CADA año nuestro amigo César Moreno va por estas fechas al huerto de su mujer, Luisa, y pone en una caja unas cuantas granadas, y las lleva luego a un transportista. No podemos decir que las esperamos, como no se esperan las golondrinas en primavera, pero si no llegaran nos asustaríamos y al cabo empezaríamos a preguntarnos qué había sucedido. Cuando llegan, y siempre logran hacerlo, no sé cómo, de improviso, la alegría que sentimos es de tal naturaleza que no puede encarecerse aquí. Y al abrirlas, volvemos, como todos los años, a abismarnos en el orden que viene siempre en cada una de ellas, panal de todos los crepúsculos, más hermosos que el trabajo de ningún orive.
Magnífico artículo sobre Pessoa, hoy, en Babelia. Corto pero certero. enhorabuena.
RépondreSupprimer(Esperando ya encontrar pronto en las librerías su nuevo libro sobre Sancho Panza en América y otras suertes.)
El “evento consuetudinario” contra el hermoso trabajo de los orives: orífice, oribe, orive, ¡Uribe!, el interior izquierda del Atlético de Bilbao de la infancia, mucho mejor que el actual según parece. Aquel que empezaba por
RépondreSupprimerCarmelo;
se defendía con
Orúe, Garay, Canito;
mediaba con
Mauri, Maguregui;
y atacaba con estos cinco delanteros:
Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe y Gainza.
(Con cara de niño Uribe en su cromo.)
Cada granada guarda un rosario de muchos misterios.
RépondreSupprimerLas granadas. Cofres donde se guardan los ojos de los dioses más antiguos. Del tiempo de las cataratas.
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