DECÍA uno ayer, a propósito de ese gursky de las perdices encontrado en el Rastro, que acaso una de las virtudes de las vanguardias haya sido haber educado nuestra mirada, permitiéndole descubrir "algo" donde antes no lo había. El primero de todos fue, como es sabido, Duchamp. Nos dijo: "Vayan ustedes con más cuidado, porque eso en lo que están meando, no es un urinario, sino un duchamp".
En realidad no se nos está diciendo que ese duchamp sea algo valioso, ni mucho menos, sino esto bien diferente: "Haga usted lo que quiera, pero sepa que eso que usted parece estar tratando con tan poco respeto vale un millón de dólares".
Sucede con la foto de las perdices algo parecido. De un anónimo y veinte años antes de que Gusky empezara a hacer de las suyas, la foto no vale más que lo que le hayan cobrado a su dueño en la tienda de revelado. Firmada por Gursky valdría unos miles de dólares. De hecho, aun no siendo de él, si Gursky decidiera adoptarla, como a una criatura de la inclusa de la vida, y darle su apellido, como sería lógico, también valdría unos miles de dólares. Así que cuando descubrimos vanguardias involuntarias o anónimas no estamos diciendo que estemos descubriendo cosas valiosas, sino mercancías por las que alguien estaría dispuesto a pagar una gran cantidad de dinero.
Ayer mismo se encontró uno, volviendo del mercado de San Antón, en la calle Gravina, esta escena. Unos obreros acababan de pintar estas tablas para un trabajo posterior en la tienda que estaban reformando allí al lado. En realidad esa "obra" no es en absoluto diferente a la de cientos de artistas conceptuales o no tan conceptuales (Newman, Stella, Sol Lewitt) que hemos visto expuestas en galerías y museos de arte contemporáneo. La diferencia entre las de estos y la de nuestros obreros es sólo el emplazamiento y su precio, no su valor, idéntico. Pero si uno repara en ella, al pasar por la calle, no es por su escaso valor artístico, sino por su precio, lamentando no tener tiempo ni los contactos necesarios para encontrar a esa autoridad competente, artística desde luego, dispuesta a confundir valor y precio, normalmente con cargo a los presupuestos generales del Estado.
Gravina, Madrid, 21 de octubre de 2014 |
―A ese valor ponle un precio ―qué artista el capitalismo― y yo me encargo del resto.
RépondreSupprimerDale a los ajos, Anselma.
RépondreSupprimerPor lo reiterativo que se pone usted con estos asuntos artísticos, generoso anfitrión, parece minimalista.
No solo en arte se confunde valor y precio, porque, bien lo sabe usted, “lo que para unos es trapo para otros es bandera”.
Salud, y buen ojo.
Amigo Trapiello, que exista el papanatismo y la credulidad garrula de muchos con posibles pero con cultura poco menos que inexistente, capaces de comprar bodrios porque el galerista sagaz sepa enternecerles la cartera y adularles el tosco cacumen, no quiere decir que no exista un arte ACTUAL de calidad y digno de alabanza. Lucio Muñoz, Antoni Tapies, Canogar, Saura y un largo etcétera (y ello solo referido a los nacionales) marcan (ahora me doy cuenta de que todos o casi todos han muerto) la diferencia entre lo bueno y lo deleznable. De acuerdo con que hay "instalaciones" de chico recién salido de la Facultad (y a veces ni la han olido, van por libre) que piensan que todo vale y nos obsequian con memeces cursis y pretenciosas..., pero ello no es óbice para que una persona conocedora del arte (así en genérico, que todo él, desde Sumeria a hoy, proviene del mismo venero) sepa estimar los movimientos vanguardistas, actuales.
RépondreSupprimerCuando uno "sabe", disfruta incluso mirando un desconchado en una tapia, la yedra que trepa por un palo de teléfono, la mancha de humedad que invade un papel pintado... Y no es que la ciega casualidad cree arte, sino que la vista educada sabe encontrar efectos cromáticos, texturas, contrastes..., que, "encuadrados" y seleccionados en la mente, producen placer estético. Ya se sabe que el artista, crea arte por el mero hecho de escoger..., como Duchanmp, que llevaba para casa toda la ferralla que encontraba camino del café. De modo que la belleza está presente en los sitios más insospechados.
Otra cosa es el valor monetario de las obras de arte; ahí sí que se producen desatinos incomprensibles. Pero si existe la convención de sobrevalorar desmesuradamente algo tan inútil como el oro, ¿por qué nos extraña que otros se lo otorguen a una obra de arte?.
Parece el proyecto de una bandera catalana "insaciable" poniéndose barras y ocupando territorio.
RépondreSupprimerCatalanizar Madrit.