EL crimen gusta mucho. Nada como un buen asesinato para sacudir a una sociedad de su apatía: El asesinato como una de las bellas artes, escribió De Quincey y, sí, el pueblo, que tiende a ser barroco, se perece por el teatro; eso explica su amor a las grandes puestas en escena y ninguna lo es tanto como un crimen y su escenario. ¿Quién no recuerda aún el nombre de Puerto Urraco?
Puede una sociedad estarse fosilizando, indiferente a problemas acuciantes y gravísimos como la corrupción de sus políticos y banqueros o el descrédito de tantos gobernantes, pero basta un bonito asesinato para que todo el mundo parezca revivir: en apenas minutos empiezan a circularse fabulosas teorías, móviles, sospechas. No hay nadie en la comunidad donde ha ocurrido ese crimen que no crea estar en el secreto de los hechos. Una vez más el crimen ha despertado de su modorra a la sociedad, aunque sólo sea de modo pasajero y para hundirla en una atmósfera estupefaciente, donde todos parecen hallar un placer inaudito en intoxicarse e intoxicar a todos con calumnias, insidias, fantasías y una variada muestra de noticias falsas verosímiles y verdaderas, pero inverosímiles.
Ha ocurrido en León: dos mujeres, madre e hija, con la complicidad de una tercera, asesinan a una cuarta, persona principalísima allí. Aunque quede lejos de la consideración de un crimen perfecto, según la preceptiva de la novela negra, no dejan de concurrir en él algunas circunstancias si no novelables, sí extrañas. La víctima, por lo que uno ha leído y al igual que la de Crimen y castigo, no ha suscitado grandes simpatías, pese a ser persona de gran relevancia social y política, o precisamente por ello (¡y las cosas que saldrán a relucir en el juicio: causarán espanto!). Tampoco de las victimarias se sabe mucho. Que estas alentaran la venganza durante más de dos años tiene atónitos y desconcertados a los psicólogos forenses. En cuanto al móvil, la mera inquina, es tan gótico que hace de este atropello algo aún más absurdo y cruel. Bien, ¿qué sucederá? La víctima ha acabado en el cementerio, las asesinas están en la cárcel y pasada la primera impresión, la sociedad volverá a una apatía que la mantiene apartada de los problemas acuciantes y gravísimos, a la espera de otra muerte que dé apariencia de vida a vidas que no merecen tal nombre, mientras otros, especialmente oportunistas, les escriben su triste novela.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 8 de junio de 2014]
Que ha pasado que no puedo acceder desde Andréstrapiello.com
RépondreSupprimerPreocupado, tampoco puedo acceder desde la dirección web habitual.
SupprimerY es que a desaparecer para siempre no se le da la importancia que tiene. Para el superviviente, tan primitivo, todo muerto sigue luchando por la muerte en cielos o infiernos muy parecidos a los de la lucha por la vida que conoció cuando estaba vivo. A los supervivientes, el estatus de muerto nos parece tan desproporcionado que no queremos admitir lo que en el fondo sabemos claramente: que tras tanto humillar y ofender y ser humillados y ofendidos, desaparecemos para siempre. Con la completa asunción de este hecho, frente a antiguas o modernas tradiciones de cielos o infiernos, dineros o futuros, por fin llegaría “el cambio”. Reconocido el hecho en cada vez mayor número de Constituciones –en el artículo primero si puede ser–, muy a la larga podemos salir de la prehistoria. Por ejemplo, los crímenes de los que usted habla empezarían a disminuir y desaparecerían en cuestión de pocas generaciones. El arranque por fin de la historia del hombre coincidiría con un hermoso apocalipsis.
RépondreSupprimer(Estaba yo comprando una barra de pan en el Galopain cuando un chico muy guapo se acercó al mostrador. Pidió permiso para dejar su currículo de trabajo y la encargada lo rechazó sin siquiera mirar al muchacho. Por eso, doble horror, el comentario ha salido algo friki).