Su prologuista, Don Daniel Bejarano, del Ilustre Colegio y Registrador de la Propiedad de Cáceres, nos dice de este libro que “será quizá calificado de verdadero anacronismo”.
¿No lo es consignar en un libro de apretada tipografía, y sin salirse de los contornos de la ciudad de Cáceres, todas y cada una de las huertas, huertos, molínos y alcáceres, en primer término; de las haceras o tierras de labor, en segundo, y de las dehesas y montes en tercero y último, así como el nombre que reciben todos ellos, el lugar en el que se encuentran y sus lindes, los cultivos, casas y edificaciones que contienen y, claro, el nombre de sus propietarios y el monto al que ascienden sus rentas puestas al día en el año de 1909, en el que se ha hecho público este trabajo ímprobo, este cabaleo penoso?
¿Lo fue realmente para su autor? Se diría, al contrario, que disfrutó reuniendo en un libro un universo a un tiempo tan doméstico y tan vasto
Pues tanto o más que el reír, humano es el grave propósito de los recuentos, la inclinación a levantar testimonio notarial de ellos. ¿Habrá algo más serio que un notario? Lo fue Noé (Gn., 7, 1) llevando escrupuloso asiento de todos y cada uno de los animales, puros e impuros, que registró en su arca, y después de él todos los demás, Homero, contando las naves (II., 2. 495-759), Melville repasando las ballenas o Proust, fascinado por la toponimia de los pequeños pueblos . En todos estos autores advertimos la fascinación por concentrar en un solo punto la vastedad de las especies, el numeroso firmamento o las simas de la memoria, una puerta secreta que nos comunica en realidad con el paraíso, aquel lugar en el que el todo no excede a ninguna de las partes y en el que cada parte es un todo inabarcable.
Nos imaginamos a su autor, Don Alfredo Villegas, reuniendo en torno a sí ese universo rural en el que todo gira con lentitud y regularmente, como giran los astros.
Ha titulado su libro Nuevo Libro de Yerbas de Cáceres. Son libros de yerbas todos aquellos en los que se consignan las propiedades rústicas. Nunca algo tan prosaico tuvo un nombre tan lírico, tan poético. Y añade, a modo de subtítulo o epígrafe: “O sea, descripción de todas las dehesas sitas en su término, con expresión detallada de sus dueños y la participación que a cada uno le corresponde, con otros datos útiles a propietarios, ganaderos y labradores”.
¿Qué le ha llevado a acometer esa tarea colosal? Como el Villaamil galdosiano, ha pensado sin duda en los beneficios que una ordenación de esta naturaleza podrá reportar a la nación. Los males de la patria española están relacionados con su espíritu caótico, anárquico. En el orden hay prosperidad, pensaría; acaso: en el orden hay belleza, en la belleza, verdad.
La suya es la de los hechos. Va a consignarlos. Lo hace de una manera modesta, en la portada. No es vanidoso. No ha querido que su nombre figure en la cubierta. Lo importante son las yerbas, no el administrador de la Excelentísima señora duquesa de Fernán-Núñez, el cargo que ostenta.
Y a la señora duquesa dedica su libro, “en prueba de gratitud”.
La gratitud es tanta que don Alfredo Villegas no deja pasar la ocasión, y ya en esa tercera página proclama su fe en la enumeración: “A la excelentísima señora Doña María del Pilar Loreto Osorio y Gutiérrez de los Ríos, Duquesa de Fernán Núñez, del Arco y de Aremberg; Princesa de Barbanzón y del Sacro Romano Imperio; Marquesa de la Alameda, de Miranda de Auta, de Castelnovo, de Pons y Plandogau, de Villatorcas, de Nules y de Quirra; Condesa de Cervellón, de Elda, de Anna, de Pezuela de las Torres, de Barajas, de las Hachas, de Molina de Herrera, de Saldueña, de Frigiliana, de Egremón, de Puertollano y de Montehermoso; Vizcondesa de la Torre de Abencález y de Dave; Baronesa de Azuévar, Soneja, Serra, Masalábez, Mosquera, Prada, Paranchet, Ronchines, Anef, Armell y Ría; Grande de España de Primera Clase, etc., etc., etc.”
Tal vez ningún título nobiliario ni ningún amor mayor que el que se insinúan en esos tres candorosos etcéteras, exhaustos pero señeros, con los que el solícito administrador abrocha su dedicatoria, antes de dar entrada a la gran novela que nos espera en este libro (Continuará).
Qué fácil es propagar, qué difícil propalar.
RépondreSupprimerUna curiosidad digna de mención. Me ha encantado.
RépondreSupprimerEste recuento notarial evoca a otro escritor de la literatura "Bartleby":
RépondreSupprimerG.Perec y sus descripciones pormenorizadas y sus inventarios de lo aparentemente insignificante.
En su libro "Lo infraordinario" toma asiento la belleza de lo pequeño.
Ya ve, don Andrés: unos tanto y otros tan poco. En sus diarios, usted los despacha con una escueta equis.
RépondreSupprimerOtra novela: ¿Quién era Martín Paredes?¿para qué quería un señor de Alange un libro de Yerbas de Cáceres?¿tendría tierras allí?¿o sería de Cáceres y vendría al Balneario? De cualquier forma tendría que ser pudiente...En 1909 no todos sabían escribir ni podían comprar libros...ni podían ir a los balnearios.La portada,modernista,preciosa.Gracias por compartir sus hallazgos.
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