La cuestión no es tanto si uno ama o no el rock. Esa confidencia, si quieren, la dejamos para el final. La cuestión es mucho más sencilla: ¿quién ha decidido que los telediarios de Televisión Española se cierren cuatro de cada seis días al año con “la noticia” de tal o cual charanga, de tal o cual megaconcierto, de tal o cual aquelarre rockero? Va de inmediato otra confidencia que sería injusto no hacer en este mismo punto: los informativos de la televisión pública, los más vistos y valorados de la audiencia, cuentan también con el entusiasmo incondicional de este telespectador insignificante. Pero la cuestión tampoco es lo que a alguien como yo le guste o no, sino la razón por la cual alguien en esa casa ha decidido que los telediarios han de cerrarse tan a menudo con la visión de unos miles de jóvenes saltando con los brazos en alto y coreando a gritos las canciones que interpretan unos cuantos músicos que luchan a brazo partido con sus guitarras eléctricas y millones de decibelios, como Laocoonte y sus hijos con la pitón. De acuerdo: Dionisios vence a Apolo, pero ¿trescientos días al año?
Lo paradójico es que esos mismos telediarios suelen empezar de forma muy diferente. Como es lógico, la apertura y lo que le sigue suelen llevárselo tal o cual guerra devastadora en África, los asesinatos de unos narcos, el canibalismo político español, la depredación bancaria, el éxodo de quienes cambian la miseria de su país por una muerte segura en la patera... En fin, noticias que a menudo ni siquiera lo son, por ser reiteración de las de la víspera. Ocurre, por ejemplo, con la tragedia de los accidentes de tráfico, que por afectarnos de modo tan directo cumplen su cometido didáctico o, con aquellas otras (Libia, Afganistán, Irak) que parecen subrayar a un tiempo el mundo privilegiado en el que vivimos y todo aquello que ha de hacer este mismo mundo respecto del tercero para mantener la sociedad del despilfarro. Hasta aquí nada que objetar.
Y aunque nos abochorne dar el nombre de noticia a las chorradas que a menudo nos cuentan los periodistas deportivos también a diario, siempre risueños, casi siempre a voces y con una duración que puede exceder cualquiera de la que tuvieron las noticias “serias” precedentes, centrémonos en ese momento de cierre en el que va a aparecer indefectiblemente en la pantalla un concierto de rock, de jazz, de canción protesta, el solista, el conjunto, la estrella mundial, la nacional, la regional, el perro flauta, el fusionista, en fin, cualquier mercancía musical e intercambiable que se ajuste a eso que, con razón o sin ella, han dado en llamar música ligera... Raramente un intérprete de música clásica, excepto si llena un estadio o se ha muerto, y más raramente aún un poeta, un filósofo, un científico que tratara de explicar las razones por las que suceden las cosas que se han visto en la primera parte de ese telediario o, sencillamente, con las preguntas que deberíamos hacernos también a diario para dignificar la vida humana. El marciano que viese uno de nuestros telediarios, se preguntaría: Y esos humanos, después de lo visto, ¿qué celebran? Y sí, la confidencia: a uno el rock mucho mucho no le gusta.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 31 de julio de 2011)
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 31 de julio de 2011)
Es que el Rock es la catarsis colectiva de nuestros días de inseguridad, el espasmo auditivo que supera el gusto estético para instaurarse en canon o emblema democrático es esa fiesta de la actualidad de aberraciones que es el telediario, como hacían los predicadores negros de Harlem, o los embaucadores en los congresos de las sectas piramidales, que a través de la euforia soliviantan al personal abrumado.
RépondreSupprimerNi rock ni ligera. Yo por mí propondría, para el cierre del telediario, una serie de especiales de contenido musical (tratarían exclusivamente de temas con mucha fuerza mediática pero siempre con un enfoque didáctico). Lanzo, a modo de ejemplo, los tres primeros títulos:
RépondreSupprimera) Ramoncín y Victor Manuel: una vida para la Sgae (con la participación de Teddy Bautista y otras figuras emblemáticas de esta noble institución);
b) Los telomeros de Raphael (para satisfacer el afán de conocimiento científico de las masas);
c) El misterio del (entrañable) "vibrato" caprino-continuo de Serrat (este número sería un poco más especialístico, pero seguro que a muchos cantantes líricos les puede interesar).
Y si al marciano le diera por darse un paseo por los canales de la TDT hoy tiene donde elegir:Caso Cerrado,Nikita,Bones,El Mentalista,CSI.Fringe,Hawai Five0,Colonia Brigada Criminal,Numbe3rs... etc.
RépondreSupprimerY eso sin contar con la ración de Steven Seagal.
¿a qué viene tanto crimen ?
Y lo más abracadabrante, tras el rockola nuestro de cada día que nos ha puesto las pilas, la bella locutora en primer plano recoge los papeles, y con mineral mirada nos encarece a que "tratemos de ser felices", joder, tía, vente para acá y vas a ver lo que es... regular, claro.
RépondreSupprimer(Sergio, Hiparco, bravo)
Saludos
Acabar con la euforia de los conciertos es una forma de decir, el mundo es una mierda pero aún nos queda la música.
RépondreSupprimerEl problema es la música que nos queda.
El colofón del telediario viene a decirnos que, como el caballo de Troya, es una trampa.
RépondreSupprimer¡Jóder, maestro, no sabe el peso que me quita usted de encima. Porque ya andaba yo un tanto mohíno con que tampoco me gustaran esas apoteosis horteras con que suelen rematar los llamados informativos. Se conoce que hay gente iletrada tras el invento. Pero, sea como fuere, a partir de ahora se me dará una higa el que me tilden de reaccionario o me digan que soy la voz de la caverna. Yo me quedé en los Beatles. Gracias, Don Andrés, por hacernos ver de forma tan hermosa que no estamos solos.
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