ES una lástima que cuando las asociaciones de eventos y protocolos pusieron el grito en el cielo, y aun el gritito, por cierto artículo mío a propósito de los protocolistas de la Generalidad (que siguen haciendo hacer el ridículo cada dos por tres a su jefe Artur Mas, como hemos visto ayer en su último donde dije dije, digo Diego a propósito de su asistencia a la proclamación del Príncipe como Rey de España), es una lástima, decía, que no conociera uno este artículo de Ortega, "Memorias de Mestanza", publicado en Buenos Aires en 1940.
Llego a él por Jordi Gracia, quien señala en su libro sobre el filósofo que siendo un escrito ficcionado, en pocos lugares habrá dejado de sí Ortega uno de sus más acabados autorretratos, en el momento en que la figura del intelectual se había desacreditado por completo tras la guerra civil.
Ortega se distinguió por no arredrarse ante ningún tema (de forma sobresaliente, como en su prólogo al libro sobre la caza del conde de Yebes, o ridícula, en el que le puso al de Victoria Ocampo, hablando de la mujer y de las mujeres) ni ante nadie (trató de corregir a Einstein), pero no podemos asegurar que tuviera sentido del humor. Y sin embargo, es capaz de hacernos sonreír muy a menudo. Lean:
"Para mí lo más sorprendente en Mestanza es que hombre de tal calidad, de mente tan densa, fuese diplomático. Tal vez se trata, por mi parte, de una injusticia respecto a ese oficio. Pero debo confesar la debilidad que me hace sentir angustia y una atroz melancolía cuando en una comida me encuentro sentado junto a un diplomático. «He aquí –pienso– dos horas de mi vida, total e irremediablemente perdidas. Voy a oír una serie de anécdotas que no tienen nada que ver entre sí ni con la realidad de cosa alguna, noticias vagas sobre países que no parecen estar en el mapa, e ideas equivocadas sobre todo». El giro popular español que habla de «tomar el rábano por las hojas» parece la definición de la diplomacia. Estos hombres de la carrière son el universal casi. Son casi elegantes, casi aristócratas, casi funcionarios, casi inteligentes y casi donjuanes. Pero el casi es el vocablo de la ausencia. A veces, sin embargo –recuérdese el caso de Stendhal–, la carrera diplomática es el mejor antifaz que un hombre distante de los demás hombres puede elegir para circular entre ellos sin que sospechen los ricos hontanares de espíritu que llevan dentro".
Dejando de lado ese "hontanares de espíritu", que no podía faltar, no es difícil sostener, como tantas veces Gracia en su libro, que cuando Ortega es bueno, es muy bueno.
Lo sentimos por la asociaciones de eventos, etc. y las escuelas de Altos Estudios de Protocolo y Rendivús.
Rastro, 11 de abril de 2014 |
Al final de las “carrières” no queda un último “casi”: parados, completamente.
RépondreSupprimerVivos, casi todo es uno; aunque cerca de la muerte, uno es ya casi ninguno.
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