Se sale de este libro, como de la exposición en la que lo hemos visto y leído en las paredes de la galería José R. Ortega de Madrid, con el convencimiento de que se nos ha dado lo mejor de Europa, y en ella lo mejor de nosotros mismos. Es, claro, una Europa de cámara, escogida e íntima que no está precisamente a la vista, sino que han ido a buscarla los dos a su manera, Bernard Plossu sobre el terreno, Juan Manuel Bonet sobre Plossu. Y los dos, en lo mejor de sí.
Ayer se presentó (aquí el pdf completo, poemas y fotos, con el mapa desplegado de Fernando Castillo, tan exacto, con el esmero tipográfico de Alfonso Meléndez, tan depurado). Trata de fronteras, de viajes, pero sobre todo de la intimidad. La más rara intimidad de todas, la de los hombres errantes. Lo es Plossu y lo es Bonet. Los poemas de este se ven, como se ven los grandes buques soñolientos cruzando en alta mar. Las fotos de aquel se oyen en el aire como esa golondrina. Y ese prodigio de constatar que por muy distantes que estén las ciudades de las fotografías entre sí, por muy lejanas y escondidas que parezcan las fuentes literarias de los poemas, todo parece un mismo y humilde lugar, no sé, como si ese autobús polaco estuviera llegando a Murcia, como si el muro de Oporto fuese uno parecido de Sevilla. Sí, esta maravillosa Europa que han ido a buscar a menudo tan lejos, la llevan dentro. Cada uno la suya, diferente, y las dos muy parecidas. Luminosa y sombría, sentimental y solitaria, inabarcable y en la mano, cuyo hueco tiene, como se sabe, el tamaño exacto de una de esas bolas de cristal en las que nieva siempre. En esta Europa hecha de europas mínimas e íntimas hemos estado ayer, sin salir de Madrid, Amberes, Bruselas, París, Porto, Murcia… Raras veces nos es dado hallarnos frente a una poesía tan sutil, en fotos, en poemas, hecha de casi nada, de repeticiones, porque la vida, si es, es una ciudad revisitada: “Aprender del arte de la foto / que los instantes no decisivos importan, / que una y otra vez las cosas se repiten iguales”, nos dice Bonet.
Cuando dentro de unos años se busque como lo mejor y más feliz de cada uno de sus autores este libro, una de esas rarezas tan naturales que ellos persiguen por medio mundo, podremos decir: estuvimos allí, en cada uno de esos lugares, en lo mejor de Europa, una Europa de cámara, sin salir de la calle Villanueva. Y eso, sí, fue decisivo.
ESCUCHANDO A LOUIS BRAUQUIER
Su voz temblorosa en la película
leyendo sus versos inspirados
en Colombo, esos versos que parten
de un cuadro propio, y tan, tan modesto.
en la ventana, el mar exactísimo,
la nieve cayendo sobre Shanghai,
la colonia final en Colombo.
Palabras sencillas: qué bien dicen
su destino errante, su universo
pequeño, y que permanece y crece.
Muchas gracias por la información (e interpretación), y por el enlace.
RépondreSupprimerSaludos
Estupenda expo!
RépondreSupprimerMagnífica la relación imagen-verso, y magnífica la lectura de ambas en el blog
RépondreSupprimerJMS Vigil
Gracias por tan feliz regalo.
RépondreSupprimer