JUAN Manuel Castro Prieto es un fotógrafo a quien interesa
la realidad, o más exactamente la vida. Va a los sitios, Perú, India, Etiopía,
Méjico, pero también Navaluenga o Madrid, mira lo que hay de misterioso en esos
lugares y en las personas que se encuentran en ellos, y sigue su camino. Lo que
deja de su paso por ellos, es una huella, su huella. Sabe que cada cosa y cada
persona es una suma de hechos, a menudo remotos; sabe que somos memoria. Sus
fotos son el testimonio de ella, pero al mismo tiempo son un modo de amplificar
la memoria, quiero decir que la fotografía, y las suyas también, son testimonio
del pasado, pero también parte de nuestro presente, y así, cuando se vean sus fotos
dentro de unos años, las verán unidas al presente en que se hicieron y a todos
los presentes sucesivos.
De su trabajo en los museos lo más sobresaliente, a mi modo
de ver, es que los ve y está en ellos como estamos en la casa de alguien o como
vamos por una calle de una ciudad cualquiera.
No trata a las obras que se encuentran en ellos como obras
de arte inalcanzables y sagradas. Puede considerarlas así también, pero las ve
como a criaturas vivas, con todo el misterio que llevan las cosas y las personas
dentro, y descubre en ellas también algo que llevan dentro, pero no a la vista.
Lo invisible de lo visible. Muchas de las obras de arte están en los museos por
eso, porque apresaron lo invisible de lo visible, y supieron conservarlo para
nosotros, venciendo al tiempo: cuadros, esculturas, incluso objetos más
modestos como un humilde cántaro
roto.
Castro Prieto descubre en esas obras de los museos al
fotografiarlas lo que tienen de vivo, como si se tratara de seres muy cercanos,
sin cuya compañía nos resultaría difícil vivir. Pero el de los museos es un
trabajo acaso más difícil y sutil que el de fotografiar personas o cosas o
paisajes. Como hacerle un retrato a un rey o a alguien poderoso, donde el
fotógrafo o el pintor sabe que no le van a ser permitidas muchas licencias.
Pensemos en el Inocencio X de Velázquez y el modo segado en que el pintor nos
lo dice todo, hasta arrancarle al papa aquel troppo vero, que era para un papa orgulloso
como él el mayor elogio a su alcance. Al fotografiar un Van Gogh o cualquier
otro pintor, famoso o desconocido, Castro Prieto, sabiendo que ha de ser
respetuoso y buscar en él lo que tiene de misterioso y sutil, se comporta como
ante un rey. En todo aquello que ha logrado vencer el tiempo, como lo que
queremos conservar en un museo, nos espera un troppo vero. Me imagino a Castro Prieto
mirando esos cuadros, como se mira al Emperador, a un tiempo cercano, pero
distante. No lo digo porque quiera “sacarlo” mejor. Todos los pintores de corte
lo hacen. Todos tratan de ser agradables con el señor que les paga. Castro
Prieto tiene más suerte, acaso porque es más libre, y sabe que después del
museo seguirá su camino. No quiere sacar “mejor” a sus modelos, pero sí
mejorarlos. No es lo mismo. ¿Es posible “mejorar” un original? Desde luego que
sí. ¿No nos han sacado en muchas fotografías mejor de lo que somos? No me
refiero sólo a que nos hayan sacado más favorecidos, sino a que alguien ha
sacado a la luz un rasgo de nuestro carácter que diciendo mejor de nosotros,
dice mejor de todos y de todo. En algunas traducciones de Emily Dickinson hemos
encontrado un poco más de Dickinson que en el original. Los puristas creen que
eso no es posible y que decir esto es un sacrilegio. Henri Le Sidaner ocupa en
el historia de la pintura un lugar secundario. El cuadro que fotografió Castro
Prieto arrancó de él un sentimiento que apenas estaba insinuado en ese paisaje
donde se ve una cabaña, una luz que ilumina la ventana y una figura que va
hacia ella. Ha sacado Castro Prieto toda la noche que llevaba dentro ese cuadro
sin atreverse a manifestarse, y ahora tenemos dos trozos misteriosos de la
realidad, donde antes sólo había uno
Para las demás obras hace igual. Trata de ver
de cada una lo que tiene de vivo, y con un lenguaje fotográfico específico,
revelárnoslo. Añadir a la memoria de otros, la suya propia. Así es como se
mejora el mundo, haciéndolo más grande y haciéndolo más hondo. Dos, donde antes
sólo había uno.
(Texto para el Catálogo de la Exposición El archivo de la Memoria, Victoria 2014. Imprescindible entrar aquí, donde se pueden ver la mayor parte de las obras que se citan en este texto)
Da un poco de vergüenza no haber conocido hasta ahora a artistas de tanta sensibilidad. Atreverse a fotografiar un óleo "de los grandes" extrayendo lo que los ojos superficiales no ven es una osadía al alcance de muy pocos.
RépondreSupprimerEs una buena idea , el atrevimiento es esencial en el arte , una exposición muy chula . Mi autorretrato favorito es el de Durero , cierto que como retratista me quedo con Gutierrez Solana .
RépondreSupprimerTroppo vero... un artículo, el tuyo que también ensancha el mundo y lo profundiza.
RépondreSupprimerque tengas un buen dia