HACE unas semanas ha visto la luz este libro, para el que su autor, Martín Carrasco, quien mejor conoce y estudiado el mundo de las postales españolas, le pidió a uno el prólogo que va a continuación.
* * *
Sólo hay una afición
tan poética como la del colombófilo: la del cartófilo o amante de las postales.
Se da fe en este libro
de todas las que se hicieron de Madrid desde 1887 hasta 1905. 1887 es la fecha
en que se publicó la primera de Madrid y también la primera que se hizo en
España, y 1905 la que cierra la edad dorada de la postal.
Muchas de las que aquí
se reproducen, alrededor de quinientas, se circularon entonces, quiero decir,
se timbraron y salieron a los destinos más diversos, pero, como las palomas
mensajeras, han vuelto a Madrid, cien años después.
Decir que “han vuelto”
es una licencia poética; en realidad las ha traído, a la inmensa mayoría de
ellas al menos y a lo largo de cuarenta años, un hombre singular, Martín
Carrasco. Hablaremos luego de él; hagámoslo ahora de las postales, y,
especialmente, de las que aparecen en este libro.
En el prólogo que tuvo
a bien pedirme el propio Martín Carrasco para otro de sus libros, decía uno que
acaso la razón por la cual las gentes rompen sus cartas y conservan, en cambio,
las tarjetas postales que han recibido a lo largo de su vida (el número de
postales escritas y circuladas por la gente es infinitamente superior al de las
cartas que ha escrito: en España la gente ha escrito cartas en los noviazgos y,
de pascuas a ramos, para comunicar hechos reseñables, nacimientos, muertes,
herencias, pleitos y rendimientos de cuentas de salud –“aquí todos estamos
bien”– más o menos sumarios), la razón por la que la gente conserva sus
postales, decía, es porque cada postal encierra una doble felicidad, verso y
reverso; dicho de otro modo, las postales sólo portan buenas noticias.
El haz de la postal, es
decir, la fotografía, ilustración o motivo que se recoge en ella, es no sólo
algo singular y representativo de esa ciudad (monumentos, calles, panoramas,
jardines, hoteles, costumbres típicas o alardes de la ingeniería), sino, con
frecuencia, lo más hermoso, agradable y circulable de ella, aquello que llena
de orgullo a sus habitantes y de admiración, acaso, a quienes vayan a
recibirla. En el envés o reverso figuran y se abrochan igualmente otras dos
felicidades, la de la persona que la envía y la de aquella a la que se dirige,
una declaración de afecto de quien la circula (“quiero que sepas que cuando
estaba lejos, disfrutando de ese lugar tan hermoso que figura en la postal, me
acordé de ti, y mi felicidad habría sido completa si hubiera podido tenerte al
lado, disfrutando juntos de este momento”) y de reconocimiento en quien la
recibe (“en el momento en que nuestro amigo o pariente era feliz, justamente
cuando no necesitaba de nada ni de nadie, porque la felicidad es así de
egoísta, ha pensado en mí o en nosotros, y ha querido contárnoslo con esta
postal”).
Quien colecciona
postales, por tanto, colecciona momentos felices del mundo, imperecederos,
memorables. Y lo hace, creo, porque, de modo consciente o no, trata de
preservar lo que acaso sea más frágil de todo: la alegría y la dicha, o sea, la
plenitud.
Martín Carrasco es uno
de estos cartófilos que ha ido juntando momentos felices, plenos y a menudo
pródigos, buscándolos y acopiándolos en un redil fabuloso, como el buen pastor,
en los lugares más remotos del globo y con una tenacidad y paciencia admirables
(cerca de 800.000 postales, de las cuales 80.000 forman su colección personal).
El libro que hoy da él
a la luz es, como he dicho, fruto de muchos años de pesquisas, ordenación y
catalogación. Es, y él insiste mucho en ello, no sólo un libro para ver, sino
para leer, pues hay detrás un minucioso trabajo en torno a las más de tres mil
postales de Madrid conocidas de ese periodo de dieciocho años que van, como
hemos dicho, de 1887 a 1905.
El que se tome la
molestia de leer este libro, hallará en él no sólo informaciones interesantes
de los editores de estas postales, de los más modestos a los más importantes,
como Laurent o Hauser y Menet (el rey de las postales, de quien Carrasco
escribió hace años un estudio canónico), pasando por muchos francotiradores.
Uno de estos, don Antonio Cánovas del Castillo, pariente del Cánovas ilustre,
certificó ya en 1901 el nacimiento de la cartofilia: “Lo que nadie espera era
que una cosa que nació para simplificar y abaratar la correspondencia se
convirtiese, de la manera que se ha convertido, en objeto casi de boato y
ostentación, a menudo diez veces ,más cara que el coste de una carta corriente,
y, sobre todo, en material fundamental para una de las modernas y más
extendidas debilidades: el coleccionismo”.
Lo decíamos, sí, el
cartófilo quiere coleccionar junto a testimonios históricos, paisajísticos,
culturales o sociales escogidos por su belleza o su relevancia, testimonios
personales tanto como la impronta histórica de un momento especialmente
señalado. Por si no bastara, la postal es un invento perfecto: fácil de
conservar y agradable de manejar (da vértigo y una infinita tristeza pensar
que, con la irrupción de los teléfonos móviles provistos de cámaras de fotos,
estemos viendo el fin de aquello que Cánovas vio nacer hace cien años). Añádase
a esto el hecho que hace las delicias de un coleccionista: las tiradas de las
postales, que pueden ir de uno o dos únicos ejemplares a millares de ellos, le
darán a su búsqueda alicientes propios.
De Cánovas precisamente
es una serie extraordinaria, reproducida en parte aquí, sobre la fiesta de los
toros, muy criticada en su tiempo, por dar con ella una visión de la España
negra que prefigura a José Gutiérrez Solana. Lo que hoy diríamos políticamente
incorrecto en un mundo como el de las postales, que es el reino de la
corrección. Otros editores postalistas buscaron temas más atractivos, incluso
nimios, pero que hoy encontramos bellísimos y líricos, como el que nos ofreció
las imágenes de la poda del Retiro. En otras palabras, este libro entero es, en
miniatura, lo mejor del Madrid de esos años. Y si Carrasco ha catalogado todas
las postales conocidas de ese periodo, ha puesto también buen cuidado en elegir
aquellas que se reproducen, tratando de que quedaran representados todos los
aspectos de la vida de entonces. Todos, claro, de los que se ocuparon los
editores, que pensaban, como es natural, en el público al que iban dirigidas,
turistas en su mayor parte, y en dar de la ciudad lo más pintón suyo: El Prado,
los toros y el Palacio Real (con la saga de personajes reales) son los temas
más requeridos, pero al lector atento no se le escaparán las series, raras por
excepcionales, que parecen ilustrar el Madrid de La Busca, de
Baroja, con sus arrabales y tipos miserables, incluso con su cárcel modelo; o
el del Galdós que no renunció ni al côté-Fortunata ni al côté-Jacinta,
tan bien representados aquí, ni al côté Guillermina, con todas
esas vistas de instituciones benéficas neogóticas; o el del Solana, del Rastro
y de los cafés cantantes; o el de los escritores costumbristas amantes de los
rincones y los tipos… típicos; Martín Carrasco no ha querido tampoco ser un
coleccionista pasivo, y ha hecho crecer entre postal y postal, como la hierba
entre las llagas de los adoquines, informaciones curiosas sobre lugares,
oficios, negocios, personajes históricos o apenas conocidos, que completarán
esta visión.
Conozco a Martín
Marrasco desde hace muchos años. Admira en él la dedicación constante en lo que
empezó siendo una curiosidad para convertirse en un empleo que no ha dejado de ser
en él nunca una afición, y admira y asombra su determinación de ir acopiando
esos monumentos a la fragilidad del bien que son las humildes postales.
Hablábamos al principio
de que sólo había una afición comparable a la del colombófilo: la del
cartófilo. Y nos referíamos a las postales como palomas mensajeras, que
hubieran vuelto a casa. Hoy Martín Carrasco las echa a volar de nuevo en forma
de libro. Se diría que dejan el Arca de Martín como aquella otra famosa paloma
dejó el Arca de Noé. Con la que está cayendo, nuestro diluvio universal
europeo, estas postales, testimonios de plenitud, vuelven a ser palomas
mensajeras de la paz.
Martín Carrasco, Tarjetas postales ilustradas de Madrid, 1887-1905. Ediciones La Librería, Madrid, 2013 |
Las colecciones no dejan de ser un loable trabajo de arqueología , con una componente espiritual no exenta de generosidad . Es de agradecer que existan personas con tanta pasión por algo bueno .
RépondreSupprimerMuy interesante , más si se tiene en cuenta que apenas hay imágenes cinematográficas de esa época
RépondreSupprimerUna docena de curiosas fotos y postales en
RépondreSupprimerhttp://cultura.elpais.com/cultura/2013/05/21/actualidad/1369167610_674210.html
COLECCIÓN FERNÁNDEZ RIVERO DE FOTOGRAFÍA ANTIGUA. Don Juan Antonio está digitalizándola. Su página
http://www.cfrivero.com/
sólo admite por ahora una "visita rápida". Sí pueden verse como muestra ("Exposición Temporal") fotos y postales del Palacio de San Telmo de Sevilla, sus publicaciones y el acceso a su interesante blog:
http://cfrivero.wordpress.com/
El terrible encanto de las fotografías antiguas. Con este material el coleccionismo se comprende algo mejor.