FUE lo primero que preguntó Eloy Sánchez Rosillo cuando hablamos de la nueva edición del Libro del desasosiego, traducido por Antonio Sáez: "¿Has leído el fragmento del barbero?". Lo recordaba en la edición de Crespo al principio. En la nueva tuvo que llegar al fragmento 444, casi al final.
En algunos de los tomos antiguos del Spp se habla bastante del Libro del desasosiego, del que se citan varios fragmentos, no recuerdo si este, y se dice que el reproducirlos allí garantiza que habrá algo que valga de veras la pena en sus páginas.
Lo mismo diré ahora. La tarea de copiarlo aquí trae consigo la certidumbre de que habrá en este almanaque algo en verdad valioso, hermoso y estremecedor a un tiempo.
"He entrado en la barbería como de costumbre, con el placer que me da poder entrar fácilmente sin inhibición en las casas conocidas. Mi sensibilidad ante lo nuevo es angustiante: sólo estoy tranquilo donde ya he estado.
Al sentarme en la butaca he preguntado, porque me ha venido a la cabeza de casualidad, al mozo que me estaba poniendo al cuello un paño de lino fresco y limpio, cómo estaba su compañero de la butaca de la derecha, más viejo e ingenioso, que estaba enfermo. Se lo he preguntado sin que me pesara la necesidad de preguntárselo: se me ocurrió motivado por el sitio y el recuerdo. «Murió ayer», ha respondido la voz sin tono que estaba detrás del paño y de mí, y cuyos dedos se levantaban del último ajuste en la nuca, entre el cuello de la camisa y yo mismo. Todo mi buen humor irracional ha muerto de repente, como el barbero eternamente ausente de la butaca de al lado. El frío ha inundado todo cuanto pienso. No he dicho nada.
¡Nostalgia! La siento incluso de aquello que no ha sido nada para mí, debido a la angustia por la fuga del tiempo y a la enfermedad del misterio de la vida. Si dejo de ver las caras que veía habitualmente por mis calles de costumbre, me entristezco; y no han representado nada para mí, a no ser el símbolo de toda vida.
¿Aquel viejo insignificante de las polainas sucias, que se cruzaba frecuentemente conmigo a las nueve y media de la mañana? ¿El vendedor de lotería cojo que me molestaba inútilmente? ¿El vejete redondo y colorado con su puro a la puerta del estanco? ¿El dueño pálido del estanco? ¿Qué ha sido de todos ellos, que por haberlos visto una y otra vez, han formado parte de mi vida? También yo desapareceré de la Rua da Prata, de la Rua dos Douradores, de la Rua dos Fanqueiros. También yo –el alma que siente y piensa, el universo que soy–, sí, también yo seré mañana el que ha dejado de pasar por estas calles, el que otros evocarán vagamente con un «¿qué habrá sido de él». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera."
Desde un autobús. París, 11 de octubre de 2014 |
¿Y el precioso cuento de Carver en la barbería? Siento que hermana bien con estos piadosos párrafos de Pesoa.
RépondreSupprimerHe dejado de comprender esa angustia profunda ante el hecho de que somos mortales. Se me antoja la muerte un complemento perfecto de la vida. Sin ella, nada valdría
RépondreSupprimerEn la Praça da República de Viana do Castelo, había una "cabeleiría" en el primer piso de una casa con balcón de hierro. En mi deambular por el casco histórico de la interesante ciudad lusa -iba casi todos los veranos, desde la cercana Galicia- , me causaba cierto regocijo ver casi siempre a un "cabeleireiro" de bigote y bata cerrada hasta el cuello, con el peine y las tijeras en las manos que, desde lo alto, miraba distraído el tráfago de la plaza. Me imaginaba que aquel fígaro habría dejado a medio tresquilar a algún parroquiano, que esperaría en el sillón, paciente y resignado, a que el oficial retomara la labor. El tempo portugués es distinto al nuestro, sí...
RépondreSupprimerEl verano pasado, cuando volví a pasar por la Praça de República, vi el balcón con los postigos abatidos. Se veía que la "cabeleirería" ya era cosa del pasado... Y sentí un punto de saudade, esa pequeña desazón de las pequeñas cosas que se han ido para siempre. Saudade.
“¡Dos cosas me dio el destino: unos libros de contabilidad y el don de soñar! ¡Que los dioses me cambien los sueños, pero no el don de soñar!”. (LdelD)
RépondreSupprimer¿Y los libros de contabilidad? Ni PODEMOS podrá nunca cambiarlos. Cuidado, pues, con Pessoa: si te descuidas un poco, ya has caído en otra droga.
Hermosa historia, entrañables comentarios, me quedaré por aquí un larga temporada.
RépondreSupprimerYo me quedo siempre que haya poesía...
RépondreSupprimerEl “Libro del desasosiego” entero, traducido por Ángel Crespo (C), en:
RépondreSupprimerhttp://www.ignaciodarnaude.com/textos_diversos/Pessoa,Fernando,Libro%20del%20desasosiego.pdf
Pero comparando unas líneas del fragmento 60 (C) / 444 (Antonio Sáez, S), parece aconsejable leer el libro en la nueva traducción:
“Entré en la barbería de la manera acostumbrada, (C) / He entrado en la barbería como de costumbre, (S)
con el placer de serme fácil entrar sin embarazo en las casas conocidas. (C) / con el placer que me da poder entrar fácilmente sin inhibición en las casas conocidas. (S)
Mi sensibilidad de lo nuevo es angustiosa: tengo calma sólo donde ya he estado. (C) Mi sensibilidad ante lo nuevo es angustiante: sólo estoy tranquilo donde ya he estado. (S)
Cuando me senté en la butaca, pregunté, por un acaso que recuerda, (C) / Al sentarme en la butaca he preguntado, porque me ha venido [por venirme] a la cabeza de casualidad, (S)
al muchacho barbero que me estaba poniendo al cuello un paño frío y limpio, (C) / al mozo que me estaba poniendo al cuello un paño de lino fresco y limpio, (S)
qué tal le iba al compañero de la butaca derecha, más viejo y con ingenio, que estaba enfermo. (C) / cómo estaba su compañero de la butaca de la derecha, más viejo e ingenioso, que estaba enfermo. (S)
Le pregunté sin que me apremiase la necesidad de preguntar: se me ocurrió la oportunidad por el local y el recuerdo. (C) / Se lo he preguntado sin que me pesara la necesidad de preguntárselo: se me ocurrió motivado por el sitio y el recuerdo. (S) (…)”.
“Se me ocurrió, por el sitio y el recuerdo” quizá bastara. Y también seguir comparando.
Pessoa, no Pesoa. No quería morirme sin corregirlo y tener que removerme luego eternamente al recordarlo en la tumba.
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