"BILBAO en gris nos hace pensar en lo transitorio que se lleva la vorágine; en lo eviterno, que ha tenido comienzo y no tendrá fin; en lo eterno, que no ha comenzado y que no acabará", leemos a la puerta de la Biblioteca Municipal, antigua sociedad de El Sitio. La frase, de Azorín, han debido de colocarla allí no hace muchos años. Azorín, siempre sutil y luminoso, en su plata discreta, empavonada. Lo es esa distinción entre lo eviterno y lo eterno, tan propia de él. Precisamente en un lugar en el que hasta hace no mucho los mozos de aquella villa se divertían tirando la cabeza dorada de Unamuno a la ría, de donde emergió siempre como por magia. Hasta hoy, que mira desde lo alto de una columna a sus paisanos más eviterna que nunca.
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Estampas bilbaínas: ría, torre y veleta, placa de El Sitio y Museo |
Bilbao tiene su belleza y su poesía. Tenía antes más misterio, con esa sordidez de ciudad industrial, de ría espesa, fachadas marrones y putas portuarias. Ahora sin aquel marasmo de chimeneas llameantes y con el puente colgante convertido en monumento visitable, parece otra ciudad; una ciudad más habitable, más luminosa y limpia, pero también más como todas, sin aquella pátina inquietante que convertía en una aventura un recorrido a pie, ría arriba, hasta la estación de Atxuri y el puente de San Antón.
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