LA vida está llena de coincidencias que, como poco, nos asombran, quiero decir, que ponen en nuestra frente la sombra de lo inexplicable. Nos hablaba Abelardo Linares a unos amigos de cierto libro de Leopardi, traducido por Ciro Bayo. El libro es raro y poco visto. Ni siquiera había uno oído hablar de él. Dos días después, en el Rastro, nos tropezamos con un ejemplar de ese libro, en perfecto estado.
En él incluye Bayo un fragmento de las obras morales. No recordaba haberlo leído nunca ni lo he encontrado en ninguna otra traducción, de las que se han hecho en estos últimos cien años.
Es un "Elogio de los pájaros".
Es un "Elogio de los pájaros".
Para los pajareros transcribo aquí el comienzo y el final de este pequeño y bellísimo opúsculo en la traducción del Ciro Bayo, el lazarillo español.
“Amelio, filósofo solitario, estando una mañana de primavera a la sombra de una su casa de campo, embelesado por los cantos de los pájaros campestres, diose a escucharlos y a pensar; y dejando la lectura, tomó la pluma y acto continuo, escribió lo que sigue:
Los pájaros son naturalmente las más alegres criaturas del mundo. No digo esto porque te alegran siempre que los veas o que los oigas, sino porque lo son en sí; quiero decir, que sienten la alegría y la dicha más que los otros animales. (…) Cantan por cada placer y contento que tienen, y cuanto mayor sea uno y otro, mayor es el vigor y la afinación con que cantan. Y cantando buena parte del tiempo, hay que deducir que, por lo general, están de buen humor, y que gozan.
Hase notado también, que en sus amores cantan mejor y más que nunca. (…) Es notorio que con día sereno y plácido, cantan más que otro oscuro y variable; y que enmudecen con la tempestad o por cualquier temor que les agita, aunque librado todo esto, aparecen cantando y jugando unos con otros. Vese también que acostumbran cantar al despertarse cada mañana, ya sea por el gozo que les infunde el nuevo día, ya por el placer común a todos los animales de sentirse rehechos y confortados por el sueño”…
Sigue Leopardi algunas páginas más hablando de los pájaros como alguien que acaso sólo ha tenido en ellos compañía verdadera, “lo que no es de extrañar, siendo el hombre infelicísimo”. Habla de ellos como de verdaderos semejantes, cuyo corazón no ofrece para él ningún secreto, hasta concluir el no menos infelicísimo autor de “El pájaro solitario” de este modo:
“Finalmente, tal como Anacreonte deseaba transformarse en espejo para ser mirado continuamente de aquella que amaba, o enagua para cubrirla, o en ungüento para ungirla, o en agua para lavarla, o en banda que se arrollase a su cintura, o en perla para ser llevada al cuello, o en calzado que al menos ella le oprimiese con el pie, así yo querría convertirme por algún tiempo en pájaro, para saborear el contento y alegría de su vida”.
"de mí huían los pájaros" como colmo de la infelicidad decía no sé ahora si Quevedo o Shakespeare, y aquella calandria del Romance del prisionero, en fin, alegría del trino, del vuelo y del gran Leopardi, tan infelice él.
RépondreSupprimersaludos
Autocomentando San Juan de la Cruz su verso
RépondreSupprimer"en par de los levantes de la aurora":
" (...) En este sosiego se ve el entendimiento levantado con extraña novedad sobre todo natural entender a la divina luz, bien así como el que después de un largo sueño, abre los ojos a la luz que no esperaba. Este conocimiento entiendo quiso a dar entender David cuando dijo: Vigilavi, et factus sum sicut passer solitarius in tecto; que quiere decir: Recordé y fui hecho semejante al pájaro solitario en el tejado (Ps 101,8). Como si dijera: Abrí los ojos de mi entendimiento y halléme sobre todas las inteligencias naturales, solitario sin ellas en el tejado, que es sobre todas las cosas de abajo. Y dice aquí que fue hecho semejante al pájaro solitario, porque en esta manera de contemplación tiene el espíritu las propiedades deste pájaro, las cuales son cinco: La primera, que ordinariamente se pone en lo más alto, y así el espíritu en este paso se pone en altísima contemplación. La segunda, que siempre tiene el pico vuelto donde viene el aire; y así el espíritu vuelve aquí el pico de afecto hacia donde viene el espíritu de amor, que es Dios. La tercera es que ordinariamente está solo y no consiente otra ave alguna junto a sí, sino que en posándose alguna junto, luego se va; y así el espíritu en esta contemplación está en soledad de todas las cosas, desnudo de todas ellas, ni consiente en sí otra cosa que soledad en Dios. La cuarta propiedad es que canta muy suavemente; y lo mismo hace a Dios el espíritu a este tiempo, porque las alabanzas que hace a Dios son de suavísimo amor, sabrosísismas para sí y preciosísimas para Dios. La quinta es que no es de algún determinado color; y así el espíritu perfecto, que no sólo en este exceso tiene algún color de afecto sensual y amor propio, mas ni aun particular consideración en lo superior ni inferior, ni podrá decir dello modo ni manera, porque es abismo de noticia de Dios la que posee, según se ha dicho".
"Es abismo de noticia de Dios
la que posee".
¡Dioses del Olimpo!
Mi pájaro favorito es el mirlo. Se pasa el día cantando, improvisando como un intérprete de jazz. No sé lo que dice, ni a quién, pero a veces tengo la ilusión de que lo entiendo todo. Suele ubicarse en el punto más alto del que disponga: un árbol, una antena de televisión, cualquier pináculo le vale. ¿Y qué decir de su aspecto? Negro absoluto, con una mota de naranja en el pico. Pura alegoría. Sí, definitivamente los pájaros nos hacen mejores, porque son en todo superiores a nosotros.
RépondreSupprimerGracias, Andrés, por compartir tus hallazgos.