EN 1960 José María
Castroviejo publica su Guía de Galicia, y su amigo Álvaro Cunqueiro
se ocupa de ella en uno de los artículos del diario La Noche, en la
sección que ha titulado “Los días”. Ese escrito y doscientostreinta más han
sido recogidos ahora por primera vez en un libro, “Los días” en La Noche, editado
por Follas Novas, una pequeña editorial compostelana, libro admirable y
fascinante.
Un año antes, 1959, el
gobierno ha presentado su Plan de Estabilización que pone fin, por fuera, a una
España cervantina y, por dentro… Por dentro, el Plan pondría fin a pocas cosas,
pero la voluntad de seguir viviendo hace que muchos estén tratando de olvidar
un pasado reciente demasiado doloroso, marcado por la guerra civil. A quienes
hojearan hoy el libro de Castroviejo, un grueso volumen en octavo lleno de
fotografías en huecograbado, les costaría reconocer muchos de los lugares que
aparecen en él, y no pocos de los modos de vida que entonces eran de curso
corriente han desaparecido: se diría que unos y otros, esas parroquias remotas
y burgos ralentizados por el sirimiri endémico se parecían más a lo que habían
sido hacía dos o trescientos años que a lo que son hoy, cincuenta después.
“Cuando el pueblo español esté a la altura de su paisaje…” suspiraba don
Francisco Giner. Viendo la Guía de Castroviejo
diríamos que ya lo hemos conseguido. ¿Cómo? Hemos destruido el paisaje, empresa
a la que contribuyó, qué duda cabe, otro gallego ilustre, el gimnástico Fraga
Iribarne, cuya turistitis arrasó costas, montes y collados; en cuanto al pueblo
español podía encontrarse entonces en correidoras y
soportales: aldeanos, curas y curanderos, boticarios y viajantes, todos con sus
fablas y leyendas debajo del brazo, como un negro paraguas. Hoy podemos saber
dónde está el público, pero ¿quién sabe “qué se fizo” del pueblo?
Cunqueiro en esos
artículos (en castellano y publicados de 1959 a 1962), escribe de ese
pueblo, pero escribe, sobre todo… para él. Eso explica que le
entregue lo mejor de sí mismo. No le importa que Galicia sea el finisterre de
Occidente, ni le importa tampoco que La Noche, vespertino
compostelano efímero, apenas edite tres o cuatro mil ejemplares. Impertérrito,
él va a hablar a sus paisanos, como la cosa más natural del mundo, de Lampedusa
(acaba de darse a conocer El Gatopardo) o de
Ungaretti, de los poetas chinos o de los vinos borgoñones, de Dante o de las
queimadas, de los entierros o de las cosas que “alegran la pestaña de una
moza”… Su lema, que ha tomado de lord Dunsany, deja bien claras las cosas: “lo
inverosímil es verdad, la verdad es inverosímil”. El resto, el que nos
embelesemos con estos artículos, lo consiguió el siempre jovial Cunqueiro con
ese talento suyo único, en el que la erudición sólo es superada por una memoria
a la que sólo supera una formidable imaginación.
Sus lectores actuales
se preguntarán acaso cómo fue posible que artículos de tantísima finura se
publicaran en una ciudad tardomedieva, en un periódico provinciano y en una
España gobernada con mano de hierro. Dicho de otro modo: esos artículos y la
literatura de Cunqueiro fueron posibles porque los periódicos de la dictadura,
sin libertad de expresión y sobrepasados por la realidad, se entregaron a toda
clase de ficciones, y porque para sobrevivir en la autarquía nada como el
cosmopolitismo, espita de la melancolía. Y que nadie piense que Cunqueiro vivía
en el limbo: en los pliegues de sus artículos podemos rastrear, como en
cualquier obra escrita bajo la Inquisición, críticas más o menos veladas (a la
pobreza de una tierra que sigue desangrándose en la emigración, por ejemplo) y
elogios a redropelo (el encendidísimo que hace de Picasso contrasta con la
chufla que gasta para los fratasados de Tàpies).
Y así terminamos un
libro que se nos ha hecho demasiado corto y que nos recuerda, mejor acaso que
un estudio sociológico o político, que nada del pasado es blanco o negro, ni
siquiera en una época como aquella que se rodó en cualquier cosa menos en tecnicolor.
[Publicado en El País (Babelia) el 1 de junio de 2013]
Se obliga a los estudiantes a memorizar cantinflismos religiosos que solo sirve para traumatizarles y no se obliga a leer a Cervantes , el Quijote tratado como una obra subversivas dadas las connotaciones aplicables a la actualidad . Se da el premio con mucho alarde pero no se respeta al artista . Si eso pasa con el buque insignia que no pasará con escritores como Cunqueiro ; Un escritor que no pone frente al espejo las obra de quienes fueron grandes escritores , resulta no ser un artista .
RépondreSupprimerOí a un grafitero que el pionero del graffiti fue Tapies , lo de fratasado le va muy bien . Espero ver en internet la macro exposición del Museo Fortuny de Venecia sobre él , es un pintor original con un mensaje complicado . Picasso era el pintor favorito de Tapies , junto a Miro .
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