ACABA de aparecer en Murcia un volumen dedicado al escritor Pedro García Montalvo, de cuyas obras han y habrán de decirse las mejores cosas. Van aquí las que allí quedan dichas.
* * *
Es posible que el lector
de estas cuartillas las encuentre un poco embarulladas, pero de lo que tratan
no puede ser contado de otro modo, o yo no sé hacerlo.
Si pienso en una amistad
pura y desinteresada, en lo que pudiéramos llamar “molde de la amistad ideal”,
se le vienen a uno a los labios en primer lugar los nombres de Pedro García
Montalvo y Eloy Sánchez Rosillo, y si tuviera que escribir estas cuartillas
sobre el segundo de ellos, las empezaría del mismo modo y diciendo parecidas cosas
a las que me propongo decir del primero. Conoce uno a algunos escritores que
son colegas, que salen juntos, que toman copas, incluso que se pasan los
manuscritos para leérselos y corregírselos, pero no son como ellos dos. Lo suyo
trasciende la literatura, o si se prefiere enunciar al revés: lo suyo no ha
perdido de vista nunca la vida, y todo sucede entre ellos de un modo natural,
muy poco literario, incluso cuando hablan de su oficio de escritores.
En cierto modo no puedo
pensar en uno sin pensar en el otro, sabiendo que ellos dos son a su vez, en la
relación que mantienen desde hace cuarenta años, la cristalización de una idea
decantadísima de amistad. Y lo que diga de la persona de uno y de sus obras
podría decirlo del otro. No estoy afirmando con ello, desde luego, que sean
iguales, ni siquiera parecidos. No lo son como personas ni tampoco como
escritores. Al contrario. No se podría encontrar a dos escritores y a dos
hombres más diferentes. Y no me refiero sólo al hecho de que García Montalvo
sea novelista y Sánchez Rosillo poeta, sino a que todo lo arrollador y efusivo
que es este, es discreto y silencioso aquel. Acaso sean estas diferencias
personales y, sobre todo, literarias, que les han permitido relacionarse sin
los recelos y picajosidades frecuentes entre escritores del mismo género, las
que han armonizado tanto su relación. A Ramón Gaya le oí decir una vez hablando
de ellos que eran amici per la pelle. Se refería con esta expresión al
hecho de que no necesitaban ni siquiera decirse las cosas para saber lo que
piensan o sienten de esto y de lo otro a cada momento, y yo he sido testigo
incluso de cómo son capaces de hablar por teléfono entre ellos sin llegar a
descolgarlo.
He traído a colación el
nombre de Gaya de una manera intencionada. A menudo Pedro, Eloy y yo lo
recordamos, porque fue una persona decisiva en la vida y en la formación
intelectual y literaria de nosotros tres, pero también porque fue el eslabón
que facilitó que nos conociéramos. Nos decimos, un tanto ensimismados, como
ante un hecho que siendo tan natural no deja de ser misterioso: también el
conocernos se lo debemos a él.
Primero conocí a Eloy,
de quien edité en 1984 en Trieste su libro Elegías sin conocerlo aún
personalmente. Eso vino poco después.
Cuando nos conocimos yo
ya había leído El intermediario, un relato fascinante, climático y
sutil, cristalino y elíptico, como lo es en cierto modo toda la obra narrativa
de García Montalvo, montada sobre observaciones tanto más vivas cuando más
finas, el modo en que alguien mueve una mano o vuelve la cabeza, tal o cual
palabra pronunciada de modo que se la creería un fruto maduro del silencio, y,
claro, toda esa urdimbre interior de sentimientos que unen a sus personajes. La
narrativa, desde luego, de un poeta.
En el tiempo que medió
entre mi encuentro con Pedro y mi encuentro con Eloy, Eloy y yo apenas nos
habíamos visto unas pocas veces, y siempre por algo relacionado con Gaya. Una
de ellas fue en la inauguración de la exposición de nuestro amigo en el Museo
de Arte Contemporáneo de Madrid, en 1987. A esa exposición acudió también
García Montalvo, allí nos vimos por primera vez, y ocurrió algo no por
previsible menos curioso: Pedro y yo empezamos a ser amigos, pero sólo a partir
de entonces, de 1987, se trabó verdaderamente la amistad entre Eloy y yo, como
si hubiésemos necesitado del eslabón Pedro para hacerlo, como había sido
preciso el eslabón Gaya para eslabonarnos nosotros tres, conscientes acaso de
que no podíamos empezar a ser amigos si faltaba alguno de nosotros.
Naturalmente ellos
tienen además otros amigos, unas veces comunes y otros no, como los tenemos
todos, pero me gusta pensar, sobre todo los días en que siente uno demasiado
solitaria su vida, que me han asociado a su hermandad, y que aunque ellos ya
eran los amigos por antonomasia antes de conocerme a mí, me dejarán formar un
trío artístico con ellos.
Si me preguntan alguna
vez el nombre de un novelista o de un poeta contemporáneo, no me cuesta en
absoluto decir el de uno y otro, no tanto porque sean amigos, que también, sino
porque me parece que serlo de ellos me honra mucho y me da mucho gusto que sean
sus nombres los primeros que se me vienen a los labios, pues aunque puede haber
otros poetas o novelistas españoles que entre sus contemporáneos les igualen,
yo no sabría poner por delante ningún otro. Esa es una rara y grandísima
suerte.
El hecho de que vivan
ellos en Murcia y yo en Madrid ha sido motivo de que no pocas veces uno se
melancolice pensando cuánto mejor sería poderse ver con ellos a diario, como
ellos mismos hacen: con sólo contar tres moreras, ya están sentados en una
terraza, entre las flores de la Plaza de las Flores, por ejemplo, acompañados
de Encarna y Marili, o solos, acordándose de vez en cuando de nosotros, de
Miriam y de mí, que pasamos la vida en Madrid como los judíos errantes, sólo
que sin errancia.
En nuestro negociado, los poetas y novelistas
nos pasamos el día fingiendo o mintiendo abiertamente cuando hemos de decirle a
un colega o a los espontáneos que nos han enviado sus libros, lo que nos
parecen. Lo hacemos con otros y lo hacen con nosotros. Pero no sucede así,
estoy seguro, entre nosotros tres (y me estoy imaginando cómo en este punto
Eloy y Pedro, sin ponerse de acuerdo -no hace falta, se conocen de memoria- me
replican: “¡Qué ingenuo eres, Andrés!”, en lo que conocemos como “humor
murciano”, género en el que ambos han alcanzado cotas sólo reservadas a parejas
sublimes como Walter Matthau y Jack Lemon). La franqueza de nuestros juicios y
la libertad de nuestras opiniones están sustentadas en un sentimiento de
partida: cada cual cree sincera y desinteresadamente en la excelencia de las
obras del otro (yo me excluyo de estas comparaciones, naturalmente, y no sólo
para evitar alguna “bromica” de ellos), porque las saben nacidas de parecido
hondón (la palabra es de Unamuno): cada uno de ellos busca, como la buscó Gaya,
la naturalidad, en el decir y en el sentir, y para ello echan mano de algo que
se encuentra únicamente dentro de cada cual, el sentimiento, eso tan indefinido
pero tan reconocible.
Por eso, como no es
posible vernos a diario tal y como querríamos, no pasa año que no nos citemos
una o dos veces ni semana que no nos hablemos otro tanto, incluso sin descolgar
el teléfono, arte en el que tuvieron la amabilidad de instruirme hace ya muchos
años.
¿Y de qué se habla entre
nosotros, entre Pedro y yo o entre Eloy y yo? Lo mismo, supongo, que entre
Pedro y Eloy. De todo y de nada. Lo que le cuenta uno a Pedro, se lo podría
contar a Eloy, es posible incluso que aquél acabe de contárselo a él o vaya a
hacerlo a continuación, y no es en absoluto infrecuente que estando hablando
con uno, llame por otro teléfono el otro, pues han desarrollado también el
instinto de saber cuándo ha telefoneado uno a uno de ellos o cuándo uno de
ellos me ha telefoneado a mí (arte este del que al contrario que del otro y no
sé por qué, nunca han querido decirme ni media palabra).
A esto me refería al
principio con lo de lioso y embarullado.
En todo
este tiempo, veinticinco años, no recuerdo ninguna disputa entre ellos dos ni
entre nosotros ni un enfado ni siquiera una de esas cosas que crían moho, como
todo lo que permanece en un lugar cerrado, oscuro y húmedo. Y ha sido así no
porque pensemos lo mismo de todos y cada uno de los infinitos asuntos de la
vida, sino porque aunque hubiese salido a nuestro encuentro un escollo lo
habríamos orillado sin el menor problema, porque comprendemos que algo que
pudiera disgustarnos no merece la pena ni siquiera de ser considerado. Y las
cosas que podemos decir dos de nosotros del otro, en cualquiera de las
combinaciones posibles, son de tal naturaleza que podríamos grabarlas en vídeo
y pasárselas al que estaba ausente.
Se dirá que esa es una
relación inexistente entre seres humanos, que no es posible hallar amigos que
sean leales de ese modo y a todas horas, sin pequeñas traiciones ni desmayos.
Me da igual lo que crean, pero puedo asegurar que es así, y por eso hablaba al
principio de lo singular de esta amistad.
Hace años también publiqué
un libro de García Montalvo. Se lo pedí yo, como le pedí en su día a Eloy el
suyo. Fueron mucho más generosos ellos conmigo que yo con ellos, porque las
editoriales en las que aparecieron eran poco menos que artesanales, y
confiándome sus escritos los condenaban a la clandestinidad.
El de García Montalvo es
un libro precioso, El aire libre se titula, un conjunto de textos cuyo
origen había sido parecido a este mío: el artículo que se le solicitó para el
homenaje de una colega, las semblanzas que aparecieron en los catálogos de sus
amigos pintores, tal o cual otro escrito sobre un escritor amigo o un rincón de
la ciudad o del campo… Podría parecer que todo en él era circunstancial, pero
al ser leído en su conjunto se veía que obedecía a una ley única, sostenido por
una firme columna vertebral que le permitía caminar entre esos temas de una
manera en verdad airosa.
La lectura o relectura
de cada libro de García Montalvo viene precedida de cierto cambio en nuestra
actitud, como si lo que les damos a otros escritores, atención, silencio,
cierto ambiente de recogimiento, fuera insuficiente. Sabemos que aquello que
nos dará él es también algo más de lo que se nos suele dar. Así que la lectura
o relectura de lo suyo viene precedida en mí por un primer impulso especial en
el pensar y el sentir, algo muy parecido a esa oxigenación suplementaria con la
que ensanchamos los pulmones al abrir la ventana una mañana de primavera o al
enfrentarnos a una panorámica tan colosal que necesitase para ser abarcada
además del sentido del la vista, del oído o del olfato, la respiración,
oxigenando eso que empezamos a sentir y pensar desde la primera línea. No
abrimos un libro, abrimos una ventana sobre la primavera del mundo, sobre el
paisaje más sereno y hermoso que cupiese imaginar y el aire cristalino nos
acerca de modo increíble las vidas de unos personajes que van y vienen, a
menudo con sus pequeñas o grandes tribulaciones, buscando, como los personajes
de Galdós, una grandeza noble en pequeñas cosas que a menudo no pueden serlo. Y
necesita uno al mismo tiempo respirar hondo y sentir su sabor, el tacto
aterciopelado de la brisa, su rumor enredándose con el canto de los pájaros o
los ruidos propios de la ciudad (todas sus novelas son urbanas). Y al momento
nos invade, aunque no nos hayamos movido de donde estábamos, un sentimiento
purísimo de libertad, y sé que aquello que voy a empezar a leer me llevará de
la mano muy lejos, y me soltará luego para que vaya por mi cuenta, como ese aire
libre que puso tan acertadamente por título en un libro.
Si me faltaran las
novelas y prosas de Pedro, sé que me faltaría el aire para respirar, lo mismo
que si me faltaran los poemas de Eloy.
Sé que hoy debería
hablar sólo de García Montalvo, dejando de lado a Sánchez Rosillo, y a algunos
se les hará raro que lo haya hecho de los dos, pero es que para mí son, tan
distintos, uno mismo cobijados bajo la misma pelle, hablando de las mismas
cosas y de una manera parecida: clara, sentida, natural y misteriosa, y, desde
luego, luminosa, de dentro afuera y de abajo arriba, como todo lo que se eleva.
Por
esa razón si alguna vez me piden un escrito sobre Eloy Sánchez Rosillo, para
celebrar en un volumen parecido a este su jubileo universitario, mandaré este
mismo sobre Pedro García Montalvo, sabiendo que no les importará en absoluto a
ninguno de los dos, porque lo que siento por uno, lo siento por el otro, y lo
que digo de ambos es exactamente a lo que yo aspiro, desde que los conocí.
Arriba: Pedro García Montalvo, Andrés Trapiello y Eloy Sánchez Rosillo. Los Alcázares, Murcia, 23 de mayo de 2001. Foto de José Belmonte. |
En la primera foto, sobre todo, se le ve a usted realmente feliz. Y se entiende dada la compañía.
RépondreSupprimerY en lo escrito hoy se ve que va usted a muerte con sus amigos. No es momento ahora de hablar de los enemigos.
También me llama la atención que en ambas esté usted en medio. Si ellos son tan amigos parece claro que el modo de integrarlo a usted en su amistad es colocarlo en el centro.
En todo caso es hermosa esa exaltación que hace de la amistad que dice usted que se tienen y también la que se nota que siente usted por ellos.
Me asomo de perfil para justificar (añadir educadamente sería incurrir en anacronismo) mi ausencia en este espacio en que tan gratos momentos he pasado. El motivo son mis variadas discrepancias con el aire un tanto viciado que mi rinítica nariz ha creído detectar en las últimas semanas, incluyendo la interpretación de cercanías y lejanías del propio anfitrión con los abonados de su club y su indiferencia ante la irrupción grotesca de algunos cretinos. Diría, por último, que la aparición de nuestros comentarios tampoco parece muy interesante que se difiera en un tiempo tan dilatado, pues crea un clima de desconexión bastante gélido (llego, escribo y hasta mañana). Se me puede responder que el propietario establece sus normas y hasta el derecho de admisión, que él es muy libre y nosotros también, pero que un socio adquiere ciertos derechos es igualmente cierto.
RépondreSupprimerUno se asoma por aquí con medio ojo, dejando la nariz fuera por si acaso. Por si acaso no recibe un trancancio como me ocurrió la única vez que entré por aquí para sugerir algo. Y visto lo visto sugiero al dueño de la casa que ponga de portero de este su salón a este señor que transforma su casa y su salón en club de socios con derechos adquiridos, un particular CAS, es decir, Club de Afines Sinfisuras o Club de Adoradores Sintacha.
SupprimerDe todos modos admirable entrada, canto a la amistad.
Y... entenderé que no publique este comentario.
Hay que reconocer que aunque jugar a los espejos para replicar es propio de gente poco inteligente, su comentario está lleno de sutilezas verdaderamente ingeniosas y graciosísimas. En realidad no se sabe muy bien si usted me ataca por algo o si se defiende de alguien.
SupprimerEn fin, amigo Domingo, no hagamos fuego donde falta leña, con mala leche no basta y con incienso barato tampoco.
En zUmO dE pOeSíA nos interesan los poemas más que los poetas, las obras más que los autores. Pero no viene mal que a veces se nos hable de las personas que crean esos versos que nosotros seleccionamos en nuestro blog. En el caso del señor Sánchez Rosillo tenemos, por ejemplo, incluido este maravilloso poema:
RépondreSupprimerHay en este ir dejando que transcurra
la vida sin dar fruto, en esta voluntaria
renuncia a hacer en la que tantas veces
me mantengo y que no tiene, en mi caso,
ninguna relación con la pereza,
ni con el yermo escepticismo, ni
con esa sequedad del corazón que a muchos,
a mi edad, para siempre les niega la palabra,
hay en este abstenerse deliberado, acaso,
no sé, como un extraño amor por el peligro,
como un oscuro afán irreprimible
de tentar a la suerte andando por el borde
de un abismo espantoso. En ocasiones, pasan
largos meses enteros en los que nada escribo,
en que me opongo inexplicablemente
a cumplir el deber que justifica
mi existir. Y me digo: “Hace ya muchos años
que dejé de ser joven; va acortándose el tiempo
del que tal vez disponga para llevar a cabo
la labor pendiente: los poemas
que porfían y aspiran al aire y a la luz
y que sin forma habitan en las sombras
de mi silencio. No hay mayor tristeza
que la de aquello que queriendo alzarse
no crece y se transforma en flor, en vida
que se afirma y que canta”. Sin embargo, persisto
en la inactividad, mirando, absorto,
lleno de culpa y de desasosiego,
al fondo del abismo: la nada que desdice
mis viejas ilusiones, la fe que me sostuvo,
mi voluntad de ser frente a la muerte.
"Il n'y a pas d'amis, il n'y a que des moments d'amitié." Et comment est-il là?, Monsieur Renard. (El tiempo y la muerte, padres de la amistad y de todo lo demás; eso será).
RépondreSupprimerSí, tan sólo momentos de amistad, como luciérnagas alumbrando sentimientos comunes y creando espacios más luminosos y respirables.
SupprimerSentir que esos momentos puedan darse no es inconveniente para que podamos suscribir, también, lo que un irreverente y lúcido La Rochefoucauld nos dice:
LO que los hombres llaman amistad no es más que un pacto, un respeto recíproco de intereses y un intercambio de favores; en resumidas cuentas, una relación en la que el amor propio siempre se propone ganar algo.
Trapiello en sabe Dios qué otro rincón de su "Salón".
Supprimer“El artista, el escritor, quieren que se les estime por sus obras. No quieren amigos. La amistad en ellos pasa por sus obras. Por eso es tan infrecuente la amistad entre escritores y artistas, contra lo que se cree. Hay zonas entre unos y otros de oscuridad, ambiguas e inaccesibles, en las que nadie, por conveniencia, quiere entrar.” [Hay entre unos y otros zonas de oscuridad...]
Genial la entrada e interesantes los comentarios. Da la impresión de que muchos de nosotros entremos aquí y dejemos nuestros comentarios con un propósito hagiográfico, para cantar alabanzas y declararnos miembros de pleno derecho en tu club de fans. No es así, en serio que no... pero uno tiene miedo de hacerse pesado. En el caso de esta entrada, toca un tema muy bonito y que tanto me gusta, el de la amistad (y si es amistad entre escritores, todavía más). Las X más interesantes de desvelar en el Salón de Pasos Perdidos son las de los amigos, mucho más que las de los criticados (porque las amistades suelen dar lugar a nuevos descubrimientos, como en el post de hoy). Es bonito que se honre la amistad, es bonito que se haga como en esta entrada.
RépondreSupprimerLo de los comentarios va porque otros hoy ya han contado lo que yo quería decir, y eso también está bien. En cuanto al tema de las críticas y de los desacuerdos, supongo que es una cuestión del tono y de las formas, que en el caso de internet es más delicado porque nunca acabas de saber quién está ahí, al otro lado. Hoy he llegado a una conclusión: si este comentario no fuese aprobado, tampoco tendría más importancia (quizás estaría bien, de hecho). El único propósito de estas líneas es contar que a uno le ha gustado leer sobre la amistad y apuntar el nombre de un poeta y un novelista, y que ha tomado la entrada por lo que es: un regalo.
Entre crítica y objeción hay un claro matiz. Yo, al menos, lo percibo. La crítica es difícil que no se deslice hacia la impertinencia y la objeción gravita dentro del respeto.
SupprimerPor hacer un poco de cine fórum (estoy retenido en el aeropuerto de Palma). Lo que me pregunto es para qué hacer la crítica o la objeción. Tendría sentido para abrir debate, o para contrastar un punto de vista si así se aporta algo interesante. O si se tuviese la certeza de que algo que ha dicho el autor de este blog es errado o le falta información, porque entonces quizás estaría bien comentarlo. Pero al final venimos aquí porque nos interesa lo que encontramos, y nos interesa también quien lo cuenta y cómo lo hace. No tendría mucho sentido despotricar sobre los cantares de gesta en el blog de un apasionado del tema. Sería más respetuoso pasar de largo. Lo bueno de los blogs es que uno acude en absoluto ejercicio de su libertad, sin servidumbres ni derechos adquiridos.
RépondreSupprimerLo que no tengo tan claro es lo contrario, los comentarios positivos. Más allá de aquello de que es más complicado defenderse de un halago que de una crítica, no sé si además tiene algún sentido repetir cien o doscientas veces que me interesan las cosas que leo aquí. A la vez, hay cosas en las que es un poco tonto ser rácano. Es como si AT se hubiese quedado callado ante un nuevo cuadro de su amigo RG, por no resultar repetitivo o por ahorrarse el elogio. Y mientras tanto, como el surfero espera la ola, aquí estamos a la búsqueda del comentario perfecto (otro subgénero dentro de los blogs). Quizás en un post sobre Carmen Martín Gaite o Vassili Grossman (es broma, es broma)...
Amigo Íñigo, hacer observaciones respetuosas en un espacio cultural como este debe ser siempre procedente y bien recibido. Yo he aportado dos sugerencias concretas, como son el tratar de impedir -en la medida de lo posible- irrupciones extemporáneas y maleducadas, y que los comentarios no aparezcan reflejados con tanta tardanza. Ese es mi punto de vista, y nada impertinente se puede encontrar en él. Otra cosa es que el anfitrión lo desconsidere, aunque me parecerá procedente que, tras el tiempo en que venimos compartiendo este espacio, se responda con alguna razón. Solo eso.
SupprimerLas amistades de madurez son muy difíciles,a mi entender. Y si se tienen se puede considerar un regalo de la vida. El texto de hoy me ha parecido alegre. Y la alegría es difícil de encontrar. Soy lector desde hace muchos años (desde que salió su primer libro en Adonais, Maneras de estar solo) de E S Rosillo, y cada vez disfruto más al releer sus poemas. Nada conozco (aún) de P G Molntalvo, pero espero subsanar esta carencia. Saludos cordiales
RépondreSupprimerCuando Andrés Trapiello pone tanto de sí mismo en lo que escribe, o así me lo parece a mi, es cuando más me gusta, o casi.
RépondreSupprimerEn las fotografías parecen tres comerciales de Fenosa.
RépondreSupprimerSi acaso, García Montalvo el jefe de equipo. Rosillo, el segundo de a bordo. Usted, el que lleva cerca de tres meses a prueba.
En fin, es una broma. Se le ve entusiasmado con la vida en esas imágenes. Y a mí me gusta que la gente viva entusiasmada. Enhorabuena por sentir que cuenta con esos amigos de intereses afines.