EN la última edición de Las armas y las letras, 2010, hubo que cambiar lo que se decía de Chaves Nogales en la primera (y disculpe el lector este modo tan indecoroso de entrar en materia). Se decía en aquella primera edición de 1994 que Chaves era un autor desconocido y desde luego excluido de los cánones de la literatura española efectuados desde 1939.
En el corto espacio de tiempo de dieciséis años, de 1994 a 2010, Chaves ha pasado del anonimato a una gran notoriedad, consideración y aprecio indiscutibles merced al desvelo y cuidado también de unas pocas personas por entonces (Abelardo Linares, sin la menor duda, Maribel Cintas, que preparó las obras completas, y supongo que uno mismo), y luego de muchas más, que se han ido sumando con un sentimiento de felicidad y asombro. Al fin un gran autor, no una curiosidad bibliográfica. Algo así no había ocurrido antes con ningún otro escritor, si no me falla la memoria, y ninguna historia de la literatura y del periodismo que se escribiera hoy podría no sólo no tener presente a Chaves, sino no ponerlo en lugar eminente.
En el corto espacio de tiempo de dieciséis años, de 1994 a 2010, Chaves ha pasado del anonimato a una gran notoriedad, consideración y aprecio indiscutibles merced al desvelo y cuidado también de unas pocas personas por entonces (Abelardo Linares, sin la menor duda, Maribel Cintas, que preparó las obras completas, y supongo que uno mismo), y luego de muchas más, que se han ido sumando con un sentimiento de felicidad y asombro. Al fin un gran autor, no una curiosidad bibliográfica. Algo así no había ocurrido antes con ningún otro escritor, si no me falla la memoria, y ninguna historia de la literatura y del periodismo que se escribiera hoy podría no sólo no tener presente a Chaves, sino no ponerlo en lugar eminente.
Puede ser interesante considerar aquí las razones de su orillamiento pasado y las de su celebración actual, porque ellas tienen que ver de manera muy directa con la propia naturaleza de la obra de Chaves.
¿Cómo explicarnos y cómo explicar a los demás que un escritor tan original y tan sagaz, a quien debemos acaso algunas de las mejores páginas sobre un asunto tan crucial e importante para muchos de nosotros como la guerra civil, hubiera permanecido a la sombra durante tanto tiempo? Podríamos pensar que su biografía había contribuido a ello: al fin y al cabo era menos que escritor, sólo un periodista (“peor, portugués”, respondió Eça de Quieroz a una dama inglesa que le preguntó si era español), uno más de los miles de republicanos a los que devoró el exilio, haciéndolo desparecer muy pronto en un país como Inglaterra, ajeno en cierto modo a la tradición española. No es que los exiliados en Argentina, Chile o Méjico tuvieran más fortuna y trato blando, pero allí al menos compartieron su desdicha con muchos otros, y también idioma y trabajos y publicaciones y cafés... La soledad de Chaves, muriendo antes de los cincuenta años en Londres, se nos antoja una soledad aún mayor a la que sólo podía esperarle un viento helado que dispersara para siempre sus últimos vestigios. Nos decíamos con desaliento: esa literatura suya no le interesa a nadie, ¿cuándo se ha respetado a un reportero?, ¿cuándo se ha visto que la realidad pueda disputarle nada a la ficción?
Hoy, esta explicación ingenua, que dimos por buena algún tiempo, no se sostiene.
Algunos, antes de reconocer su parte de responsabilidad en lo tardío del reconocimiento de Chaves, se apresuraron a declarar que ellos, naturalmente, lo conocían desde el origen de los tiempos por su inolvidable biografía de Belmonte, que reeditó, en efecto, Alianza editorial en los años sesenta, y que a ellos nadie podría haberles descubierto lo que bla, bla, bla, y que si no habían blablado antes de A sangre y fuego, el libro de relatos de la guerra, y de su prólogo memorable, era porque este libro no había circulado en España, lo que también era verdad… Pero lo cierto es que los libros de Chaves, exceptuando ese y otro sobre La agonía de Francia, se habían editado antes de la guerra y languidecían en las librerías de viejo españolas a la espera del lector que pagara por ellos cien o doscientas pesetas, el equivalente a cuatro o cinco cañas de cerveza. Y hablamos de libros tan inauditos, novedosos y brillantes como El maestro Juan Martínez que estuvo allí o los reportajes sobre la Rusia de los zares o sus raids en aeroplano, que hoy se reeditan de continuo. Pero, ¿quién iba a prestar oídos a la pequeña secta en la que se hablaba de aquellos libros divertidos y deslumbrantes?
Así que hubo que esperar al Chaves Nogales de la guerra civil. Y entonces mucha gente empezó a verlo, a reconocerlo, acaso únicamente cuando empezamos a poder ver, reconocer y compartir aquello que decía de la guerra, no antes. Y nos asombró tanto lo que afirmaba de la guerra, como que lo hubiese visto apenas esta había comenzado. Porque también nosotros habíamos sido víctimas de ella, o de su propaganda, creyéndonos algunos de los lugares comunes que habían hecho fortuna. A saber, que del lado de la República sólo había demócratas y con los rebeldes, sólo fascistas; que los escritores e intelectuales de valía, Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez estaban igualmente del lado republicano, en tanto que sólo podíamos encontrar en la otra zona a mediocres sin obra, como Sánchez Mazas, ensayistas sin fuste, como Maeztu, o escritores sin talento, como Muñoz Seca (¿y quién quería hablar entonces de Gómez de la Serna, de Solana, de Baroja, de Azorín, de Ortega, de Unamuno?); y finalmente, y eso era cosa de mayor importancia, que así como la represión de los rebeldes había sido sistemática, masiva y organizada por sus cuarteles generales y la Falange, los excesos y crímenes de la Revolución habían sido fortuitos, de menor cuantía y obra de descontrolados, ajenos al Gobierno de la República y desobedeciendo sus órdenes (esta pacotilla aún siguen vendiéndosela Paul Preston, o en su versión lorquiana Ian Gibson, a los guiris como suvenir rutilante).
Las palabras de Chaves, un pequeño burgués, liberal y demócrata, como se define él, no podían dejar de parecer extrañas, por inauditas, a todo el mundo. A tal grado de aturdimiento se había llegado. ¿La libertad? Nadie creía en ella, nos recuerda, ni Moscú ni Berlín. Lo que pasa en España es trasunto de lo que quieren para ella Stalin, Mussolini y Hitler. ¿El talento intelectual? Escaso, y en todo caso repartido, y casi siempre venal, de Picasso a Giménez Caballero. ¿Y el terror, los crímenes? En ambos bandos por igual, para desesperación de los que como él se proclamaban de una España republicana, liberal y demócrata. El que sea republicano, liberal y demócrata no podrá serlo en ninguno de los dos bandos, concluirá él (como concluyeron otros también, Albornoz, Madariaga, Azaña, Américo Castro).
La teoría de las tres Españas empezaba a ganar adeptos, gentes que no querían formar parte ni ser cómplices de los disparates de ninguna de las otras dos. Sin embargo los representantes de esas dos Españas no dejaron de ser el poder durante cuarenta años, unos en el interior, otros en el exilio. ¿Qué poder? Principalmente el de contar las cosas, el poder del relato, el relato mismo. La opiniones de quienes como Chaves, Clara Campoamor, José Castillejo, Morla Lynch y pocos más recordaban que las cosas no habían sucedido como parecían empeñados los representantes de las dos Españas en hacer creer que habían sucedido, les determinaron a estos a cerrar filas: era preciso acallar a quienes desentonaban en el coro. La primera reconciliación de las dos España empezó a fraguarse precisamente en 1936, cuando las dos Españas pactaron de manera tácita silenciar a todos y cada uno de los representantes de la tercera España, en el interior y en el exilio.
Cuando hace dos meses leímos por primera vez La defensa de Madrid comprendimos al fin la razón por la que habíamos tardado cincuenta años en llegar a su autor: "La verdad es esta: los heroicos y gloriosos ejércitos que luchaban en la Ciudad Universitaria estaban formados con la escoria del mundo. Basta fijar los ojos en la lista de las fuerzas que los componían. Frente a la "Brigada Internacional" de los rojos, la "Novena Bandera" del Tercio Extranjero de los blancos, una y otra, receptáculo de todos los criminales aventureros y desesperados de Europa". Quienes pagaban a los mercenarios internacionales y a los tercios no lo iban a olvidar, y no iban tampoco a perdonárselo. “Mi director [en Ahora] Manuel Chaves Novales: uno de los que no tuvieron fuerzas para soportar este drama”, denunciará el periodista comunista Jesús Izcaray en Estampa en julio del año 37, iniciando con sus apalabras el ostracismo.
Esa es la razón, a mi modo de ver, de su extrañamiento. Aunque hubiésemos querido otra cosa antes, no habríamos sabido, podido ni querido hacerla. La certidumbre de que el ser humano parece condenado a llegar cincuenta años tarde al pasado, cuando aún podrían haberse remediado algunas calamidades y corregido algunos errores, le deja a uno pensativo, porque cincuenta años es lo que corresponde a la plenitud de cualquier vida.
[En Chaves Nogales, VV.AA. Coordinado por Juan Bonilla y Juan Marqués. Isla de Siltolá, Sevilla, 2012]
[En Chaves Nogales, VV.AA. Coordinado por Juan Bonilla y Juan Marqués. Isla de Siltolá, Sevilla, 2012]
Desastres de la guerra d'après Goya. Cárcel de Arahal, 1936. |
¿Esa tercera España también es la de Arturo Barea? Gracias...
RépondreSupprimer...lilas de abril,/lilas fuera del tiempo.
RépondreSupprimerTenia ganas de dejar de ser un lector silencioso entre tantos así. Que lo sepa, AT.
Chaves Nogales es nuestro Tom Wolfe de la Literatura, pero con unas cuantas décadas antes y mejor.
RépondreSupprimerBravo, A sangre y fuego no lo he leído pero mi familia se marchó y formaba parte de la tercera España. Los bandos en política, las ideologías (religión) y la razón ausente han conducido al desastre y a la guerra, esperemos que Europa tenga memoria y España también, y que lean a Chaves Nogales.
RépondreSupprimerInteresante entrada, después de leerla apetece volver a releer a Chaves Nogales, sobretodo, A sangre y fuego. Yo la primera noticia que tuve del escritor fue leyéndole a usted.
RépondreSupprimerCada vez siento más afinidad entre lo que escribes y lo que siento. No había leído nada de tu poesía, las circunstancias han querido que llegasen al mismo tiempo dos de tus libros de poesía: El Volador de Cometas y Segunda oscuridad. No te puedes imaginar Andrés, el bien que nos ha hecho tu poesía a algunos pacientes del servicio de nefrología del Hospital 12 de Octubre. Esos Niños en la calleja "¿Verdad que este camino no da miedo? Y no lo hemos creído y no hemos sentido miedo sino una inmensa paz interior. Y esa de las Tres gracias que prodigio de sensibilidad. Y la de Mota de polvo, si hasta parece que el último verso, "Andres escribe: Andrés, mota de polvo" lo hubiera escrito yo, más que nada porque me llamo Andrés, ya quisiera yo escribir como lo haces tú. Aunque me conformo con tener el inmeso privilegio de sentir tu poesia.
RépondreSupprimerGracias, muchismas gracias Andrés.
una de tus po
En mi comentario anterior se me olvidó decir que también me han llegado al mismo tiempo dos libros de Chaves Nogales, uno comprado por mi en la Feria del libro de Cáceres (Crónicas de la Guerra Civil) y otro que me han regalado durante mi estancia el el Hospital (Andalucía roja...) Aunque esto no es por casualidad se me nota mucho tu influencia y mis amigos saben sabe lo que me gusta, con estos creo que tengo todos los publicados del gran Chaves Nogales
RépondreSupprimerChaves Nogales es muy bueno y además cuando usted habla de él nos mejora a todos.
RépondreSupprimerDisculpen que aproveche este lugar para hablar de mi tío Andrés. Ni siquiera fue un pobre iluso a la manera del sobrino de Juan Ramón. Labrador y único hijo varón entre cinco hermanas era la principal ayuda de su padre en el campo. Con los de su quinta tuvo que estar seis años en el ejército(casualmente en el fascista) tres de ellos en la guerra, en la Ciudad Universitaria. Hasta ayer se conservaron las cartas que mandó a la familia: agradecía cuando le mandaban algún paquete, insinuaba que si pudiesen irle tejiendo otros calcetines para cuando se le acabasen los que le habían mandado el invierno anterior(aunque todavía estaban buenos)se lamentaba de la caída de algún conocido... Por lo demás parecía que escribiese de un balneario, siempre estaba muy bien, muy descansado, les daban muy bien de comer, no tenían nada que hacer. Debía estar en una guerra sin batallas, eso sí, con muchos accidentes por las balas perdidas.Y siempre una lamentación por no estar ayudando en el trabajo. Ninguna otra queja.
Otra perspectiva de la guerra quedó fijada a fuego en la mente de mi madre, su hermana pequeña: una familia que vivió tres años aterrorizada temiendo la noticia que iba llegando por allí a tantas puertas: su hijo ha muerto.(Cuando se encontraba el cadáver quien tenía dinero podía llevarlo a enterrar al pueblo)
A diferencia de tantos otros como él, y aunque tuvo que servir al dichoso glorioso ejército aún otros tres años, mi tío Andrés volvió sano. Se casó con una rica heredera (tenía seis vacas frente a las tres o cuatro habituales)y sin descuidar la labraza y el ganado cultivó siempre con esmero un huerto que nos surtía a todos, de pimientos, de lechugas, de manzanas o de flores para el día de difuntos.
Le recuerdo hablando como un hombre de pueblo sensato sin una queja siquiera para la Historia. Como todos allí despreciaba, pero sin estridencias, a los rojos identificados con el comunismo y a La Pasionaria (algo sensato también en un mundo de pequeños propietarios apegados a la tierra y a la tradición)
Ya digo, discúlpenme que aporte esta historia insignificante y nada gloriosa; es que la considero también un ejemplo de esa tercera España, mayoritaria, cabal y sacrificada en el altar de las ideologías y de los intereses inconfesables
Hay una cosa innegable: la recuperación de la figura y la obra de Chaves Nogales, es un caso único en la literatura española del XX. Y que su nombre es de referencia inexcusable, también. Cosa distinta es que lugar ocuparía puesto en relación con otros autores consagrados. A mi juicio su propia obra es irregular. No pueden compararse, casi en ningún orden, "A sangre y fuego" y "La defensa de Madrid", título este último sobrevalorado en exceso, tanto literaria como históricamente.
RépondreSupprimerEn otro orden de cosas, pienso que la superioridad moral del discurso de la izquierda sobre los posicionamientos de figuras de la cultura sobre la totalidad y consecuencias de la Guerra Civil, sigue siendo aplastante. Creo, por ejemplo, que la labor sibilina de Angel Viñas y adlátares, no tiene contestación adecuada. Que un personaje de comportamiento tan nauseabundo como Luis María Anson, haya escrito recientemente que la censura franquista fuera peor que la castrista incluso la estalinista, sólo con el propósito de alabar a Preston, es bien sintomático. Por no citar al "gracioso" sevillano que se refiere a Antonio Machado, sin escribir nunca su nombre, como el otro hermano también poeta que tenía don Manuel Machado.
Compré en librería de viejo "El maestro Juan Martínez que estaba allí" hará unos veinte años por doscientas pesetas o cosa así. Lo hice porque me llamó la atención la portada. Fue uno de los grandes descubrimientos de mi vida ya que por aquel entonces apenas se conocía al autor. Gracias por tan maravillosa entrada.
RépondreSupprimerLeído en el blog Ráfagas:
RépondreSupprimerLeo La defensa de Madrid (Ediciones Espuela de Plata), recopilación de artículos escritos en 1936 por el periodista Manuel Chaves Nogales que se publicaron en la prensa extranjera. Son crónicas de lo vivido en Madrid durante los primeros meses de la guerra civil española (1936-9), cuando la ciudad estaba asediada por las tropas “nacionales” (de Franco y otros militares sublevados contra el gobierno republicano).
Todos los capítulos son del máximo interés, pero hay un pasaje que me ha impresionado especialmente. Narra lo ocurrido el último día de 1936:
”En la noche de fin de año, Madrid, silencioso y hundido en las sombras, ofrece el impresionante espectáculo de un paisaje lunar. En esta noche de San Silvestre, que antes celebraban los madrileños con jubiloso estruendo congregándose en la Puerta del Sol para oír las doce campanadas y comer las doce uvas, no hay ni un alma en las calles.
El vasto ámbito de la Puerta del Sol aparece desierto.
Hay, sin embargo, quienes conservan todavía el gusto de los ritos populares. Una tras otra, seis sombras han cruzado por la oscura y desierta plaza, para juntarse frente a la única esfera visible del reloj y esperar allí a que suenen las doce campanadas que marcan la entrada del año. Son seis periodistas madrileños que no quieren que el rito popular del Año Viejo se interrumpa por la guerra.
Pero del lado de allá de las trincheras hay también quien quiere que Madrid celebre la entrada del año nuevo con todos los honores, y al sonar la primera campanada de la medianoche da alegremente la orden de “¡Fuego!” y un obús cruza por encima de los tejados de Madrid, buscando el corazón de la villa.
La media docena de periodistas que se habían juntado para comer las doce uvas en la Puerta del Sol tiene que buscar refugio pegándose a uno de los muros desenfilados del caserón de Gobernación, y allí, acurrucados, oyen una tras otra las explosiones de los doce obuses que, alegremente, como por broma, han llevado la muerte y la destrucción a otros tantos hogares madrileños”
Creo que a partir de ahora, cuando cada Nochevieja tome las doce uvas viendo en TV el reloj de la Puerta del Sol, me será imposible no recordar la escena descrita por Chaves Nogales: aquel 31 de diciembre en que las doce campanadas (y las doce uvas) fueron reemplazadas por doce obuses.
Machado decía en el poema que le debíamos cuanto había escrito. El problema en tu caso Andrés es que no solo te debemos lo que has escrito sino que además te debemos todo lo que han escrito otros a los que has ayudado a entrar en casa y en nuestra vida... Azorín, Chaves Nogales...
RépondreSupprimerMe da que nunca tendré el dinero ni los agradecimientos suficientes para pagarte todo lo que nos has dado.