11 août 2011

Corrupción de mayores

En uno de los raros momentos en que no le da castigo, y lo deja reposar, ha hojeado uno el fatigado ejemplar de La deshumanización del arte que viene usando Miriam desde hace unos años, puesta la vista en su tesis sobre Ramón Gaya. No deberíamos hablar aquí de subrayados, sino de remiendos, y aun de zurcidos con tintas de distintos colores, tan acribillado como lo lleva, aunque hay que añadir que es, por fortuna, un ejemplar de la edición de Austral, previsto acaso para convertirse en códice, como uno de aquellos comentos medievales de Tomás de Aquino.
Y aprovechando la hora de la siesta, se deja uno llevar de subrayado en subrayado, como en el juego de la oca, pero se diría que no avanza, sino que retrocede siempre:
 “Se comprende, pues, que el arte del siglo XIX haya sido tan popular: está hecho para la masa indiferenciada en la proporción en que no es arte, sino extracto de vida (…) Aunque sea imposible un arte puro, no cabe duda alguna de que cabe una tendencia a la purificación del arte. Esta tendencia llevará a la eliminación progresiva de los elementos humanos, demasiado humanos, que dominaban en la producción romántica y naturalista (…) He aquí por qué el artista nuevo divide al público en dos clases de individuos: los que lo entienden y los que no lo entienden; esto es, los artistas y los que no lo son. El arte nuevo es un arte artístico”.
Llegados a este punto, parece que oyéramos a M. recordándonos a Gaya, y a cómo fue este quien dio otra vuelta de tuerca, pensando acaso en el Ortega de esos escritos deshumanizados, al afirmar que había otra categoría de individuos, todos aquellos que “entienden de lo que no comprenden”.
Al cabo de un rato, pasamos ya las hojas de ese libro con evidente curiosidad. Ha prendido en nosotros un interés festivo. Ortega da siempre que pensar: “Recuérdese cuál era el tema de la poesía en la centuria romántica. El poeta nos participaba lindamente sus emociones privadas de buen burgués”, y uno, que ha estado releyendo días atrás las cartas y poemas del pobre Keats, y que forma parte de la masa indiferenciada que lee a Balzac, Dickens, Tolstoi y Galdós, no puede por menos que sonreírse lindamente con todas y cada una de las palabras de Ortega, ya imparable: “El cariz que en todos los órdenes va tomando la existencia europea [recordemos que ese libro es de 1925], anuncia un tiempo de varonía y juventud. La mujer y el viejo tienen que ceder durante un período el gobierno de la vida a los muchachos”. 
Ah, sí, los muchachos a los que se refirió proféticamente Unamuno, los que metieron a España en aquella guerra civil.
Ortega fue, desde luego, un claro caso de corrupción de mayores, a manos de los muchachos. Y si bien guardó su ropa astutamente respecto de los logros artísticos de los jóvenes, a unos les puso en las manos su Revista de Occidente para que los publicitaran, y de otros, José Antonio Primo de Rivera, se dejó tomar hasta los fililíes, con coquetería impar, sumándose a la idolatría hacia todo lo joven, cuyos lodos llegan hoy mismo hasta Londres, Birmingham o Manchester, tras haber hecho paradas, en otras épocas, en Berlín, Roma o París.
Y con todo, hay siempre algo en Ortega que hace pensar, que da que pensar. Desde luego en el primer Ortega de las Meditaciones y de El Espectador, pero también en ese Ortega de las tierras medias, que pedantea con un arte que entiende y que no comprende (léanse, al respecto, sus escritos sobre Velázquez).
Por lo cual cabría decir de él lo mismo que de Victor Hugo dijo Gide, en celéberrima respuesta, al ser preguntado por el mejor poeta francés: Hélàs. Victor Hugo! Siguiendo la traducción insuperable de Carlos Pujol, si se nos preguntase quién era el mejor filósofo español, habría que responder lo mismo: “Ortega, qué le vamos a hacer”…
Claro que cuando se dice de alguien una cosa así, es porque aún queda mucho por hacer, aunque no será aquí donde se haga. Como decía el propio Ortega con su inconfundible, concupiscente y gimnástico floreo: “He aquí el instante prudente para levantar la pluma, dejando alzar su vuelo de grullas a una bandada de interrogaciones”.


(Foto: El Rastro, 2010)

3 commentaires:

  1. Interesantes reflexiones que me han hecho pensar en esta deliciosa madrugada bajo el volcán, noche sin nubes (lo que es casi excepcional en esta temporada), ojala llovieran estrellas fugaces antes de su hora...

    De inmediato he ido a releer a Tolstoi (como Ud. lo consulto a menudo con inagotable placer) y he copiado uno de los fragmentos más precisos de su ensayo "Qué es el arte", que le ofrezco a Ud. y a sus devotos lectores:

    "Evocar en sí mismo un sentimiento ya experimentado y comunicarlo a otros por medio de líneas, colores, imágenes verbales, tal es el objeto propio del arte. Esta es una forma de la actividad humana, que consiste en transmitir a otro los sentimientos de un hombre, consciente y voluntariamente por medio de ciertos signos exteriores. Los metafísicos se engañan viendo en el arte la manifestación de una idea misteriosa de la Belleza o de Dios; el arte tampoco es, como pretenden los tratadistas de estética fisiólogos, un juego en el que el hombre gasta su exceso de energía; tampoco es la expresión de las emociones humanas por signos exteriores; no es tampoco una producción de objetos agradables; menos aún es un placer: es un medio de fraternidad entre los hombres que les une en un mismo sentimiento, y por lo tanto, es indispensable para la vida de la humanidad y para su progreso en el camino de la dicha"... Ah, el arte, ese arco iris que debiera sellar nuestro compromiso con la vida, maridarnos con la naturaleza, restituir de algún modo sensible al mundo fraternal de los humanos los dones de la imaginación...

    ¿En qué laberintos se perdió el arte mientras tanto?

    Le aconsejo lea de nuevo ese ensayo, Trapiello... Yo mañana vuelvo a leer a Wilde y su Retrato de Dorian Grey. ¿Recuerda sus afirmaciones estéticas?

    saludos nocturnos...

    Pau Llanes

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  2. "la mujer y el viejo tienen que ceder durante un periodo el gobierno de la vida a los muchachos", pues ya tenemos lema orteguiano para la próxima semana del Orgullo filosófico...Ortega y sus circunstancias, claro, o mejor, las circunstancias y Ortega.

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  3. ¡Ortega!Siempre con sus orquídeas verbales...

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