Internet puede acabar con una de las grandes conquistas de la civilización: leer el o los periódicos del día, naturalmente en papel. Si esa lectura va acompañada del primer café (en casa, en un café, en un bar, en una terraza), pocos placeres elementales podrán comparársele, teniendo en cuenta además que el de papel ofrece tantas maneras de leerse como maneras hay de tomar un café.
Una de las escenas más curiosas a las que puede asistirse en un bar a la hora de los desayunos es precisamente la de ver con qué minuciosa exactitud pide cada cual su café: café con leche corto de café, cortado, solo, doble, café con leche corto de café y con la leche fría, café con leche corto de leche en vaso de cristal, sin azúcar, con un solo terrón... Y ver con la seriedad con la que todo el mundo pide el suyo, a menudo al mismo tiempo que lo hacen otros parroquianos mientras un camarero remite a voces las sucesivas comandas de todos ellos, ver esa seriedad, decía, que tiene una vaga comicidad chaplinesca, nos hace sonreír y ayuda a ser comprensivos con las manías de los demás en la medida que querríamos que los demás lo fueran con las nuestras.
Y hay tantas maneras de tomar el café, como de leer el periódico, si el periódico es en papel. En internet esa diversidad ha desaparecido en parte, como desparece en la pantalla el ruido al pasar las hojas de papel, que tanto tiene del de las olas del mar. Nos referíamos aquí hace poco a aquellos que empezaban el periódico por las esquelas (en tiempos de Franco corría un chiste: “la esquela que yo busco vendrá en primera página”). Tenemos una amiga que sólo compra La Vanguardia el domingo por su crucigrama, “el mejor de España”, y un amigo que, separado desde hacía cincuenta años de su ciudad natal, siguió suscrito hasta su muerte a El Progreso de Lugo, que recibía puntualmente en su casa... dos días después (y qué gran lección galaica leer periódicos dos días más tarde). Están también los que lo empiezan por los deportes o la bolsa (de estos, en cambio, no conoce uno a ninguno), y quienes, como yo, sobre todo en estos últimos tiempos, empiezan el periódico por detrás. Justamente por donde el periódico parece más inactual o intemporal, o sea, más firme. Hasta que a medida que avanzamos, o sea, que retrocedemos, vamos hundiéndonos más y más en el presente, a menudo cenagoso y pestífero, y no podemos seguir.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 19 de octubre de 2014]
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