HACE tres o cuatro años nos enseñó el poeta Miguel d'Ors el Museo de Pontevedra, donde nos tropezamos con Ero de Armenteira, el monje a quien se le fue el santo al cielo oyendo a un pájaro durante unos minutos que resultaron siglos deleitosos. De ese santo y de otro, San Genadio, habló uno de vuelta de aquel Valle del Silencio leonés en el que este último eremita obtuvo también la gracia de soterrar el arroyo que lo distraía de sus meditaciones.
Hoy ha llegado a Madrid, camino del jardín de Las Viñas, esta pequeña escultura de nuestra amiga Anna Crespo, aprovechando que venía ella a exponer algunas de sus obras aquí. Todo en esta transmite silencio, todo en ella es para nosotros cercano (algo hay en el rostro del santo que recuerda a nuestro amigo, y suyo, Ramón Gaya), pero acaso nada como ese gesto sutil, poético, vivísimo: la actitud del monje que antes de levantar la cabeza reclamado por el canto del pájaro, señala con el dedo el lugar donde dejó suspendida la lectura, sin sospechar que acaso cuando vuelva a ella, trescientos años después, habrán volado las letras de ese libro como los pájaros, dejándolo en blanco, tal y como lo vemos en esta preciosa interpretación de la leyenda.
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excelente, La leyenda del Santo lector, entonces, mejor q el señor de las heineken
RépondreSupprimerSegún la leyenda navarra san Virila, fraile de Leyre, se adormeció escuchando el canto de los ruiseñores y despertó 300 años después
RépondreSupprimerOyendo el canto, Quedó de Piedra.
RépondreSupprimerWashington Irving hizo su propia versión del San Ero de Armenteira en su célebre cuento "Rip Van Winkle", holgazán holandés que desapareció en los montes Katskills para reaparecer en su pueblo tras una siesta de 20 años.
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