YA se habló aquí en años pasados de un hecho singular: a partir de un momento el diccionario de la Real Academia suprimió de la voz “ruiseñor” la condición que le distingue a este pájaro de todos los demás: su melodioso y arrebatado canto. No ocurre así en los diccionarios más importantes del mundo, antiguos o modernos, donde el ruiseñor nos sigue cautivando con él. Esa fue la razón por la cual llamó uno entonces la atención sobre esa anomalía, con la ilusión de que alguien le restituyera al ruiseñor en el drae lo que era suyo. Cierto que la esperanza de que mi escrito llegara a manos adecuadas era muy pequeña, porque es cosa sabida que los académicos, al tener que leer unos de otros las obras inmortales que escriben de continuo, no tienen tiempo material para nada más, y las ediciones del diccionario siguieron apareciendo sin esa restitución. Pero sucedió algo importante en la vida de cualquier ser humano: cierto día conoció uno al secretario de la Rae.
Fue hará cosa de un año, en una cena. Ya no recuerdo su nombre, pero sí que me pareció persona importante, razón por la cual, y al hilo de los bombos que se echaba a cuenta del drae, se atrevió uno a interceder por el ruiseñor. Me escuchó atentamente y aunque no conocía él los pormenores del caso, aventuró mil razones científicas del canticidio, y prometió informarse. Pero como sabe uno que los académicos tienen tantísimas cosas en la cabeza, saqué una tarjeta y escribí al dorso la palabra ruiseñor todo lo grande que pude, para que le sirviera de recordatorio. Se la guardó sin mirarla y dijo lo que suelen decir los secretarios a los pobretes: algo entre “Veré qué puedo hacer” y “Dios le ampare, hermano”. Como se comprenderá, lo primero que ha hecho uno ahora ha sido salir corriendo a mirar en el nuevo drae la palabra ruiseñor. Sigue como estaba. Caso perdido. Lo extraño es que en las viejas ediciones el drae mencionaba su “delicioso canto” o “su dulce y concertada voz”. No sabemos por qué, pero se ve que a los académicos les joden los ruiseñores. “Me jode Homero”, dijo en su lecho de muerte cierto célebre catedrático que había entregado su vida al estudio de La Ilíada. En la definición vigente, aparte de sus tarsos, se habla del color de su plumaje, y esto sí que es raro, porque así como es difícil no oír y escuchar a un ruiseñor, si canta, resulta imposible verlo ni cantando, tanto se esconde, indiferente a academias y palabras, incluidas estas.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 16 de noviembre de 2014]
Indiferente a palabras y academias… “¡Qué ajenos el ruiseñor y la rosa a su nombre y a su significado!” (Ideolojía, pág. 391). Coincidiendo de nuevo con Juan Ramón Jiménez.
RépondreSupprimerPerdón, "¡QUË ajenos...!". Dos útiles aforismos en la página siguiente.
Supprimer"¿ABURRIMIENTO? ¡De qué? ¡Cuándo? ¡Por qué? ¿No somos (el más vulgar de nosotros en la más corriente de las vidas) secretos permanentes del infinito misterio?
HAY que oponer siempre espíritu a injenio, hallazgo a truco, invención a eco, acento a charlería."
Le hice muchas fotografías una madrugada de Mayo allá por el 2005, unas cinco llenas de luz de luna, alguna nubecilla primaveral, arbustos recién florecidos, hojas de parra doradas por la luz del farol de la entrada a la casa, cielos negriazules e impregnadas de aroma a rosas de las que huelen hasta marear. Al fondo del todo se adivinaba entre la negrura de la noche la encina grande de un pequeño arroyo estacional. Allí, unos cien metros más lejos de donde yo disparaba a la nubecilla, a la luna, a las flores, a la noche primaveral, se posaba ese diminuto y nada vistoso por su plumaje, pajarito. A él retrataba con mis oídos. O mejor, él a mi alma con su canto. Tenía una comarca, bueno, una hectárea, para no exagerar, inundada con su dulce melodía y timbre.
RépondreSupprimerQuien ha podido oírlo, nunca lo olvida, aunque sus ojos no lo vean. Se vea o no, se vea o no en el DRAE (que les den).
Permanece vacante el sillón de crítico musical en la Academia.
RépondreSupprimerErgo, además de cantar como los ángeles, el ruiseñor sirve para calibrar la autenticidad de las lumbreras institucionales.
RépondreSupprimerPor lo de Homero: cuentan que un alemán en su lecho de muerte mandó llamar a su hijo e hizo salir a todos de la habitación en que se disponía a espirar.
-Hijo mío -le dijo- acerca tu cabeza a mi boca que antes de irme he de revelarte un secreto -y culminó:- No me gusta Goethe.
Y seguido murió tranquilo y con la conciencia en paz.
Sigo con mis frases subrayadas de "El final de Sancho Panza..." (creo que con esto no hago ningún spóiler, pero si alguien no está de acuerdo, que se queje):
RépondreSupprimer"Que en este gran teatro que es nuestra república no puede moverse una sola piedra sin que se venga abajo su fábrica completa".
¿Será para no agraviar al mirlo?
RépondreSupprimerLa definición de ese prodigio de la naturaleza, ciertamente, es horrible. Lástima que dejen estas cosas en manos de zoólogos, agrimensores y forenses.
RépondreSupprimerTal vez haya más de un pájaro en la Academia celoso del ruiseñor.
RépondreSupprimer'Expirar', no espirar, lo digo para que no haya de nuevo movimientos ortográficos en la tumba, y esta vez no sólo míos sino también de Goethe.
RépondreSupprimer"Pájaro de plumaje gris rojizo, célebre por su canto" (Dic. Anaya de la Lengua Española 1979, prologado por F. Lázaro Carreter).
RépondreSupprimer"Es pecado matar un ruiseñor" (Atticus Finch).
Necesitamos cuanto antes un Académico pajarero.
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