ACASO recuerden los lectores el gran impacto que tuvo en España aquel programa que se tituló “Gran hermano”. Fue el primero de aquellas características: un grupo de personas desconocidas entre sí deciden encerrarse en un recinto sembrado de cámaras de televisión que tienen vigilados día y noche sus actos y conversaciones. Recordó uno entonces que ese había sido precisamente el origen de un gran libro, el Decamerón: en él, como es sabido, un grupo de jóvenes, huyendo de la peste, se encierra en una villa y distraen su ocio con deliciosos relatos de todo tipo. ¿Cuál era el problema entonces con “Gran Hermano”? Que los recluidos, descerebrados unos y con patologías emocionales otros, se dedicaban a hablar sin desmayo de toda clase de chorradas... Ni una sola frase inteligente y ni un solo libro, que tenían prohibidos.
Tras aquel programa, vino otro de no menor impacto. Aunque los fines y el medio en el que se desarrollaba no se le parecían, el mecanismo de funcionamiento sí: cada semana era eliminado o expulsado de esa comunidad uno de los participantes. Los espectadores, como ante una novela por entregas, siguieron con entusiasmo aquella primera temporada de “Operación triunfo”. En el actual “Masterchef” compiten unos cuantos cocineros aficionados, pero a diferencia de lo que ocurría con “Operación triunfo”, donde los espectadores podían juzgar por sí mismos si este o aquel cantaba bien o mal, en “Masterchef” el espectador se queda a dos velas, sin saber si lo que allí se cocina está bueno o no, teniéndose que fiar de lo que sentencian tres severos jueces que hablan a sus pupilos con tanta arrogancia y suficiencia, que no comprende uno cómo los aspirantes no los han mandado ya, y nunca mejor dicho, a freír espárragos. Al contrario, asistir a las humillaciones, impertinencias y sarcasmos de unos y a la mansedumbre, rayana tantas veces en el masoquismo de los aspirantes, produce una extraña mezcla de indignación y vergüenza ajena, si no fuese porque entre un fuerte que se excede y un débil que no sabe o no puede defenderse, uno se pondrá siempre de parte del débil, lección suprema de don Quijote.
Vivimos en un mundo en el que todo parece girar alrededor de las tres famosas ces: copular, comer y cambiar de sitio o viajar para seguir copulando y comiendo con exotismo. Cierto que esto viene de antiguo (“el mundo por dos cosas trabaja, la primera por haber mantenencia; la otra era por haber ayuntamiento con fembra placentera”, leíamos en El libro del buen amor), pero se diría que hoy no se reconoce ninguna otra excelencia mayor, y aún recordamos a quien afirmaba hace unos años que la carta del Bulli era ya tan o más importante que À la recherche du temps perdu. Quién sabe: uno podría vivir con un arenque ahumado, una fruta y agua de la fuente; ahora, no creo que la vida se nos hiciera soportable sin Proust, por muchos confites y peteretes que nos pongan delante. No sabemos si lo que se guisa en esos fogones televisivos es o no sabroso. Ahora bien, que unos chefs sólo puedan enseñar a preparar una salsa de moda es tanta tragedia, ah Cunqueiro, como que unos aprendices sólo quieran aprender eso, en cuyo caso será mejor seguir nuestro camino y dejarles a todos ellos con sus sesiones culinarias sadomasoquistas.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 2 de junio de 2913]
¿ Pero quien me pone la pierna encima para que no levante cabeza ? la frase más celebrada que han dicho en un programa de estos . Seguramente toda esta basura televisiva ha influido en la crisis , la caja tonta trabaja para el sistema
RépondreSupprimerFue a comer a un restaurante de diseño y, a los postres, el chef le preguntó:
RépondreSupprimer-¿Cómo ha encontrado el señor la lubina?
El comensal no pudo reprimirse y le contestó la verdad:
-Pues la he encontrado de puto milagro. Creo que estaba debajo de una alcaparra (en el supuesto de que eso fuera una alcaparra...).
Avanzando una no demasiado improbable hipótesis:
RépondreSupprimerPor razones de marketing, la dinámica del concurso "Masterchef" estaría pactada, y el trato vejatorio programado y asumido por ambas partes como elemento básico del espíritu del programa.
¿Es acaso este horror puntual una excepción?
Es muy probable. En cuyo caso... peor aún.
SupprimerEn la inmensa mayoría de programas basura el despellejamiento de la víctima de turno está perfectamente consensuado, aceptado y abonado. Nada tiene de extrañar si se acepta que el planteamiento es el de un circo actualizado donde unos pagan para ver correr la sangre de gladiadores y fieras. Tampoco se puede negar que quienes acceden a la arena, por hacerlo en este caso voluntariamente, están ejerciendo un descarado grado de prostitución más ignominioso aún que el que se ve obligado a soportar la pobre fulana callejera.
SupprimerYa lo creo que es peor, pero es lo políticamente correcto. De esta forma no existe el peligro de pillarse los dedos, y puede ofrecerse el espectáculo de la indignidad, un valor tan en alza, legalizado, con todos los papeles en regla. Supongo que lo mismo debe ocurrir con otros tantos programas de voceros horteras, insultándose y faltándose al respeto sin pudor alguno, para el regocijo de una nada despreciable audiencia.
SupprimerLa banalidad bien enlatada y de fácil apertura parece que vende. Sin embargo, la relación de equilibrio entre la oferta y la demanda de estos "productos" nunca podrá verse con claridad.
Sí, señor Cancio, mucho peor la prostitución mediática. En la callejera o poligonera, normalmente se prostituye sólo el cuerpo. En la televisiva, los cuerpos y TODAS LAS ALMAS.
SupprimerHay una parte de la programación televisiva, que dados sus éxitos de audiencia y permanencia, merecería un psicoanálisis; en el diván el indefinible sujeto o la audiencia que permisiva encumbra el engendro, en el monólogo el o los programas en sí, cuya formulación es reiterada hasta el máximo hastío, el efecto o fruición al televidente, como un letargo de la realidad individual, así como el mensaje del subconsciente la materia del diagnóstico: entre la neurosis y el histrión que llevamos dentro. Cuanto más exagerados o extravagantes, mayor complacencia; la realidad puede ser más brutal (el telediario) pero no menos soportable, de ahí que el entretenimiento que supone, aunque rayano con lo real (reality) no deje de sonarnos a ficción construida. Si se convierten en modelos probables de vida o pensamiento, como el cine o la literatura, al menos alcanzarán una trascendencia, por su permeabilidad a la crítica, que la merecen, pues es lo que buscan, que hablen de ellos.
RépondreSupprimerRecortando el sueño español , de querer se famoso a ser cocinera o cocinillas con galones de chef, rescoldos de la hoguera . Supongo enseñen a los concursantes a pelar cebollines , desbullar ostras o asar la manteca
RépondreSupprimerSaludos
Demasiada tele. Yo tengo una y muy buena pero solo para proyectarme las películas y documentales - por cierto el de Chema Madoz es estupendo - , sin cortes, que nos gustan y que alquilamos, compramos o descargamos por la red. Ahora me voy a ver Mogambo a ver como se lo montó la censura. Discutimos sobre ellas, las rebobinamos, consultamos las críticas, las exponemos en reuniones de amigos, etc...
RépondreSupprimerEso para nosotros es una pantalla pero no para ver esos programas que no califico por no ser subjeto de censura si dijera lo que pienso sobre ellos. Me censuro yo mismo y me sujeto, callo.
Quizá hemos de pasar de ver esos programas que menciona y centrarnos en algo más interesante porque la vida no está ahí, está justito al lado nuestro, de costado y guiñándonos uno de sus múltiples ojos.