de que vas, soy partidario de que la gente opine como blogger, saludos ( que no estamos los españoles sobrados de educación ni de nada ) y un abrazo a todos.