13 mars 2014

José Castillejo

UN año después de publicadas la edición de 2010 de Las armas y las letras y algunas reediciones de esta, el librero y escritor Enrique Montero me preguntó por qué no se mencionaba a José Castillejo. Le respondí la verdad: ignoraba que el institucionista José Castillejo, secretario de la Junta de Ampliación de Estudios, hubiese escrito nada significativo de la guerra. Fue él quien me puso sobre la pista de un libro, War of Ideas in Spain, publicado en  1937, no traducido ni reeditado, creía él [hay edición en Revista de Occidente, 1976, con prólogo de Julio Caro Baroja, supe luego], y este me llevó a su vez a Democracias destronadas (editorial Siglo XXI, 2008), un libro extraordinario y equiparable a los de Chaves Nogales o Clara Campoamor, que había permanecido inédito desde que, en los primeros años cuarenta, lo escribió su autor, y traducido ahora del inglés, lengua en la que se escribió y en la que tampoco está publicado... y que había pasado aquí, como no podía haber sido de otro modo, sin pena ni gloria.
Su lectura supuso tal conmoción, que no quiso uno esperar más, y en la siguiente edición (5ª de las aparecidas en Destino, 2011), ya que no incorporarlo en el cuerpo del libro, como hubiese querido, añadí al dramatis personae una semblanza del autor y comentarios al texto.
Al poco apareció también la edición de bolsillo de Austral, la misma que acaba de reeditarse estos días, y que reproduce textos y fotografías de la edición de 2010. En ella se incluye, claro, la semblanza de Castillejo.
Para aquellos que ya tuvieran las anteriores y no quisieran comprar esta (acaso mi preferida por su aspecto vagamente soviético y por reproducir, ampliar y corregir errores de las otras y conservar, en blanco y negro, todas sus ilustraciones, incluida la memorable ilustración de cubierta de Carlos García Alix), aquí se publica con algún añadido que no figuraba tampoco en ninguna de las anteriores, ni siquiera en esta, por si quieren incorporarlo a su ejemplar. 
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José Castillejo (Ciudad Real, 1877-Londres, 1945). Jurista y secretario de la Junta de Ampliación de Estudios, vinculada a la Institución Libre de Enseñanza y decisiva en la modernización de la enseñanza y la investigación científica españolas. La sublevación militar le sorprendió en Suiza. Logró volver a España, y después de sacar a su familia, que veraneaba en Benidorm, se dirigió a Madrid, que tuvo que abandonar a los pocos días para salvar su vida, como ocurrió con tantos intelectuales de su generación, republicanos y liberales como él. Cuenta Ramón Carande, quien le dedicó un escrito magnífico a su labor pedagógica, que la última vez que le vio "fue en julio del 36, en una oficina de la planta baja de la Dirección General de Seguridad, calle de Víctor Hugo, detenidos ambos: él por unas denuncias y yo por otras. A los pocos días salió de España". Se instaló entonces en Inglaterra, país con el que mantenía vínculos familiares, desde donde apoyó de una manera decidida la causa de la República. En 1937 publicó su libro War of Ideas in Spain, estudio de la historia de la enseñanza en España desde sus orígenes hasta la Revolución, y trabajó hasta su muerte en otro, Democracies Dethroned in the Light of the Spanish Revolution, 1823-1939, inédito hasta 2008, en que se publicó traducido al español. Acusado por Serrano Súñer como el hombre «más funesto que había visto nacer España», lo cierto es que su personalidad y su magisterio lo señalan como uno de los más extraordinarios, inteligentes, tolerantes y eficientes que ha dado este país. En ese su póstumo, lúcido, exhaustivo e imprescindible libro, el diagnóstico y el análisis que hizo de la República y de la guerra explican sobradamente el orillamiento que sufrió su memoria y su obra durante tantos años, al igual que la de quienes, como Américo Castro, Albornoz, Campoamor o Azaña, hubieran compartido sus palabras: «La guerra civil no fue una lucha entre dos mitades geográficas o raciales de la Península, ni siquiera entre dos mitades de sus ciudadanos que mantuvieran doctrinas opuestas claramente definidas. Fue la consecuencia natural de una revolución de más de doce años que comenzó cuando Primo de Rivera violó la Constitución. [...] Para salvar la Monarquía, los monárquicos tomaron medidas que o causaron, o aceleraron, o no fueron capaces de impedir su caída. Para defender la democracia, los republicanos utilizaron métodos que la hacían imposible. ¿Cómo podría haber sido de otra manera? El talento, el instinto, la prudencia, la experiencia, la educación política no pueden ser dones reservados a los hombres de un partido político y negados a los otros. El nivel medio de incomprensión e intolerancia tenía que ser obligatoriamente el mismo entre los monárquicos y entre los republicanos. Puede ser que los republicanos quisieran algo totalmente imposible, o algo que no era factible en las condiciones que se daban en España en aquel momento, o que escogieran los métodos equivocados para llevar a cabo un plan viable. [...] Es difícil creer que en media España el espíritu de justicia hubiese, súbitamente, pasado a morar en los corazones de los trabajadores, mientras en la otra mitad se hubiese vestido con uniformes militares y camisas azules. [...] El carácter, los vicios y las virtudes de la España republicana no podían ser muy diferentes de los de la zona nacional [...]. Ha sido más bien un cisma interno de conciencia como fueron las guerras de religión, hasta el punto de que la escisión se produjo dentro de cada familia, en cada pueblo o ciudad y en cada provincia, por toda la Península. Lo único que hizo la guerra civil fue delimitar el mando: en una parte de España el control cayó en manos de aquellos partidos que estaban sojuzgados en la otra, y los que en una zona eran las víctimas eran los jefes en el otro lado. Los asesinatos y las ejecuciones a millares alteraron gradualmente, y hasta cierto punto, el peso estadístico de cada fuerza en ambas zonas; pero después de dos años y medio de lucha había todavía millones de fascistas en los territorios controlados por los republicanos y millones de rojos en el campo opuesto. Cualquier solución a la que se llegase a través de una victoria implicaría el sometimiento forzoso de aproximadamente la mitad de la población; sin embargo, una solución basada en la tolerancia mutua y en concesiones era prácticamente impensable teniendo en cuenta las creencias fanáticas existentes, fortalecidas por el apoyo moral y material que ambos bandos encontraban en países extranjeros». Y si su diagnóstico político era devastador, no lo fue menos la idea que tuvo de los intelectuales en guerra: «La opinión pública fue totalmente amordazada. La libertad de expresión era proporcional al número de fusiles que había detrás de cada escritor; pero no había armas ni partido alguno que respaldase la igualdad para todos los ciudadanos. La mayoría estaba aterrorizada y buscaba la seguridad en el silencio o en la aquiescencia fingida. Desde el inicio de la revolución no existieron mecanismos para verificar las verdaderas corrientes de opinión y su volumen. No pocos apologistas de la causa republicana se retractaron enérgicamente una vez cruzada la frontera francesa. Para evitar este riesgo y esta afrenta a la España que se suponía estaba luchando por la libertad, el Gobierno se vio espoleado a hacer más severas las restricciones sobre la emigración, una medida anticonstitucional que convirtió el país en una enorme prisión para millones de personas aterrorizadas y muertas de hambre. [...] Hombres que se autoproclamaban demócratas ordenaron la ejecución de ciudadanos por el crimen de haber votado a candidatos de partidos contrarios, o por haber sido elegidos miembros del Parlamento en las últimas elecciones. Escritores que hasta entonces habían defendido la libertad de conciencia y de prensa publicaron en sus periódicos “listas negras” de individuos que serían librados a asesinos profesionales por haberse atrevido a publicar artículos denunciando lo que ellos consideraban errores políticos». Su visión de la zona nacional no fue menos terrible: «La estructura política real en la España nacional era similar a la del lado republicano, excepto en que en este último había más facciosos compitiendo unas con otras por el predominio. En cada ciudad, uno o más caciques se hicieron con el apoyo de grandes partidos o de las autoridades centrales y se convirtieron en los amos: controlaban los instrumentos de la fuerza y ejercían un poder omnipotente al margen de la ley. Cuando eran hombres honestos su poder arbitrario era una bendición, pero cuando eran unos maleantes los ciudadanos honestos eran las víctimas. Estaban auxiliados por espías voluntarios que, con celo apostólico, o con un ruin espíritu de venganza o de ambición, denunciaban a las personas sospechosas. [...] La mayoría de los intelectuales fueron tratados como peligrosos agitadores en el bando nacional, y como reaccionarios poco prácticos o ambiguos en el republicano. Fueron denunciados como cobardes o como traidores. A esto siguió la persecución; algunos cayeron en ambos lados y aquellos que pudieron escapar iniciaron la gran diáspora». Estas ideas hicieron de él uno de los más silenciosos, nobles y conspicuos representantes de una tercera y tolerante España, posible únicamente para él si nacía de las escuelas.
Bibliografía: War of Ideas in Spain. John Murray, Londres, 1937. Democracias destronadas, Editorial Siglo XXI, Madrid, 2008.



8 commentaires:

  1. Primer comentario: Me sigue llamando la atención que algunos que se jactan de vivir apasionadamente la literatura no hayan leído esta joya. Lo atribuyo a una mezcla de prejuicios y envidia hispana y los absuelvo con una penitencia propia de Rouco.

    Segundo comentario: hablando de traducciones del inglés, produce sobresalto haber leído ayer en El País la noticia que a continuación transcribo.
    http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/03/11/andalucia/1394566075_318680.html
    Preferiría que fuera cierta solo parcialmente, porque de no ser así la caja de los truenos, una vez abierta, podría seguir descubriéndonos otras tropelías no menos decepcionantes y terminar extendiendo la impresión de escepticismo sobre lo que hemos dado por bueno a unos y otros. Que las llamas del infierno consuman lentamente a los impostores.

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  2. Excelente idea la de incorporar al elenco de Las armas y las letras la figura de quien fuera secretario de la Junta para Ampliación de Estudios, don José Castillejo. Pero debe reseñarse que sí se tradujo, en 1976, Guerra de ideas en España, publicada por la editorial Revista de Occidente, y con prólogo de Julio Caro Baroja. Lo triste es que, posiblemente, la obra pasó desapercibida, en un tiempo ávido de sensacionalismo.

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  3. War of ideas in Spain esta traducido y editado entre nosotros. La traducción es de Magdalena de Ferdinandy y la edición de Revista de Occidente, 1976, con prólogo de Julio Caro Baroja. Mi ejemplar de Guerra de ideas en España esta, además y sobre todo, a su entera disposición, Andrés. Deseo que la noticia le alegre. A mi me alegra una enormidad el poder dársela.

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    1. Gracias, Pablo. Lo conseguí poco después. Estaba mal contado en la entradilla. Lo he corregido. Saludos.

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  4. Al final prevalece la idea de que en la Guerra Civil Española el combate subyacente más que democracia contra dictadura, fue fascismo contra comunismo. La guerra ahogó la libertad en sangre y afloró el encono brutal de los españoles. Personas como Cernuda, Juan Ramón o Castillejos supieron ver, en lo posible, lo terrible de la situación poniendo tierra de por medio al comienzo de la contienda, pero manteniendo su apoyo a la República democrática nacida en 1931. Algunos llaman a esto la tercera España.

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  5. Gran incorporación, esperamos que en otro post nos cuente algo más del autor, nos devele su conexión inglesa y si tiene alguna relación con Floridablanca.

    Leyendo otra vez su entada lo que uno piensa, siempre desde la distancia, es que la II República fue un régimen completamente fallido. Cinco años es tan poco tiempo...
    La caída de la monarquía de Alfonso XIII es el gran error del siglo XX español. Ojala España pudiese haber evolucionado como Inglaterra desde un régimen parlamentario a un régimen democrático sin los sobresaltos que tuvimos que padecer nosotros.
    Y en la caída quien tuvo más culpa fue la derecha que abandono el régimen liberal, para a los pocos meses echarse las manos a la cabeza cuando empieza la quema de iglesias. Ortega paso en doce meses del "delenda est monarchia" al "no es eso, no es eso".

    No comparto esa idealización de la República. Los mandos republicanos y los mandos socialistas no estaban capacitados para gobernar en ese momento, como desgraciadamente para todos demostraron.

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  6. La República no debió entrar a una guerra que tenían perdida de antemano , la guerra era inevitable ya que suponía el fin de la Unidad de España . Pudieron evitar un baño de sangre pero cayeron en una megalomanía de ideales absurdos y se vendieron a los rusos . Los fascistas fueron peores ya que ganaron la contienda , pero todos los políticos e intelectuales que alentaron la contienda y la resistencia desde ambos lados fueron funestos .
    Como dijo Vladimir PUTIN :
    El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza ;
    el que no lo eche de menos no tiene corazón.

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  7. Pienso igual que él, la única salida es un país llamado Europa y el fin de todos los parlamentos corruptos , unos Estados Unidos de Europa igual que los yankees
    Limonov escribe en diario de un fracasado .
    Sueño con una insurrección violenta , nunca seré Nabokov , no correré nunca detrás de las mariposas por las praderas suizas , con piernas anglófonas y velludas . Que me den 1 millón de $ y compraré armas y provocaré una sublevación en cualquier país.

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